Quinta
Los Colorados del Monte, octubre
de 2006.
Adorado sobrino:
De esto ha unos meses me pediste algo sobre el gaucho Rivero. Sabía yo que en
algún lado tenía un recorte periodístico que hablaba sobre él, relacionándolo
precisamente, con Puerto Argentino. Hasta que un buen día apareció y, ahora que
tengo unos minutos libres, procedo a transcribírtelo porque es breve.
El diario que publicó el suelto es La Prensa, del 8 de abril de 1982
(tengo dudas sobre la fecha porque está borroneada), el director era entonces
Máximo Gainza y se titula El “gaucho Rivero”, y dice así:
“Por disposición del gobierno militar de islas Malvinas, Islas Georgias del Sur
e Islas Sándwich, el puerto de la isla Soledad pasará a denominarse Puerto de
las Islas Malvinas. Esta medida importa el desistimiento de dar a ese lugar el
nombre de “Puerto Rivero”, como inicialmente se había previsto.
Ha sido un acierto no imponer al ex Puerto Stanley una denominación como la
antes mencionada. La actuación del gaucho Antonio Rivero fue motivo de juicios
favorables y adversos hasta años recientes, pero el conocimiento profundo de los
hechos ha terminado por darle exacta ubicación. La creencia de que Rivero fue un
gaucho bravo y valiente y un celoso defensor de la soberanía nacional quedó
desvanecido después que la Academia Nacional de la Historia aprobó en sus
sesiones de 1966 un fundado dictamen sobre la índole de sus actividades en las
islas Malvinas y acerca de su condenable intervención en un episodio registrado
el 26 de agosto de 1833 en la capital del archipiélago. Dicho dictamen elaborado
por los miembros de número Ricardo S. Caillet Bois y Humberto F. Burzio, y más
tarde corroborado en un estudio por el doctor Ernesto J. Fitte, revela que la
actitud de Rivero en aquella oportunidad no fue la de enfrentar la autoridad de
los usurpadores, pues su móvil fue el robo de ganado y el saqueo de la
insipiente población. En la mañana del 26 de agosto, cuando no se encontraba en
la isla ningún soldado ni marino británico, Rivero y los miembros de su banda
cometieron toda clase de depredaciones y asesinaron a mansalva a cinco empleados
que habían sido dejados por el gobernador Vernet. La acción criminal alcanzó “a
mateo Brisbane, mayordomo, por la espalda en su propia casa; a Antonio Wagner,
muerto a tiros de fusil en su alojamiento; a W. Dickson, sorprendido y muerto a
sablazos; al peón Ventura Pasos, por el propio Rivero con su espada y a Juan
Simón, capataz, muerto a tiros cuando salaba cueros.
En una carta dirigida a La Prensa y publicada el 30 de mayo de
1975, los nombrados académicos refieren en todos sus pormenores aquel hecho, y
expresan: “La crítica interna y externa de los documentos conocidos prueban que
el ataque de Antonio Rivero y su banda fue un episodio vandálico, con asesinatos
y robos, no existiendo prueba alguna que induzca a pensar que obedeció al
impulso patriótico de expulsar a los usurpadores de la soberanía, ausentes en el
momento del hecho.”
A pesar de que estos antecedentes fueron debidamente documentados en su momento,
no faltaron quienes pretendieran ponerlos en duda. En diciembre de 1974, la
Secretaría de Prensa y Difusión de la Nación publicó un folleto en el que se
alude al dictamen de la Academia Nacional de la Historia, afirmándose que “fue
redactado con el premeditado fin de restar mérito a la acción de los criollos.”
Meses antes – el 4 de junio de 1974- el gobierno municipal de la ciudad de
Buenos Aires había dictado una disposición estableciendo que oportunamente se
diera el nombre de “Gaucho Rivero” a una plaza pública, en la que se colocaría
una placa señalando “sintéticamente y en forma clara el significado del
histórico homenaje.”
Es de celebrar, pues, que a despecho de quienes ignoran o niegan la verdad
histórica, las autoridades de las islas recientemente recuperadas hayan
prescindido de una nominación que habría resultado chocante a los sentimientos
argentinos.”
Hasta aquí, entonces, lo escrito por el plumista de La Prensa sin hacerle
falta una coma. Inquieto como siempre me preguntarás: ¿hay algo para decir sobre
esto? Bueno, en realidad cosillas que no son muchas y no sé si pesan tanto.
