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.Rivadavia y el
 Imperialismo financiero
(Cont. 18)

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La "Mining" y el sistema unitario de gobierno

 

Nadie pensaba en 1825 en un régimen político de unidad: la dura experiencia del año 20 y el pronunciamiento unánime del país, tornaban ilusorio el regreso al centralismo directorial. No había hablado de "unitarismo" el Deán Zavaleta al invitar en 1823 a las provincias a formar un Congreso "para recuperar la provincia Oriental"; no había sido centralista -lejos de ello- el espíritu del Congreso en su primer año de actuación. Los viejos directoriales preferían en 1825 llamarse partido "de las luces" o de "los principios" para distinguirse de los caudillos y sus montoneras y hubiera considerado impolítico calificarse de unitarios frente a la realidad federal del país. Aspiraban a conducir el gobierno a título de clase naturalmente dirigente e ilustrada, pero sin romper con los caudillos provinciales que tan propicios y pacíficos se mostraban ahora.

 

Con habilidad Las Heras había preparado el frente unido de toda la Argentina. La reunión del Congreso Nacional en noviembre de 1824, la Ley Fundamental de enero de 1825 y la excelente amistad entre porteños y provincianos, constituían su obra de patriota y hombre de buen sentido. En agosto al pronunciarse el Congreso Oriental de la Florida por la reincorporación de su provincia a la Argentina, Las Heras pudo imponer su aceptación al Congreso y afrontar su natural consecuencia que era la guerra contra Brasil. El gobernador de Buenos Aires y Encargado del Ejecutivo Nacional estaba en condiciones -poseía unidad nacional, paz interna, reunía un fuerte y veterano ejército y tenía disponible el dinero del empréstito para empezar y ganar la guerra contra Brasil. También anduvo activa su diplomacia, y las misiones ante Bolívar y Estados Unidos le dieron esperanzas sugerentes. Con razón pudo decir muchos años más tarde a Vicente Fidel López en Chile: "Si no me hubiesen intrigado, yo hubiera reunido 20 mil hombres, porque todos los caudillos incluso Bustos, tenían confianza en mi palabra; y a la cabeza de ese ejército, no digo en Río Grande, sino en Río de Janeiro habría puesto yo en amargos aprietos a los portugueses" [38].

En marzo (de 1825) el tino de Las Heras había evitado un torpe rompimiento de la mayoría del Congreso con Bustos, gobernador de Córdoba.  Todo siguió en orden hasta el 16 de octubre en que Rivadavia regresa de Londres. Desde entonces quedó convenida por el partido de las luces la caída de Las Heras y su reemplazo por Rivadavia. El 21 de noviembre, con el pretexto de arrimar "más luces" para votar una mejor constitución, el grupo que ya empezaba a llamarse unitario (Agüero, Vélez Sársfield, Manuel Antonio de Castro, Valentín Gómez, Manuel Bonifacio Gallardo), consigue aprobar en el Congreso una ley doblando la representación: esperaban acumular más doctores para reducir a la impotencia la diputación que seguía fiel a Las Heras (Gorriti, Passo, el deán Funes).

Cuatro días después - el 25 de noviembre - Lamadid da un inesperado golpe militar en Tucumán apoderándose del gobierno provincial con la recluta facilitada por la provincia para remontar el ejército nacional. Las Heras clama contra la agresión de un jefe de tropas nacionales contra las autoridades de una provincia, que desataba la guerra civil en los mismos momentos de desencadenarse la guerra internacional. Pero el Congreso deja dormir el problema, porque si la masonería trabaja en Tucumán, también lo hace en Buenos Aires. Las demás provincias se retraen a dar contingentes a los jefes nacionales, temerosas de correr la suerte de Tucumán.

 

  Mientras tanto Rivadavia, que según López "había removido los elementos inquietos que bullían en el Congreso", escribe a Hullet el 27 de enero de 1826: "Ya no puedo demorar por más tiempo la instalación del gobierno nacional (…) tan pronto que sea nombrado procederé a procurar la sanción de la ley para el contrato de la compañía"[39].

