No creo que haya en
nuestro mundo castellano y otras lenguas, una palabra con tantas
definiciones como la palabra Democracia. Para colmo, si uno analiza
estas definiciones, son todas buenas, a tal punto que el ciudadano que
las lee o escucha, no sabe con cuál quedarse. Pero al mismo tiempo ese
mismo perejil que la sufre diariamente, porque ha de saberse que
Democracia se ha inventado para sufrir, de la mañana a la noche y de la
noche a la mañana, los 365 días del año, sabe que esto no es así, por lo
que colijo en algún lugar debe esconderse la trampa. Digamos que debe
haber un fraude, que redunda siendo el meollo del asunto.
Les daré un ejemplo esclarecedor. Dicen por
allí que
la Democracia es la soberanía popular.
¿Quieren ustedes algo más bello que esto? Es perfecto, luego, ¿dónde
está la trampa? Y ella está en que es posible en tanto y en cuanto el
pueblo sea soberano y tenga el Poder para
poner
la Democracia como régimen a su servicio.
Si esto no se cumple el resto es un engendro que está entre cuento y
chiste. Y un pueblo no es soberano si no pertenece a una nación
soberana. Así como la libertad bien entendida comienza por la del
bolsillo y no por un decreto ni por la letra muerta de una constitución.
Un pueblo sin libertad no aspira a ser soberano.
La peor tiranía, destructora y ruin, es la del bolsillo y
ella es ejercida por
la Democracia en la
Argentina desde tiempos remotos.
Por allí anda otra de estas definiciones que
expresa:
la Democracia es el sistema por el que se ha de regir el
Estado.
Definición que es otra bellecita. No me digan que no. Pero esto se
cumpliría dentro de la posibilidad de que el Estado sea soberano
y tenga el Poder para propender al bien común dentro de las fronteras
y defender el interés nacional ante el mundo entero. Si no se
cumplen estas premisas, el resto es como los cuentitos del Decamerón
que dicen escribía Bocaccio para entretener a tilingos y parásitos de su
tiempo.
En las dos definiciones, tomadas al azar,
podemos sacar como factor común el Poder. Y el Poder en nuestra
modernidad pasa por la Economía. Ella es el vector que le da dirección y
sentido. En sus comienzos la Economía nació como un apéndice de la
política y hoy ha crecido tanto que llegó a ser la política un auxiliar,
o dependencia de servicio de la Economía. Es esta la verdad. Y para ser
sinceros la Economía, eminentemente privatizada a través de
organizaciones no gubernamentales, pero que tienen fuerte injerencia
gubernamental, está por sobre la instituciones del Estado que han
quedado supeditadas o esclavas de la situación económica-financiera.
Nada político se hace en un estado moderno que no sea conducente, tenga
su correlato o consecuencia económica. De manera que cuando usted,
sufrido lector, escuche a un político
charlatán, antes de saber qué dice, debe averiguar detrás de qué anda, a
quién sirve y quiénes andan detrás de él manejándolo con piolines
invisibles como lo hacen los titiriteros.
Entonces la pregunta a formularse es:
¿la
Democracia es practicable en un régimen subordinado a un control
económico-financiero que se monta a su vez en estructuras que no son
democráticas, y que inclusive pueden ser anti-democráticas?
Vayamos a un ejemplo: en el nivel público el Presidente
de la República es elegido por millones de electores empadronados; en el
nivel privado al Presidente de la General Motors no lo eligen los
400.000 obreros y operarios que conforman la empresa, sino los
accionistas que tienen sus dineros suculentos puestos allí.
Los electores del Presidente quieren la grandeza de
la
Patria y la felicidad de su Pueblo; los accionistas de la General Motors
quieren los dividendos.
He ahí la diferencia, que no me digan es poca.
Quienes detentan este Poder real, no el
ficticio del políticastro mendaz o de un Tuerto Malhecho, necesitan de
un Estado tal que pueda ser controlado desde afuera para que mantenga,
por las buenas o por las malas, el orden y las estructuras sociales, de
manera que el desorden, los rebeldes y díscolos, que siempre aparecen,
no afecten las ganancias, que deberán ser recogidas con palas y camiones
volcadores. Y viene a acontecer que el sistema democrático es el que
mejor se aviene, en rango de casi ideal, para el mantenimiento de este
régimen. Esta es la causa, y no otra del
estallido de
la Democracia en Hispanoamérica, cuando pocos años atrás
habían explosionado los golpes de estado llevando al frente a tiranuelos
de cuarta y de todos los pelajes.
