Los Colorados del Monte,
septiembre de 2007.
Carta a don
Carlos Fernández.
Estimado camarada y dilecto amigo:
Me
imagino que usted, al ver esta portada, se estará preguntando qué
significa esto. Bueno, caro amigo, en verdad es que, de esto, no
entiendo nada o, siendo más indulgente conmigo mismo, digo que
bien poco. Motivo por el cual recurro a su sapiencia para que, más
condescendiente conmigo, me lo explique como hace usted: de un
solo sablazo.
Como sabrá, en la mañana del 12 de julio de 2007 se impuso a la
Escuela de Ingenieros, con asiento en la Guarnición de Campo de
Mayo, el nombre de Teniente General Juan José Valle.
Asistieron al acto los que se ven en la fotografía, y en otras que
poseo, el Teniente General Roberto Fernando Bendini y algunos
antiguos y distinguidos subversivos como Nilda Garré en el papel
teatral de Ministro de Defensa; Duhalde, el concubino de Ortega
Peña, por los Derechos Humanos y José María Vázquez Ocampo que es
el Secretario de Asuntos Militares del Ministerio de Defensa o
Viceministro, si le gusta más. En el extremo derecho se puede ver
a la desafortunada Susana Valle, hija del General, que fue usada,
la están usando, la seguirán usando a pesar de su enfermedad, y
ella, dichosa, se deja usar de tiempo ha por toda esta gleba
salida de los conventículos masónicos que le saca el sumo hasta la
última gota y a más no poder. Ya ve aparcero que sobre gustos no
hay nada escrito, decía un riojano que se estaba merendando un
cuis.
Mire don Carlos que don Bendini se mandó un discursi, que anda
lejos de un discurso, que a mí me hizo poner la piel de gallina y
reventar en llantos, a tan que hube de secarme las lágrimas con la
toalla de baño por quedarme chica la de mano. En una parte dijo
este coso que “como Jefe, expreso la intención del Ejército
Argentino de reafirmar con este acto la irrevocable decisión de
asumir nuestra historia con objetividad y respeto.” Y acá
nomás le pregunto viejo amigo, ¿qué habrá querido decir? ¡Pero
mire usted si Bendini no hubiese tomado la decisión de asumir
nuestra historia¡ ¿Eh? Dígame, no se me quede callado como el
sordomudo Tiquiro que limosnea en la puerta de la parroquia.
¿Acaso seríamos charabones nacidos del huevo de un ñandú clueco
que acaba de pasar? Aparte fíjese usted que ese asumir no es
cualquier cosa: se hace con objetividad y respeto. Y si la
historia no se escribe con objetividad y respeto, ¿me puede
decir que es? Yo digo que es el cuento de la Caperucita Roja. Por
eso don Bendini estuvo bien en aclararlo, no obstante ser una
redundancia espeluznante. Aunque por aquí fue donde se me soltó el
primer lagrimón, capaz de llenar una tinaja como esas que se usan
para avinagrar las aceitunas.
“Damos
–siguió diciendo el entorchado castrense- otro paso en el
camino trazado desde que me hice cargo de la conducción del
Ejército para resolver el legado de un pasado que ya no nos
representa, y lo hacemos apelando a la verdad, la justicia y la
reparación histórica.” ¿Y esto, eh? Conteste mi amigo, y no se
me esconda como un maula. No me diga que no es una bella frase
digna de Cicerón, el Padre de la Retórica. A no ser que él mismo
formó parte de ese pasado por solamente unos 30 añitos, prendido a
los soquetes de cuando gorila procezoico le pasaba por delante,
para después salir con un domingo siete sin empanadas ni locro.
Los conceptos vertidos por sus jefes en su legajo personal, me
impiden mentir: allí están y, si es verdad lo que dice en su
arenga, que publique esas reputaciones en un diario para que la
gente las conozca y se horrorice. Luego: él, en lo contencioso, es
un hombre sin pasado porque niega haber pertenecido a él como
parte actora. He aquí el vero ejemplo de lo que es la generación
espontánea. Después andan diciendo que los milagros no existen.
Aquí le dejo uno para que se entretenga comentándolo con sus
amiguitos.
