¡Viva la Santa
Federación!
¡Ave María
Purísima!
Los Colorados
del Monte, junio de 2007.
A don CARLOS FERNÁNDEZ.
Mi buen amigo y fiel camarada:
Como ya le había escrito mi anterior como descargo,
tranquilo me puse a amarguiar debajo del parral de uva rosa a medio trasquilar
por el averno, mesturado con mis perros de caza que cada día están más bonitos,
y el caballo, mi regalón, que lo traje de visita para que pase conmigo el fin de
semana. Sepa usted que hacer esto es de mis grandes placeres y de las mayores
alegrías.
Estaba yo en esto cuando me acordé de hacerle un
cuento que viene a propósito de una reflexión. Y aprovechando el silencio de la
casa, porque el mujeraje se fue a sestear, me dispongo escribirle esta nueva
carta.
Sabrá usted que en la entrada de este pueblo hay un
almacén, que antes supo ser de ramos generales, y hoy es una borrachería de
alcurnia donde el paisanaje de paso, completa el tanque de cuatro litros que
necesita para seguir tirando y se enteran de los chismes más fresquitos. Tiene
como frontispicio en la ochava un cartel que dice Almacén Las Cinco Esquinas.
Como usted ya estará maliciando, se llama así porque allí hay, precisamente,
cinco esquinas. Pero todo el mundo lo conoce por el lúgubre nombre de Almacén de
las Tres Muertes, porque en ese lugar, y en menos de un minuto, ocurrieron tres
muertes sin que se sepa quién fue el culpable.
Habrá visto usted que es hombre de mundo, que las
muertes son de a una, en ocasiones de a dos o más, pero tres juntas es raro, a
menos que sea accidente. Bueno: aquí fueron tres en simultáneo como paso a
contárselo.
Había en este pago dos amigos de ley. Que digo: como
los de antes. Un tal Jacinto Espeche, más conocido por Peche, que supo tener un
campo que estaba entre los distritos Estacas y Yacaré; y el otro se llamaba
Julián Sosa que también tenía su campo para el lado de Laguna Blanca, que
todavía está y lo nombran El Caburé. Lindos campos los dos para las perdices y
la martineta de ala colorada. Entre estos dos jamás se supo de un sí o un no, y
donde andaba uno seguro que al instante caía el otro.
Hasta que un día parece que se atravesó una pollera.
Era una chinita muy linda de no más de 18 añitos, llamada Tomasa, aunque estos
sean los tiempos de las Jennifer, porque así era el nombre de su madre y de la
abuela que viven en el barrio que se conoce con El Sin Ley. Yo la supe tratar,
aunque poco y siempre apurado. Tenía un hijo que decían era de Peche y éste era
quien la mantenía junto con la vivienda. Todo muy reservado, porque Espeche era
casado y con hijos mozos como de diecisiete años con casa en la ciudad.
Y rodando por el cielo los soles de cada verano, que
marcan los años sin pena ni gloria, se cuenta que cuando se iba don Jacinto,
entraba al nido el Julián para solamente tomar un café, que digo yo la Tomasa se
lo serviría en un morral, porque lo terminaba como a los tres o cuatro de la
madrugada, y después andaba con ojeras como para sujetar con corpiño. Como puede
apreciar don Carlos los hombres siempre han sido una porquería, mujeriegos y muy
sinvergüenzas, por esta razón, y desde hace años, yo solamente ando con mujeres.
¿Ha visto usted en una mujer una cosa fea? No. Siempre tienen algo lindo. Dígame
si no. Hay que tener paciencia y buscarle el costado al asunto.
Bueno mire: el caso fue que estos dos, que
anduvieron por años a los abrazos, ahora donde se encontraban era para putearse
de arriba abajo y sacarse los trapos viejos al sol. Y cada vez más se enfurecían
y no les faltó mucho para irse a las manos de no haber mediado el turco Jatib,
el esposo de una de las dueñas. Hasta que sobrevino la tragedia.
