EL
NACIMIENTO DEL MODERNO
LIBERALCAPITALISMO
(El
verdadero azote de Dios y de la Santa Fe)
Un modesto trabajo de Yaguar-eté
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Holanda es la cuna donde se meció el bebé de Rosemarie
Organizado como un Banco Municipal y colocado bajo la dirección
de los cuatro burgomaestres anuales, el Banco de Ámsterdam nació
en 1609. Como lo haría el Banco de Rioalto (de los Centurioni),
de Venecia, no lleva sus cuentas en moneda corriente, sino
en moneda de cuenta (constante) emitida por el propio Banco.
Pronto, sus reservas alcanzaron 3.000 toneladas de oro y tendría
alrededor de 2.000 clientes. Siguiendo este modelo, fueron organizados
diez años más tarde el Banco de Hamburgo y los de Rótterdam
y Nüremberg, en 1621.
Dos años después de esta fundación, el
Banco abre la Bolsa y trabaja en la fiebre que ha despertado
el dinero. Como Centro de Comercio, de acumulación de los
metales preciosos y gran mercado financiero, colocará
hasta 1770, empréstitos por un valor de 250 millones de florines. En el
año 1763, conocerá una verdadera avalancha sobre los valores. Pero desde
el lanzamiento de las acciones de las Compañías de las Indias, el
agiotaje y la especulación no tienen freno. Una ordenanza del 26 de
febrero de 1610 promovida por los Estados Generales
prohíbe vender más acciones de las que se poseían (es decir:
operaciones en descubierto). Al no ser respetada la norma, tiene que
ser repetida en 1621, 1623, 1677 y 1700. Se
especula sobre todo, según venía la moda como ocurre ahora, y no sólo
sobre valores o mercancías, sino también sobre los tulipanes (a pesar de
la reglamentación fijada en 1637, se produjo una calamidad), y
hasta sobre los dientes de ballena (en 1670). Extendiendo su
actividad de manera de ayudar a los agricultores que explotaban las
colonias, la finanza holandesa inició operaciones hipotecarias a mitad
del Siglo XVIII. Un Banco, creado con este fin, entró en quiebra
entre 1770 y 1780, De cien millones de florines
invertidos, sesenta lo fueron en Surinam (Guayana Holandesa),
colonia predominantemente judía.
Con semejante actividad bancaria,
Ámsterdam fue el campo de ensayo de las técnicas financieras
modernas. Una literatura especializada fijó sus principios y
expuso sus métodos. Un refugiado francés, Saumaise, confirmó las
tesis de Calvino (de 1550)
[1],
en su tratado De usuris, para calmar los escrúpulos de los
comerciantes deseosos de conciliar sus intereses con sus conciencias y
la de su clientela. El préstamo con interés –decía-,
no está en contradicción ni con el derecho natural ni con el derecho
divino. En cuanto a las operaciones bancarias, las describió en
un manual que permaneció en uso durante largo tiempo: el
Dissertatio de Foenore Trapezitorum (un silogismo muy bien
estructurado sobre el interés de los banqueros). Estas dos obras fueron
publicadas en 1638 y 1640 en Leyden, donde una
Universidad había sido creada el 8 de febrero de 1575. Otro autor,
don José de
la Vega
(un judío portugués muy habilidoso), escribió en Ámsterdam, hacia
el 1688, un excelente libro acerca los negocios de bolsa y
transacciones sobre los valores, titulado Confusión de
confusiones. Y otro judío portugués, descendiente de los
expulsos de la península, Josef de Pinto, completó esta
documentación técnica con un tratado sobre el crédito y la
circulación.
Una Nueva y Grande Jerusalén
Por
otra
parte los judíos hispano-portugueses (sefardíes en un
principio) ejercían una influencia preponderante sobre la plaza de
Ámsterdam, a la que llamaban la Nueva y Grande Jerusalén.