 

Ante las exigencias de Las Heras la guerra con el Brasil había sido declarada por Pedro I en diciembre. El Congreso resuelve la cuestión entre Las Heras y Lamadrid, separando al primero y afirmando al segundo. En reemplazo de Las Heras, Rivadavia es elegido el 6 de febrero (diez días después de anunciárselo a Hullet) Presidente Permanente de la Republica. Su primera medida es reforzar a Lamadrid con dinero de la Tesorería Nacional a fin de que formase el ejército Presidencial del interior encargado de batir a Facundo Quiroga y apoderarse del Famatina. Contemporáneamente hace votar al Congreso la ley de Consolidación de la Deuda (febrero 15) que declara propiedades nacionales las minas de todas las provincias. Alborozado escribe a Hullet el 14 de marzo después de reglamentar la ley: "Las minas son ya, por ley, de propiedad nacional y están exclusivamente bajo la administración del Presidente de la República”[40].

 

Toda la política de la presidencia de Rivadavia parece girar alrededor del Famatina, no obstante la preocupación de la guerra con Brasil. La ley de Banco Nacional había quitado a La Rioja (contra la Ley Fundamental) la facultad de acuñar metálico, y dejado por lo tanto sin efecto la concesión de la Casa de Moneda. El 27 de junio ha dado ingerencia en el Famatina a la Mining[41]: habría triunfado aparentemente, en la letra de los textos legales, la Mining sobre la Casa de Moneda en la concesión del Famatina. Pero desdichadamente el triunfo no pudo coronarse en los hechos. Facundo Quiroga en defensa de su cerro levanta las milicias riojanas y derrota a Lamadrid, El general Vidalita, en el Tala el 27 de octubre de 1826. Lleno de impulso "unitario" y de fondos de la Tesorería Nacional, Lamadrid refuerza sus tropas con los colombianos mercenarios de López Matute y quiere arrojarse nuevamente contra el Famatina para sufrir otra terminante derrota en el Rincón el 6 de abril de 1827, a manos de Quiroga.

 

Mientras presidenciales y federales se acosan cerca del cerro, el Congreso, inducido por el presidente discute en luminosos debates una "constitución que traerá la paz y la felicidad de los argentinos". Naturalmente una constitución donde no votarán los jornaleros ni ninguna clase asalariada, y el subsuelo sería administrado por el gobierno nacional. No interrumpen las citas de Daounou, los cañonazos del almirante Brown que defiende Los Pozos con cuatro barquichuelos. En diciembre la constitución es sancionada y enviada a los gobiernos provinciales con comisionados destinados a convencerlos; ya la mayoría de las provincias (inclusive la unitaria Corrientes) han desconocido al Congreso y pedido que se retiren patrióticamente el Presidente y los diputados. Los últimos gobernadores presidenciales (Lamadrìd de Tucumán y Arenales de Salta), pierden sus gobiernos: éste por la revolución de los Gorriti de febrero (de 1827), y aquel después de su derrota del Rincón en abril. Hacia el mes de mayo Rivadavia no ejerce autoridad más allá de Buenos Aires, y al Congreso nadie obedece. Intentará entonces, inducido por Lord Ponsonby, la paz con Brasil para traer el ejército exterior y "hacer la unidad a palos"[42].

 

El "crack" londinense de 1825-26

 

 Al tiempo que Rivadavia lleno de impulso minero tomaba la Presidencia permanente de la Argentina aún sin haberse dictado la constitución, y asumía la jurisdicción teórica de las minas provinciales, llegaban a Buenos Aires noticias desalentadoras de Londres. El globo hinchado por los artífices de las "maravillosas riquezas del Nuevo Mundo", recua infame de estafadores, empezaba a desinflarse: a poco de irse Rivadavia, en octubre (de 1825) las acciones de las compañías sudamericanas bajaron de modo alarmante y cinco bancos que especulaban con ellas se vieron obligados a cerrar sus puertas. Rivadavia y Hullet (¿o Rivadavia solo?), atribuyen la caída de los títulos de la Mining a los malos informes del capitán Head. Hullet cree necesario, en defensa de la Association, publicar indiscretamente en un folleto las alentadoras, pero también comprometedoras, cartas de Rivadavia que distribuye en los medios bursátiles dando seguridades de que el Famatina sería de la Mining. No por eso se detuvo el "crack": en noviembre la caída de los papeles sudamericanos arrastra a toda la Bolsa. Sigue el pánico: entre diciembre de 1826 y enero de 1827, setenta bancos cierran, las empresas del Nuevo Mundo cesan en sus pagos y piden la quiebra. Entre ellas la Mining. La liquidación será tremenda: la Real del Monte que gastara un millón de libras en instalarse, vende todas sus existencias en 27.000. Como la Mining carecía de pertenencias, pues Head "previendo el desastre" había enajenado las maquinarias traídas al Ríos de la Plata, su único haber era la cuenta por el traslado de ingenieros y obreros al Plata. En total 52.520 libras. Esta es parte de las consecuencias de las andanzas europeas del mulato cuarterón.