Un día, cerca de la media jornada, estaba Julián
jugando a las bochas en una cancha que está al costado del almacén, cuando se le
cayó Peche manejando una jardinera, o sulky si usted prefiere por ser medio
gringo. Como a una distancia de treinta metros, sin apearse, comenzó a llamarlo
con insultos; que de acá, que de allá. Cosas feas. Pero Julián se hacía el
distraído como perro que ha volteado la olla y se va de la cocina. Hasta que por
ahí don Peche le dijo a su contrincante que había venido para matarlo. Paren
entonces dije yo: hay que barajar y dar de nuevo. Y fue entonces donde acabó la
milonga: porque el vasco sacó de la corralera un lechucero viejo que debía ser
de la guerra del Paraguay.
Usted se podrá imaginar: en un santiamén no quedó
ni el gato, porque hasta los rengos, en el apuro, se les arreglaron las patas.
Pero el general desbande y el griterío asustó al caballo de la jardinera y lo
desacomodó a don Peche. Digamos unos segundos, que aprovechó Julián para también
manotear su treinta y ocho. Y sobre el pucho se trenzaron a balazos. Don Peche
hizo un tiro; Julián alcanzó a hacer dos; pero los muertos fueron tres (observe
usted qué economía de munición). Porque de atrás de unos corpulentos eucaliptos
salió corriendo un italianito al que le decían Giuseppe y se cruzó justo en
medio de los duelistas. Los tres murieron en el acto: uno sobre la jardinera,
otro en la cancha de bochas y el italiano en la vereda. Ni un quejido se
escuchó.
Como usted ya sabe, esto de los muertos a balazos a
mí me impresiona mucho, y por ello estuve como veinticuatro horas sin tomar
vino, y dos días sin ver a mi guaina que era enfermera del dispensario municipal
y me hacía los mejores guisos carreros de Sudamérica y regiones vecinas (de esos
con fideos grandes que les dicen caracol). Así que ya ve, de alguna forma guardé
el luto como buen cristiano que soy y encomendado a la Virgen Santa.
Y esto, caro amigo del alma, no tiene nada que ver
con lo que pasa, sino con lo que pasará a partir del 10 de diciembre de este año
en este país. Se la haré bien corta para que no se queje de que ando vuelteando.
En mi anterior le decía que había dos posibilidades para octubre. No. Son tres.
La tercera es que el Tuerto se quede, se ponga de candidato y que gane. Pero
mire don: la cosa es la misma que con los anteriores. Lo único interesante es
que él mismo va a tener que arreglar el desarreglo, y ahí sí lo vamos a ver
pasar del verde al amarillo, camino al bermellón sin escalas. No es una risa
esto mi amigo, porque en el tránsito van a quedar las hilachas nuestras, que al
roto lo vamos a llamar descosido y al gastado, transparente sedoso. Porque esto
no tiene más que una salida: la sinceridad. Pero la verdad será hecatombe. Así
de lejos ha ido este coso. Por esta razón creo que no se postulará y que se haga
cargo otro del entresijo.
Y si quiere hacer un paralelo con mi cuento le digo:
ponga al Tuerto en el lugar de Peche en la jardinera; el Julián es la realidad
que lo agobia y martiriza, y el italianito somos nosotros que ligaremos los
balazos que se cruzan estos contrincantes fuleros, sin beberla ni comerla. Y la
que triunfará será la realidad porque es la única verdad, mas a nosotros nos
juntarán con cucharita como al pobre tano. Pero como estamos en la argentina
tierra, la culpa, a la larga, no la tendrá nadie, como en el Boliche de las Tres
Muertes. Porque al Bizcocho se lo eligió para que gobierne y no para hacer lo
que hizo y seguirá haciendo de puro mañero y mal llevado que es. El pueblo
creído votó de buena fe un Presidente, que le salió bombero porque todos los
días sale a apagar un incendio nuevo. Y nunca he conocido bombero que resulte un
estadista.
Bueno don Carlos: que esto le haya resultado
entretenido a pesar de la mala nueva.
Que Dios y su Santa Madre lo bendigan. Un abrazo y
hasta la próxima.
JUAN
(Milico Relator)
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