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ENFERMERIDES ARGENTINAS
(Fechas Augustas de Argentinas Glorias)
por Juan Pampero

LOS LIBERALES INSTALAN EL TERRORISMO

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   Miércoles 18 de julio de 1810: La Junta de Buenos Aires encarga uno de sus miembros la redacción de un Plan de Operaciones.

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Antecedentes de documento 

   Este documento, atribuido al Secretario de la Junta municipal de Buenos Aires de 1810, vulgo llamada Primera Junta, el doctor Mariano Moreno, fue descubierto accidentalmente por el ingeniero Eduardo Madero en el Archivo de Indias de Sevilla, mientras buscaba instrumentos, cédulas y contratos para su libro Historia del Puerto de Buenos Aires, cuya primera edición viera la luz en agosto de 1891. El nombre del descubridor y las fechas me eximen de ser tildado de nazifascista, por los progre, o de comunista por los liberales, amigos de los progre. Ambos dos muy de moda en este hoy. 

   Con uno de sus amanuenses don Eduardo le hizo sacar una copia certificada (que es la que muestro al principio), pensando en Mitre que, en esos años, estaba abocado a la recopilación de todos estos escritos históricos. Al llegar de regreso a Buenos Aires le regaló el ejemplar, enterándonos sorprendidos que don Bartolomé, después de estudiarlo, no dudó un instante en su autenticidad, que viene a ser el primer escalón en el debate que se venía. 

   Por este motivo  don Bartolomé se lo pasó al doctor Norberto Piñeiro para que lo incluyera en la recopilación de escritos de Mariano Moreno que preparaba para una editorial en Buenos Aires. Y fue así como el desconocido texto apareció publicado íntegramente en 1896. 

   Como el manuscrito propone una política del terror y está escrito en el lenguaje propio de la canalla, se imaginará el lector cómo cayó en los círculos que exudaban liberalismo en plena Degeneración del 80. Se estaba hablando del Numen Tutelar de Mayo y los periodistas ya lo habían adoptado como apóstol genial, clarividente y magnánimo. Pero ellos jamás pensaron que su santo patrono había sido como sus veras figuras: un terrorista, por lo que lo del patronazgo les vino a su imagen y semejanza. Y hoy mismo los periodistas, de puro devotos a su apóstol, siguen siendo terroristas que asperjan el  terror y la mentira por doquier.  

   El primero en dar el brinco alarmado, y tal vez el más importante, fue Paul Groussac, ferviente admirador y panegirista de don Mariano, así como ahora lo son el profesorucho Pigna y el diletante García Hamilton. Por la cabeza del franchute, extranjero al fin, jamás había pasado la idea de que Moreno, su bienamado, resultase el responsable de los fusilamientos de Cabeza de Tigre y del Alto Perú, y de que estas crueldades y otros desaguisados fueran, en verdad, actos terroristas.  

   Pero como Groussac estaba hasta los ijares con la apología de Moreno no podía recular, entones tomó una medida harto inteligente: desconoció el documento descubierto por Madero (ya fallecido: muy propio de don Groussac en agarrárselas con los muertos), tildándolo de apócrifo porque sí, y dispuso la quema del libro de Piñeiro. ¿Se da cuenta el lector que todos estos son iguales? No son parecidos: son iguales. Los de ayer y los de hoy. Y en mis noches de insomnio, cuando me falta el té de tilo, he llegado a pensar que escribiendo la biografía de uno se puede ver la semblanza de todos. Sólo habría que cambiar los nombres. Y a veces ni eso. Diga el lector si no es para reír mientras se llora, con lagrimones de medio litro, en yunta y por cada ojo, secándose estos lloros con una toalla de baño. 

   Seguidamente se abrió una polémica en torno al escrito y aparecieron una serie de impugnaciones que, rodando han llegado hasta nuestro proceloso presente. Sin embargo y luego de más de cien años, estos ecos se han ido apagando y hoy existe el consenso mayoritario de que el documento existió realmente y que la copia traída por Madero es auténtica. Y digo mayoritario y no unánime, porque las respuestas a las objeciones sobre su autenticidad no son apodícticas, como dicen los forenses en los escaños judiciales. Es decir resulta por lo actuado muy probable, pero no se puede certificar su autenticidad, simplemente porque el original se desconoce, y lo que se ofrece es una copia de la copia existente en Sevilla.  

