La
"Mining" y el sistema unitario de gobierno
Nadie
pensaba en 1825 en un régimen político de unidad: la dura
experiencia del año 20 y el pronunciamiento unánime del país,
tornaban ilusorio el regreso al centralismo directorial. No había
hablado de "unitarismo" el Deán Zavaleta al invitar en
1823 a las provincias a formar un Congreso "para recuperar la
provincia Oriental"; no había sido centralista -lejos de ello-
el espíritu del Congreso en su primer año de actuación. Los
viejos directoriales preferían en 1825 llamarse partido
"de las luces" o de "los principios" para
distinguirse de los caudillos y sus montoneras y hubiera considerado
impolítico calificarse de unitarios frente a la realidad
federal del país. Aspiraban a conducir el gobierno a título de
clase naturalmente dirigente e ilustrada, pero sin romper con los
caudillos provinciales que tan propicios y pacíficos se mostraban
ahora.
Con
habilidad Las Heras había preparado el frente unido de toda la
Argentina. La reunión del Congreso Nacional en noviembre de 1824,
la Ley Fundamental de enero de 1825 y la excelente amistad entre
porteños y provincianos, constituían su obra de patriota y hombre
de buen sentido. En agosto al pronunciarse el Congreso Oriental de
la Florida por la reincorporación de su provincia a la Argentina,
Las Heras pudo imponer su aceptación al Congreso y afrontar su
natural consecuencia que era la guerra contra Brasil. El gobernador
de Buenos Aires y Encargado del Ejecutivo Nacional estaba en
condiciones -poseía unidad nacional, paz interna, reunía un fuerte
y veterano ejército y tenía disponible el dinero del empréstito
para empezar y ganar la guerra contra Brasil. También anduvo activa
su diplomacia, y las misiones ante Bolívar y Estados Unidos le
dieron esperanzas sugerentes. Con razón pudo decir muchos años más
tarde a Vicente Fidel López en Chile: "Si no me hubiesen
intrigado, yo hubiera reunido 20 mil hombres, porque todos los
caudillos incluso Bustos, tenían confianza en mi palabra; y a la
cabeza de ese ejército, no digo en Río Grande, sino en Río de
Janeiro habría puesto yo en amargos aprietos a los
portugueses" [38].
En
marzo (de 1825) el tino de Las Heras había evitado un torpe
rompimiento de la mayoría del Congreso con Bustos, gobernador de Córdoba.
Todo siguió en orden hasta el 16 de octubre en que Rivadavia
regresa de Londres. Desde entonces quedó convenida por el partido
de las luces la caída de Las Heras y su reemplazo por
Rivadavia. El 21 de noviembre, con el pretexto de arrimar "más
luces" para votar una mejor constitución, el grupo que ya
empezaba a llamarse unitario (Agüero, Vélez Sársfield,
Manuel Antonio de Castro, Valentín Gómez, Manuel Bonifacio
Gallardo), consigue aprobar en el Congreso una ley doblando la
representación: esperaban acumular más doctores para reducir a la
impotencia la diputación que seguía fiel a Las Heras (Gorriti,
Passo, el deán Funes).
Cuatro
días después - el 25 de noviembre - Lamadid da un inesperado golpe
militar en Tucumán apoderándose del gobierno provincial con la
recluta facilitada por la provincia para remontar el ejército
nacional. Las Heras clama contra la agresión de un jefe de tropas
nacionales contra las autoridades de una provincia, que desataba la
guerra civil en los mismos momentos de desencadenarse la guerra
internacional. Pero el Congreso deja dormir el problema, porque si
la masonería trabaja en Tucumán, también lo hace en Buenos Aires.
Las demás provincias se retraen a dar contingentes a los jefes
nacionales, temerosas de correr la suerte de Tucumán.
Mientras tanto Rivadavia, que según López "había removido
los elementos inquietos que bullían en el Congreso",
escribe a Hullet el 27 de enero de 1826: "Ya no puedo
demorar por más tiempo la instalación del gobierno nacional (…)
tan pronto que sea nombrado procederé a procurar la sanción de
la ley para el contrato de la compañía"[39].
