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 Los Colorados del Monte, septiembre de 2008

 

LA CIRCUNCISIÓN MARXISTA

(Prepucios que andan sueltos para la perdición de las almas)

 

 

 

Y vos Juancito, ¿por qué tenés esa caripela de chancho con diarrea? No me digas que te andás recordando de las responsabilidades en los asesinatos cometidos por  tu encargo en Montoneros modelo Bakunín yTrotzki. ¡No te olvides que ahora sos un pueta mártir y laureado por el Rey de la Sinarquía!

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Carta a don Carlos Fernández.

Mi buen amigo y meritísimo compatriota:

   Le comento que es de reciente aparición un libro que no debería pasar inadvertido a la muchachada.  Fue publicado en Córdoba y se titula Sobre la responsabilidad. No matar.  No tiene un autor definido como es de verse comúnmente, porque es la recopilación hecha por el bolchevique Pablo Belzagui de diversos textos originados en un debate que se suscitó a fines del 2004. La agarrada zurda se entabló en la revista La Intemperie, primero, y prosiguió después en otras publicaciones afines.  Cuando digo afi­nes quiero decir entre ellos mismos; esto es, entre marxistas convictos y confesos.       

   Sucedió que Héctor Jouvé, ex integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), -una banda criminal guevarista que actuó en Salta durante 1964, con la anuencia expresa del medio judío Ernestito (que los menciona en su Diario en Camiri, Bolivia), y bajo la conducción de Ricardo Masettí (citado por el Che en forma reiterada, junto con el Gordo Codovialla, Gelman, la antigua terrorista Tania y el PC Boliviano que nunca le dio bola dejándolo que se lo coman las musarañas)-, relató muy orondo, con la impunidad que les da saberse gobierno, cómo dos de sus guerrilleros habían sido ejecutados por inconducta, bajo la decisión del mismo mando del EGP. El relato (bajo la forma de una jugosa entrevista) se hizo desde las páginas de la mencionada publicación cordobesa La Intemperie, en sus números 15 y 16, y puede leerse en páginas de Internet [1]. Legítimamente molesto por tamaña confesión de Jouvé, Oscar del Barco, desde su condición de militante marxista, remitió una estremecedora carta o la mis­ma revista, que le fue publicada (en el sitio de Internet mencionado).

   Esta carta de Oscar del Barco, por lo que se verá luego, no tiene desperdicio. Es un crudo reconocimiento del carácter criminal de la guerrilla y de quienes integraron sus cuadros depredadores. Es una confesión veraz, descarnada, hiriente y confortadora a la vez pues no ahorra dureza de adjetivos para los homicidas rojos, glorificados hoy por la historia oficial. Tan contundente es el testimonio de este personaje, que su so­la declaración debería bastar para acabar con tanta mentira esparcida por los sicarios enquistados en los antros gubernamentales. Era previsible que tal epístola trajera cola. No sólo en el orden teórico; esto es, en el debate de ideas, sino en el orden práctico. En efecto, según cuenta desde el diario Perfil del penúltimo domingo de enero de 2008, Hernán Arias, reseñando la aparición de este libro, La Intemperie sufrió la quita de apoyo publicitario y de dis­tribución a raíz de este debate.

   He pensado don Carlos que esta carta, que es de conocimiento público, podría ser agregada a la causa que lleva adelante el Doctor Palacín en Rosario, por el secuestro, tortura y muerte del Ingeniero Jefe Larrabure, dado que estos bandidos solitos, sin apremios ni cosas raras, hacen la confesión de parte, lo que exige un relevo de pruebas. O bien que el juez los mande a llamar para que ratifiquen o rectifiquen sus dichos, para luego después ampliarlos. Mire usted si entre estos asesinos encontramos la punta del ovillo que andamos buscando. Por ahora lo de la judería cierra como una llave Acitra. Pasa que en el 2005, ni remotamente se imaginaban estos delincuentes que iba a pasar lo de Rosario. Yo no tengo la dirección del hijo de Larrabure para avisarle. Si usted o alguno la tiene, mándele esta carta.

