Carta a don CARLOS FERNANDEZ.
Mi querido amigo y muy digno compatriota:
Largo la presente diciéndole que, a fuer de sincero, noté en la
última conferencia telefónica que usted anda con los ánimos por la
segunda o tercera capa freática. Digamos que deprimido. Y mire: no
es para menos con todo lo que está ocurriendo en esta abofeteada
Patria nuestra. Pero parecería que así debe ser, para que se
identifiquen claramente quiénes están con la Bestia y quiénes no
están con ella. También un Santo Padre, cuyo nombre no tengo
presente en este momento, nos hablaba en una Encíclica del
cansancio de los justos. Son pruebas, don Carlos, que nos
manda el Señor de todos los señores, de donde resultarán: los que
persisten en sus afanes mefistofélicos creyendo que no los ven ni
escuchan porque hablan a la oreja en los conventículos y piensan
que se irán de este mundo sin rendir cuentas de sus estropicios;
los que han bajado los brazos, cansados de ver y sentir las
iniquidades, y adoptan una actitud tan ambigua como indiferente; y
los que nos mantenemos alertas, vigilantes, como nos pidiera
Cristo.
Quería comentarle que mi hermano me ha enviado un artículo que se
titula Manuel Dorrego y la bandera uruguaya y cuyo autor es
el señor Alberto Umpiérrez. Un tema muy interesante, no lo
negaré. Y digo esto porque cuando estaba en tercero o cuarto año
de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, ya tenía
ciertas inquietudes sobre los orígenes de la bandera de la
República Oriental del Uruguay, vista desde nuestra orilla que es
la República Occidental del Uruguay. Mire usted, caro amigo, lo
viejo que es este asuntejo para mí. Mas, como en aquella época, el
Uruguay era una pequeña heroína democrática que había
contribuido a derrocar a un poderoso gobierno democrático y
constitucional, sin contar el valioso asilo que brindó a los
subversivos terroristas que habían bombardeado la Plaza de Mayo,
mucho no se podía indagar, sin caer en el serio riesgo de entrar
en la Lista Negra de los sospechosos. Pero quiso el destino
que, a pesar de mis encomios y cuidados, entrase al poco tiempo en
aquel elenco de selectos. Seis meses después, cuando sólo me
faltaban otros seis para recibirme de Maestro Normal Nacional, me
echaron sin asco. Ahí aprendí que la democracia es dura y,
contrariando los idus del doctor Mariano Celaya, el rector de
aquel entonces, me recibí en la Escuela Normal de la actual Ciudad
Eva Perón, aprobando todas las materias con un muy bien diez
felicitado, aplauso, medalla, beso y la foto inevitable.
Ahora bien: dice este señor Umpiérrez que la bandera uruguaya está
inspirada en la argentina por el sol y sus colores y, en su
geometría, en la norteamericana. Tiempo atrás me encargué, en un
artículo de mi pluma, de demostrar que la fuente de iluminación
para nuestra bandera fue el manto de la Inmaculada Concepción,
dispuestos sus colores y su geometría de la forma que indica la
Orden de la Inmaculada Concepción fundada por Carlos III. De
donde, si el autor dice esto, a mi criterio, es que ya empezamos
mal.
Y no le abundaré a usted en otros datos, pelos y señales sobre
esto cayendo en la redundancia. Pero sí le contaré que andando el
tiempo y siendo ya más grandecito, vine a enterarme que la bandera
uruguaya no solamente es parecida a la griega en formas e
irisaciones, si no que, además, ambas tienen, por poca
diferencia, la misma fecha de creación. Como usted me dirá: ¿qué
tenían que ver el Uruguay y Grecia en 1830 cuando la navegación
era a vela, lo que ubicaba a estas naciones en las antípodas,
porque un viaje demandaba un mes más de singladura que a Europa?
Bueno mi amigo: he ahí el misterio. ¿Acaso será pura coincidencia?
Tal vez fuere así para los que creen en ciertas concomitancias.
Sin embargo, descreído como soy de estas contingencias, díme a la
búsqueda del por qué. ¿Y sabe lo que encontré? Nada. Escuetamente
nada.
