Los Colorados
del Monte, junio de 2007.
A don CARLOS FERNÁNDEZ.
Querido
amigo y buen camarada:
Bueno mire: a este tema que desarrollaré, ya lo
hemos tratado por teléfono, pero usted me ha pedido que lo diga por escrito, y
aquí lo hago para que no ande diciendo de mí que patatín, que patatero. Pero
ahora que estoy dispuesto a la fajina, chairiando mi faca fariñera, resulta que
me viene a la memoria un hecho relacionado con el tema a desplegar y que se lo
paso a contar sin darle más vueltas al carretel.
Hasta no ha mucho vivía en este pago un aparcero al que le
decían don Justo Leytes. Así no más: quiero decirle sin apodo. Hombre servicial
y diligente, que supo ser peón de esquila, encargado de estancia, puestero,
domador, alambrador y hasta pocero, en los campos que van del Río Guayquiraró
hacia el sur, hasta un arroyo que le dicen El Arenal. No era viejo, que digo
cuarenta y cinco o cincuenta tendría, pero estaba revejido de tanto cuerpearle
las cosas a la vida maula, de madrugues con escarcha y de aguantar la sudestada.
También fue guitarrero y cantor: era una delicia escuchar, en esas noches de
luna, grillos y farolitos de querosén a bomba, como iba trenzando las coplas
para enriendarse una chinita. Y no fallaba don Justo: donde echaba el ojo, ahí
estaba puesta la bala. Porque la china guaycurú no le hace asco al tiroteo. ¿Y
que quiere que le diga? Para mí es lo más lindo que tienen, aparte del mate y
las tortas fritas: en invierno no se pasa frío.
Nadie sabe cómo un buen día a don Leytes se le dio
por chupar como ternero guacho. Empezó con el fernet, pasó por el toro viejo a
la ginerabra, y al poco tiempo hasta los dientes se los lavaba con hesperidina,
sin despreciar el alcohol de la farmacia. O bien, como me decía el viejo Cutro,
que tenía setenta años y la señora dieciocho, que este gaucho era de trancarse
siempre pero escondido y solitario como vizcachón, y de golpe se hizo público
su vicio. No sé. Fue el asunto que los fines de semana este Leytes se agarraba
de los mejores peludos que se fabrican por estos pagos. Cuando lo subían al
caballo para que pegue la vuelta era una función: del lado de montar lo subían,
y del lado del lazo lo barajaban porque del empujón sobrepasaba el apero. Y el
flete, un alazán tostado, bien entendido el animalito, tranqueando se lo llevaba
como una bolsa de papas donde estaba su querencia en medio de un pajonal a la
sombra de una tipa, buscándole la vuelta al desparejo para que no se le caiga la
encomienda.
Y vino a ocurrir un día que la cooperadora de la
escuelita de Arroyo Hondo, donde había unas maestras alhajitas que siempre están
solas en ese monte pobrecitas, hizo una fiesta un sábado para juntar unos pesos.
Con este motivo se fue para allá todo el paisanaje; meta polca con sapucay,
chamamé candombeado y algún valseado, que hacían flamear las lonas sujetas al
alambrado que le hacían de contorno al festival. Entre aquellos estuvo Leytes y
como no podía ser de otra manera, a eso de la media noche, después de versear
lindo con la guitarra, se pescó una mama que no me escribe, de esas que no se
empardan si no se está en el profesionalismo. Para que no anduviera dando asco y
vergüenza, lo cargamos en el tostado para que se lo llevase a su guarida.
Protestó diciendo que aquello era un atropello. Pero no hubo caso, se lo fleteó
sin piola ni estampilla.
No va don Carlos, vea mire, que al otro día el
Leytes era finado fresco. Si: para no creer. Y usted me preguntará: ¿qué pasó?
La verdad es que nadie sabe, bien bien, lo que pasó, pero es fácil imaginarlo
como usted entenderá. Parece que en ese estado mamertoso don Justo hizo como una
legua hacia el sur, tambaleándose y gritando su dicho favorito; “¡paren el mundo
que me quiero bajar!”, hasta que, escuchándolo Dios, finalmente se cayó del
flete y quedó tendido a lo largo, en el pastizal de la banquina. El caballito,
conocedor del paquete, caminó unos trancos más y, saliéndose de la tierra, quedó
atravesado sobre el pavimento del lado que viene para acá. Al poco rato apareció
una camioneta que parecía la venían soplando los demonios y, al ver al caballo
atravesado en su mano, tomó la banquina donde estaba Leytes durmiendo su
llorona, por lo que le pasó por encima de pies a cabeza, así como venía. Más
tarde el Comisario, que era el turco Jalil, me dijo que se supone la camioneta
fue la primera, porque en el suelo fresco, también habían huellas de un camión
cargado con ripio y hasta de un tractor que habían hecho lo mismo en la
oscuridad de aquella noche. Al caballo lo encontraron verdeando como cien metros
más adelante. Con este dato y las frenadas en el macadam se pudo reconstruir
toda aquella tragedia. Así que don Justo quedó justamente hecho un amasijo y tan
chato como el cuero de un recién deshuesado. Plegándolo en dos, los de la pompa
se lo llevaron para el campo santo. En el pueblo, una semana duró el comentario
en boca de las comadres de la Cofradía de San Vicente Ferrer, aprovechando para
decir que los borrachos y los mujeriegos son hijos de Satanás. De los últimos no
sé. El cura de San Ramón, mi confesor, me dijo que no es así. Porque a los
mujeriegos Belcebú los castiga con azotera de lana.