En los Siglos XVII y XVIII, los Pinto, los
Belmonte, los Bueno de Mesquito, los Francisco Melo
fueron los primeros financieros de la Europa
del Norte.
Administraban las finanzas de la casa de Orange, alimentan las
cajas de los soberanos de Inglaterra (endeudados con ellos hasta
el cuadril), de Prusia, de Sajonia, etc., y se prepararon
para extender sus operaciones en Alemania, en Austria y
hasta en los Estados Unidos, donde apoyaban a las casas
Neufville, Hope y Cía., etc. Aunque también los encontramos
maniobrando en las revoluciones de Inglaterra. En Holanda
(su escudo a la derecha), ocupan una situación preeminencia y
humillarían a todo el mundo con sus lujos caricaturescos: los más
hermosos palacios de Ámsterdam y de
La Haya
fueron sus residencias, como el palacio del barón Belmonte,
van den Heer de Pinto, van den Heer d'Acosta. Al final del
Siglo XVII se evaluaba la fortuna de Pinto en ocho
millones de florines. Cuarenta de estas familias judías de origen
hispano-portugués participaron en la fundación del Banco
de Hamburgo en 1619. Primero habían sido autorizados por el
Senado local para vivir allí como pobrecitos e inocentes
comerciantes portugueses. Doce de estos judíos se contaron entre los
cuarenta fundadores de este Banco.
Un informe del embajador francés en
La Haya
describía en aquellos días sobre cómo funcionaba su comunidad de
Ámsterdam, a la que se ve conocía en detalle y dice así: Se
entretienen con lo que llaman su congregación de Venecia (que)
enlaza el Occidente con el Oriente y el Mediodía
(…) la congregación de Salónica (es la Tesalónica,
en la Macedonia), la de Ámsterdam rige todas las partes
del Norte (…) de manera que en materia de comercio y de
noticias, se puede decir que son los primeros y mejores informados de
todo lo que se mueve en el mundo, con lo cual edifican su sistema de
cada semana (y determinan su táctica) en las asambleas que
tienen muy a propósito, en la mañana del sábado, es decir, el domingo,
mientras que los cristianos de todas las sectas están ocupados con los
deberes de su religión. Estos ‘sistemas’ (consignas) destilados
con alambique por sus rabinos y jefes de congregaciones, se distribuyen
en la tarde del domingo y sus corredores y agentes (…) que,
después de concertarse entre ellos, difunden separadamente las noticias
acomodadas según sus fines, que empezarán a aplicar el lunes por la
mañana, según la disposición de los espíritus en lo que toma a cada
tema: venta, compra, cambio y acción, pues como siempre disponen de
multitudes y provisiones, pueden, según su información, dar el golpe
sea en el activo, sea en el pasivo, o muchas veces los dos al mismo
tiempo.
Dada la importancia de este ministerio en los asuntos
económico-financieros, ¿acaso nos pude extrañar que estos métodos
mercantiles se hayan embebido en tradiciones hebraicas? ¿Que la nueva
Ciudad de Mammon tenga un árbol genealógico del que resulta
la ecuación: Judaísmo = Puritanismo = Liberalismo
= Capitalismo? En la tradición hebraica la creencia en la
supervivencia del alma tiene su origen sólo en Esdras (el segundo
Moisés, unos 445 años antes de Cristo; véase la
trilogía: Esdras y Nehemías; El Libro de Esdras y el
Libro de Nehemías), siendo un aporte tardío, procedente del
parsismo. Todo es dominado por el espíritu de la
finalidad: el pueblo, conjunto dedicado a
la ejecución de un plan que debe permitir su dominio sobre el mundo,
así como cada uno de los individuos que lo componen, empeñados en la
búsqueda de la riqueza (insigne favor y marca de la bendición del Señor
que los ha elegido), quiero decir la generalidad, tienen la
voluntad tendida hacia unas metas que deben ser alcanzadas por
todos los medios.