Ante
las exigencias de Las Heras la guerra con el Brasil había sido
declarada por Pedro I en diciembre. El Congreso resuelve la cuestión
entre Las Heras y Lamadrid, separando al primero y afirmando al
segundo. En reemplazo de Las Heras, Rivadavia es elegido el 6 de
febrero (diez días después de anunciárselo a Hullet) Presidente
Permanente de la Republica. Su primera medida es reforzar a
Lamadrid con dinero de la Tesorería Nacional a fin de que formase
el ejército Presidencial del interior encargado de batir a
Facundo Quiroga y apoderarse del Famatina. Contemporáneamente hace
votar al Congreso la ley de Consolidación de la Deuda (febrero
15) que declara propiedades nacionales las minas de todas las
provincias. Alborozado escribe a Hullet el 14 de marzo después de
reglamentar la ley: "Las minas son ya, por ley, de propiedad
nacional y están exclusivamente bajo la administración del
Presidente de la República”[40].
Toda
la política de la presidencia de Rivadavia parece girar alrededor
del Famatina, no obstante la preocupación de la guerra con Brasil.
La ley de Banco Nacional había quitado a La Rioja (contra la Ley
Fundamental) la facultad de acuñar metálico, y dejado por lo tanto
sin efecto la concesión de la Casa de Moneda. El 27 de junio
ha dado ingerencia en el Famatina a la Mining[41]:
habría triunfado aparentemente, en la letra de los textos legales,
la Mining sobre la Casa de Moneda en la concesión del
Famatina. Pero desdichadamente el triunfo no pudo coronarse en los
hechos. Facundo Quiroga en defensa de su cerro levanta las milicias
riojanas y derrota a Lamadrid, El
general Vidalita, en el Tala el 27 de octubre de 1826. Lleno de
impulso "unitario" y de fondos de la Tesorería Nacional,
Lamadrid refuerza sus tropas con los colombianos mercenarios
de López Matute y quiere arrojarse nuevamente contra el Famatina
para sufrir otra terminante derrota en el Rincón el 6 de
abril de 1827, a manos de Quiroga.
Mientras
presidenciales y federales se acosan cerca del cerro, el
Congreso, inducido por el presidente discute en luminosos debates
una "constitución que
traerá la paz y la felicidad de los argentinos".
Naturalmente una constitución donde no votarán los jornaleros ni
ninguna clase asalariada, y el subsuelo sería administrado por el
gobierno nacional. No interrumpen las citas de Daounou, los cañonazos
del almirante Brown que defiende Los Pozos con cuatro
barquichuelos. En diciembre la constitución es sancionada y enviada
a los gobiernos provinciales con comisionados destinados a
convencerlos; ya la mayoría de las provincias (inclusive la unitaria
Corrientes) han desconocido al Congreso y pedido que se retiren
patrióticamente el Presidente y los diputados. Los últimos
gobernadores presidenciales (Lamadrìd de Tucumán y Arenales
de Salta), pierden sus gobiernos: éste por la revolución de los
Gorriti de febrero (de 1827), y aquel después de su derrota del Rincón
en abril. Hacia el mes de mayo Rivadavia no ejerce autoridad más
allá de Buenos Aires, y al Congreso nadie obedece. Intentará
entonces, inducido por Lord Ponsonby, la paz con Brasil para traer
el ejército exterior y "hacer la unidad a palos"[42].
El
"crack"
londinense de 1825-26
Al
tiempo que Rivadavia lleno de impulso minero tomaba la Presidencia
permanente de la Argentina aún sin haberse dictado la constitución,
y asumía la jurisdicción teórica de las minas provinciales,
llegaban a Buenos Aires noticias desalentadoras de Londres. El globo
hinchado por los artífices de las "maravillosas
riquezas del Nuevo Mundo", recua infame de estafadores,
empezaba a desinflarse: a poco de irse Rivadavia, en octubre (de
1825) las acciones de las compañías sudamericanas bajaron de modo
alarmante y cinco bancos que especulaban con ellas se vieron
obligados a cerrar sus puertas. Rivadavia y Hullet (¿o Rivadavia
solo?), atribuyen la caída de los títulos de la Mining a
los malos informes del capitán Head. Hullet cree necesario, en
defensa de la Association,
publicar indiscretamente en un folleto las alentadoras, pero también
comprometedoras, cartas de Rivadavia que distribuye en los medios
bursátiles dando seguridades de que el Famatina sería de la Mining.
