Quinta Los
Colorados del Monte, septiembre de 2006.
A don Carlos
Fernández
Mi buen amigo y compañero:
No he recibo a la fecha el envío que usted me dice está en camino.
Cuando llegue se lo haré saber sin demoras. Mientras ocurre este
tránsito yo quería hacerle algunos comentarios para que no se
sienta tan solo en aquellas estepas.
Hace unos días atrás, cuando me iba a la
Divisa Punzó con toda la
intención de comer un cordero acompañado de unos morados para
bajar el colesterol, levanté en el cruce del camino a don Damasio
Romero, aparcero de ley, que es oriundo de un caserío que está
entre los distritos Estacas y Yacaré. Lindo pago donde debe haber
ocho mujeres por cada hombre y cada una de ellas es un paisaje de
acuarelas. ¡Cuánta alegría de ver al amigo sano y bueno como
siempre!
Y así nos fuimos hablando, por todo el camino, entre amargo y
cigarro, de cosas que han ido pasando en nuestras vidas y tiempos.
Seguramente usted don Carlos recordará alguna de ellas y, si no se
ha hecho porteño, ciertamente le traerán regocijo o tristeza según
se mire.
Recordará usted que cuando éramos niños las mujeres viejas nos
preguntaban, si es que no nos conocían, cuál era nuestro santo.
Porque a los bautizados en la Santa Fe, nos ponían el primero o
segundo nombre sacándolo del Martirologio Cristiano o Santoral que
más le dicen. Ahora, cuando lo conocen a uno, le preguntan de qué
signo es y el santito cayó en algún barquinazo de la chata. Me
refiero a los signos zodiacales, a cuyo conjunto le llaman
horóscopo y supo pertenecer a la astrología judiciaria. Un arte,
una mancia o manía, cultivada por los paganos desde tiempos
matusalénicos. Que quiero decirle a tan pretérita y primitiva que
su huella se es ensombrece en la noche de los tiempos.
De esta forma los varones llevaban nombres adustos como Jacinto,
Nicanor, Hilario, Timoteo, Severo, Higinio, Gumersindo y Raiumndo,
haciendo juego con otros más amables como Carlos, Gabriel, Andrés,
Juan y Jorge que eran, normalmente, los nombres de los padrinos de
bautizo. Ahora a los niñitos los llaman Jonatán, Alan, Austin,
Conrad, Brodery, Charly, Max y otros nombres que antes se les
ponían a los perros para que no se confundan con el los de los
cristianos.
Las mujeres no se escaparon de este malón y a las Rosa, Marciana,
Angela, Eloísa y Cástula, las reemplazaron por Jennifer, Daisy,
Abigail, Bridget, Eleanor, Grace, Dorothy y otros con los que
antes se distinguían cariñosamente a las mujerzuelas y cantatrices
de los piringundines de la calle 25 de mayo, del Banco Nación
hacia el bajo.
¿Se acuerda de esto don Carlos? Bueno, mire vea, lo mismo pasa con
las cuestiones de la política. Antes, en cuanto uno conocía a una
persona mayor, ésta le preguntaba el nombre del padre o bien de
quién era hijo. Ahora le preguntan si es de izquierda, centro o
derecha, que vendrían a ser los padres putativos del sujeto, el
que les dio de comer en la escuela u orfanato. Y si uno no les
dice nada cuerpeando la etiqueta, entonces ellos lo deducen per
se de sólo escucharlo hablar. Para colmo han hecho misturas de
estos etiquetados y ninguno es químicamente puro:
centro-izquierda, centro-derecha, izquierda-democrática,
derecha-fascista, o como me dicen a mí
niponazifachoperonacionalista, que es lo peor de lo peor,
vertiente inagotable de las cámaras sépticas. Y no les interesa el
nombre del Partido Político, les interesa la posición en el
tablero. Que democráticamente sería: estás conmigo o contra mí.
En otras palabras: usted tiene que pertenecer, sí o sí, a un
frasquito con etiqueta. De no ser así, usted no existe para la
banda de los progre, mezcla rancia de liberales y
marxistas, ambos dos de pelo en pecho. Y cuidado con que lo
pesquen en el frasquito incorrecto, porque lo harán añicos y luego
lo recogerán con la aspiradora.
¿Y qué quiere que yo le diga mi buen amigo? Nada bueno. Solamente
que yo pensaba, cada día más turbado como me ando, que estas
posiciones geométricas estaban superadas. Que la misma Historia,
haciendo de antiséptico germicida, las había matado, abriendo las
ventanas para que entre el aire fresco de las mañanitas. ¡Porque
mire don Carlos que es viejo eso de derechas y de izquierdas! Y no
hablo del centro porque nunca existió, a no ser en la mente
calenturienta de algunos arrastracueros. Porque no se le puede
prender una vela a Dios y veinte al diablo. Sin embargo ahí los
tiene mi amigo: vivitos y coleando. Usufructuando del erario
público que es lo más importante. Que una cosa son los dimes y
diretes, posiciones y opiniones, y otra los maravedíes que se
reciben de esto que no es un servicio, sino un negocio.