Tal vez sea esta la razón por la que el judaísmo siempre
reaccionó contra las influencias exteriores: sea por el Deuteronomo
contra el culto a Baal que era fortísimo; fuere por el
código de los Sacerdotes contra la Babilonia; en su
momento por los Tannaim contra la cultura Helenística y
el Cristianismo naciente; o por el tratado de
Maimónides los Turim de Ascher y el Schulchan Aruch de
Karo contra la civilización española. Pero fue durante el exilio
de Babilonia -país en el que los templos llegaron a ser
verdaderos bancos- que la comunidad judía, dirigida con autoridad por el
Príncipe del Exilio (o Exiliarca) y los dos Gaones
o Rectores de su Universidad, ya marcada profundamente
por el Talmud, tomó conciencia del papel internacional que era
capaz de desarrollar y ejercer; donde los medios
financieros de que disponía estaban llamados a desempeñar un
papel central y hegemónico; gracias a su unidad de concepción
para la unidad de acción; aparato cuidadosamente mantenido por su
aislamiento a través de una herramienta poderosa: el ghetto; el
matrimonio endogámico, casi al borde del incesto, que más que la
pureza de sangre evita que la riqueza se diluya por la herencia; y de
una dispersión (la Diáspora) que les ofrecía más
ventajas, al contrario de lo que la gente inocente cree, que
desventajas: ella es la que le permitió tener cientos de antenas
en el exterior para la consecución de aquellas finalidades.
Abundan
los textos en los documentos judaicos que presentan la riqueza
como una bendición de Dios. En los Salmos:
Feliz el
hombre que teme al Eterno y se alegra en seguir sus mandamientos; la
abundancia y la riqueza serán en su casa
(Sal.
112, 1, 3). En los
Proverbios: Conmigo son las riquezas y la gloria,
los bienes duraderos y la justicia
(8,
18), y más adelante: la riqueza es la corona
del sabio
(14,
24), o bien: el fruto de la humanidad y del temor al
Eterno, es la riqueza, la gloria de la vida
(22,
4). En el
libro de la Sabiduría: La sabiduría me valió todas loas y
bienes posibles e inmejorables riquezas
(Sab. 7, 7-14).
El Libro de Jesús, hijo de Sirach: «Si uno está honrado en la pobreza,
cuánto más lo será en la riqueza»
(X,
33). Pues bien, según el profeta Isaías, al
pueblo elegido son prometidas las riquezas de las naciones:
los pueblos entregarán ellos mismos su oro y su plata a Israel (Is.
60, 11-12). Tanto más que ninguna prohibición viene a frenarlos en los
tráficos de dinero cuando de los otros se trata, es decir de los
gentiles, leyéndose en el Deuteronomio: Podrás prestar con
interés al extranjero, pero no a tu hermano (Deut.,
23,
20). Y también en el Levítico: nadie debe
agraviar a su hermano, pero se puede perjudicar a un no-judío, vendiendo
a él a un precio más caro (Lev.
25,
14); etc.
[2]
Lejos de detenerlos, como las leyes religiosas lo hacen
con los cristianos, la tradición judía los incita más bien a entregarse
a los tráficos de dinero. La libertad de comercio, ya preconizada
por el Talmud, la reclama también el Schulchan Aruch de
Karo. Inculcada por sus libros santos, esta formación les permitió
suplantar a los griegos y a los sirios que tenían entre sus manos el
comercio internacional en la Antigüedad. En estas nuevas relaciones
comerciales aparecería un espíritu muy particular: al revés que en la
política prefieren considerar, en lugar de la persona humana viviendo
en su entorno familiar y profesional, un individuo abstracto
frente al Estado y a la Ley que, desde luego, estaba hecha
por ellos o para ellos; en materia de negocios, sustituyen a las
relaciones personales, que involucran los nombres y los
renombres que comprometían y garantizaban la honradez de los
contrayentes, por una obligación escrita lo más anónima posible,
un título de deuda de forma jurídica. Lo que explica la aparición
en Ámsterdam, en el período que nos ocupa, el extendido uso de
fórmulas comerciales o bancarias nuevas, cuya paternidad se les atribuye
(dicen algunos autores que este sería el protoplasma de las
Sociedades Anónimas que luego desaparecerían para regresar en la
segunda mitad del Siglo XIX y principios del Siglo XX).
