La
mentira oficial, abocada a glorificar a los guerrilleros marxistas que le
declararon
la Guerra
Revolucionaria
a
la Argentina
, con el apoyo internacional de varios Estados Terroristas, desde el Cubano
hasta el Soviético, ha recibido este Martes Santo de 2006 una nueva bendición
del Cardenal Bergoglio.
El
Martes Santo, para que la profanación sea completa. Cuando el centro de toda
contemplación y de toda conducta cristiana, no debería ser otro sino el
misterio de la inminente Resurrección, el Cardenal y los suyos elogian y
celebran a quienes se alistaron con el ateísmo.
Fue
en San Patricio, más que parroquia
–como la de
la Santa
Cruz
, como tantas otras- verdadero museo de la propaganda anticatólica y antro de
agitación irreligiosa.
Angelelli, Mujica, las
monjas francesas o los palotinos, integrantes todos de la nómina de “mártires”
que el Cardenal considera beatificables sino canonizables, eran activos
militantes de las bandas comunistas, traidores consumados a Cristo y a
la Iglesia.
Compañeros
de ruta, socios y cómplices de los innúmeros crímenes cometidos por los
rojos. Ellos mismos lo han testimoniado con desparpajo y abundancia de
pruebas. Esta es la verdad, se busquen para encubrirla los eufemismos que se
busquen.
Sin embargo, para tales apóstatas
abundan los homenajes “litúrgicos”, los servicios inter-religiosos, las
“misas” ecuménicas, las trágicas parodias rituales de un sincretismo
atroz, en el que convergen judíos, masones, herejes y vulgares patanes.
Para el asesino Taiana, el
Cardenal y sus acólitos tiene pronta la preocupación por sus padecimientos
en tiempos de la “dictadura”. Para sus víctimas inocentes, el mutismo y
el olvido. Para el protervo Telerman, las visitas de cortesía y los recíprocos
augurios. Para quienes padecen su
gestión, desde los tiempos de Ibarra, edificada en
el apoyo a la cultura de la muerte, la contranatura y la blasfemia, no hay
pastorales tan caritativas.
La tenida de San Patricio
fue una fiesta de la nueva y ficta historia oficial.
La Iglesia
deja de ser así “la basura” identificable con “la dictadura”, poniéndose
del lado de los marxistas, y llorando con ellos los comunes muertos de una
guerra subversiva que supieron librar codo a codo.
El miserable de Kirchner
bien lo sabe. Por eso asiste a estas funciones de “su” iglesia católica,
como asistió ayer a los sacrilegios del sodomita Maccarone, o a la toma de
posesión de Romanín o a los despliegues patochescos del padre Pocho
Brizuela.
La Iglesia
Clandestina
es ahora, para Kirchner, su nueva madre y maestra. Y ella, como una barca
invertida y maldita, lo recibe en su seno, le da la mano y lo acoge con
holgura.
Pero en la patria hubo católicos
a quienes, por odio a
la Fe
, mató arteramente la guerrilla marxista. La misma a la que sirvieron los
palotinos, las monjas francesas, Angelelli y Mujica.
Católicos
cabales, asesinados por ser testigos valientes de
la Cruz. Católicos
como Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Católicos como tantos
humildes soldados o policías, abatidos a mansalva, sin tiempo a veces para
musitar una oración. Católicos como los guerreros de Tucumán, que portaban
escapularios en sus pechos y ataban el rosario al caño del fusil. ¿Qué misa
celebró públicamente por ellos, Cardenal Bergoglio? ¿Qué llanto por sus
memorias, qué consuelo para sus deudos, que confortación para sus
familiares, qué homenaje en el altar para sus conductas de combatientes de
Dios y de
la Patria
? ¿Qué secreta lista de mártires integran para que ninguno de sus
nombres egregios resuenen entre los muros de San Patricio?
Al final era cierto. Existe el Evangelio de Judas. Pero no es
un apócrifo de la secta cainista. Es una triste realidad de
la Jerarquía
nativa.
Caídos en la guerra justa
contra el marxismo: primero por sus almas elevaremos esta Semana
Santa nuestras más encendidas plegarias. Y no habrá heresiarca ni gobernante
crapuloso que puedan impedir que lleguen, piadosas e invictas, ante el
Dios de los Ejércitos.
Caídos en la guerra justa contra el marxismo: a la diestra del Padre,
donde no llegan las felonías del clero ni las crueldades de los
resentidos, descansen en paz.
Antonio Caponnetto
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