Los Colorados
del Monte, junio de 2007.
A don CARLOS FERNÁNDEZ.
Querido amigo y camarada del mejor cuño:
No ande atajándose que no le voy a contar un cuento.
Aunque la ocasión vendría bien para hacerle referencia a lo que le pasó al novio
de la Felisa Machado en la Estancia San Antonio, cuando era del Tuerto Parera
Deniz, gran amigo, marca Flor de cepas felicianeras, como le decía mi otro amigo
del alma, don Linares Cardozo. Pero no. Mejor le diré lo que me anda pasando a
mí y con esto, seguramente, usted quedará satisfecho, aunque no sé si contento y
distraído.
Habrá escuchado usted, y visto seguramente, lo que
le pasó últimamente al viejito de don Carlos Blumberg. Resulta ser que el
carcamán no era ingeniero, y andaba retozando de aquí para allá como si lo
fuera, meta y ponga a darse dique con semejante título. ¿Qué quiere que le diga?
Para mí que son mentiras, y hay cosas que no se dicen. Como por ejemplo que a
don Carlos solamente le faltaban 36 materias para recibirse de ingeniero,
después de terminar el secundario, lógicamente, que parece dejó por la mitad.
Fue, digamos, una expresión de deseos. Pero no: la gente, siempre odiosa, quiere
todo perfecto. Y en la vida lo único perfecto que hay es lo que hizo el Criador.
Sin embargo lo peor del entresijo es que parece que en el extranjero, también a
don Carlos lo conocen como ingeniero. La verdad que en este caso, yo no sé cómo
el vejestorio de su tocayo arreglará la madeja para que parezca ovillo más o
menos aderezado.
Pero usted don Carlos recordará que un poco antes
había reventado un par de petardos de igual tenor y estrépito. Me refiero,
primeramente, al caso Telerman que firmaba como licenciado sin serlo. ¿Se
acuerda usted, caro amigo, en la década de los ’70 y buena parte de la de los
’80, en que la mayoría eran licenciados? Todo morajú trajeado que a uno le
presentaban era licenciado; y todo sapo cururú, que se vestían enteras de negro
peor que las viudas de antes, que nos daba la mano en un cafetín eran
licenciadas. Nunca supimos licenciados en qué eran, o bien que decían esto
porque estaban de licencia, lo que se condecía con el trabajo que realizaban:
siempre boyando por esas calles de Dios, menos los 29 de cada mes para colectar
el estipendio. No sé. Pero este Telerman travieso había sido falso en todos los
sentidos: falso como hombre al pertenecer a la tribu de los Comechingones, falso
Presidente Comunal como único heredero-yapa de Ibarrita Cromagnon, falso en sus
creencias porque nunca se animó a decir que era un judío disfrazado de nosotros,
falso compatriota porque es ciudadano israelí aunque él no lo quiera, falso como
servidor público porque es masón y sirve a su Logia y, ahora, encima, licenciado
falso. Que es como decir falso a la quinta. No me diga que, por la potencia, es
poco.
El otro caso fue el de das Neves, el gobernador de
la Provincia del Chubut, que se hacía llamar y le decían doctor y resulta que no
se sabe bien hasta que grado llegó en la escuela primaria. En el caso Telerman
se conoce que terminó el tercer año, con dificultad porque no podía retener la
tabla de 2, pero lo terminó. En cambio das Neves sólo estuvo en la primaria
haciendo la “o” con un vaso, aunque con problemas porque le salía una “u”, y de
allí nadie sabe cómo siguió esta cochambre. Para colmo toda la documentación
oficial, tanto nacional como provincial, tiene su nombre precedido por el título
de doctor. Y en estos parajes, quien dice doctor a secas, da a entender que es
médico; y, la verdad, yo no creo que das Neves sepa hacer una enema de cinco
litros con jabón de baja espuma a un trancado, poner una curita de morondanga o
recetar una cirulaxia.
De manera que con estos, usted ya puede, en sus
ratos de holganza que malamente supongo muchos, conjugar las tres primeras
personas del presente y del pretérito pluscuamperfecto del castizo verbo “joder
a la gilería”. ¿Qué me dice? Porque la gilada se inventó para joderla. No, si su
mérito tienen. Ya lo ve y como lo decía Satánenem: “hasta lo malo tiene sus
partes buenas, es cuestión de afanarse y buscar”. Aunque él no buscaba y afanaba
solamente. Y vea: el turco es bueno porque los de atrás fueron peores. ¡Cómo ha
de ser de honda la laguna que el sapo la cruza al trote! Pero ándese por las
piedras don Carlos, que la verdad en la boca de un político dura menos que la
batata en la boca de un chancho.
