CIUDADANOS ALERTA

   

INICIO

ÍNDICE

MEMORIA

OPINE

NOTICIAS

MAPA DEL SITIO

ENFERMERIDES ARGENTINAS
(Fechas Augustas de Argentinas Glorias)
por Juan Pampero

DIA DE LA CLAUDICACIÓN

   21 de febrero de 1977: Después de visitar las Islas Malvinas Sir Edwards Rowlands produce un informe desde el Virreinato del Río de la Plata.

.

   Sobrepasados aquellos malos momentos que se hicieran pasar a su Graciosa Majestad Británica por parte del gobierno de María Estela Martínez de Perón, expulsando el 13 de enero de 1976  a su Comisario Político y Jefe del Espionaje Inglés, escondido bajo el eufemismo de Embajador de la Gran Bretaña; puesta presa en el Mesidor y con siete llaves la autora de semejante desatino para escarmiento de todos los díscolos presente y por venir; derrocado el gobierno constitucional que había llamado a elecciones para octubre de 1976, con la amplia colaboración del peronismo en manos de la banda de Deolindo F. Bittel y del sindicalismo preparado pacientemente por Victorio Calabró y sus facinerosos, más con las fuerzas terroristas que habían pasado a la clandestinidad dos años atrás para seguir asesinando a mansalva; se instaló en la Nación un virreinato de gente decente,  como querían Mitre y Sarmiento, encabezado por el General Jorge R. Videla, el otro subversivo que venía preparando la sedición desde la muerte del General Perón.

¡Oh, Dios mío, que dolor produce el llamar a las cosas por su nombre! Y todo esto se hizo bajo el gran pretexto que se llamó José López Rega. Todo era López Rega, hábilmente explotado por la prensa melindrosa y canalla. Con Isabel Perón no hubo nada positivo y tanto es así que casi a dos años de aquel golpe del 24 de marzo, Videla seguía inaugurando obras que habían quedado a medio terminar en el gobierno de ella. Como por ejemplo el monumental puente Zárate-Brazo Largo. Pero, ¿y obras de él? Nada de nada. Préstamos. Meta préstamos con Martínez de Hoz  y sus Chicago Boys a la cabeza, hasta llegar a los tumbos con Cavallo que estatiza la deuda privada.

   Recordamos de paso que, el primer país que reconoció al Proceso de Reorganización Nacional, fue el Reino de España. ¿Cómo? Sí, amigo lector, el país donde vive el juez Baltasar Garzón, el que saca las pajitas del ojo ajeno y no ve la viga en el propio. Donde sobrevive el adalid Juan Manuel Serrat, que oficiaba de banco para depósitos y giros del dinero de la subversión desde Cataluña y Madrid. Y el último, aunque usted no lo crea, fueron los EE. UU. de América. ¿Qué me dice? Cuénteme ahora, que ya hemos caminado esta senda maloliente, si no parece que fue al revés. No. Fue así. Una mano que nos dio la Madre Patria como la que nos daría seis años después con Malvinas. Y a esto no lo van a poder borrar porque está en los diarios y revistas de la época.

   Pero los EE. UU., ¿procedieron así por su honestidad? No. Pensar esto es como creen algunos que, porque el diablo perdió la cola, dejará de ser diablo. La Gran Democracia del Norte, la Patronal digamos, le exigió la virreinato del Río de la Plata que, para ser reconocido en la trapisonda que se acababa de mandar, primero debería reanudar sus relaciones diplomáticas con Gran Bretaña. Cosa que se hizo de inmediato pero, como todavía estaba calentito lo de la expulsión, se llevó a cabo en el máximo secreto. Casi clandestinamente. Como fueron casi todos los amoríos con Gran Bretaña: unas veces por pudor como en este caso, en otras porque el mismo Reino Unido lo dispuso.

   Pero, ¿cómo habían quedado las cosas? En el comunicado del Gobierno de doña Isabel del 13 de enero de 1976, se expresa que el Ministro inglés, James Callaghan, “insiste en su intento persuasivo a referirse a la cooperación económica, calificando en cambio de estéril la disputa de la soberanía.” Por eso los echaron a los gringos. Pero volvieron de la mano del Proceso y bajo el paraguas de los United States.

   Lógicamente la novela continúa desde este capítulo. En enero de 1977 aparece el Informe Shakleton que se descuelga con un “el status político sobre Malvinas continuará siendo el mismo que el imperante durante el último siglo y medio” (pág. 115). Digamos, como para que nadie tenga dudas. Pero mire el sufrido leyente: los ingleses, después de todo no son tan malos. Porque sus pretensiones en 1833 eran Malvinas, el Estrecho de Magallanes y la Isla Grande de Tierra del Fuego. Cosa que se le olvidan a casi todos los historiadores. Diga ahora usted, si pretender entonces solamente Malvinas, renunciando al resto, no es de gente buena y, se podría decir, que nos quiere. Muertos o vivos, pero nos quieren.