   Sin poderse liberar de estas dudas, aparece, por ejemplo, don Vicente Sierra, que decide no darle fe al documento y piensa que se trata de una falsificación lisa y llana, o bien que se concierta con un protocolo original adulterado por una mano peluda. Que yo no digo no la hubo. Pero a la postre es lo mismo: si un pliego está sospechado de adulteración ya no sirve como documento. Por lo menos para nosotros que estamos en el Pensamiento Nacional; para otros tal vez sí. No sé. Porque si este documento sirviera para denigrar a Rosas o a Perón colgándole algún sambenito, por ejemplo, seguramente alguna Academia o algún Instituto, si no uno de sus corifeos que tienen y haylos, ya lo hubiese dado por auténtico. 

   Muy entretenidos estaban estos cosos en sus dimes y diretes (disquisiciones históricas propias de fines del Siglo XIX y principios del XX), hasta que don Enrique Ruiz Guiñazú vino a demostrar fehacientemente en su libro Epifanía de la libertad, la identidad entre las proposiciones terroristas del plan y las instrucciones a Castelli y Belgrano, indudablemente escritas por Moreno, lo que viene a constituir el elemento de mayor peso a favor de la autenticidad del documento. 

   Aferrándonos a don Enrique podríamos decir que fue la Junta, en su amalgama, la que adoptó este sistema del terror. A inspiración de Moreno, dicen unos. Puede ser. Pero esa Junta tenía una presidencia ejercida por el Coronel Saavedra, que sin dudas estuvo de acuerdo, o por lo menos al tanto de los contenidos del Plano, dicen otros, y con autoridad suficiente para vetarlo, digo yo de puro metido. Pero seré más explícito: nadie puede argüir que Saavedra no sabía que estaban por asesinar a Liniers y sus compañeros en Cabeza de Tigre el 26 de agosto de 1810, porque el decreto que llevaba Castelli y French iba con la firma de los nueve.  Incluido el autógrafo de un sacerdote católico. No. Y esta actitud de Saavedra no se condice con la personalidad de víctima con que él mismo se pinta en sus Memorias, donde por poco no pasa a ser un minino de retablo. 

   Y desde que todos opinan yo también quiero opinar: creo humildemente que los nueve miembros de la Junta conocieron el documento y estuvieron de acuerdo con él. Que al Plano lo haya redactado un endiablado, dos o tres satanistas, es harina de otro costal. Que hubo algún miembro que no lo conocía, no lo exceptúa que era su deber haberlo conocido. Que existieron algunos que no estuvieron de acuerdo, puede ser, pero en ningún lugar ha quedado constancia de esa discordancia que, por la gravedad del asunto, bien hubiera valido una renuncia o un forcejeo. No. Nada. Tampoco hubo notas ni renuncias.  

Examen del Plano de Operaciones 

   El título completo de este documento es Plano de Operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia. Para su examen he utilizado la edición de la Editorial Plus Ultra, Buenos Aires 1965 (prologada por un marxista que defiende a Moreno y elípticamente al sistema de terror), y algunos apuntes de José M. Rosa en Historia de Nuestro Pueblo, Nro. 6, Ed. Video, Bs. As. 9 de septiembre de 1986.  

   Todos los elementos disponibles indican que el autor de la idea de elaborar un Plano habría sido Belgrano. Y ello desde los primeros días de actuación de la Junta. Como toda esta gente, y los que los apoyaban desde afuera, eran “cultos y educados”, es lógico que dijesen: “necesitamos un Plano”. En cambio yo, de puro nacionalista y milico bruto que soy, hubiese pedido: “¡Necesitamos un Jefe, carajo!” Claro: un Jefe que mande para que el resto obedezca, se dejen de joder y se pongan a trabajar por la revolución. Pero a esta necesidad de un Jefe la siente el soldado y el pueblo que necesita de su guía. Mas en aquella gavilla no había soldados y el pueblo estaba ausente. Pero bueno: a falta de Jefe buenos son los planes. Así son los liberales: ellos creen que sentándose en la poltrona, sacando una ley, dictando una constitución y cambiándole el nombre a una calle ya han hecho una revolución. Ya sabemos cómo les fue y ya sabemos cómo les va, y de nosotros van quedando los hollejos.  

   Entonces los ocho pares de ojos de la Junta se volvieron hacia el noveno par: el de Mariano Moreno. Era el “abogado más prestigioso de Buenos Aires” (en toda su vida profesional ganó un solo juicio por desalojo de un inquilino: así de buena era esta lumbrera). El miércoles 18 de julio, dos semanas después del desacato del Cabildo en Córdoba, la Junta le recomienda formalmente a Moreno la redacción del engendro. Este debería ser secreto y sobre él, una vez aprobado, todos los miembros debían prestar juramento de lealtad. 

