¿OTRA VEZ JOSÉ MARÍA
EÇA DE QUEIROZ?
(No. Si se ve que
era un nazi feroz. ¿Y el Rey Feisal?)
Juan Pampero
No, miren
mis queridos amigos: que les dije en una de mis anteriores que no podía
andarme tranquilo. Quiero decir como todas las personas normales. Ir,
venir, caminar, seguir. No. Si yo salgo de este alero seguro que no
vuelvo igual. Y ayer, nomás, que fue día de San Andrés el mártir que
agradó a Nuestro Señor en este mundo, cumplí con mi ritual de ir a la
Biblioteca. Allí debo haber estado hurgando papeles unas dos o tres
horas. Cuando partí muy reverencioso, a los gritos me reclama Flavia, la
bibliotecaria, para decirme que había encontrado otro libro de José
María Eça de Queiroz. Se trataba de otra edición de Cartas de
Inglaterra, que debió escribirlo o compilarlo don José María cuando
estuvo de Cónsul en Londres. Al pobre ejemplar, viejito ya, no lo habían
cargado en la computadora y por eso no apareció en la primera pasada del
trasmallo que le hicimos. Bueno: aunque lo conocía, me puse a espigarlo
medio con desgano. En verdad más que desgano eran deseos de irme a casa
a tomar unos amargos con una yerbita que me mandaron de Misiones los
hermanos Hreñú, unos gringos que son más criollos que el chajá y el
aguaráguazú juntos. Estando en esto, no voy que le digo, sufrido lector,
que mire con lo que me encontré:
Nunca un estadista tuvo un reclame igual
(está hablando de
Disraeli), tan continua, en tan vastas
proporciones, tan hábil. Los grandes periódicos de Inglaterra, de
Alemania, de Austria, de la misma Francia, están –nadie lo ignora- en
manos de los israelitas. El mundo semita nunca dejó de considerar a Lord
Beaconsfiel (el título nobiliario de Benjamín Disraeli)
como un judío, a
pesar de las gotas de agua cristiana que lo único que hicieron fue
mojarle la cabeza.
Casi todas las grandes casas bancarias de Alemania, casi todos los
grandes periódicos están en manos del semita. Así es inatacable. De modo
que no sólo expulsa al alemán de profesiones liberales, lo humilla con
su opulencia rutilante y lo tiene sujeto con su dinero; ¡Injuria
suprema!, por voz de los periódicos, le ordena lo que ha de hacer, lo
que ha de pensar, cómo se ha de gobernar y con quién ha de luchar.
Su pompa fabulosa de Salomones parvenus, ofende nuestro gesto
contemporáneo, que es sobrio. Hablan siempre alto, como en un país
conquistado; en un restaurante de Londres o de Berlín nada hay más
intolerable que el ladrido semita. Cubiertos de joyas, todos los arreos
de sus carruajes son de oro, y aman el lujo grosero y vistoso.
Todo esto irrita. El mundo judío se conserva aislado, compacto,
inaccesible. Invaden la sociedad alemana, quieren brillar y dominar,
pero no permiten que el alemán meta siquiera la punta del zapato dentro
de la sociedad judía. Sólo se casan entre sí, entre sí se ayudan
regiamente, dándose unos a otros millones pero no favorecerán con un
mendrugo al alemán más hambriento. Naturalmente un exclusivismo tan
acentuado es interpretado con hostilidad y pagado con odio.
El buen alemán no puede tolerar este espectáculo del judío engordando,
enriqueciéndose, reluciente, en tanto que él, cargado de hijos, tiene
que emigrar a América en busca de pan.
Es el judío quien presta a los Estados y Príncipes; quien al pequeño
propietario le hipoteca sus tierras.
Ya pueden ver
ustedes, que a esto yo no lo busco. Me lo pone Dios por delante. ¿Y será
Dios el que me hace estas cosillas para probarme a cada rato? No sé,
pero digo que siempre se haga su voluntad y no la mía. Y cualquiera cosa
que fuere la que me mande, siempre estaré contento. Tal vez yo no sea
digno ni de atar las correas de sus sandalias.
Nota: la
palabra parvenus no es castellana; se trata de un galicismo por
advenedizos.
Y puestos que
estamos en la dura tarea de cazar nazis, les cuento que hace unos días
estuve leyendo una cartilla, un folletín, que me mandaron sobre la
situación del pueblo Palestino. Con muchas fotografías en colores.