Ellas son:
-
Referido al último párrafo habría
que recordarle a La Prensa que desde su edificio partieron los disparos
que segaron la vida del camarada Darwin Passaponti, de 17 años de edad, mientras
marchaba pacíficamente en una columna hacia Plaza de Mayo para festejar el 17 de
Octubre. Nunca se encontró al o los culpables de este asesinato. Y un juez llegó
a decir que las detonaciones no habían salido del edificio del diario, en contra
de más de mil testigos que llegaron a ver al sujeto que hacía fuego con un fusil
Máuser que entonces era de dotación de las Fuerzas Armadas.
-
A continuación habría que hacer una
traducción para que, lo que quiere decir La Prensa, se entienda y
sea más o menos digerible. En Buenos Aires había una plazoleta que se llamaba
Almirante Nelson. ¿Por qué se llamaba así? Algún homenaje tributado por el
Régimen. No sé. El asunto fue que el General Embrioni, Intendente a la sazón,
decidió cambiarle el nombre por el de Gaucho Rivero, por una disposición
que está fechada un 4 de junio, día emblemático de la Revolución Nacionalista.
Sacar el nombre de Nelson, un Almirante de su Graciosa Majestad y por el
que nuestra Armada Nacional lleva luto desde siempre, por la de un Gaucho ignoto
y seguramente matrero, tocó, sin duda las fibras más íntimas de los británicos
por adopción, que aquí son tantos que no sé si no son más que en la misma
Inglaterra, aunque lleven Pérez de apellido. Para ubicarte en el tiempo te
cuento que a poco menos de un mes moriría Perón. Por lo de la plazoleta salieron
los de la Academia Nacional de la Historia a protestar, considerando aquel acto
como un atropello. En diciembre de 1974, la Secretaría de Prensa de la
Presidencia (ejercida ya por doña Isabel Martínez), sacó un desmentido
contradiciendo el dictamen de la Academia. Con posterioridad enviaron una carta
a La Prensa, reproducida parcialmente en el suelto.
-
Por otra parte el hecho que el
dictamen fuera firmado por personajes como Ricardo Caillet Bois y Humberto J.
Burzio, refrendado luego por un estudio de Ernesto J. Fitte, es para dar la
alarma en toda la línea. Pero cuidado: no digo que haya mentido. Una alarma nada
más. Y digo esto porque los documentos ofrecidos por este trío de tres, son
únicos: por ser transparentes o fantasmagóricos. A tal extremo son de
traslúcidos que nadie los ha podido ver. Ahora bien: ¿acaso no es esto
maravilloso? A ver: ¿quién, por favor, quién a publicado documentos traslúcidos,
eh?
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Los cinco muertos por la horda de
Rivero, ¿de quién eran empleados? ¿De Vernet como se dice en la gacetilla? No.
Vernet se había ido a Buenos Aires con su queja y no volvió más. Los ingleses no
se lo hubieran permitido. O bien que esos cinco fueron empleados de Vernet y
que, por propia voluntad, quedaron al servicio de los usurpadores. No sé. Pero
el hecho, sangriento y repudiable al fin, tiene cierto tufillo a venganza, más
que a un asalto perpetrado por un grupo de maulas.
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Se habla allí también de robo de
hacienda. ¿Qué hacienda? La única que había era la muy escasa llevada por Vernet
para la recría. Pero si observas cómo está redactado el panfletillo parecería
que Rivero y sus compinches se alzaron con 6 ó 7 mil cabezas de ganado, entre
ovinos, bovinos y caballar, sin contar las gallinas batarazas que, seguramente,
fueron a dar al puchero dominical, con unas papas y cebolla de verdeo.
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Finalmente cabe reflexionar sobre
dónde iría el exitoso Rivero en aquellos tiempos y aquellas soledades con el
fruto de sus robos y los cargos de asesinato. Porque no estamos en la
mediterránea Córdoba que puede ofrecer cien puntos de fuga. Te recuerdo, estamos
en Malvinas, con una geografía insular, circunscripta. Se trataría de un
verdadero caso de demencia o de un héroe que no le importaba su vida si había
cumplido con su misión.
-
Etc. y etc. No te quiero aburrir.
Habiendo cumplido contigo y demostrándote una vez más que yo no soy como vos,
porque sé cumplir lo que prometo, te mando un fuerte abrazo y hasta pronto.
Firmo por el Gaucho Antonio Rivero
GUILLERMO |
Un tío jodido (lo
reconozco) |
kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk
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