Se trata, por ejemplo, del papel al portador,
ya citado por el Talmud (Baba Ba ta, fol. 172) y después
por los rabinos Ascher (125061327, rep. 68.6 y 68.8) y José
Karo (XVIé), en el Chosehan Míschpar (65.10). Esta
clase de firmas en blanco, que se aparentan con el inamré
de los judíos polacos, se difundieron en las ferias de cambio de
Amberes en el principio del Siglo
XVI.
La circulación de los pagarés al
portador fue autorizada por una ordenanza de Carlos
V
en 1536 y por las costumbres de Amberes de 1582.
Esta cláusula, ampliamente utilizada por los judíos, les permitía
evadir sus capitales en caso de necesidad produciendo el
consiguiente vaciamiento de una plaza, o bien de recibir
mercancías bajo un nombre cristiano para disimular
ingresos y evadir al fisco, aunque también de
especular fácilmente en bolsa sobre las mercancías o los
valores recibidos, a recibir, en tránsito o en depósito.
Otra práctica bancaria, el endoso de las letras de
cambio, fue reconocida sin reserva por primera vez en Holanda
en 1651. Se habían empeñado los judíos en tratar de introducirlas
en Italia, entre 1420 y 1550, cuando unos
municipios les pidieron fundar unas oficinas de préstamos. Pero el
Senado de Venecia prohibió su uso el 14 de diciembre de 1593. Lo
mismo que se opuso en 1421 a la creación de recibos
impersonales de bancos, distintos de los recibos de depósitos, una
especie de prefiguración de los billetes de banco.
Poco a poco, bajo su influencia, las costumbres
comerciales tradicionales, mantenidas por una estricta reglamentación
sobre el precio y la calidad de los productos, no resistían al afán de
provecho. Se atacaba la teoría del Justum Premium (del
Justo Precio), que condenaba los beneficios ilícitos.
En su Compendio, escrito en 1561, Saravia Della
Calle, introducía ya la futura noción liberal de la
fijación de precios por la ley de la oferta y de la demanda
(esto es: el precio se fija no por el valor de la cosa,
sino en función de las expectativas humanas que habilita al vendedor
el poder robarle unas rupias al comprador). De esta manera se
admitían rápidamente prácticas antes consideradas como desleales.
Tráfico de sucedáneos, industrias de mermas, fabricación
de mercancías inferiores (camelote), ventas con
pérdidas, destinadas a dominar un mercado para luego fijar
precios arbitrarios en posición de monopolio (antecedente del
dumping), las ventas a plazos (un invento netamente judío),
etc. Aparecieron bazares vendedores de mercaderías de ínfima
calidad y fruslerías; toda clase de tiendas de baratijas (digamos
como aquí las todo por dos pesos), y de pequeños
comercios al paso ciento por cien móviles (los antecesores de
los actuales quioscos aunque en este rubro ingresaban también los
prostíbulos), que escapaban del control de las corporaciones,
del poder de policía y de la autoridad municipal.
