Buenos Aires, 8 de febrero de 1999.
Sra. Estela de
Carlotto:
He visto y
escuchado la entrevista que le hizo por canal A (el viernes 5 del
corriente a las 22) el senador nacional Pacho O'Donell. Este
funcionario es un distinguido intelectual, autor de un libro
famoso, "La seducción de la hija del portero". Creo, señora, que
si entrevistada y entrevistador no incurrieron en apología del
delito fue porque pegaron en el poste.
En el curso
de sus fluidas declaraciones deslizó usted que algunos de los
miembros de la Triple A se quedaron con " chicos robados". El dato
ha de resultar importante para el juez Bagnasco, quien, al cabo de
las reflexiones a que se entregó en Tahití en dulce compañía,
resolvió estudiar la metodología empleada para resolver el
problema planteado por los hijos de las guerrilleras muertas en
combate. Tal vez el juez Bagnasco comience a investigar el período
previo al régimen militar, es decir, el del gobierno de Isabel
Perón. Pero lo que usted dejó bien en claro y con términos
explícitos es que su hija muerta por las Fuerzas de la República
militaba en el aparato informativo del Ejército Montonero. Era,
por lo tanto, miembro de una asociación ilícita, autora de
asesinatos y atentados con explosivos. Directa o indirectamente,
su hija era, pues, culpable de que muchas personas perdieran a sus
hijos como usted la perdió a ella. La niña -según usted explicó-
quería cambiar el orden establecido para que ya no hubiera
necesitados. De la nobleza de sus intenciones juzgará el Señor,
pero era una combatiente que había elegido la metodología de la
violencia. Sus padres olvidaron recordarle que quien a hierro
mata, a hierro muere.
Usted y su
anfitrión pusieron mucho esmero en resaltar las características
brutales de la que llaman represión ilegal. Ponerse a discutir si
ustedes los montoneros fueron más o menos crueles que las fuerzas
de la República es tan vano como debatir si los unitarios fueron
más sanguinarios que los federales, o los republicanos españoles
de Negrín y de Largo Caballero, peores que los nacionales de
Franco y de Molas.
La guerra tiene su
propia dinámica y su propia ética. La dinámica y la ética de la
guerra planteada por las formaciones especiales fueron impuestas
por esas mismas formaciones cuando mataron al matrimonio Gay
delante de sus hijos y fusilaron al periodista Kraiselburd y al
coronel Ibarzábal, a quien tenían preso en un armario. Su hija,
directa o indirectamente, fue culpable de esas aberraciones.
Aunque usted no quiera admitirlo, es así.
No quedó claro de
sus declaraciones lo del embarazo de su hija, del que se enteró
después de que ella muriera. Un embarazo dura por lo general nueve
meses. A menos que la niña hubiera sido embarazada en la cárcel,
¿cómo fue posible ignorar algo tan importante referente a su hija?
¿O es que fue embarazada en la clandestinidad?. En ese caso,
habría concebido a un niño al que sabia -pues siguió militando-
que expondría a graves riesgos.
No es grato
conjeturar sobre estas cosas, pero el tema lo planteo usted -me lo
planteó usted, pues yo era uno de los millares de teleespectadores
que escuchan al doctor 0'Donell. Yo fui destinatario de su
mensaje. Yo presté a usted mis orejas y mis ojos gastados por la
ancianidad para tratar de comprender sus razones. Merezco, me
parece, una explicación sobre la paternidad de la criatura, a
quien usted busca con admirable coraje, para hacerle saber que es
hijo de una señora miembro de una asociación ilícita que asesinaba
fríamente a no combatientes, como el gerente de Molinos y sus
custodios.
Usted ha de haber
sufrido mucho cuando su hija fue tomada prisionera por las Fuerzas
de la República. Muchas madres han padecido el mismo martirio a
manos de su hija. Pero usted ha de haber sufrido también durante
ese largo período previo al aprisionamiento, cuando nada sabia de
su hija, ni siquiera que estaba embarazada.
Conmovido por
su doble dolor, comencé a escucharla. Luego la vi a usted contenta
y usted misma dijo que ustedes, las madres de los terroristas
muertos, son señoras alegres. Tampoco logro comprender esa
alegría.
Usted era una
anónima docente de clase media baja, tímida y retraída. Eso es lo
que creí entenderle. De pronto, muerta su hija, se convierte en
una mujer dinámica y valiente, que viaja por el mundo con fondos
sobre cuya licitud nadie se atrevería jamás a dudar, es famosa,
algún día una calle levará su nombre, y es probable que los
legisladores del Frepaso le declaren ciudadana ilustre.
Otros argentinos
que han perdido a sus hijos y a sus padres, asesinados vilmente
por ustedes, los miembros de las formaciones especiales,
sobrellevan su dolor en la resignación y el silencio. La cosa me
agarró de viejo y no creo que pueda ver el día en que la justicia
se convierta en juicio y se inviertan los papeles. Sus nietos sí
lo verán.
Y ya que que me
decido a escribirle, me atrevo a formularle una pregunta para la
que en mi ignorancia no encuentro respuesta. ¿En qué ley se dice
que los niños huérfanos deben ser entregados a sus abuelas, aun
cuando estuviera probado que las dichas abuelas pueden incurrir en
actos tan aberrantes como desentenderse del embarazo de sus
hijas?. Si esa ley existe, no la mencionó usted en su alegato ni
el doctor O´Donell -que algo dejó entrever acerca de que en esta
historia hay más madres que padres- tampoco se lo preguntó.
La saluda
E. Minervo Roldan.
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