   Hechas estas necesarias aclaraciones, transcribo los fragmentos más interesantes de la carta de Oscar del Barco, dirigida al hebreo Sergio Schmucler, Director de La Intemperie [2]. No he querido subrayar nada del original, con excepción de resaltar los nombres propios, para que sea usted quien lo haga con mejor criterio. Pero le recomiendo su atenta lectura. Además le agrego que yo no tengo la culpa de que usted o algún otro atrevido arme con todos estos nombre una buena Sinagoga. No. Por favor. Eso corre por su cuenta. He aquí el texto entonces.

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   Señor Sergio Schmucler:

   Al leer la entrevista con Héctor Jouvé, cuya trans­cripción ustedes publican en los dos últimos números de La Intempe­rie, sentí algo que me conmovió, como si no hubiera transcurrido el tiempo, haciéndome tomar con­ciencia (muy tarde, es cierto) de la gravedad trágica de lo ocurrido du­rante la breve experiencia del movi­miento que se autodenominó "ejér­cito guerrillero del pueblo". Al leer cómo Jouvé relata sucinta y claramente el asesinato de Adolfo Rotblat (al que llamaban Pupi) y de Ber­nardo Groswald, tuve la sensación de que habían matado a mi hijo y que quien lloraba preguntando por qué, cómo y dónde lo habían mata­do, era yo mismo. En ese momento me di cuenta clara de que yo, por haber apoyado las actividades de ese grupo, era tan responsable co­mo los que lo habían asesinado. Pero no se trata sólo de asumirme como responsable en general sino de asumirme como responsable de un asesinato de dos seres humanos que tienen nombre y apellido: todo ese grupo y todos los que de alguna manera lo apoyamos, ya sea desde dentro o desde fuera, somos res­ponsables del asesinato del Pupi y de Bernardo

   Ningún justificativo nos vuelve inocentes. No hay "causas" ni "ideales" que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irre­dimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabi­lidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo que titubeantes podríamos llamar "absolutamente otro". Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el no matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, en­fermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás. Un mandato que no puede fundarse o ex­plicarse, y que sin embargo está aquí, en mí y en todos, como pre­sencia sin presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que constituye nuestra inconcebible e inaudita in­manencia.

   Este reconocimiento me lleva a plantear otras consecuencias que no son menos graves: a reconocer que todos los que de alguna mane­ra simpatizamos o participamos, di­recta o indirectamente, en el movi­miento Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra organiza­ción armada, somos responsables de sus acciones. Repito, no existe ningún "ideal" que justifique la muerte de un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o de un policía. El principio que funda toda comunidad es el no ma­tarás. No matarás al hombre por­que todo hombre es sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad, como dice Levinas, consis­te en excluirse de las consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y le­vantar el no matarás cuando se tra­ta de nuestros propios hijos (...) Mientras no asumamos la responsa­bilidad de reconocer el crimen, el crimen sigue vigente.

   Más aún. Creo que parte del fracaso de los movimientos "revolu­cionarios" que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, China, Co­rea, Cuba, etc., se debió principal­mente al crimen. Los llamados re­volucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenín, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No sé si es posible construir una nueva so­ciedad, pero sé que no es posible construirla sobre el crimen y los campos de exterminio. Por eso las "revoluciones" fracasaron y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el capita­lismo, como dijo Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese "co­munismo" nació y se hundió cho­rreando sangre por todos sus po­ros. Al decir esto no pretendo jus­tificar nada ni decir que todo es lo mismo. El asesinato, lo haga quien lo haga, es siempre lo mismo. Lo que no es lo mismo es la muerte ocasionada por la tortura, el dolor intencional, la sevicia. Estas son formas de maldad suprema e in­comparable. Sé, por otra parte, que el principio de no matar, así co­mo el de amar al prójimo, son prin­cipios imposibles. Sé que la histo­ria es en gran parte historia de do­lor y muerte. Pero también sé que sostener ese principio imposible es lo único posible. Sin él no podría existir la so­ciedad humana. Asumir lo imposible como posible es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el primero al último.