Al amparo de la Reforma religiosa, una
revolución financiera y comercial está desarrollándose,
que
se extendería al terreno social y político. Desde la mitad
del Siglo XVII, la influencia moral de los judíos en los
Países Bajos es tan grande que los juristas y filósofos toman
las leyes de los antiguos hebreos como modelo de la constitución
holandesa. Una idea domina este sistema: la del contrato (berit'h
en hebreo). Lo mismo que la tradición mosaica impuso la noción de un
contrato ligando a Jahvé con el pueblo elegido, lo mismo que
cada miembro de la comunidad considera que se le abre una manera de
cuenta corriente en el cielo, lo mismo el principio de un
contrato entre el individuo —ciudadano abstracto— y el Estado
debe ser introducido en el mundo moderno. Esta será la obra de la
revolución puritana, con la que los profesores de historia se
babean cuando les envenenan la mente a nuestros jóvenes. Mas esto
profesores son inimputables porque ellos tampoco saben lo que
dicen y lo que transmiten es de segunda o tercera
mano.
Pero, por el momento, en materia social, el régimen
instaurado en Holanda no tiene de libertad más que la palabra.
Edifica la preponderancia de una oligarquía reducida, ama del comercio,
de las finanzas, de la magistratura; sobre todo el país. Unos
banqueros, unos gordos comerciantes, cuyas riquezas crecen de día en
día, reinan sin contrapeso sobre un ejército, una marina, una
administración, rodeadas por el nepotismo y la corrupción, sobre una
burguesía sibarita de rentistas dóciles, sobre un proletariado formado
por los escombros de las corporaciones, aumentando en número sin cesar,
cobrando salarios bastante buenos, pero expuesto a un paro endémico
porque todo aquello es ficticio. La libertad individual está tan poco
respetada que los burgomaestres tienen la posibilidad de expulsar a los
indeseables, sin ningún trámite.
Tal es el sistema de gobierno que se introducirá en
Inglaterra (su escudo arriba a la derecha), donde el terreno
ha sido ya bien preparado por la reforma de su sifilítica majestad
Enrique VIII y de Thomas Cromwell, el Nuevo
Macabeo, y por la ósmosis, las idas y vueltas de reformados
entre los dos países que marcaron el reinado de
Isabel
I,
La Reina Virgen.
Los Rosa-Cruz (el anillo de sello de Martín
Lutero tenía el emblema de esta secta satánica, y no es casual que
después de la llamada Reforma los Rosa-Cruz hayan
quedado a cargo de los gobiernos de Flandes, Alemania y
Suiza), ya en acción en la revuelta de los Países Bajos,
se preparan para jugar un papel preponderante en las revoluciones de
Inglaterra (para ello el Consejo de Estado y el Parlamento habían
tomado la conformación del Sanedrín de Jerusalén con 70 miembros; sólo
faltaba que llegase el mesías, que resultó ser el judío Manasseh ben
Israel, mal profeta, hábil negociador y buen comerciante).
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Referencias
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Conste que el Antiguo
Testamento está plagado de estas citas, que no he querido abundar para
no fatigar al lector desviándolo del objetivo central de esta nota. Sin
embargo se debe agregar, en salvaguarda de la veracidad de mis dichos,
que, lamentablemente, los textos bíblicos autorizados por la autoridad
eclesiástica correspondiente, no son iguales. En efecto: si el lector se
toma la molestia de comparar algunos versículos de Biblias católicas
editadas en los años 1900, 1950 y 1995, por ejemplo, llegará a la
conclusión de que no son iguales. Particularmente en aquellas cosas que
involucran a las correrías de los judíos y los estragos causados por
ellos. Verá el lector cómo, con el correr de los años, se han ido
suavizando ciertos asuntos escabrosos, al extremo de que el texto de un
versículo de 1995 casi no guarda relación con uno de 1900. Y si el
ejemplar de la Biblia es más viejo, más alarmante será la conclusión a
la que llegue el lector. Y pongo como ejemplo el caso de la manifiesta
homosexualidad de David en sus relaciones con Jonatán, el hijo de Saúl.
Por tal motivo pienso que, en unos cincuenta años más, resultará que
Nuestro Salvador Jesucristo no fue crucificado, sino que murió de una
fuerte gripe de la que los judíos trataron de salvarlo siéndoles
imposible.
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