Pero quiero que sepa, caro cofrade, que en verdad estas no son más
que astillas de un gran palo, que se las digo para que usted se
mantenga entretenido en esta letanía. Y si no me cree, vea mire: a
unos doscientos metros de donde se desarrollaba este acto cuajado
de sinceridad, se encuentra la Escuela de Artillería, que se llama
Teniente General Eduardo Lonardi, es decir el jefe que
derrocó un gobierno constitucional, al que el ínclito General
Valle trató de restablecer en aquel fatídico 9 de junio de 1956.
Pero como esto para usted es poco, le cuento que más allá, a otros
cuatrocientos metros, se alza el edificio de la Escuela de
Infantería, llamada desde hace muchos años, Teniente General
Pedro E. Aramburu, es decir el hombre que mandó a asesinar al
General Valle, el homenajeado. Y le digo asesino a Don
Pedro Eugenio, porque así los trata el General Valle a él y a sus
secuaces en la carta que les dirige desde la antesala de la muerte
y en la redactada para su esposa en aquella noche trágica. Yo no
lo voy a contradecir don Carlos, qué quiere que le diga.
Entonces, ¿qué es eso de apelar a la verdad, la justicia
y la reparación histórica? ¿Estará bien de salud don
Bendini o será un parano-esquizoide, de esos peligrosos que en los
loqueros los manejan ponga y dele a manguera y garrotazos? Ahora
bien don Carlos, sobre esto le diré lo que yo pienso. Creo que
este fulano está más cuerdo que yo seguro, y que usted, no sé,
pero por ahí debe andar el olor de este guiso. Entonces, ¿qué
quiso hacer? Es que la cosa no es lo que hizo, dado que no
necesita hacer, porque él es. Como lo es la Garré y los
turiferarios que lo acompañaron en aquella chanfaina. No son de
izquierda, no son de derecha, no son ni fueron terroristas,
tampoco son progre, menos buenos ni malos: son gorilas
disfrazados de nosotros. Ellos desde 1955 van tomando el cariz que
aconseja la circunstancia y los embrollos que arman, cambian su
sayal, truecan de careta y mudan el discurso, de manera tal que la
gilada cree que anda por otra vereda y nunca salen de la misma. Y
algunos son capaces de hacerse matar por esta imbecilidad.
Entonces don Carlos, ¿cómo pretende usted que Bendini que, subido
al banquito humillante, bajó el cuadro apócrifo de Videla (digamos
que un poster; el auténtico, es al óleo y yace guardado en el
mismo Colegio Militar, seguramente para restituirlo cuando pase el
aguacero), borre de un plumazo, como ya lo debió haber hecho, el
nombre de un subversivo confeso y delator como Lonardi (así lo
dicen las actuaciones labradas en 1951 por Franklin Lucero), y de
un tremendo asesino como Aramburu? ¡Ah, no, mi hijito! ¡Eso no se
toca, jamás de los jamasejes! “Que esta historia no se repita”
declama Bendini por cuanto micrófono tiene a la mano, pero hace
permanecer incólume el nombre de Lonardi. “Que los asesinos
vistan el traje a rayas”, ha dicho el Jefe de Bendini hasta el
cansancio, pero permite que el nombre de Aramburu permanezca
indeleble en el frontispicio de una escuela de armas.
Todos estos son palimpsestos del vicario del satanismo y charlatán
de baja categoría. Pero usted no me creerá como siempre diciéndome
que soy un exagerado. Mire: la autopista que une Rosario con Santa
Fe capital, se llama Teniente General Pedro E. Aramburu y
nadie, incluido el ex montonero Obeid, su actual gobernador, se ha
atrevido a cambiarle de nombre. Tampoco Binner, gobernador electo
y con todo el poder que tiene, lo cambiará. Porque son todos lo
mismo y todos se reverencian ante este nombre que marcó el hito
novembrino de 1955, de traición, infamia y concupiscencia.
Un
abrazo don Carlos y saludo a nuestro estilo. Que Jesús
Misericordioso se apiade de nosotros que hacemos lo que podemos
para que El reine en la Argentina Mariana.
JUAN
Milico Desacatado (completamente)
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