No por eso se detuvo el "crack": en noviembre la caída de
los papeles sudamericanos arrastra a toda la Bolsa. Sigue el pánico:
entre diciembre de 1826 y enero de 1827, setenta bancos cierran, las
empresas del Nuevo Mundo cesan en sus pagos y piden la quiebra.
Entre ellas la Mining. La liquidación será tremenda: la Real
del Monte que gastara un millón de libras en instalarse, vende
todas sus existencias en 27.000. Como la Mining carecía de
pertenencias, pues Head "previendo el desastre" había
enajenado las maquinarias traídas al Ríos de la Plata, su único
haber era la cuenta por el traslado de ingenieros y obreros al
Plata. En total 52.520 libras. Esta es parte de las consecuencias de
las andanzas europeas del mulato cuarterón.
En
Londres, Head informa a los síndicos. Edita los informes en 1827:
“Reports relating to the failure of the Rio Plata Mining
Association”, formed under the authority signed by His Excelency
Don Bernardino Rivadavia
("Informes sobre la quiebra de la Rio Plata Mining
Association, constituida bajo la autoridad otorgada por Su
Excelencia Don Bernardino Rivadavia"). Llegan ejemplares a lord
Ponsonby en Buenos Aires; corren los días tumultuosos del tratado
García, y Rivadavia trataba desesperadamente de afianzarse en un
gobierno imposible: inesperadamente había dado un vuelco
nacionalista y acusado a Inglaterra de ser la causante del tratado
García. El mismo día, de manera no aclarada, un ejemplar de los Reports
de Head llega a la mesa del Tribuno de Dorrego, órgano de
oposición. El 23 de junio inicia éste la publicación que causa un
asombro general pues todos - y su círculo político en primer lugar
- creían que la obstinación centralista del presidente de la República
era fruto exclusivo de sus convicciones políticas. Se canta en las
calles una intencionada cuarteta:
Dicen
que el móvil más grande
de
establecer la unidad,
es
que repare su quiebra
de
Minas, la Sociedad
[43].
El
26 el Tribuno publica las comprometedoras cartas de Rivadavia a
Hullet (que Head había tomado de la "defensa" de estos).
Al día siguiente renuncia Rivadavia con una frase histórica: "He
dado días de gloria a la Patria". Que fue el primero en
decirla pero no el último: luego vendría una pléyade de
repetidores de esta monserga hasta el día de hoy.
La
"Circular", el "Mensaje", la
"Respuesta" y la "Impugnación a la Respuesta"
El
5 de julio se hace cargo de la presidencia Vicente López y Planes,
hombre de la masonería según su propio hijo. Un piadoso silencio
cubre a Rivadavia y la Mining, pues López y su ministro
Anchorena tenían obligaciones más urgentes y útiles que ocuparse
de desentrañar el negociado de la concesión minera. Sube luego
Dorrego al gobierno de la restablecida provincia de Buenos Aires. En
una circular de 20 de agosto el gobierno habla de "la
desaparición del espíritu público, el entronizamiento del espíritu
de especulación y esa vergonzosa codicia que se había hecho el
alma de las transacciones públicas”. En un mensaje del 14 de
septiembre remite a la Junta de Representantes la demanda de los síndicos
por 52.520 libras por gastos de los mineros contra la Provincia de
Buenos Aires en cuyo nombre, y con su poder, se había formado la
compañía. Dicen Dorrego y su ministro Manuel Moreno: "El
gobierno se encuentra con un recurso de la expresada compañía (la
Mining) recibido por el último paquete, en donde reclama
a la provincia los gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos
extranjeros y la conducta escandalosa de un hombre público del país
que prepara esta especulación, se enrola en ella, y es tildado de
dividir su precio nos causa un amargo pesar, mas pérdidas que
reparar nuestro crédito"[44].