¿Tal vez un anacronismo?, se preguntará inquieto. Mire don Carlos:
en estas pampas donde todo es horizonte no hay nada más anacrónico
que Nuestra Constitución Nacional. Por eso la viven violentando. Y
la violentan porque no sirve. Dictarla fue el primer error. El
segundo fue elevarla al rango supremo de credo absoluto por lo que
decir algo de ella es herejía. El tercer gazapo fue pretender que
se cumpla. Es como el caso del Himno Nacional: allí están las
quejas de que nadie lo canta. Y no lo cantan porque es imposible
de cantar por el albañil, la maestra, el empleado, el soldado que
tienen voz de caños galvanizados sin costura. Al Himno Nacional no
lo puede cantar cualquiera. Es para un espacio lírico no para el
ama de casa. Entonces en vez de cantarlo con voz en cuello lo
murmuran para no errarle en la tonalidad variopinta. No se puede
ni silbar. De donde la canción más popular no es popular.
El otro día escuchaba a uno de esos doctores que hablaba del
pensamiento alberdiano de nuestra constitución. ¿Qué será eso
del pensamiento alberdiano? ¡No le digo yo que somos unos
brutos! Porque Alberdi le robó a cada uno un trozo que le caía
bien. De él, propiamente dicho, hay poco o nada en el libro las
Bases impreso en Chile en 1852 y menos pensamientos. Que
Alberdi los tuvo, pero de viejo: antes fue plagiario sin
conmiseración. Así el texto importa el federalismo norteamericano,
con algunos agregados de la constitución unitaria de 1826, y sin
compadecerse demasiado con el derecho político rioplatense con sus
milicias ciudadanas, sus autonomías municipales y sus gobernadores
que eran Capitanes Generales.
Un texto lleno de trampas. Pero la más grave de todas es aquella
de que el pueblo no gobierna ni delibera si no por medio de sus
representantes. Es una Democracia representativa, que
deviene, al final, inexorablemente, en Democacacracia, y
por eso es que hay que voltearla de vez en cuando para
recauchutarla y que tire algunos años más. Con este simple
articulito se le roba el poder al pueblo que, si usted observa, es
la única riqueza que tiene para la conducción de los destinos de
la Patria. Es un despojo aplaudido hasta por los mancos. Es un
gobierno donde no hay participación ciudadana. Allí solamente
participan ellos, los políticos, los empleados
públicos que se hacen llamar clase política. Es la
nueva oligarquía. ¿Y que han hecho los políticos con semejante
poder? Organizar bandas, tramar chanchullos, defraudar sin abuela,
hacer sofismas, saquear el erario hasta la bancarrota, contraer
deudas, traficar, mentir a destajo, dictar leyes contrarias a la
opinión del pueblo. Nada de lo que se hizo en los 100 años
posteriores al dictado de esta norma hubiese sido posible sin este
articulito. Que sigue ahí, impoluto, intocable, sempertecum.
Esta constitución de 1853, que parió a todas las otras, fue
aprobada en sus 107 artículos en diez sesiones corridas (del 21 al
30 de abril de 1853). ¡La Constitución don Carlos! Cuando hoy una
ley de morondanga puede llevar un mes de debates. ¡Qué me dice! Y
esto pasó porque muchos constituyentes apenas tenían una idea
remota de las provincias que representaban. Tales son los casos de
Huergo y Gondra de San Luis; de Gutiérrez de Entre Ríos o de Elías
y Alvear de la Rioja, entre otros manyines y aprovechados.
Empezando por el mismo Alberdi que no conocía el país y aborrecía
de su historia, costumbres y tradiciones. El creía que una
Constitución abriría por Adacadabra las puertas a la Nueva
Argentina. Así le fue y así nos fue.