 

En Londres, Head informa a los síndicos. Edita los informes en 1827: “Reports relating to the failure of the Rio Plata Mining Association”, formed under the authority signed by His Excelency Don Bernardino Rivadavia ("Informes sobre la quiebra de la Rio Plata Mining Association, constituida bajo la autoridad otorgada por Su Excelencia Don Bernardino Rivadavia"). Llegan ejemplares a lord Ponsonby en Buenos Aires; corren los días tumultuosos del tratado García, y Rivadavia trataba desesperadamente de afianzarse en un gobierno imposible: inesperadamente había dado un vuelco nacionalista y acusado a Inglaterra de ser la causante del tratado García. El mismo día, de manera no aclarada, un ejemplar de los Reports de Head llega a la mesa del Tribuno de Dorrego, órgano de oposición. El 23 de junio inicia éste la publicación que causa un asombro general pues todos - y su círculo político en primer lugar - creían que la obstinación centralista del presidente de la República era fruto exclusivo de sus convicciones políticas. Se canta en las calles una intencionada cuarteta:

 

Dicen que el móvil más grande

de establecer la unidad,

es que repare su quiebra

de Minas, la Sociedad   [43].

 

El 26 el Tribuno publica las comprometedoras cartas de Rivadavia a Hullet (que Head había tomado de la "defensa" de estos). Al día siguiente renuncia Rivadavia con una frase histórica: "He dado días de gloria a la Patria". Que fue el primero en decirla pero no el último: luego vendría una pléyade de repetidores de esta monserga hasta el día de hoy.

 

La "Circular", el "Mensaje", la "Respuesta" y la "Impugnación a la Respuesta"

 

El 5 de julio se hace cargo de la presidencia Vicente López y Planes, hombre de la masonería según su propio hijo. Un piadoso silencio cubre a Rivadavia y la Mining, pues López y su ministro Anchorena tenían obligaciones más urgentes y útiles que ocuparse de desentrañar el negociado de la concesión minera. Sube luego Dorrego al gobierno de la restablecida provincia de Buenos Aires. En una circular de 20 de agosto el gobierno habla de "la desaparición del espíritu público, el entronizamiento del espíritu de especulación y esa vergonzosa codicia que se había hecho el alma de las transacciones públicas”. En un mensaje del 14 de septiembre remite a la Junta de Representantes la demanda de los síndicos por 52.520 libras por gastos de los mineros contra la Provincia de Buenos Aires en cuyo nombre, y con su poder, se había formado la compañía. Dicen Dorrego y su ministro Manuel Moreno: "El gobierno se encuentra con un recurso de la expresada compañía (la Mining) recibido por el último paquete, en donde reclama a la provincia los gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos extranjeros y la conducta escandalosa de un hombre público del país que prepara esta especulación, se enrola en ella, y es tildado de dividir su precio nos causa un amargo pesar, mas pérdidas que reparar nuestro crédito"[44].

Rivadavia, que apenas sale de su quinta del barrio de la Concepción y que no ha sufrido molestias del gobierno, guarda un olímpico silencio que le ha impuesto la Logia.  Pero alguien debía contestar en su nombre y a poco sale a luz una anónima respuesta al Mensaje, que Valentín Alsina afirma fue escrita por Agüero, y otros atribuyen a Juan Cruz Varela o a Salvador María del Carril. Lo indudable es que el autor o los autores debieron trabajarla con Rivadavia. Contesta a la Circular y al Mensaje que califica de "frases patéticas y declaraciones vagas"; afirma que Rivadavia recibió con la Presidencia "una herencia de penurias, sin colegios, con la Universidad existente solo de nombre, con el Registro Estadístico abandonado, la Academia de Medicina en un edificio inadecuado, oscurecido y deteriorado el instrumental de física y química", y a todo había previsto “Con Celo y honestidad" y sin "espíritu de especulación ni vergonzosa codicia" ("¿Cómo podrían conciliar con el [el espíritu codicia] -afirma como axioma- los que están acostumbrados a aborrecerlo y despreciarlo?").