Rivadavia,
que apenas sale de su quinta del barrio de la Concepción y que no
ha sufrido molestias del gobierno, guarda un olímpico silencio que
le ha impuesto la Logia. Pero
alguien debía contestar en su nombre y a poco sale a luz una anónima
respuesta al Mensaje, que Valentín Alsina afirma fue escrita
por Agüero, y otros atribuyen a Juan Cruz Varela o a Salvador María
del Carril. Lo indudable es que el autor o los autores debieron
trabajarla con Rivadavia. Contesta a la Circular y al Mensaje
que califica de "frases patéticas y declaraciones
vagas"; afirma que Rivadavia recibió con la Presidencia "una
herencia de penurias, sin colegios, con la Universidad existente
solo de nombre, con el Registro Estadístico abandonado, la Academia
de Medicina en un edificio inadecuado, oscurecido y deteriorado el
instrumental de física y química", y a todo había
previsto “Con Celo y honestidad" y sin "espíritu
de especulación ni vergonzosa codicia" ("¿Cómo
podrían conciliar con el [el espíritu codicia] -afirma como
axioma- los que están
acostumbrados a aborrecerlo y despreciarlo?").
Después
de varias páginas en ese tono, la Respuesta llega a los
cargos positivos sobre el negocio de minas: acepta que en los libros
de la Mining figure Rivadavia con un sueldo de 1.200 libras
como presidente de la compañía, "pero nunca tuvo
intenciones de cobrarlo". Se remite al folleto de un Teniente
Bunster editado en Londres por la Casa Hullet en respuesta a los
Reports de Head: allí se decía "que el señor
Rivadavia aceptó la presidencia de la compañía con la condición
expresa que sería honoraria", no obstante la asignación
de un sueldo se deslizó por error en la contabilidad de la empresa;
y lo probaba con una carta del Directorio a Rivadavia datada el 13
de enero de 1825 "deplorando la restricción que tan
perentoriamente imponéis a un deseo de manifestaros de un modo mas
positivo cuanto aprecian (los
directores) el valor y la importancia de vuestras relaciones
inmediatas (de Rivadavia) con la Asociación que habéis
permitido que se coloque vuestro nombre."
La
Respuesta era débil, y por lo tanto imprudente. No habrían
de perder una ocasión semejante dos polemistas de garra como
Dorrego y Moreno que, además, tenían en su poder los Reports
de Head. “Con prolijidad maligna" -dice López-
escribieron y editaron un folleto de doscientas páginas, Impugnación
a la Respuesta, que resultó definitivo: Son cuatro las
circunstancias lamentables -dicen allí- que debiera haber disipado
(la Respuesta) y no lo ha hecho.
-
1º)
El engaño de aquellos extranjeros que han empleado mal sus
capitales y ahora se creen acreedores del Estado por una suma
enorme;
-
2º)
Haber sido preparada la especulación por un hombre público del
país;
-
3º)
Enrolarse en ella, y
-
4º)
Ser sindicado de dividir o tocar el precio de la especulación.
La
respuesta se desentiende de las tres primeras y confunde la otra: sólo
se habla del “sueldo” de la presidencia conferido al señor
Rivadavia, ¿pero nada se ha indicado de las 30 mil libras por los
buenos oficios hechos a favor de la especulación?”. Cita la página
144 de los Reports de Head: "Se
convino con los directores que se pagarían 30.000 libras por los
buenos oficios hechos en favor de la especulación que, según
afirmaba el señor Rivadavia en su autorización, estaba fundada en
una concesión especial o poder que le otorgó el gobierno de Buenos
Aires"· Dice que ésta era una acusación concreta de
cohecho, que en Londres resultaba imprudente formular en falso: la
ley y la jurisprudencia daban oportunidad a los acusados (Hullet y
Rivadavia) para deducir un "juicio de libelo" y obtener
con la condena de Head una gruesa suma como daños y perjuicios.
Head era plenamente responsable moral y materialmente, y sin embargo
ni Hullet ni Rivadavia creyeron prudente demandarlo: habían
preferido el camino de negar y soslayar los cargos con un folleto
publicado con el nombre del Teniente Bunster (posiblemente un seudónimo).
