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COMO
ES: ¿HOLOCAUSTO,
HOLOJODA
O
JODACAUSTO?
(¡Urgente, por favor, un filólogo a la derecha del
palco!)
Y usted lector; sí, usted, no se haga el distraído, que
se las tira de qué
se yo, ¿con cuál de estas tres figuritas se queda?¡Qué
pregunta! ¿No?
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DESDE BEIRUT NOS
ESCRIBE EL NIPONAZIFACHOFALANJO PERONACIONALISTA |
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Hanse
pasado como tres años a esta parte, que escribí algo sobre el asunto de
los desaparecidos. El origen de mi problema, en aquel entonces,
estribaba en que, sobre tal argumento, nada hay de certero.
Particularmente en las cantidades, que no es asunto menor como se
lo ha querido instalar, al decir que 1 es lo mismo que 30.000.
No. Y todos, incluidos los lelos que haylos y superabundantes, saben
perfectamente que
1≠
30.000,
sea como y para lo que fuere, desde lo numérico hasta la simple tarea de
contar chanchos en un chiquero. En aquel entonces, repito no muy
lejano, las cifras de desaparecidos oscilaba entre 40 mil
(dicho por algunos exaltados), pasando por 30 mil (cifra repetida
por la mayoría, incluido el ex Presidente Kirchner cuando la
juega de patético), hasta caer en unos 9 mil (que fue lanzada, no
hace mucho, por un juez tan mediocre como bolchevique: yo no lo voy a
desmentir). (En la fotografía de la izquierda un joven idealista
trata de convencer con un libro en la mano derecha a todos los que no
piensas como él. La imagen fue obtenida el 20 de junio de 1973: donde
88 erpianos se fueron y aun no han regresado. Y, dado el tiempo
transcurrido, se me hace que no van a volver más).
Para
salir de esta duda y conocer la verdad, me fui a la
Biblioteca
Fomento Educacional
del pueblo y me conseguí el libro Nunca Más, que fuera
armado por el hebreo disfrazado de nosotros Ernesto Sábato cuando
era Presidente de la CONDEP (nadie como él conocía al General
Videla por haber sido su antiguo conmilitón en aquellos
Almuerzos de los Viernes en la Casa
Rosada;
esto fue registrado en los periódicos; no lo van a poder borrar ni con
lija y lavandina). Sobre este documento (de alguna manera hay que
llamar al espantajo; que me han dicho lo han reeditado no ha mucho), me
puse a trabajar con un cuaderno tomando caso por caso. Varias noches de
vigilia, mis queridos. Y encontré que, por todo concepto, habían
denunciados 3.482 casos de desaparecidos. O como también dicen
los marrulleros para desorientar a la gilada: Detenidos
desaparecidos; sí, tan sólo dos palabras disímiles con las que
he podido armar seis posibilidades. No sé si usted, amable lector, podrá
armar otra media docenita. Por favor: inténtelo. Es como un juego, no se
aburrirá. Y vino a resultar que estos 3.482 es el número más
bajo de todos lo que, desde este humilde rincón, pude juntar y escuchar.
Esta mentira de los 30 mil desaparecidos fue desarrollada
con la complicidad de infinita cantidad de oportunistas conocedores de
que esta mazamorra era una fábula. Así contribuyeron a su entronización
laica, do mora impertérrito. De manera que cualquiera que osara
contradecirla sea condenado al infierno por quienes no creen ni
en ellos mismos y, mucho menos en el Infierno. Casi todos los
medios de comunicación que apoyaban la lucha contra la subversión en los
tiempos del Proceso (hoy en día, hasta la más
modesta biblioteca tiene su hemeroteca, pida el lector
diarios y revistas de marzo 1976 en adelante
y verá lo que es la prensa y el periodismo en
la Argentina)
se plegaron mansamente a la edificación de esta tétrica leyenda.
Sin embargo, como la verdad siempre tiende a emerger, el tinglado de la
farsa de los treinta mil va desmoronándose, incluso con
el aporte de voces que defienden explícitamente la acción subversiva.
Ahora se trata del turiferario Martín Caparrós, el coautor -junto
a Eduardo Anguita- de
La
Voluntad,
un texto voluminoso reivindicatorio de la militancia
guerrillera marxista.