   Lord Shakleton omite toda cuestión histórica; reconoce la postración económica de las islas, devenida no sólo de su situación geográfica, sino en particular de su estructura económico-social, consecuencia de una economía de monoproducción dependiente de una variable dominante: el precio de la lana en el mercado internacional, que, justamente por esos años se venía abajo. Algo parecido ocurría con el azúcar. Y hoy, a treinta años de aquellas experiencias, no crea el lector que las cosas en estos dos rubros, han cambiado mucho. Salga usted a vender lana o azúcar por el mundo y después me cuenta.

   Respecto a la cuestión de la soberanía (pág. 115) dice en su Introducción que el “tema de soberanía pende sobre nuestro informe, como pende sobre Malvinas, y la falta de acuerdo podría cohibir el pleno desarrollo de las islas”. Digamos: el viejo truco. Y sin más se mete de lleno en el asunto de la cooperación económica. Por lo que agrega casi a renglón seguido que “es lógico, por lo tanto, que en cualesquiera nuevos avances de magnitud de la economía de las Islas, especialmente en la explotación de los recursos submarinos, se asegure, de ser posible, la cooperación y la participación de la Argentina.” Un atrevido.

   Pero este sainete no terminaría allí. El 2 de febrero de 1976 aparece un comunicado anunciando la visita de Sir Edward Rowlands, la que se haría efectiva en la segunda quincena de ese mes. Así fue como, a menos de un año de la defenestración de doña Isabel, llega al virreinato una delegación del gobierno del Reino Unido, encabezado por el Ministro de Estado en el Foreing and Commonwealth Office, Sir Eduard (Ted) Rowlands. Vienen a discutir  con otro grupo argentino dirigido por el Subsecretario de Relaciones Exteriores, Capitán de Navío Gualter O. Allara, acerca del futuro de la negociación sobre Malvinas. El 21 de febrero Allara hace declaraciones a la prensa en donde aclara todo lo que nosotros en esta minúscula Enfermérides conocemos sobre la cooperación económica (lo único que le interesaba a los ingleses) y, al final de su discurso, eso sí, se acuerda de la soberanía, asunto que promete será tratado.

   Ese mismo día, Sir Rowlands había finalizado su visita a Malvinas, y partía para el virreinato del Río de la Plata. Con un pie en el estribo se mandó unas declaraciones. En ella les asegura a los isleños (nativos en su gran mayoría de la Gran Bretaña), que marchaba al virreinato para buscar puntos de contactos sobre la cooperación económica. Nada más. En clara alusión a que el tema soberanía no sería tocado ni tangencialmente. Que cualquier tratativa que se hiciera no sería perjudicial para ellos y, que en caso de ser necesario, se los consultaría. Además prometió mantener informadas a las autoridades isleñas sobre las negociaciones. Por lo que se colige los malvinenses lo apretaron fiero. Y Sir Edward da a entender, entre líneas, que él no va al virreinato con los fundillos bajos. Al contrario: espera encontrar no sólo los pantalones bajos, sino también los calzoncillos y todo lubricado, porque sino Jorge Rafael no liga un solo petrodólar más para que siga la pachanga.

   El 23 de febrero de 1976 aparece una declaración conjunta (Sir Edward + Allara) en donde se aclara, y desde luego, que lo único que se trató fue lo de la complementación económica. Es decir lo único que querían ver y tratar los ingleses. Como corresponde a un obediente Sir de su Majestad y a un marino que lleva el luto por Nelson en cuatro prendas de su uniforme que se supone es argentino. Faltaba más. Lo que me parece acertado, digo para que no piensen que somos nazifascistas, que amamos la libertad y, mucho más si ella viene de Londres o de yanquilandia. Así lo pedían a los gritos los Padres de la Patria: Alberdi, Sarmiento, Mitre, Urquiza, Julito Roca, Federico Pinedo, Alvear, Justo, Ortiz y Norteamérico Ghioldi.

   Ahora dígame el lector, con una mano en el corazón, si esto no se merecía una Enfermérides de la Claudicación. Por eso siempre digo: las Malvinas son argentinas, y las malvinas fueron del Proceso.

¿THE END?

VOLVER AL ÍNDICE DE "HISTORIA"

.

kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

.
.