Y bien: usted me dirá a qué viene este cuento y
tanta lata. Viene bien por lo que está pasando ahora en el país y lo que me está
pasando a mí. ¿Se ha fijado don Carlos que todos los ojos y el entendimiento
está puesto en el mes de octubre de este año? Ya sé que es por las elecciones.
Sí. Pero eso no es lo más importante. Que aquí hay muchos que tocan el timbre y
después salen corriendo. Le explico mi amigo.
A mi justo entender creo que el problema no
aparecerá en octubre si no en diciembre, cuando haya que entregar el gobierno de
la Nación. Y en esto sólo hay dos alternativas: que la recipiendaria de tal
honor sea la Cristina, como ahora andan diciendo, u otro que sea distinto de
ella y del maridito que se eligió, en todo sentido. Pero el problema será
siempre el mismo, por más que cambien el pelo y la marca: sincerar la economía.
Así dicho escuetamente, porque no da para más.
Entonces usted dirá: si sencillo es el enunciado,
sencilla ha de ser la solución. Pero en este caso no es así. Más bien es al
revés. Algo parecido le pasó a don Fernando de la Ruina: no quiso sincerar,
pausadamente, el Plan de Convertibilidad (el famoso uno a uno) que venía
haciendo agua de tres años atrás, por lo menos. Y siguió, empecinado, como venía
la cosa, porque le tenía miedo a la hiperinflación como le había pasado a
Mandingalfonsín: terminó saliendo como escupida de músico. Y la hiperinflación
sobrevino lo mismo: un trabajador pasó a ganar el 30% de lo que percibía y los
productos fueron tomando lentamente (he aquí la trampa) el valor dólar. Si usted
se fija en el valor de un producto cualquiera y lo divide por tres, tendrá el
valor de esa manufactura en la época de Sortenem. A esto los liberales caraduras
lo llaman inflación. Y no ha ocurrido lo mismo con la mayoría de los salarios.
El mejor ejemplo es el de los jubilados: si dividen su jubilación por tres,
verán que cobran lo mismo que en tiempos del Innombrable a quien le hicieron más
de ciento veinte marchas.
Y bien, mi buen camarada Carlos: si aquel fue el uno
a uno, este es el uno a tres. ¿Pero que cosas digo? ¡Si no puede ser de otra
forma el espantajo! Le explico: Martínez de Hoz fue el inventor de la Tablita
con la firma del Virrey Videla. Cavallo, el inventor del uno a uno, es correa
del mismo cuero de don José Alfredo. De donde el uno a uno es una versión
remozada de la Tablita. La Micelli fue empleada de Martínez de Hoz en la
Secretaría de Presupuestos Provinciales. Al mismo tiempo Redrado (su apellido
paterno es Pérez) a la cabeza del BCRA es un ex alumno del Numen Tutelar del 24
de marzo de 1976 (Redrado era el Golden Boy de Neustad y de Mal Ano
Grondona, ¿se acuerda de esa?). Entonces, ¿qué otra cosa espera usted de estos
cuadripédicos onagros? Pues otra Tablita, que por carácter transitivo es el uno
a tres. El truco está en cambiarle el nombre a la cámara séptica, más lo que hay
dentro es lo de siempre. Y por esto la gilada anda contenta.
Si quien quedara a cargo del Ejecutivo fuere
Cristina, con una sola pregunta la fulminaré: ¿qué hará con el aparato que ha
montado su marido? ¿Acaso mantenerlo, engordarlo, suplementarlo? ¿Hacerlo
desaparecer?: ¡no! Eso sí que no. Se le vendría la estantería abajo. Entonces
que siga el baile. Pero pasa que yo no sé si esto aguanta una pieza más.
Y si es otro el pelandrún a cargo déste Virreinato,
mal olor le siento al chancho. Si no sincera la economía, crujirá la estantería
y puede ser que el pueblo haga tronar el escarmiento en su pellejo. Y si la
sincera también, pero es preferible. De seguro que de la Ruina tomará apuntes y
a nosotros nos parecerá un verdadero angelito de retablo. Un gran presidente.
Pero si se sincera la economía hay medidas colaterales que habrán de tomarse,
como la prisión para el señor Kirchner y su banda de forajidos sin abuela. Un
Nüremberg para todos ellos. Ya es hora de que se empiece a hablar de un
Nüremberg para todos estos: por las criaturas muertas y las desaparecidas, por
los asesinados impunes de a centenas, por los desaparecidos y desaparecidas que
no son justamente Jorge Julio López, por los latrocinios sin memoria, por los
juicios millonarios entablados al Estado y que nadie sabe quién pagará, por lo
crímenes de lesa patria. Así habrá de tronar el escarmiento.
Pero esto es muy sencillo amigo mío. Demasiado digo
yo. Si lo hacen podrán seguir un par de leguas más en el alazán tostado de don
Justo Leytes. De no, que se cuiden de caer por el mareo en la banquina, que por
ahí pasan camionetas, tractores y, lo que es peor, camiones cargados con ripio,
que no es otra cosa que el pueblo enardecido.
Un abrazo don Carlos. Cuídese de la temperie y de la
tos.
JUAN
(Milico Redomón)
kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk
|