 

Después de varias páginas en ese tono, la Respuesta llega a los cargos positivos sobre el negocio de minas: acepta que en los libros de la Mining figure Rivadavia con un sueldo de 1.200 libras como presidente de la compañía, "pero nunca tuvo intenciones de cobrarlo". Se remite al folleto de un Teniente Bunster editado en Londres por la Casa Hullet en respuesta a los Reports de Head: allí se decía "que el señor Rivadavia aceptó la presidencia de la compañía con la condición expresa que sería honoraria", no obstante la asignación de un sueldo se deslizó por error en la contabilidad de la empresa; y lo probaba con una carta del Directorio a Rivadavia datada el 13 de enero de 1825 "deplorando la restricción que tan perentoriamente imponéis a un deseo de manifestaros de un modo mas positivo cuanto aprecian  (los directores) el valor y la importancia de vuestras relaciones inmediatas (de Rivadavia) con la Asociación que habéis permitido que se coloque vuestro nombre."

 

La Respuesta era débil, y por lo tanto imprudente. No habrían de perder una ocasión semejante dos polemistas de garra como Dorrego y Moreno que, además, tenían en su poder los Reports de Head. “Con prolijidad maligna" -dice López- escribieron y editaron un folleto de doscientas páginas, Impugnación a la Respuesta, que resultó definitivo: Son cuatro las circunstancias lamentables -dicen allí- que debiera haber disipado (la Respuesta) y no lo ha hecho. 

  • 1º) El engaño de aquellos extranjeros que han empleado mal sus capitales y ahora se creen acreedores del Estado por una suma enorme; 

  • 2º) Haber sido preparada la especulación por un hombre público del país; 

  • 3º) Enrolarse en ella, y 

  • 4º) Ser sindicado de dividir o tocar el precio de la especulación.  

La respuesta se desentiende de las tres primeras y confunde la otra: sólo se habla del “sueldo” de la presidencia conferido al señor Rivadavia, ¿pero nada se ha indicado de las 30 mil libras por los buenos oficios hechos a favor de la especulación?”. Cita la página 144 de los Reports de Head: "Se convino con los directores que se pagarían 30.000 libras por los buenos oficios hechos en favor de la especulación que, según afirmaba el señor Rivadavia en su autorización, estaba fundada en una concesión especial o poder que le otorgó el gobierno de Buenos Aires"· Dice que ésta era una acusación concreta de cohecho, que en Londres resultaba imprudente formular en falso: la ley y la jurisprudencia daban oportunidad a los acusados (Hullet y Rivadavia) para deducir un "juicio de libelo" y obtener con la condena de Head una gruesa suma como daños y perjuicios. Head era plenamente responsable moral y materialmente, y sin embargo ni Hullet ni Rivadavia creyeron prudente demandarlo: habían preferido el camino de negar y soslayar los cargos con un folleto publicado con el nombre del Teniente Bunster (posiblemente un seudónimo).

 

Pero tampoco allí levantaron el cargo concreto de las 30.000 libras: el folleto se limitaba a clamar "contra la insinuación (de Head) de haber Rivadavia pedido un bonus o suma de dinero por sus buenos oficios". No había "insinuación": Head decía concretamente que se convino en pagarse un bonus de 30.000 libras por los buenos oficios. Tampoco decía "que Rivadavia lo pidiera" -dice la Impugnación- podía "no haber pedido el regalo y tomarlo sin pedirlo". Pero lo cierto es que en los libros de la Mining figuraba ese bonus "por buenos oficios" pagados por una concesión que Rivadavia trajo a Londres. Eso en cuanto al cuarto punto. En los demás la Respuesta callaba: pero alguien había "engañado a los extranjeros" vendiéndoles el cerro Famatina sin tenerlo; alguien había escrito esas mentiras sobre el oro que fluía con la lluvia y obstruía los establos y patios de Chilecito; alguien ganaba con la especulación al vender en 125 libras acciones nominales de 100 que en realidad no valían ni el papel. Rivadavia, presidente de la compañía que aceptó el prospecto, promotor de la especulación, mandante que otorgaba poder como ministro de la provincia, mandatario a cuyo favor lo daba, que sustituye a John Hullet apenas llegado a Londres, para luego recibirlo -como Presidente de la compañía-, de John Hullet pagándole 30.000 libras de bonus, no podía eludir su responsabilidad en esas cosas. Cuando se hablaba de un hombre público del país que "preparaba la especulación", se había hablado de Bernardino Rivadavia[45].