Bueno don Carlos, pero ¿por dónde andaba yo? ¡Ah, sí!, ahora
recuerdo que por los anacronismos. Y uno de ellos es, sin dudas,
esto de la Cumbre de los Países No Alineados. El forro fue creado
por 1971 y van por la cumbre número 14, que sería algo así como el
Aconcagua digo yo. Esto en 35 años vendría a ser como una cada dos
años y medio: y el pescado sin vender. Pero mi pregunta es otra:
¿qué tenemos que ver nosotros con este auténtico Sindicato de
Villas Miseria? Lo que le explicaré mejor, porque usted es
medio rezongón como el tuerto Sánchez que no quiere que le hablen
por el lado del de vidrio. La mayoría de los 116 participantes son
africanos; y no digo esto por una cuestión racial si no porque
nuestra cultura, nuestro origen e historia no tienen nada que ver
con los africanos. La otra porción importante es de asiáticos a
los cuales les cabe el mismo sayo. Y el resto es de un conjunto de
países muertos de hambre, donde el piojo más chico parece una
tortuga. Tan remotos como exóticos, completamente desvinculados de
nuestro pasado y de nuestro presente.
El General Perón nos hablaba de una Tercera Posición, de
donde viene aquello de “Ni Yanquis ni Marxistas” que está en las
20 Verdades del NacionalJusticialismo. Pero en esa bolsa de gatos
el que no ha sido sirviente de los yanquis es marxista, o como
Cuba, que fue sede de este concubinato, una colonia de la Rusia
Soviética. Esto fue lo mejor que el Patriarca de América le
pudo ofrecer a su pueblo después de una lucha fratricida: ser
colonia y no de baño precisamente. A esto don Fidel le llamó
liberación, siendo que él era Visorey, empleado eficiente,
hoy aguachado. Así como Cavallo nos hablaba de Patria pero no nos
decía cuál.
Perón jamás habló del Tercer Mundo y menos de los No Alineados. A
lo que yo le agregaría: juntos sí, amontonados no. Y aquí están
todos amontonados, y si el corral es chico, ¿para qué meterán
tanta oveja? ¿Para que el número impresione? Lo que no sirve a los
ojos de buen cubero que tiene la patronal, porque en este caso de
116 no sé si hace uno como la gente.
Hay en geopolítica una definición interesante: la de país
continente. ¿Qué es un país continente? Es un país que
reúne una serie de características como por ejemplo: tener los
cuatro climas; llanuras, sierras y montañas; grandes sistemas
hídricos; minería; ser bioceánico; contar con abundantes recursos
naturales, extensos litorales marítimos y fluviales y, sobre todas
las cosas, de ser autosuficiente o, si usted prefiere, de ser un
país soberano, económicamente libre e independiente. No son muchas
las naciones de la tierra que ostentan este galardón. Creo que son
cinco o seis sobre unas 230. Bien: uno de ellos es el nuestro.
Brasil con toda su extensión geográfica no es país continente;
por eso marchó desesperadamente hacia el oeste pero no llegó al
mar, o no lo dejaron. Vea el mapa y compruebe que no le miento.
Los EE. UU. sí y tal vez sea el paradigma. La marcha
norteamericana hacia el oeste era una causa nacional: la salida al
Pacífico, para ser nación continente. No fue para
lucimiento de John Wayne y la Twenty Century Fox. No.
A esto la patronal lo sabe. Por eso no nos saca los ojos de encima
ni la soga del cogote. Y los empleados que tiene en el virreinato
también. Ser país continente es una bendición del Cielo.
Todos los países continentes han sido o serán potencias
mundiales o imperios. Es como un sino, como una predestinación,
como un fatalismo musulmán. De allí el interés por su estudio en
la ciencia geopolítica.
Estar presente en los no alineados es como si usted don Carlos, un
multimillonario, hiciese un congreso con los cartoneros de Villa
Lugano. Ni más ni menos. Y ahora dígame que hacía allí un infeliz
como el Cogote Bonasso. Porque qué diría usted multimillonario en
un congreso a un hato de rascabuches: nada, ponerse a braguetear.
¿Y ellos? ¡Ah no, ellos sí! Tirarle la manga por ejemplo o ver qué
se puede garronear, pidiendo préstamos que saben de antemano no
podrán pagar. Como Chile, Bolivia, Paraguay, Uruguay y la Cuba sin
ir tan lejos, a los que hubo que condonarles las suculentas deudas
o canjeárselas como en la época del trueque. Pero Cuba no tiene ni
para el trueque, con esto le digo todo.
Ya sé, esto suena mal, es antipático, canalla, cruel, inhumano,
sin nombre. Póngale usted los adjetivos que quiera, pero es así.
Porque la verdad es la única realidad. Así son los sustantivos y
de acuerdo a ellos y al culo son los alpargatazos. No se olvide
amigazo.
Me he excedido don Carlos. Disculpas mil. Pero puede volver a
ocurrir.
Que la Santa Madre de Dios, la Misericordiosa, la Piadosa, la
dulce Rosa Mística que lloró perlas del alma por su Hijo con sus
Siete Dolores, lo cubra con su manto celeste y blanco y lo
mantenga siempre sano y bueno como hasta ahora. Es lo que reza mi
corazón.
JUAN
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