Pero
tampoco allí levantaron el cargo concreto de las 30.000 libras: el
folleto se limitaba a clamar "contra
la insinuación (de Head) de
haber Rivadavia pedido un bonus o suma de dinero por sus buenos
oficios". No había "insinuación":
Head decía concretamente que se convino en pagarse un bonus de
30.000 libras por los buenos oficios. Tampoco decía "que
Rivadavia lo pidiera" -dice la Impugnación- podía "no
haber pedido el regalo y tomarlo sin pedirlo". Pero lo
cierto es que en los libros de la Mining
figuraba ese bonus "por
buenos oficios" pagados por una concesión que Rivadavia
trajo a Londres. Eso en cuanto al cuarto punto. En los demás la Respuesta
callaba: pero alguien había "engañado
a los extranjeros" vendiéndoles el cerro Famatina sin
tenerlo; alguien había escrito esas mentiras sobre el oro que fluía
con la lluvia y obstruía los establos y patios de Chilecito;
alguien ganaba con la especulación al vender en 125 libras acciones
nominales de 100 que en realidad no valían ni el papel. Rivadavia,
presidente de la compañía que aceptó el prospecto, promotor de la
especulación, mandante que otorgaba poder como ministro de la
provincia, mandatario a cuyo favor lo daba, que sustituye a John
Hullet apenas llegado a Londres, para luego recibirlo -como
Presidente de la compañía-, de John Hullet pagándole 30.000
libras de bonus, no podía eludir su responsabilidad en esas cosas.
Cuando se hablaba de un hombre público del país que "preparaba
la especulación", se había hablado de Bernardino
Rivadavia[45].
No
hubo réplica a la Impugnación. No podía haberla. Rivadavia y el
cura apóstata Agüero esperaron la caída y apresamiento de Dorrego
para desquitarse. Un desquite contundente, que en su nombre y usando
sus iniciales escribió Salvador María del Carril (el ministro de
hacienda de Rivadavia, y único gobernador de una provincia andina
que entregó las minas a la Mining) , en breve y elocuente carta a
Lavalle aplaudiendo el fusilamiento de Dorrego: "Los
señores D.J.A y Don B.R. son de esta opinión y creen que lo que se
ha hecho (el fusilamiento de Dorrego) no
se completa si no se hace triunfar en todas partes la causa de la
civilización contra el salvajismo”[46]
(Aún hay
historiadores que no saben quiénes son Don J. A. y Don B. R. que
aconsejaban a Lavalle el terrorismo civilizador).
Rivadavia
no se repuso jamás del golpe. La mayoría de los unitarios lo
abandonaría, la masonería como rezan sus principios lo dejaría en
caída libre, y quedó reducido a su círculo íntimo -Julián Agüero,
Salvador María del Carril, los hermanitos Varela- debió renunciar
a toda participación futura en la política. Anduvo trashumante por
París, la Banda Oriental, Río de Janeiro, y finalmente moriría en
Cádiz en 1845 tan distanciado de sus compatriotas que había
abandonado su nacionalidad de origen y pedido, en su testamento que
sus restos "no fueran
enterrados en Buenos Aires y menos en Montevideo"[47],
porque en Montevideo, en ese momento, estaban todas las logias masónicas
que trabajaban contra don Juan Manuel.
Cuando
llegó hecho cadáver a contrapelo de lo por él dispuesto, el
presidente de la nación era Avellaneda. Lo recibieron en el Puerto
de las Catalinas. Hubo discursos de Avellaneda, Mitre y Sarmiento,
que no tienen desperdicios y recomiendo su lectura. Pero ninguno
explica por qué no se cumplió la última voluntad del muerto. Poco
tiempo después llegaría en una lluviosa mañana San Martín, también
como cadáver: lo recibieron y discursearon los mismos. Y en procesión
lo llevaron hasta la Catedral: es decir todo lo que él expresamente
había pedido que no se haga.
¿Fue
dolosa la conducta de Rivadavia en el asunto de la Mining?