Y los políticos le hablan a la gente discurseando “que ellos
conquistaron la Democracia”. ¡No! Jamás. Les
ordenaron
la Democracia,
que es muy distinto, y mandaron a los civiles irredentos, compañeros de
los militares ambiciosos y trepadores, a cuarteles de invierno.
¿Cuál es la diferencia entre un régimen y el
otro? Ninguna, porque son siempre los mismos que ganan y son siempre
los mismos que pierden. Se ha cambiado la instalación eléctrica,
pero los fusibles siguen siendo los mismos: el estómago y el bolsillo
del pueblo. Y si alguno tiene dudas fíjense en el corralito, el
corralón, el corralazo y todos los corrales que inventaron, el salario
que cayó a un tercio y, en numerosos casos aún no se ha recuperado de
semejante estrago. Pero nuestros periodistas se acuerdan del
Rodrigazo de tiempos de doña Isabel. Y el de Duhalde y Remes Lenicov,
¿cómo debe llamarse?
Pero la Democracia, un sistema
intrínsecamente corrupto y más caro que una monarquía opulenta, necesita
para su ejercicio de los Partidos Políticos. Como éstos no existen
naturalmente, como la familia, el trabajo, el barrio, el municipio,
deben crearse. Es un invento contra-natura, por eso hay que imponerlos y
obligarlos. Y a partir de la reforma constitucional de 1994 ese
monopolio, es hoy, casi total. Esta es la causa por la que el político
en ejercicio, que al fin de cuentas son empleados públicos, terminaron
haciéndose llamar clase política. El paso siguiente fue
transformarse en la Nueva Oligarquía, tal cual fue la de la
Década Infame.
Y aquí lanzo un desafío: que alguien me diga
qué estructura de una nación es más dependiente del dinero que un
partido político. Correlativamente habrá que
definir de nuevo a
la Democracia, diciendo
que es el sistema preferido de las fuerzas de dinero.
La definición no da para cabildeos como las otras,
simplemente porque es la verdad y lamentablemente la
verdad es siempre una y, para colmo, muy amiga de la realidad.
Nadie pude extrañarse entonces que semejante
estructura parasitaria, basada y sustentada en componendas trasnochadas
y todo tipo de chanchullos e inmoralidades, sea el atractivo
irresistible de las peores escorias de la sociedad: vagos, timadores,
mentirosos, fabuladores, traidores, rateros, prófugos, estafadores y
terroristas con prosapia delictiva. De entre ellos surgirán los
nuevos líderes, transformados en un santiamén en candidatos
electorales integrando las listas sábanas que, para colmo, se
obliga, como un castigo y una burla, a que el Pueblo las vote. En el año
1996 se determinó por una encuesta, que el 65% de los integrantes de
ambas Cámaras del Congreso de la Nación no tenía antecedentes laborales
anteriores a su nombramiento como legislador. De manera que lo que he
dicho no es una exageración ni fruto del fervor de la pluma. De ellos
sale el término Democacacracia: el gobierno de la caca del pueblo.
Todo esto, dicho someramente, explica el por
qué una partido político como el radicalismo, que dio hombres como el
Mayor de Ejército Leandro Nicéforo Alem, don Hipólito Irigoyen, sus
fundadores, Gabriel del Mazo su escritor y cronista, generales como
Mosconi, Savio y de Baldrich, la juventud de FORJA y al mismo doctor
Hortensio Quijano, terminó colapsado bajo el peso muerto y fláccido de
personajes de reconocida perversidad como Raúl Alfonsín, Fernando de la
Rúa aliado a un azotacalles como Chacho Alvarez, y sinvergüenzas
de la talla de Enrique Martínez, Eduardo Angeloz, Antonio Tróccoli,
hipócritas como Armendariz y el intrínsecamente subversivo Coty
Nosiglia, con la banda de los Storany y Stubrin con los rosarinos, y el
paradigma de un canalla: Luis Brandoni.
Creo firmemente que mucho peor le fue al
Justicialismo con estos exterminadores de la dignidad partidaria.
