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A PROPÓSITO DE ALBERTO EINSTEIN
Juan Pampero

Alberto Einstein (1879-1955)

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       Los Colorados del Monte, agosto de 2007.

   Carta a don ALBERTO BUELA.  

   Estimado amigo; distinguido compatriota:

   Sepa usted que, de manos de don Carlos Fernández, he recibido hace muy poco un artículo suyo que trata sobre la Revista Ñ del diario Clarín, coronado por una expresión de aquel maestro incomparable que fuera don José Luis Torres, a quien llama el Fiscal de la Década Infame y yo lo he bautizado como El Ultimo Periodista, porque detrás de él vinieron otros, mas no de su tenacidad y su pluma.

   Verá usted que hace tiempo que no recibo un artículo tan bueno: de extrema sencillez y de gran profundidad, es decir, como siempre concluye siendo la verdad. Lo único que me ha llamado la atención de aquel escrito, son sus juicios, que desde luego le son poco favorables, sobre ese diletante llamado Alejandro Rozitchner (observe que la mitad de su apellido es igual al de nuestro Presidente, que también es del plantel hebreo), al que denomino sin más remilgos el Campeón del Silogismo y el Paladín del Sofisma. Si usted toma sus proposiciones retorcidas para silogismear (como decía Leopoldo Lugones), mechadas con las conclusiones mentirosas, tipo de las de la escuela de Elea, la patria de Zenón y de Parménides, para sofismear (como dice Juan Pampero), y las expone en un lenguaje vulgar, con gestos chabacanos y ademanes de un basto para hacerse el popular, obtiene un Rozitchner químicamente puro. Y así son todos los de la sinagoga que usted cita: de la misma laya y materia. Aunque entre ellos hay algunos peligrosísimos, con mohines doctorales capaces de convencer al cabeza dura más aventajado y a otros de cedazo fino en el intelecto.

   Viendo este exordio usted se estará preguntando que tiene que ver su artículo con el retrato con que he adornado la portada, y que hiciera Max Wulfart (otro paisano) de este prócer alrededor de 1921. Bueno, le diría que mucho, como verá por lo que sigue.

   Don Alberto Einstein (nuestros periodistas gustan llamarlo Albert que es más fino), es un hijo Elegido y Predilecto del Señor de Israel. De manera que desde ya sean dados loas y alabanzas, respetos y genuflexiones. Y, mientras quemo incienso en mi sahumerio y lo revoleo para esparcirlo, le digo que vivió en este mundo, como usted puede colegir, 76 años, que no es poco si se mira bien, y más para un 1955, cuando la expectativa de vida de una persona andaba arañando los 55 años.

   Sepa usted, estimado y admirado amigo, que hubo un tiempo en que me dediqué a leer la biografía de cuanto hombre famoso existió en este Valle de Lágrimas. Entiéndame: un berrinche, un pasatiempo, que me tomó un tiempo y me largó hilachiento como soy. Porque en término de aventar vacilaciones, junté más de ellas, y en lugar de alegrías, recogí tristezas. Es así la cosa. De esto yo le podría redactar un buen panfleto como para que usted tome el sueño en una tardecita de estío con 40° C a la sombra. Pero no es la finalidad de esta carta. Motivo por el cual concentro mi lupa en un asunto más específico.

   Si usted se toma el trabajo de leer la vida de Galileo Galilei y de Isaac Newton, por ejemplo, aunque también lo podríamos meter a mi tocayo Leibniz, que son todos contemporáneos con un poco de indulgencia, le resultarían ya dos cosas: la primera y más importante, que son hombres que dedicaron sus vidas enteras a la investigación y, la segunda, que las ideas de uno fueron continuadas por los otros, o trabajaron sin saberlo sobre un mismo tema, como es el caso irrepetible de Newton y Leibniz que descubrieron juntos las operaciones trascendentes (las que trascienden el álgebra, es decir el cálculo infinitesimal).

    A su vez estos hombres, tremendamente empecinados, murieron en la búsqueda de expresiones y desarrollos matemáticos, y no conforme con esto dejaron para la posteridad un buen número de obras escritas, que son las madres de las que hoy tenemos y usamos diariamente. Entonces, viendo esta continuidad, se justifica el decir, por ejemplo, que los tres son los padres de la Mecánica Clásica. Más aún, cuando se trata de cualquier tema de la Mecánica Clásica (la mecánica de este macro mundo en que vivimos), no se puede dar más de dos pasos sin mencionar a alguno de estos tres sabios (por el escolio tal, el principio aquel o la ley cual). Quiero decirle con esto que veo en ellos, por sus vidas, una gran coherencia. Pero no son los únicos desde luego. Fíjese usted en un Gauss, El Príncipe de las Matemáticas: ¿dónde encontrará, mi amigo, una vida enteramente dedicada a la investigación como esta? Y se murió en esta ley: investigando, resolviendo, aconsejando, ideando sistemas, dando métodos, corrigiendo errores y recogiendo aplausos de la Academia de Ciencias. Tal vez usted quiera otros ejemplos, entonces le cito a un Pasteur, o bien a laureados Leloir y Houssay que son nuestros.