En
1941 José María Rosa escribía en Defensa
y perdida de nuestra independencia económica:
“Son tan claras las pruebas del cohecho en el asunto de
las minas, tan evidentes, tan precisas, tan concordantes las
presunciones de cargo; tantas las cartas comprometedoras que se
escriben; tan grave que el Presidente de la República mantenga
cargos ejecutivos en empresas que tratan con su gobierno y cuya
concesión se denuncia negociada por dinero, que todo esto produce
el paradójico efecto de eximir a Rivadavia de responsabilidad.
No; evidentemente su conducta no es la de alguien que
especula con su posición política.
Un prevaricador hubiera obrado con más tino: ni presidido
empresas que compran sus concesiones por un bonus, ni dejado que se
le asigne un sueldo, ni nombrándose a si mismo para gestiones que
pudo encomendar a un personero, ni escrito cartas tan
comprometedoras como las publicadas por Hullet.
Hay en el asunto de las minas un negociado sucio, pero el
negociante no debió ser un hombre público señalado por las
apariencias. Tras el
debieron ocultarse sujetos hábiles en disponer las cosas para que,
llegado el momento, todo acusare a Rivadavia.
Su ingenuidad debió hacerle caer en las garras de unos
profesionales de la estafa bursátil, y mareado de importancia
personal hizo lo que sugerían otros, firmó papeles y actas
escritas por terceros y se expresó indiscretamente en cartas que
nunca debieron escribirse. Si
se vendió el Famatina a unos ingenuos accionistas es porque había
supuesto de buena fe que nadie se opondría en su tierra a una
genialidad suya. Debió
creer tanto como los accionistas que el oro afloraba con la lluvia,
y voluntariamente se constituyó en el gran responsable del asunto:
fue el chivo emisario que cargó con todas las culpas ajenas
ante el capitán Head, los accionistas, los síndicos de concurso y
finalmente ante Dorrego, Moreno y sus compatriotas, mientras otros
embolsaban el dinero ganado en la especulación.
No se sabe que el “negocio” produjera ventaja material a
Rivadavia y por lo tanto hoy, a más de cien años del escándalo,
podemos ponerle su estólida irresponsabilidad en el otro platillo
de la simbólica balanza. Habrá
sido culpable pero culpable sin dolo por su ingenuidad, de una
estafa provechosa para otros"[48].
En
la 2ª edición (de 1954), don Rosa no se atrevió a tanto. Entre
1941 y 1954, Ricardo Piccirilli había publicado Rivadavia y su
tiempo, con documentos para probar la honradez del prócer;
entre ellos su testamentaría y gran parte de su epistolario
personal. Hoy, gracias a Piccirilli defensor, se puede saber que
Rivadavia giró en noviembre de 1825 (apenas llegado de Londres, una
letra contra la Casa Hullet por 3.000 libras solicitando que
imputara a "la cuenta de las l.200 libras para gastos de mi
singular comisión " y el remanente "lo agregarán
ustedes a mi cuenta corriente". El bueno de don Piccirilli
entiende que esa operación probaría la honradez de Rivadavia,
vuelto de Londres tan pobre que la altruista Casa Hullet se
adelantaba a mitigar su pobreza con un "préstamo". "Las
faltriqueras están vacías -dice este biógrafo - sólo se
ha abierto un crédito a su honradez"[49]. Esto le pasó a
Piccirilli por meterse a historiador: exhumando un documento para
salvar a su defendido terminó hundiéndolo definitivamente y tapándolo
con una capa de hormigón armado.
Que
Rivadavia solicitara en noviembre de 1825 un "préstamo"
de la casa de comercio inglesa, no hay duda, es una conjetura
bondadosa de Piccirilli. La carta a Hullet pide que el giro sea
cubierto con "las 1.200 libras para gastos de mi singular
comisión", y el resto imputado a su cuenta corriente. ¿Qué
gastos de comisión tendría por percibir Rivadavia de la
Casa Hullet, si él ya tenía sus sueldos devengados por el estado
argentino? Dada la cifra, surge la conjetura de tratarse de las
1.200 libras asignadas al Presidente de la Mining que más
tarde Rivadavia negaría haber aceptado y cobrado "como
sueldo". No las habría aceptado como "sueldo" sino
como "gastos de comisión", y no las cobró ni como sueldo
ni como gasto de comisión porque la quiebra de la compañía
se produjo antes de terminar el primer ejercicio anual. Simplemente
se las hizo adelantar por Hullet, porque Rivadavia sabía
perfectamente que aquello era una estafa de patas muy cortas, tal
cual se verificó. Entonces prefirió el pájaro en mano.