 

No hubo réplica a la Impugnación. No podía haberla. Rivadavia y el cura apóstata Agüero esperaron la caída y apresamiento de Dorrego para desquitarse. Un desquite contundente, que en su nombre y usando sus iniciales escribió Salvador María del Carril (el ministro de hacienda de Rivadavia, y único gobernador de una provincia andina que entregó las minas a la Mining) , en breve y elocuente carta a Lavalle aplaudiendo el fusilamiento de Dorrego: "Los señores D.J.A y Don B.R. son de esta opinión y creen que lo que se ha hecho (el fusilamiento de Dorrego) no se completa si no se hace triunfar en todas partes la causa de la civilización contra el salvajismo[46] (Aún hay historiadores que no saben quiénes son Don J. A. y Don B. R. que aconsejaban a Lavalle el terrorismo civilizador).

 

Rivadavia no se repuso jamás del golpe. La mayoría de los unitarios lo abandonaría, la masonería como rezan sus principios lo dejaría en caída libre, y quedó reducido a su círculo íntimo -Julián Agüero, Salvador María del Carril, los hermanitos Varela- debió renunciar a toda participación futura en la política. Anduvo trashumante por París, la Banda Oriental, Río de Janeiro, y finalmente moriría en Cádiz en 1845 tan distanciado de sus compatriotas que había abandonado su nacionalidad de origen y pedido, en su testamento que sus restos "no fueran enterrados en Buenos Aires y menos en Montevideo"[47], porque en Montevideo, en ese momento, estaban todas las logias masónicas que trabajaban contra don Juan Manuel.

 

Cuando llegó hecho cadáver a contrapelo de lo por él dispuesto, el presidente de la nación era Avellaneda. Lo recibieron en el Puerto de las Catalinas. Hubo discursos de Avellaneda, Mitre y Sarmiento, que no tienen desperdicios y recomiendo su lectura. Pero ninguno explica por qué no se cumplió la última voluntad del muerto. Poco tiempo después llegaría en una lluviosa mañana San Martín, también como cadáver: lo recibieron y discursearon los mismos. Y en procesión lo llevaron hasta la Catedral: es decir todo lo que él expresamente había pedido que no se haga.

 

¿Fue dolosa la conducta de Rivadavia en el asunto de la Mining?

 

En 1941 José María Rosa escribía en Defensa y perdida de nuestra independencia económica:  Son tan claras las pruebas del cohecho en el asunto de las minas, tan evidentes, tan precisas, tan concordantes las presunciones de cargo; tantas las cartas comprometedoras que se escriben; tan grave que el Presidente de la República mantenga cargos ejecutivos en empresas que tratan con su gobierno y cuya concesión se denuncia negociada por dinero, que todo esto produce el paradójico efecto de eximir a Rivadavia de responsabilidad.  No; evidentemente su conducta no es la de alguien que especula con su posición política.  Un prevaricador hubiera obrado con más tino: ni presidido empresas que compran sus concesiones por un bonus, ni dejado que se le asigne un sueldo, ni nombrándose a si mismo para gestiones que pudo encomendar a un personero, ni escrito cartas tan comprometedoras como las publicadas por Hullet.  Hay en el asunto de las minas un negociado sucio, pero el negociante no debió ser un hombre público señalado por las apariencias.  Tras el debieron ocultarse sujetos hábiles en disponer las cosas para que, llegado el momento, todo acusare a Rivadavia.  Su ingenuidad debió hacerle caer en las garras de unos profesionales de la estafa bursátil, y mareado de importancia personal hizo lo que sugerían otros, firmó papeles y actas escritas por terceros y se expresó indiscretamente en cartas que nunca debieron escribirse.  Si se vendió el Famatina a unos ingenuos accionistas es porque había supuesto de buena fe que nadie se opondría en su tierra a una genialidad suya.  Debió creer tanto como los accionistas que el oro afloraba con la lluvia, y voluntariamente se constituyó en el gran responsable del asunto: fue el chivo emisario que cargó con todas las culpas ajenas ante el capitán Head, los accionistas, los síndicos de concurso y finalmente ante Dorrego, Moreno y sus compatriotas, mientras otros embolsaban el dinero ganado en la especulación.  No se sabe que el “negocio” produjera ventaja material a Rivadavia y por lo tanto hoy, a más de cien años del escándalo, podemos ponerle su estólida irresponsabilidad en el otro platillo de la simbólica balanza.  Habrá sido culpable pero culpable sin dolo por su ingenuidad, de una estafa provechosa para otros"[48].