   Aunque pueda sonar a extemporáneo corresponde hacer un acto de contrición y pedir perdón. El camino no es el de "tapar" como di­ce Juan Gelman, porque eso —agrega— "es un cán­cer que late constantemente debajo de la memoria cívica e impide construir de modo sano". Es cierto. Pero pa­ra comenzar él mismo (que padece el dolor insondable de tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, tam­bién se preparaba para matar), tiene que abandonar su postura de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de los principales diri­gentes de la dirección del movi­miento armado Montoneros. Su responsabilidad fue directa en el asesinato de policías y militares, a veces de algunos familiares de los militares, e incluso de algunos mili­tantes montoneros que fueron "condenados" a muerte. Debe con­fesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad. No un perdón verbal sino el perdón real que implica la supresión de uno mismo. Es hora, como él dice, de que digamos la verdad. Pero no só­lo la verdad de los otros sino ante todo la verdad "nuestra". Según él pareciera que los únicos asesinos fueron los militares, y no el EGP, el ERP y los Montoneros. ¿Por qué se .excluye y nos excluye, no se da cuenta de que así "tapa" la reali­dad?

   Gelman y yo fuimos partidarios del comunismo ruso, después del chino, después del cubano, y como tal callamos el exterminio de millo­nes de seres humanos que murie­ron en los diversos gulags del mal llamado "socialismo real". ¿No sa­bíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una presunta buena fe o buena conciencia, no es un ar­gumento, o es un argumento bas­tardo. No sabíamos porque de al­guna manera no queríamos saber. Los informes eran públicos. ¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e incluso Trotsky, entre tantos otros? Nosotros seguirnos en el Partido Comunista hasta muchos años después que el Informe-Krutschev denunciara los "crímenes de Staiin". Esto implica responsabili­dades. También implica responsa­bilidad haber estado en la dirección de Montoneros (Gelman dirá, por supuesto que él no estuvo en la Di­rección, que él era un simple mili­tante, que se fue, que lo persiguie­ron, que lo intentaron matar, etc., lo cual, aun en el caso de que fuera cierto, no lo exime de su responsa­bilidad como dirigente e, incluso co­mo simple miembro de la organiza­ción armada). Los otros mataban, pero los "nuestros" también mata­ban. Hay que denunciar con todas nuestras fuerzas el terrorismo de Estado, pero sin callar nuestro pro­pio terrorismo. Así de dolorosa es lo que Gelman llama la "verdad" y la "justicia". Pero la verdad y la jus­ticia deben ser para todos.

   (...) Muchas veces nos callamos para no decir lo mismo que el "imperialismo". Ahora se trata, y es lo único en que coincido con Gelman, de la verdad, la diga quien la diga. Yo parto del principio del "no ma­tar" y trato de sacar las conclusio­nes que ese principio implica. No puedo ponerme al margen y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, o a la inversa.

   Yo culpo a los militares y los acuso porque secuestraron, tortura­ron y mataron. Pero también los "nuestros" secuestraron y mataron. Menéndez es responsable de in­mensos crímenes, no sólo por la cantidad sino por la forma mons­truosa de sus crímenes. Pero San­tucho, Firmenich, Gelman, Gorriarán Merlo y todos los militantes y yo mismo también lo somos. De otra manera, también nosotros so­mos responsables de lo que suce­dió. Esta es la base, dice Gelman, de la salvación. Yo también lo creo. Lo saludo.

                                                                                                            Oscar del Barco

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   Un abrazo mi amigo y hasta la próxima en la que, con seguridad, le reventaré el hígado. Hoy es día de Santa Elena Emperatriz, que agradó a Nuestro Señor en este Mundo. Que alabado sea su santo nombre y seguido se ejemplo de constancia y tenacidad en la Santa Fe.

                                                                                                                                                                                 Juan

Milico Irrecuperable

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