   Al igual que en la Representación de los Hacendados, Belgrano habría redactado la introducción y la parte económica, trazado de lo restante un esbozo, resaltando los temas más importantes. Seré más claro: Belgrano ponía las ideas y Moreno las desarrollaba: ¡dos abogados juntos! ¡Ay, Cielo Santo, qué temeridad! El jueves 30 de agosto, cuatro días después del asesinato de Liniers, Moreno presentó el Plano terminado a consideración de la Junta. Y les anticipó que aquello sólo era el exordio de un gran libro que estaba preparando y del cual no se han podido recoger ni las hilachas, señal de que nunca lo escribió, a pesar de su hermano, don Manuel, que lo buscó hasta debajo de la cama. Como buen liberal e iluminista creyó que escribiendo un libro ya hizo, él solito, una revolución. El liberalismo no sólo es una doctrina económica: es también una forma de ser, de pensar y de proceder

   Comienza Belgrano haciendo un preámbulo a este desbarajuste, como ya he dicho, en donde describe al régimen español, que “había arruinado la agricultura, la ciencia, las artes, la navegación y los minerales” y “desconceptuado a los hombres de talento, castigando la virtud, premiando el vicio, destruyendo los canales de la felicidad pública”. ¿Qué me dice el lector? Lo que yo le puedo contar es lo que dijo el historiador inglés H. Ferns muchos años después: “el régimen virreinal era cualquier cosa menos la opresora tiranía que se pintaba en la propaganda británica y diseminada por sus corifeos en la Argentina.” A lo que uno sólo puede agregarle un “¡oh!”, a lo sumo. Pero mire, sufrido leyente: en verdad lo que habría que hacer es prohibirlo a este Ferns en nuestra Patria y dejarse de escorchar. Sí, porque lo que estaba haciendo el buenazo de don Manuel, era justificar la injustificable cámara séptica que seguía a su introducción. Como no tiene nada que decir, entonces inventa, olvidándose que él había sido parte de ese régimen virreinal como empleado asalariado y, al parecer, muy eficiente. 

   Y luego de esto, como era de preverse le vino el turno a don Mariano. Que se descuelga con una invocación. No a Dios para que lo ayude, ni a la Santa Fe, ni a la Santa Religión, digamos como hace José Hernández en su Martín Fierro al estilo de los clásicos españoles. No. Invoca a ¡Jorge Washington! ¡Virgen Santísima, llena eres de Gracia! Pero no invoca a Washington por lo que fue y pensaba, que hubiese sido de algún modo positivo. Lo invoca porque es un extranjero. Un gringo, digamos. No podía invocar a una figura nuestra, un héroe como Liniers, por ejemplo, porque lo acababan de asesinar. Tampoco una figura criolla como Hernandarias, o como nuestro primer virrey, Ceballos, o su sucesor, Vértiz, porque les pateaban en contra. Entonces enderezó para el lado del gringo como chancho a los camotes. 

   Seguidamente dice que muchas veces habló sobre la necesidad de “proceder con energía”, porque en ciertos casos “el hombre es hijo del rigor”. Dos lugares comunes donde han caído siempre nuestros liberales: sea con una bomba por acá, con un fusilamiento por allá, una purga estalinista por acullá, etc. Lo mismo harían los marxistas, que son los hijos putativos del liberalismo. Y hoy los progre que son una mezcla de estas dos perversiones. “Y nada –continúa diciendo el apóstol del periodismo argentino- se ha de conseguir con benevolencia y moderación, porque estas son buenas, pero no para cimentar los principios de nuestra causa.”  ¡Menos mal que Belgrano y Moreno eran hombres de derecho! ¿Se imagina el lector si hubiesen sido militares, que siempre en las películas hacen los papeles de malos, brutos y comechicos? ¡Lo que hubieran dicho las Madres de Plaza de Mayo! 

   ¿Se da cuenta el lector como a su tiempo prevalece la cínica y ancestral casuística del hombre del estado liberal? Porque la benevolencia, la tolerancia, la humildad, son virtudes y principios abstractos que no tienen aplicación inmediata, ni son redituables como quería Adam Smith. Entonces el hombre, por ser hijo, nieto, tío, cuñado y chozno del rigor, no le venía bien la causa de la revolución de mayo, ni de la pérfida revolución francesa, ni la del colonialismo español, ni el imperialismo inglés, ni la de la perversa revolución rusa, ni de los casos patológicos que van de Nixon a Bush. Aquellas virtudes y principios no tienen lugar en las altas empresas políticas de los hombres políticos, y por ello se ven constreñidos a usar la ley del garrotazo, aunque detrás de ella quede la desolación y la muerte. 