Recuerdo que en la desazón le garrapateé una carta a don Patricio
Maguire, en tiempos en que él escribía para la revista de historia
del doctor Ravignani. Pero no crea que gané mucho. Al poco tiempo
memoro que don Patricio trató el tema en uno de sus artículos, sin
mencionarme a mí desde luego, pero tan superficialmente que todo
quedaba como era antes. Se lo dije. Ni me contestó. Hasta que en
cierto momento le pude ver, tras el telón opaco de los años, la
punta de los botines de la sota. Lo cual paso a transmitírselo a
usted sin más trámite, rogándole acepte este razonamiento como una
hipótesis. Nada más, porque soy falible como cualquier mortal.
El 25 de agosto de 1825, la parte de la Banda Oriental
reconquistada a los brasileños declaró su independencia y su unión
a las Provincias Unidas del Río de la Plata. La otra parte del
territorio quedó con el nombre de República Cisplatina bajo la
ocupación brasileña hasta el tratado de 1828. La constitución de
1830 erigió el Estado Oriental del Uruguay en República Soberana.
Por su parte Grecia fue conquistada por los turcos otomanos entre
1354 y 1458 (antes había sido conquistada por los Cruzados), y se
levantó en armas en 1821, proclamándose Reino Soberano en 1829
(Tratado de Adrinópolis), gracias al apoyo incondicional de
Francia, Inglaterra y Rusia.
Y bien: ¿qué tenemos por aquí? Que el Uruguay sería el algodón
entre dos cristales: Argentina y Brasil. Digamos que un estado
tapón entre dos grandes. Grecia a su vez, sería el algodón entre
otro par de cristales: los turcos que ya se venían con todo el
tuco desde el Oriente y el resto de Europa entrando por la
Macedonia (hoy sería Albania, Yugoslavia y Bulgaria). Otro estado
tapón entre dos paquidermos.
Pero sumando miembro estas dos igualdades y aplicando la propiedad
cancelativa a las cantidades de igual signo, nos queda como factor
común Inglaterra y Francia, que está probado dominaban aquél
escenario y éste. De manera que el nexo de unión, que andaba
buscando entre teatros tan remotos y dispares (el Río de la Plata
y el Peloponeso), son estas dos superpotencias de la época, y, de
entre las dos, Inglaterra que brilla con luz propia.
Creo que por allí debería buscarse el origen de la bandera
uruguaya y no por el lado argentino que obliga a hacer
demostraciones abstrusas. Pero, en definitiva: si la bandera
uruguaya no está inspirada en la argentina, ¿qué significan sus
colores y su geometría? Es lo que no sé. Don Patricio Maguire
decía que estas banderas eran emblemas de la Masonería
Internacional: como un sello, como una señal, como una firma
dejada por la Hermandad para que siempre conste. Pero de allí en
adelante no agregaba ni jota, ni decía de donde lo había sacado.
Pero él era un erudito en el tema masonería; hombre cauto,
sentencioso y muy medido. Tal vez el más profundo investigador que
hayamos tenido en este tema escabroso, por lo que sus palabras,
escritas además, tienen un peso revelador. Por ejemplo: yo no me
animaría a desmentirlo porque ha sido mi maestro. Y creo que en su
momento no le sacó el ancho de espada a los uruguayos para no
humillarlos, haciéndolos sentir mal con su enseña patria. De allí
su silencio. Y el mío. En este aspecto Maguire es muy parecido a
don Pepe Rosa que prefería el silencio y la mesura, para hacer lo
que él nos decía socarronamente en la calle Córdoba al 500: “hay
que sumar viejito, no es esta la hora de restar, confórmense con
lo que les he dicho.”
¿Y Dorrego? A don Manuel, el Coronel Arrabalero, tal vez el más
ilustre de todos nuestros próceres y hombre de la Causa Nacional,
lo mataron los ingleses como a don Santiago de Liniers, con mano
de obra de la masonería. No me diga que a esto también se lo tengo
que demostrar.
Un abrazo como siempre y saludo a nuestro estilo de
JUAN
Milico
Disconforme
(Eternamente)
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