Estremecedor el martirio de este pueblo. Ejemplar su lucha. Adalides por
lo tesoneros. Conmovedor lo de sus mujeres e hijos. Sus casas y ciudades
destruidas, en ocasiones con maldad deliberada. Digamos, para que sufran
más. Los israelitas han sembrado vientos en la Palestina; recogerán
tempestades. Y en esto no me hago el profeta, porque esto es ley de la
vida. Allí está la Historia, es ella quien lo dice. Yo sólo la recojo y
pongo en evidencia.
Ojeando aquel
envío, y no sé por qué se me vino a la cabeza el Rey Feisal, el
primogénito de Abdel Aziz, que fueron los forjadores de la unidad
nacional saudita y constructores, gracias al petróleo que subyace en sus
desiertos, de esta nación para ubicarla en el primer plano de la escena
mundial. El 25 de marzo de 1975, un sobrino de Feisal perpetró un
atentado contra él del que resultó muerto. La prensa venal del mundo
entero se apresuró en asegurar, sin que nadie le haya dicho lo
contrario, que tras el asesinato de Feisal no había cuestiones
políticas, ni religiosas, ni étnicas. Es decir que el sobrino mató a su
tío porque la noche anterior le había ganado un partido de truco
haciéndole trampas con los porotos. O porque se le dio la gana, no más.
De Feisal tengo el
Discurso ante las delegaciones de peregrinos, que editara el
Noticiario de Arabia Saudita y divulgado por la Embajada de Madrid en
Buenos Aires, en febrero de 1969. De allí he extractado el siguiente
parrafillo:
El primer centro de oración y escenario de Ascensión del Profeta(que la
paz sea sobre El), cuyo carácter sacrosanto ha sido ultrajado por cierta
gente (se estaba refiriendo a los judíos) que, desde los albores de la
Historia, está acostumbrada a la agresión, a la insolencia y
desobediencia de los mandatos de Dios. Ya habían desafiado a su propio
Profeta (que la paz de Dios sea con El), cuando les transmitió la orden
de su Señor para penetrar en la ciudad y combatir por su causa. “Vete tú
y el Señor –le respondieron- y luchad, mientras nosotros permanecemos
aquí”. ¿Cabe mayor desafío a la voluntad Divina y menosprecio al Poder
Celestial? ¿Qué podemos esperar de ellos en el momento presente, en este
tiempo en el que, desgraciadamente, imperan las pasiones, prevalecen las
ambiciones acompañadas de una corriente devastadora que destruye las
creencias auténticas, disuelve las virtudes morales y aniquila los
principios pacíficos, para sustituirlas por la anarquía, la disolución y
el crimen? Todos estos crímenes y estos males proceden de esta gente
malvada que intenta imponer su dominación al mundo entero y no a los
árabes solamente. En lo que respecta a los árabes, está actualmente
cometiendo sus crímenes y su desprecio a la conciencia y a todos los
principios humanos en una tierra árabe. Mas esta tierra no pertenece
únicamente a los árabes, sino que guarda relación con todos los
musulmanes y todos los creyentes en Dios, que luchan contra la falsedad,
la herejía, la disolución y el desenfreno. En su extravío han llegado a
exhibir el vicio y el libertinaje entre los muros de los templos, para
demostrar al mundo entero que no temen a nadie cualquiera que sea su
poder o sus inclinaciones.
Hermanos: ¿qué esperamos? ¿Acaso la conciencia mundial? ¿Dónde está la
conciencia mundial que contempla y palpa diariamente tales comedias y
crímenes que se realizan a vistas y oídos de todos y que no han
conmovido ninguna conciencia, ni siquiera por pudor? Si no sienten
vergüenza ante Dios, que la tengan, al menos, ante los hombres.
Todos los intentos de paz han sido inútiles ante las ambiciones de la
Internacional Sionista, que desea realizar sus planes expansionistas
para la dominación del mundo.
Como ustedes pueden
ver queridos lectores, el Rey Feisal era un nazi sin abuela, adoctrinado
de niñito, tal vez, no en las virtudes del Al Korán que reclama,
sino en algún cuartel de las SS de la Alemania del III Reich. Qué
epidemia ésta que ni los reyes se salvan.
VOLVER A ÍNDICE DE "LA CUESTIÓN JUDÍA"
kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk