"¿Cómo es
posible que un país democrático reciba a un dictador?" Esta
pregunta se la hizo Hilda Molina, la neurocirujana cubana de
62 años imposibilitada de visitar a sus dos nietos argentinos,
de 5 y 11 años, porque el régimen de Fidel Castro no la deja
salir de Cuba. "Me retienen como rehén. Dicen que soy una
científica importante y que mi cerebro es patrimonio del
país", expresó.
Frente a
una circunstancia como la descripta, que no es más que un
ejemplo de las tantas atrocidades del régimen castrista, es
difícil entender que haya argentinos que le rindan un tributo
al dictador cubano. No menos difícil resulta comprender el
motivo por el cual organizaciones de derechos humanos de
nuestro país le dispensan honores a Castro, como si en Cuba se
respetaran los derechos humanos y las libertades de expresión
y de prensa, como si allí no se hubiera fusilado a numerosos
opositores al régimen y como si éste no hubiese bloqueado, en
1979, una condena de la Comisión de Derechos Humanos de las
Naciones Unidas al gobierno militar argentino.
Mucho menos
sencillo es entender los motivos de los gobernantes
democráticos de América del Sur, reunidos en la ciudad de
Córdoba por la XXX Cumbre del Mercosur, para acoger al
dictador caribeño. Sorprende que ninguna de las autoridades de
la comunidad democrática sudamericana haya cuestionado
públicamente las violaciones a las libertades individuales que
a diario se suceden en Cuba. Por el contrario, la sola
participación de Castro en la reciente cumbre puede
considerarse como un implícito respaldo a sus tropelías por
parte de los países de la región.
Una de las
razones por las cuales en Cuba, desde hace décadas, se
multiplican los presos por motivos políticos y no se respetan
elementales libertades guarda relación, precisamente, con la
falta de una condena al régimen por parte de las naciones
libres de América latina.
Y,
lamentablemente, el dictador cubano se hizo notar durante su
visita a la Argentina. Cuando un periodista cubano le preguntó
si iba a dejar salir de su país a la médica Hilda Molina, el
longevo gobernante le respondió: "¿Y a ti quién te paga para
preguntar esas cosas?". Posteriormente, cuando un periodista
de un medio argentino le formuló una pregunta similar,
aclarándole que nadie le pagó dinero por hacérsela, Castro
volvió a eludir una respuesta.
La doctora
Molina agradeció el gesto del presidente Néstor Kirchner de
entregarle a Castro una carta solicitando que deje a la médica
cubana visitar a sus parientes en la Argentina por razones
humanitarias. La actitud del primer mandatario argentino, sin
embargo, es lo menos que puede esperarse de un gobernante que
está obligado a defender los intereses y derechos de los
habitantes de su país. Lamentablemente, el presidente de
nuestro país desperdició una excelente oportunidad para
demostrar su compromiso con los derechos humanos, reclamándole
al dictador de Cuba, delante de los restantes jefes de Estado
latinoamericanos, que respete las libertades propias de una
democracia.
La visita
de Castro a la Argentina, en síntesis, sólo dejó interrogantes
sin respuesta y profundas dudas sobre la verdadera vocación
democrática de quienes lo apañaron o le rindieron honores más
que inmerecidos. Sólo cabe esperar que las naciones
democráticas del Mercosur no repitan el error que cometieron
cuando decidieron incorporar a Venezuela como miembro pleno,
pese a los rasgos autoritarios de su gobierno.
Editorial La Nación (Argentina)
25/07/2006