 

En la 2ª edición (de 1954), don Rosa no se atrevió a tanto. Entre 1941 y 1954, Ricardo Piccirilli había publicado Rivadavia y su tiempo, con documentos para probar la honradez del prócer; entre ellos su testamentaría y gran parte de su epistolario personal. Hoy, gracias a Piccirilli defensor, se puede saber que Rivadavia giró en noviembre de 1825 (apenas llegado de Londres, una letra contra la Casa Hullet por 3.000 libras solicitando que imputara a "la cuenta de las l.200 libras para gastos de mi singular comisión " y el remanente "lo agregarán ustedes a mi cuenta corriente". El bueno de don Piccirilli entiende que esa operación probaría la honradez de Rivadavia, vuelto de Londres tan pobre que la altruista Casa Hullet se adelantaba a mitigar su pobreza con un "préstamo". "Las faltriqueras están vacías -dice este biógrafo - sólo se ha abierto un crédito a su honradez"[49]. Esto le pasó a Piccirilli por meterse a historiador: exhumando un documento para salvar a su defendido terminó hundiéndolo definitivamente y tapándolo con una capa de hormigón armado.

 

Que Rivadavia solicitara en noviembre de 1825 un "préstamo" de la casa de comercio inglesa, no hay duda, es una conjetura bondadosa de Piccirilli. La carta a Hullet pide que el giro sea cubierto con "las 1.200 libras para gastos de mi singular comisión", y el resto imputado a su cuenta corriente. ¿Qué gastos de comisión tendría por percibir Rivadavia de la Casa Hullet, si él ya tenía sus sueldos devengados por el estado argentino? Dada la cifra, surge la conjetura de tratarse de las 1.200 libras asignadas al Presidente de la Mining que más tarde Rivadavia negaría haber aceptado y cobrado "como sueldo". No las habría aceptado como "sueldo" sino como "gastos de comisión", y no las cobró ni como sueldo ni como gasto de comisión porque la quiebra de la compañía se produjo antes de terminar el primer ejercicio anual. Simplemente se las hizo adelantar por Hullet, porque Rivadavia sabía perfectamente que aquello era una estafa de patas muy cortas, tal cual se verificó. Entonces prefirió el pájaro en mano.

 

Que Rivadavia tuviese en la Mining una asignación de 1.200 libras como gastos de comisión o sueldo, tiene relativa importancia. La letra girada en noviembre de 1825 muestra algo más serio: que se entendía con derecho a librar a cuenta de futuras ganancias, y la Casa Hullet pagaba a la vista como si se considerase deudora de Rivadavia. Que necesitara un "préstamo para vivir" en noviembre de 1825, es otra conjetura que el mismo Piccirilli se encarga de desvirtuar con la documentación de ese mismo libro: Rivadavia fue un muerto de hambre, y terminó como hombre de sólida fortuna. Para lograr esto échasele la culpa a  la herencia, a su matrimonio, y por su trabajo personal como estos en Londres: poseía en 1832, tres casas en el centro de la ciudad, una casa-quinta de dos manzanas en el barrio de la Concepción, tierras en la Banda Oriental repletas de haciendas, acciones de la Sociedad Rural Argentina, del Banco Nacional y de otras empresas (fuera de la Mining), y títulos públicos en paquetes considerables.