   Pero fíjese que con don Alberto, estas cosas no ocurren. Es completamente excéntrico o atípico si prefiere. Pésimo alumno en las escuelas elementales, lo fue igualmente en las superiores, al extremo que una de ellas aconseja su expulsión por el enjambre de aplazos que tenía. Y su talón de Aquiles era, justamente, todo lo concerniente a lo físico-matemático, es decir el campo donde él brillaría y por el cual obtuvo el Premio Nóbel en 1921. Cuando irrumpe en 1907 con su teoría, tenía 28 años, y nadie conoce que haya publicado trabajos anteriores o cuente haberlo visto trabajando en las primeras hipótesis, supuestos y enunciados como puntos de partida. No tuvo compañeros, colegas o discípulos que hayan testificado su ímproba labor. Nada. Tampoco se lo conocía en aquel reducido mundillo de la ciencia especulativa, y la prueba de ello es que al hacer su primera publicación nadie le llevó el apunte, simplemente porque era un Juan de los Palotes. Antes bien, en esos 28 años era conocido como un calabacín trotacalles, mamerto, mujeriego y trasnochador, y no como un científico. Con su segunda publicación, que creo fue en 1917, le pasó lo mismo. Pero en 1920 se hizo ciudadano norteamericano y un año después le darían el Nóbel como galardón y premio a sus esfuerzos. Una casualidad salida de yanquilandia.

   La teoría de Einstein vino a modificar la Mecánica Clásica (galileo-newtoniana) y da paso a la Mecánica Cuántica, base y sustento de la Teoría Atómica en la cual él, siendo el papá de la criatura, no hizo ni un solo aporte. Igualmente modifica la Ley de la Gravitación Universal de Newton. O a la Geometría de los Espacios Curvos superadora  y distinta de la euclideana, en donde don Alberto no participa, no existe. Es decir de las consecuencias de sus enunciados se dieron cuenta otros. El, el que más sabía del estofado, no. Ni una carilla escribió. Desde 1921 hasta su muerte en 1955, es decir unos 34 años, don Alberto no enunció ni anunció nada. Se hizo pacifista y embajador itinerante de la paz del país que le arrojó dos bombas atómicas al Japón. No me diga que no era un alma caritativa. Como el judío Truman que las tiró.

   Cuando muere en 1955, dice que estaba trabajando sobre las constantes C, H y G (eléctrica, magnética y de la gravitación). Nadie conoce a qué resultados llegó, que seguramente fue ninguno, porque es como tratar de demostrar la relación que existe entre la naranjada y el somormujo tibetano. Porque usted sabrá que donde aparece una constante es porque se acabó la matemática. Las constantes, sean del orden que fueren, son de origen empírico esencialmente. No existe la constante deducida a partir de. Hay que ir al laboratorio, sala de ensayos o bancos de pruebas. No le queda otra. De manera que es esta otra patraña.

   Este caso de Einstein (en alemán sería una piedra, y no ladrillo peludo como han sugerido algunos), viene a romper la tesis que dice que los judíos jamás inventaron nada, ni son dueños de ninguna cultura, sino que copiaron todo y lo que pudieron se lo robaron. Es como el caso de los filósofos que usted cita con sumo detalle. Sus biógrafos son todos saltimbanquis circenses: hay profundidades en la vida de este judío que las pasan al trote como su niñez y adolescencia en su Ulm natal; sus relaciones con la señorita Webster, una hermosa alemanita, católica, profundamente enamorada de este esperpento, y brillante física-matemática, se nominan como un chichón en el asfalto. Dicen las malas lenguas que la Webster es la descubridora de la Teoría. No sé. Lo del paisano Einstein es tremendamente raro. Le repito: con amenaza de plagio como los filósofos de su artículo. Pero vaya usted don Alberto a ponerle el cascabel a este gato sin que se lo coma. La Liga Antidifamatoria y la Logia B’Nei Brito, a la cual Einstein pertenecía (se hizo masón en Austria en 1914), caerían sobre usted para hacerse un salpicón de repollo y perejil.

   Le mando un abrazo y saludo a nuestro estilo. Que Dios lo cuide y lo proteja, y su Santa Madre lo cobije con su manto Celeste y Blanco, que son los colores de la Patria Amada.

JUAN, Milico con Pésimos Antecedentes

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