Montado sobre la Doctrina NacionalJusticialista que elaborara el General
J. D. Perón (doctrina atacada y denostada con muchos adjetivos y muy,
pero muy pocos sustantivos), el Partido Justicialista terminó siendo la
antítesis de la Revolución del 4 de junio de 1943 (final de la Década
Infame); de lo juramentado en el Preámbulo de la Constitución de 1949
donde se levantaron las tres banderas del Movimiento Nacional: “una
Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”
y de lo que dicen las 20 Verdades del Justicialismo, leídas por el
propio Perón el 17 de octubre de 1950 en la Plaza de Mayo. Hoy se
encuentra virtualmente destruido por elementos satánicos como Carlos
Menem, troncos mediocres de alcurnia como Eduardo Duhalde que aún sigue
a la deriva formando jangada con otros leños del Mercosur, el
minusválido Néstor Kirchner llamado a ponerle el moño a este fecaloma,
con las valiosas ayudas de malignos y tarambanas como José Luis Manzano,
Carlos Grosso, Aníbal y Alberto Fernández y de un sindicalismo, la
columna vertebral del Movimiento, aquel que fuera heredero de José I.
Rucci, en manos de sátrapas como Moyano y delincuentes como Degenaro.
Y aquí se produce un entrecruzamiento de
realidades: el radicalismo es un partido sin radicales (así como el
Socialismo y el Comunismo argentinos son los dos únicos partidos
marxistas del mundo que no tienen obreros), y el Justicialismo no existe
como partido pero en la calle cada vez hay más peronistas. La U.C.R.
está a un tranco de garrapata de ser un sello de goma. El Justicialismo
es hoy una masa informe sin cabeza, sin caudillo: completamente
huérfana. Constituye entre el 35 y el 45% del electorado que se ha
mantenido fiel a los principios. Es un barril de pólvora. Los muchachos
como Kirchner juegan con fósforos alrededor de este barril. Son
atrevidos y temerarios. Y no sé que les podría pasar en menos de diez
minutos si les sale, de entre las cenizas, un buen par de botas con
votos.
Lo que ha acontecido con el radicalismo y el
justicialismo pone en jaque la existencia misma de los partidos
políticos. Creería que se debe marchar hacia otras formas de
representación popular. Anulando al mismo tiempo trampas como aquella de
la Constitución que dice que el pueblo no gobierna ni delibera sino a
través de sus representantes. La Patria como Nación es demasiado
importante para dejarla en manos de los políticos. Y a las pruebas
me remito.
Caminando por las góndolas del Supermercado
Democacrático encontramos los subproductos de este aquelarre: todos son
ex miembros de la partidocracia del fracaso. Pero en ninguna etiqueta
dicen que son dos y tres veces reciclados. Algunos vienen reciclándose
de la época del denostado Proceso. En la provincia de Buenos Aires,
solamente, todavía hay 25 intendentes que vienen de la Epoca Procezoica.
Así se pretenden presentar como opciones electorales sujetos infelices
como López Murphy (ex delarruista), Elisa Carrió (ex proceso, ex Alianza
y comunista arrepentida), Patricia Bullrich (que ha bailado hasta con la
renga de la fiesta), Mauricio Macri (que no tiene pasado bochornoso,
pero tiene el discurso de Martínez de Hoz, hecho y derecho) y Lavagna
(que de jovencito se lanzó con Frondizi de la mano de Frigerio, pasó por
Illia, fue alcahuete de Caffiero en la intevención de la Bodega Giol en
Mendoza, forro de Duhalde y de Kirchner).
Conclusión:
Lo que hoy se concibe como Democacacracia
es un mero electoralismo, en el que unas bandas de forajidos forman
partidos políticos, férreamente controlados por el virrey de turno y
subordinados al Poder del dinero extranjero, compiten entre sí, no para
lograr la grandeza de
la Patria y la felicidad
de su Pueblo, sino para saber cuál de ellos será el mejor sirviente de
la expoliación y explotación de la Nación por la fuerzas del Nuevo Orden
Mundial.
Esta versión desnaturalizada de la
Democracia
la transforma en el sistema político favorito de las Fuerzas del Dinero.
TEMAS AFINES
EL DOGMA DEMOCACÁTRICO
(Una bestia no prevista en el Apocalipsis)
LA TERCERA VÍA
Juan Pampero
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