Que
Rivadavia tuviese en la Mining una asignación de 1.200
libras como gastos de comisión o sueldo, tiene relativa
importancia. La letra girada en noviembre de 1825 muestra algo más
serio: que se entendía con derecho a librar a cuenta de futuras
ganancias, y la Casa Hullet pagaba a la vista como si se considerase
deudora de Rivadavia. Que necesitara un "préstamo para
vivir" en noviembre de 1825, es otra conjetura que el mismo
Piccirilli se encarga de desvirtuar con la documentación de ese
mismo libro: Rivadavia fue un muerto de hambre, y terminó como
hombre de sólida fortuna. Para lograr esto échasele la culpa a
la herencia, a su matrimonio, y por su trabajo personal como
estos en Londres: poseía en 1832, tres casas en el centro de la
ciudad, una casa-quinta de dos manzanas en el barrio de la Concepción,
tierras en la Banda Oriental repletas de haciendas, acciones de la Sociedad
Rural Argentina, del Banco Nacional y de otras empresas
(fuera de la Mining), y títulos públicos en paquetes
considerables.
Cuando
murió era un hombre muy rico, pese a que la quiebra de la Casa
Lezica le llevaría mucho dinero (entre ellas las 3 mil libras y sus
intereses al 14 %). El inventario de su testamentaría, abierta en
1851 en Buenos Aires, lo presenta dueño de sus cuatro casas, con
dinero y acciones depositados en Río de Janeiro, París, Montevideo
y Cádiz. Poco antes de
morir se había Jactado "no deber un maravedí a nadie"
en carta transcripta por Piccirilli. La nómina de sus muebles en Cádiz
en 1845 (mansiones tipo palacios, carruaje de lujo con escudos de
nobleza, menajería de plata, cubiertos de ébano y oro, lencería
de Holanda, estatuas y una pinacoteca), no se avienen con "el
pavor de la miseria", que le supone Piccirilli. Tanto, que
el mismo biógrafo nos explica ese marco de bienestar como "una
inopia trajeada de fortuna".
Al
tiempo de morir, la cuenta corriente de Rivadavia en la Casa Hullet
arrojaba un saldo de libras 6.381,18 (en aquel momento una fortuna
por la paridad con el oro, y hoy también: convierta el lector
6.311,18 libras –más de 3.155 kg de oro-, a onzas troy que valen
28,7 g, sabiendo que en este momento cada onza se cotiza en Suiza a
625 dólares, y a esa cifra multiplíquela por 3 para llevarla a
pesos moneda nacional), proveniente del giro mencionado, otros
adelantos y sus intereses.
Rivadavia
debía considerarse un deudor tan especial de Hullet que en veinte años
no encontró ocasión de pagar esas libras poseyendo medios sobrados
para hacerlo; tampoco la Casa Hullet hizo ningún trámite para
cobrarse. Hasta que iniciado el juicio testamentario en Buenos Aires
en 1851, un representante de Hullet demandó el saldo de cuenta
corriente más sus intereses desde 1825. Posiblemente la dirección
de la Casa había pasado a otras manos y no estaba al tanto de los
chanchullos, y se ignoraba el origen de ese asiento. Los herederos
de Rivadavia se encargaron de recordarlo. Negaron que fuera un crédito.
En la naturaleza de las libras adelantadas a Rivadavia por Hullet se
centró un pleito. Ganaron los herederos: no era un "crédito",
era otra cosa[50]. Pero, ¿y el poncho? ¡Ah, no! El poncho
no aparece.
FINAL
DEL CAPITULO VI
a
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