Ahí anda el doctor Walter Solé, viejo amigo como
usted, arrancándose los pelos de los brazos al enterarse de estas noticias que
el llama desaguisado. Que yo le digo, no es para tanto. Y para que no se me
aburra usted, le haré una histórica mención que está por cumplir 200 añitos,
para que usted y sus saberes acrediten que ningún tiempo pasado fue mejor.
Si nuestra pretensión es que la historia nacional
esté viva, que sea como un espejo para mirarse, que podamos acudir a ella en la
holganza y la aflicción, entonces todo es importante. Hasta las pequeñeces.
Porque lo pequeño no hace a lo grande, pero forma parte de la grandeza. Entonces
a no olvidar nada. Decía Aristóteles en su campanudo tratado De la Política
que él conoce al que inventó el sonajero. Y agrega que lo dicho no es
ninguna bobada, porque antes del sonajero los niñitos rompían todo por no saber
qué hacer con sus manitas, de puro aburridos, no más. No me diga que no fue
ingenioso este inventor. Me imagino la genialidad que habrán tenido los que
inventaron el balero, las bolitas, las escondidas y al Don Pirulero.
Sabrá usted, don Carlos, que el General Rondeau,
como casi todos los mortales, tenía un cuñado. Se llamaba este coso don Manuel
Bernabé Orihuela. Cuando el general estuvo al frente de Ejército del Norte,
nombró a don Bernabé, Auditor General de Guerra. Si: así, de prepo y con algún
lindo sueldito como zumo. Y le cuento esto porque el Orihuela no había cursado
el foro, ni era abogado, pero le decían doctor como al das Neves
poligriyo. Imagínese lo que pasó en aquel entonces: salieron todos a jetonear:
que de aquí, que de allá, que esto no puede ser. Lo de siempre. Entonces Rondeau
habló con los de la Universidad de Chuquisaca y les preguntó que podía hacer.
Muy sencillo, le respondieron, que venga a estudiar. Es decir le dijeron
justamente lo que Bernabé no podía hacer, porque parece que el cuñado era peor
que Blumberg, Telerman y das Neves juntos (me parece que se me fue la mano).
Bueno, bueno, pero ¡diantres!, algo se debe poder
hacer. Y se hizo. Chuquisaca le confirió a don Manuel Bernabé el título por
apoderado, es decir, haciendo que otro vaya, estudie, rinda y reciba la
borla en su nombre. Y el asunto se acabó. ¿Y el sueldito?, preguntará usted,
hombre metalizado. No, al sueldito lo cobró puntualmente todos los fines de mes
sin que falte uno. Con eso no se jode.
A esto no lo inventé yo, a quien rápidamente
tildarán de nazi; lo cuenta el General Paz, y dice que conoció otro caso igual.
Yo le gané porque conozco tres. Lástima sea que lo de Chuquisaca no se pueda
hacer, porque en verdad tendríamos un doctor das Neves que, aunque más no sea,
sabría poner cataplasmas, recetar aspirinas o baños de asiento para las
almorranas. O un Blumberg para hacerle la casa al perro (corriendo peligro el
perro). Aunque me imagino un Telerman escribiendo el tratado Los barcos
Noruegos Cargan Carne por la Popa, que sería el mejor vendido en la calle
Santa Fe, en los baños de Constitución y, por qué no, también en el Congreso.
Don Carlos, perdone usted estas cartas hechas a las
disparadas. Tengo que sentarme un día y hacerle una carta seria, como la gente.
Usted se lo merece. Ocurrirá, se lo aseguro.
Un abrazo como siempre. No a las mujeres, no al
tabaco, no al vino tinto, no al asado con chimichurri. Estas son las cuatro
virtudes cardinales que debe ostentar siempre un buen soldado. Si usted las
respeta a rajatabla, seguro que se muere en una semana. O menos.
NI
YANQUIS NI MARXISTAS
(tampoco otra dominación o
ideología extranjera)
JUAN
Milico Irredento
(no sé: así me dice mi confesor antes de asperjarme).
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