   A continuación el Numen de Mayo hace una seria afirmación, que es complementaria del pensamiento anterior: “Conozco a los hombres –expresa-, y no conviene sino atemorizarlos y oscurecerles aquellas luces que en otros tiempos sería lícito iluminarles.” ¿Qué me pueden decir ustedes? ¡El hombre del Iluminismo propone que se apaguen las luces!  Moreno no quiere en la revolución hombres que piensen, que es lo que enriquece la causa; sólo quiere ejecutores. Este pensamiento no es retrógrado, es cavernícola y anterior a ñaupa. Imagine el leyente estas palabras en la pluma de don Juan Manuel: ¡el puchero que se hubiesen hecho Mitre, Sarmiento, Vicente F. López, el idiota de Pigna y el turiferario de Félix Luna! O que hubiesen salido de la cabeza de Perón: ¡la ensalada de repollo y perejil que se hubiesen hecho Norteamérico Ghioldi,  el geronte Alfredo Palacios, el guitarrero Balbín, la Hormiga Negra bombardera, el Aramburro fusilador y la británica Alicia Moreau de Justo en la Junta Consultiva! ¡Oh, Dios, ayúdame: mi cerebro no resiste más! No: estoy abusando de mí mismo. 

   Consecutivamente propone este esclarecido jacobino el uso sistemático de la calumnia. ¡Con razón los periodistas lo eligieron como Duende Bienhechor y es prócer admirado por las desgalichadas huestes marxistas! Y para ejemplo monta una calumnia contra Liniers, pero que en realidad está dirigida al Presidente Saavedra. Propone calumniar a Cisneros, echándole en cara ¡el libre comercio!, porque él “ha destruido todos los canales de la felicidad pública por la concesión de franquicias al comercio libre con los ingleses, el que ha ocasionado quebrantos y perjuicios.” Y si bien esto es cierto, Moreno es justamente el que no lo puede decir, porque él fue compinche del traidor Cisneros junto con Castelli y el cura Agüero en la redacción de la Representación de los Hacendados. Un verdadero y auténtico caradura que no se quiere hacer cargo de aquel bebé. 

   Aconseja después Moreno “cortar cabezas, verter sangre y sacrificar, a toda costa, aun cuando esto tenga semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes”. Es conveniente aclarar que este patricio no se refiere a la efusión de sangre en la pelea, sino a la de los prisioneros indefensos. Es una actitud típicamente marxista (valga el anacronismo): la necesidad de la violencia para el logro de la transformación social, tal cual lo dice el marxista que hace la introducción. Nada más que antiguamente era una consecuencia empírica, ahora es una realidad científica. Por esta causa y al poco de aparecido este documento se llamaba en Montevideo a los hombres de la Junta “los caribes del Río de la Plata”. 

   Luego propone tres normas de conducta que se encuentran con letras doradas en el frontispicio de los gobiernos (virreinatos) que hemos tenidos y aún siguen vigentes en el virreinato actual: La diplomacia secreta; El perdón de los delitos comunes si son cometidos por partidarios del gobierno y El fomento de la delación. Sobre este último punto nauseabundo Moreno propone premiar a los alcahuetes y proceder sobre la víctima delatada sin hacer muchas averiguaciones. Y aquí viene un punto que me hace pensar que el documento es auténtico: refiere Saavedra en una de sus cartas que estas prácticas se hacían. A confesión de parte, relevo de pruebas. Yo no me voy a poner a discutirlo. 

   Sostiene el Secretario Florentino que “debe observarse la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos de la causa”, agregando que “la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa deben castigarse con la pena capital, principalmente si se trata de sujetos de talento, riqueza, carácter y alguna opinión”, remarcando que “a los gobernadores, capitanes generales, mariscales de campo, coroneles y brigadieres que caigan en poder de la causa debe decapitárselos.” Pero más adelante dice: “Los bandos y mandatos públicos –por otra parte- deben ser muy sanguinarios  y sus castigos muy ejecutivos.” 

   Mientras tanto al pueblo lo trata con el más absoluto desprecio: “los pueblos nunca saben, ni ven lo que se les enseña y muestra.” Recomienda en cambio, recurrir a “los desertores, delincuentes, la gente vaga y ociosa y otras muchas que (…) luego se apartarán como miembros corrompidos que han merecido aceptación por necesidad.” 

   Una sola excepción hay en estas crueldades: los bienes de Inglaterra deben ser sagrados.”

   Después hay algunos que se andan sorprendiendo por Stalin, Bakunin, Kerenski, Trotzki,  Molotov, Fidel Castro (Patriarca de las Américas) y el Che Guevara (hoy Héroe Universal). Todos judíos, lo digo de paso y ya que estamos, para enaltecer a los Predilectos del Señor.

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