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UN ESCRITOR Y UN MILITAR:

DOS NAZIS SIN ABUELA

(Con estos juntamos la docena y faltan como ciento cincuenta)

Juan Pampero 

   Samuel Langhorne Clemens (1835 – 1910), fue un escritor norteamericano más conocido entre nosotros por el pseudónimo Mark Twain. Visitó gran parte de Europa, estuvo en África, en las Indias y en Australia. Fue librero, periodista, buscador de oro, conferenciante, y escribió un buen número de obras, que se distinguen por el humorismo y la gracia con que la narración se desenvuelve. Entre ellas se pueden citar La rana saltadora, La isla dorada, La vida en las orillas del Mississipi y las Aventuras de Tom Swager. De su suelto Referente a los judíos, que apareció en el Harper’s Magazine en septiembre de 1899, he extractado el siguiente fragmento:

   Al judío se lo expulsa de Rusia. La causa no se nos oculta. Este movimiento se instituyó porque el campesino cristiano no tenía nada que hacer frente a su talento comercial. El judío estaba siempre dispuesto a ofrecer préstamos por una cosecha; al año siguiente ya era dueño de la granja, como José.

   En la Inglaterra de tiempos de Juan, todo el mundo se hallaba en deuda con el judío. Reunía en sus manos todas las empresas lucrativas. Era el Rey del Comercio. Tuvo que ser desterrado del reino. Por idénticas razones España tuvo que expulsarlo hace ya 400 años y Austria un par de siglos más tarde.

   En todas las épocas la Europa cristiana se ha visto obligada a restringir sus actividades, Si se mería en un negocio, el cristiano tenía que retirarse del mismo. Si se colocaba de doctor, se hacía con todo el negocio. Si se dedicaba a explotar la agricultura, los otros granjeros tenían que dedicarse a otra cosa, La ley tuvo que intervenir para librar al cristiano de la casa de caridad. Aún con todo, casi sin empleo, encontró el modo de hacer dinero. Incluso de hacerse rico. Esta historia tiene un aspecto comercial de lo más sórdido y práctico. Los prejuicios religiosos pueden justificar una parte, pero no las otras nueve. De donde se puede decir que el problema judío no es un problema religioso como mayormente la gente cree; y han sido ellos lo que han hecho creer a la gente esto cada vez que se encuentran en un aprieto o en un callejón sin salida que ellos mismos se buscaron.

   Estoy convencido de que la persecución hacia los judíos no se debe en mayor grado a los prejuicios religiosos. No, el judío es un engendrador de dinero. Ha hecho de ello el fin y la meta de su vida. Ya lo era en Roma. Lo ha sido desde entonces. Su éxito ha convertido a toda la raza humana en su enemigo, no por la envidia sino por la expoliación.

   Dirán que el judío es en todas partes numéricamente débil, Cuando leí en la Enciclopedia Británica que la población judía de Estados Unidos ascendía a 25.000 escribí al editor explicándole que yo personalmente estaba relacionado con más judíos que esos, y que sin duda se trataba de un error de imprenta, es decir, eran 25 millones. Alguien me dijo que tenía razones para sospechar que, por motivos comerciales, muchos judíos no se declaraban como tales, cambiándose los apellidos y casándose con cristianas. Me parece plausible este justificativo. Yo soy de la opinión de que en América existe una inmensa población judía. Personas competentes me han asegurado que los judíos son extremadamente activos en política. 

   El Teniente General don Emilio Mola (y Vidal), militar virtuoso y vigoroso escritor español, nació en Placetas (Santa Clara, en la isla de Cuba), y murió a los 50 años de edad, víctima de un accidente de aviación, en Alcoceros (Burgos) en 1937. Había sido nombrado General del Ejército del Norte. Por sus servicios le fue otorgada la Cruz Laureada de San Fernando y el ascenso a Teniente General. De sus Obras Completas, me he detenido en la titulada Tempestad, calma, intriga y crisis, de donde he extraído para ustedes los párrafos que siguen.

   Las conmociones de España han obedecido siempre a sugestiones exteriores, las más de las veces íntimamente ligadas a la política internacional del momento. Esta, sin embargo, no ha tenido arte ni parte en la presente ocasión en nuestras cosas; mas ello no es óbice para que también haya existido la causa externa, el odio de una raza, transmitido a través de una organización hábilmente manejada. Me refiero concretamente a los judíos y a la masonería. Ello es básico; todo lo demás es circunstancial.

   ¿Qué motivos racionales existen para que los españoles concitemos el odio de los descendientes de Israel? Tres fundamentales, a saber: la envidia que les produce todo pueblo con patria propia; nuestra Religión, por la que sienten aborrecimiento inextinguible, ya que a ella atribuyen su dispersión por el mundo; el recuerdo de su expulsión, que no fue, como se afirma, por el capricho de una rey –hay que decirlo claro-, sino por la imposición popular. ¡He aquí los tres vértices del triángulo masónico de las logias españolas! Sobre ellos, enmascarándolos convenientemente, aparecen los siguientes lemas: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.

   Los pueblos decadentes son víctimas predilectas de la vida parasitaria de organizaciones internacionales (…) Es significativo que todas suelen estar mediatizadas cuando no dirigidas por judíos. La moral de éstos es especial: yo he conocido el caso de uno, gran especulador, que se servía de la belleza de su cónyuge para lograr concesiones que favoreciesen sus negocios (…).

   No importa a los judíos hundir a un pueblo, ni diez, ni el mundo entero, porque ellos, sobre tener la excepcional habilidad de sacar provecho de las mayores catástrofes, cumplen su programa. El caso de lo ocurrido en Rusia es un ejemplo de gran actualidad, que ha tenido muy presente el nacionalismo alemán, que está convencido de que su pueblo no puede resurgir en tanto subsistan enquistados en la nación los judíos y las organizaciones internacionales parasitarias por ellos alentadas o dirigidas; por eso se los persigue a unos y otros sin darles tregua ni cuartel.

El General Franco y el General Mola en

Canarias con el Estado Mayor y Jefes y

Oficiales de unidades con asiento en las

islas. Treinta días después estaban dándole

una buena mano a los bolcheviques.

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