En un jugoso reportaje hecho por ADN Cultura de
La Nación del 22 de marzo de 2008 (pp. 10 a 12), se
puede leer, entre otros juicios de valor, comentando su nuevo libro
A quien corresponda, lo siguiente:
(...)
esa lectura de los militantes como desaparecidos, que provino de
los movimientos de derechos humanos y, básicamente, de las Madres de
Plaza de Mayo, que no tuvieron más remedio que presentar a sus hijos en
el 76 ó 77 como pobres muchachos que estaban tranquilos en el living de
sus casas cuando vinieron unos señores muy malos y se los llevaron. Esto
informó toda la historia de ese período, hasta una gran culminación
mistificadora, paradigma de esa justificación que fue la
noche de los lápices, donde se enseña, aún hoy en los
colegios, que eran unos pobres chicos que pedían por el boleto
estudiantil y se los llevaron, los secuestraron y los mataron. En
realidad, los secuestraron, torturaron y mataron, es cierto, cosa que no
hay que hacer con nadie. Pero no se dijo que esos chicos acordaban y
participaban en actividades de grupos que postulaban la lucha armada.
Esto no lo dicen porque se supone que, de hacerlo público, habría una
justificación de secuestro, tortura y muerte (…). Y
terminado que fue de leer este párrafo se me escapó un ¡Oh!,
quejoso y lastimero.
El periodista Miguel Russo, un alabancero del Régimen Perverso,
que lo reporteaba, debió quedar alelado ante la aparente camándula de
Caparrós. Entonces se desespera y escribe: Caparrós
dijo quince o veinte mil. Serio, dijo quince o veinte mil. No puede ser
una equivocación. No en un tipo como Caparrós, que es absolutamente
consciente de lo que dice, y entonces pregunta, como
temiendo la respuesta (en realidad me pareció que tenía miedo que lo
echen a él por el reportaje): quince o veinte
mil
es una manera de decir ¡no! a los treinta mil
desaparecidos.
A
ver, nunca se confirmó nada que se le parezca a
ese número
-le
respondió Caparrós-. Y se usa el número treinta mil porque
parece que impresiona más y porque se cristalizó de esa manera. Creo que
no es necesario poner cifras de las que no estamos seguros para que
parezca más (¡Uyuyui!) a esta altura, sí le creo a las
cifras que más o menos se empiezan a barajar en las listas de nombres
que se van construyendo (...) Tratemos de
ajustamos a cierta verdad comprobable. Una
respuesta interesante pero en la cual, y sin ninguna duda, Caparrós
miente, porque el Estado Nacional que lleva pagados 8.500
millones de dólares (dinero del pueblo restado a las necesidades del
pueblo) a los mencheviques y bolcheviques en concepto de
indemnización y, por ello, conoce perfectamente, no sólo el
número sino la lista completa de los llamados desaparecidos.
Esto es irrefragable. Y si no los conoce, por lo menos sabe que con un
golpe de teléfono a algún trotskista de sus amiguitos,
desparramados por doquier como vinchucas para mamar del erario público,
lo puede saber en un santiamén. ¿O no es así tovarich Caparrós?
No me vengas con la monserga que a eso no lo puedes hacer.
Finalmente, concluye Caparrós en este espiche de la bordalesa:
No es que me moleste que haya militantes revolucionarios en el
poder (...) Lo que sí me cabrea es que traten de usar esa
historia, tan lejana, para legitimar lo que no hacen ahora en el poder
(...)
tratan de barnizar un gobierno centrista con
los recuerdos melancólicos de lo que supuestamente hicieron hace treinta
y cinco años. Y
me jode que la sociedad compre eso, a favor o en contra.
La síntesis de esa situación es Puerto Madero, donde se instaló el
compañero Kirchner en una caricatura de sí mismo. Siempre lo dije: me
impresiona Puerto Madero porque es el lugar donde se construyen
edificios a cuatro mil dólares el metro cuadrado en calles que se llaman
Azucena Villaflor. Los riquísimos encerrados en un gueto sobre una calle
que lleva el nombre de militantes más o menos revolucionarios.
Y
como yo los conozco a ustedes deben estar esperando que, sobre esto, yo
diga algo. Sí. Les digo lo que dije en su momento: primero ¡Ayayay!;
y, enseguida, ¡Uyuyuy! Es todo cuanto a podido dar mi intelecto.
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