CIUDADANOS ALERTA

   

ÍNDICE

PERSONAJES

MEMORIA

OPINE

NOTICIAS

MAPA DEL SITIO

.

SIMPLEMENTE:
PIRATAS Y PERJUROS

(Escrito en aquellos días de 1982)

 

.

   Desde que Ronald Colman personalizó a Clive de la India y Gary Cooper encarnó al legendario sargento Mac Gregor de Tres Lanceros de Bengala, siempre habíamos visto a los ingleses luchando contra los nativos.

   Los ingleses eran caballerescos, diestros, sufridos, virtuosos en el más amplio sentido de la palabra,- los nativos, hipócritas, traidores, sádicos, piojosos y malolientes llevaban sobre sí todos los defectos del mundo.

   Los ingleses entraban en la tierra ajena sin otro objeto que darse la mejor vida posible, hacerse planchar la ropa, hacerse lustrar las botas, hacerse calzar las espuelas, hacerse cuidar los caballos y llevarse todo lo que estaba a su alcance, cosa que hacían con una envidiable cortesía.

   Los nativos nunca comprendían toda esta bondad y durante toda la película urdían traiciones, tendían celadas y hasta se alzaban en sangrientas rebelienes.

   Los ingleses siempre avanzaban contra el enemigo con la dura consigna de no disparar nunca el primer tiro y así se prestaban a derramar generosamente la sangre de los nativos más dignos, de los que vestían sus uniformes. Pasado ese trance dramático se desplegaban en valiente acción, eran derrotados, caían prisioneros y soportaban las torturas, pero en el final de la película llegaba el gran regimiento, armaba la gran batalla con la colaboración de las tropas de un jefe nativo que había estudiado en Oxford y la paz volvía a reinar con el debido respeto.

   Nunca habíamos visto a los ingleses desempeñando el papel de nativos, como ocurre ahora en las Islas Malvinas, nunca habían tenido que recurrir al subterfugio de poner por delante de sus conquistas la opinión de un par de miles de hombres de su propia especie con un mal sexto grado primario, nunca habían tenido que luchar contra una nación americana de hombres blancos que se bañan todos los dias y manejan sus propias armas.

   No hay, por lo tanto, que sorprenderse de la sorpresa inglesa que creyó que enviando el gran regimiento contra los invasores que se atrevían con sus escasos parientes coloniales, iban a encontrarse con lo que se encontraron, una resistencia que, más allá de lo heroico, ha resultado aplastante.

   En el otro extremo del planeta, lejos de las cerradas selvas y de las áridas mesetas y montañas de la India, otra raza de hombres sobresalientes nos había sorprendido con su destreza y sus virtudes. El cowboy era, en un principio, un muchacho de vestimenta inmaculada que mucho antes del descubrimiento de las siliconas y del ácido oxálico, tenía la virtud de perseguir a los bandidos a través de la más negra de las polvaredas y de revolearlos en el polvo sin arrugarse la camisa, sin que se le moviera el pañuelo del cuello, sin una mancha en los pantalones.

   El cowboy era la imagen viva de la destreza en el manejo de unas pistolas enormes, del lazo y de su propio cuerpo con el que era capaz de saltar vallas, escalar muros, saltar por las ventanas y rodar desde los techos cayendo siempre de pie y siempre inmaculado. Pero la admiración que promovía no nacía en ninguna de estas virtudes sino en que era el defensor impenitente de la justicia y de los débiles que siempre eran justos al contrario de los fuertes y de los grandotes, que siempre eran malos.

   Tanto es así que cuando en los últimos tiempos vinimos a ser inundados por el realismo y el cowboy comenzó a tener manchas, rasguños, heridas, a estropearse los pantalones, a transpirar y a ser menos diestro en el manejo de su cuerpo y de sus armas, y a rodar en las broncas del saloom conservó siempre aquella virtud distintiva, específica, que lo diferenciaba de todos los demás seres humanos, su impenitente defensa de la justicia y de la debilidad.

   Tampoco habíamos visto nunca a un cowboy como el que vemos ahora, que de pronto se pone de parte del grandote malo y agresor en contra del débil bueno que se defiende.

   Toda la escena tiene los personajes cambiados y raya, por lo tanto, en el ridículo, en el descrédito, un descrédito después del cual el cowboy y el sargento no van a poder hacerle creer a nadie que son impertérritos defensores de la justicia porque han demostrado no tener el más mínimo respeto por los principios más elementales.

   El sargento, salga como salga de todo esto, no va a volver a concitar la simpatía de nadie pero la situación del cowboy va a ser tanto más difícil porque ha dejado en evidencia que constituyó una organización de supuestos iguales para su propio y único provecho. Si alguien hubiera puesto los pies sobre las islas Aleutianas en los confines de Alaska, el cowboy hubiera llamado a gritos a todos sus socios para que se unificaran solidariamente en la defensa de su sociedad, tal como llamó cuando tuvo encima la Crisis de los Misiles para que concurriéramos todos a comprometernos en una defensa que no necesitaba.

   Pero el alguien ha puesto los pies hasta hartarse en las Islas Malvinas, que son de la Argentina, un socio lejano y latino, y el cowboy no se ha contentado con encogerse de hombros, sino que se ha mostrado sorprendido, se ha ofrecido como sacerdote de la paz en un papel que no le cuadra, se ha sorprendido de nuevo y se ha puesto, decididamente, de parte del agresor.

   Lo lamentamos profundamente por la memoria de Ronald Colman, de Gary Cooper y de Tom Mixture.

Agustín R. Manigua

VOLVER A: MALVINAS. A 25 AÑOS DE LA EPOPEYA

kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk

.