 

Cuando murió era un hombre muy rico, pese a que la quiebra de la Casa Lezica le llevaría mucho dinero (entre ellas las 3 mil libras y sus intereses al 14 %). El inventario de su testamentaría, abierta en 1851 en Buenos Aires, lo presenta dueño de sus cuatro casas, con dinero y acciones depositados en Río de Janeiro, París, Montevideo y Cádiz.  Poco antes de morir se había Jactado "no deber un maravedí a nadie" en carta transcripta por Piccirilli. La nómina de sus muebles en Cádiz en 1845 (mansiones tipo palacios, carruaje de lujo con escudos de nobleza, menajería de plata, cubiertos de ébano y oro, lencería de Holanda, estatuas y una pinacoteca), no se avienen con "el pavor de la miseria", que le supone Piccirilli. Tanto, que el mismo biógrafo nos explica ese marco de bienestar como "una inopia trajeada de fortuna".

 

Al tiempo de morir, la cuenta corriente de Rivadavia en la Casa Hullet arrojaba un saldo de libras 6.381,18 (en aquel momento una fortuna por la paridad con el oro, y hoy también: convierta el lector 6.311,18 libras –más de 3.155 kg de oro-, a onzas troy que valen 28,7 g, sabiendo que en este momento cada onza se cotiza en Suiza a 625 dólares, y a esa cifra multiplíquela por 3 para llevarla a pesos moneda nacional), proveniente del giro mencionado, otros adelantos y sus intereses.  

Rivadavia debía considerarse un deudor tan especial de Hullet que en veinte años no encontró ocasión de pagar esas libras poseyendo medios sobrados para hacerlo; tampoco la Casa Hullet hizo ningún trámite para cobrarse. Hasta que iniciado el juicio testamentario en Buenos Aires en 1851, un representante de Hullet demandó el saldo de cuenta corriente más sus intereses desde 1825. Posiblemente la dirección de la Casa había pasado a otras manos y no estaba al tanto de los chanchullos, y se ignoraba el origen de ese asiento. Los herederos de Rivadavia se encargaron de recordarlo. Negaron que fuera un crédito. En la naturaleza de las libras adelantadas a Rivadavia por Hullet se centró un pleito. Ganaron los herederos: no era un "crédito", era otra cosa[50]. Pero, ¿y el poncho? ¡Ah, no! El poncho no aparece.

FINAL DEL CAPITULO VI

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Bibliografía, notas y comentarios  
  • [38] V. F. López, Tomo X, pág. 276. La confidencia fue hecha en 1840.  

  • [39] "El remedio está en elevarse a la altura de las calamidades para conjurarlas -explica en esta carta Rivadavia a Hullet el sacrificio que hacía por la Mining al aceptar la futura Presidencia de la República - . Grave ha de ser el peso de la responsabilidad que ha de caer sobre quien se encuentra obligado a tomar sobre si el peso de tan inmenso mandato (…) tan pronto que sea nombrado procederé a procurar la sanción de la ley para el contrato de la compañía" (de Reports de Head).  

  • [40] Idem. 

  • [41] "Ya he entregado -informa a Londres en esa fecha- al señor Agente todo lo relativo a la compañía minera. Ustedes pueden por lo demás, estar seguros de que yo he de protegerla” (Head, Reports, etc.).  

  • [42] Palabras del cura apóstata Julián de Agüero, ministro de Gobierno de Rivadavia (V. F. López, Historia, IX, 292). Agüero es otro de los asesinos del Coronel Dorrego.

  • [43]  El Tribuno, del 23 de junio de1827.  

  • [44] La Circular y el Mensaje están reproducidos en la Respuesta al Mensaje de gobierno de 14 de septiembre de 1827, Buenos Aires, 1827.  

  • [45] Impugnación a la respuesta dada al Mensaje de gobierno, Buenos Aires, 1827.  

  • [46] Reproducido, entre otros, por A. J. Carranza, El general Lavalle ante la justicia póstuma, pág. 51.   

  • [47] Del testamento otorgado en Cádiz (reproducido por Piccirilli, Tomo II, pág. 481).  

  • [48] J. M. Rosa, Defensa y pérdida de nuestra independencia económica. 

  • [49] Piccirilli, Tomo II, pág. 481. 

  • [50]  "Lumb Eduardo, en representación de los señores Hullet Hermanos, c/Rivadavia, don Bernardino, su testamentaría", año 1851 (Arch. de Tribunales, Buenos Aires, N° 7.801).