Conciencia Ambiental

Un Aporte para la Construcción de una Sociedad Sustentable

La Declaración de la Independencia

 

Expediciones al Alto Perú

 

Expedición a Chile

Gervasio Antonio de Posadas (1814-1815)

Carlos María de Alvear (1815)

José Rondeau (no se hizo cargo)

Ignacio Alvarez Thomas (1815)

Declaración de la independencia(1816)

Nosotros los americanos. Por Ignacio Anzoátegui

   A mediados de 1776, en el hemisferio Norte, desde hacía más de un año un ejército (y una marina de guerra) de milicianos colonos voluntarios al mando de George Washington, un veterano de las guerras francesa e indígena, hostigaba con gran éxito a las tropas inglesas, al tiempo que un Congreso reunido en Filadelfia asumía las funciones de un gobierno soberano, emitía moneda e iniciaba relaciones diplomáticas con las potencias extranjeras. El día 4 de julio finalmente el Congreso aprobó y firmó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América del Imperio británico. El texto fue redactado por el joven delegado de Virginia, Thomas Jefferson, revisado por una comisión compuesta entre otros por Benjamin Franklin y John Adams, y finalmente aprobado por unanimidad por los cincuenta y seis representantes de las trece colonias. La crónica cuenta que de esos cincuenta y seis firmantes, posteriormente cinco fueron capturados por los ingleses, acusados de traición, torturados y fusilados; a otros doce les saquearon sus casas antes de quemarlas; dos perdieron a sus hijos luchando en el ejército revolucionario, y a otro le capturaron dos hijos; nueve lucharon y murieron en la guerra de Independencia. Veinticuatro eran abogados, once comerciantes, y nueve productores agropecuarios. Es decir que eran hombres educados y de buena situación económica, pero firmaron la Declaración sabiendo muy bien que, si eran capturados, la pena era la muerte.

El objetivo práctico del documento fue dar a conocer al mundo las razones que impulsaban a las colonias a independizarse del control político británico, mediante una enumeración detallada y elocuente de las violaciones constitucionales y legales en que habría incurrido el Rey británico Jorge III. Los abusos de la metrópoli a la hora de cargar de impuestos a las colonias ya habían derivado en el bloqueo a las importaciones británicas. Por cierto, no deja de ser una ironía de la historia el hecho de que ese mismo día 4 el monarca inglés anotara en su diario de vida “nothing of importance this day”, y que cuando semanas después recibió el texto de la Declaración no comprendiera su importancia.

            Fue un elemento que luego demostrará su importancia que los delegados de Georgia y Carolina del Sur condicionaran su firma y, por lo tanto, la viabilidad de todo el proyecto independentista, a la remoción de la acusación que Jefferson había incluido en su borrador, de que Jorge III había “emprendido una guerra cruel contra la naturaleza humana” al introducir la esclavitud en las colonias y permitir el tráfico de esclavos. Al excluir este tema se estaban sembrando las semillas de la sangrienta y terrible guerra civil del siglo siguiente.

            La Declaración, uno de los documentos políticos más importantes de la historia, es la “partida de bautismo” de la epopeya americana. Antecede directamente a los acontecimientos del 25 de mayo en nuestra patria y a los confluyentes de todo el continente, además de a la propia Revolución francesa.

            “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad. Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; tal es ahora la necesidad que las obliga a reformar su anterior sistema de gobierno. La historia del actual Rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidos agravios y usurpaciones, encaminados todos directamente hacia el establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.

            [...] “En cada etapa de estas opresiones, hemos pedido justicia en los términos más humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha contestado solamente con repetidos agravios. Un Príncipe, cuyo carácter está así señalado con cada uno de los actos que pueden definir a un tirano, no es digno de ser el gobernante de un pueblo libre.

            “Tampoco hemos dejado de dirigirnos a nuestros hermanos británicos. Los hemos prevenido de tiempo en tiempo de las tentativas de su poder legislativo para englobarnos en una jurisdicción injustificable. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y radicación aquí. Hemos apelado a su innato sentido de justicia y magnanimidad, y los hemos conjurado, por los vínculos de nuestro parentesco, a repudiar esas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente nuestras relaciones y correspondencia. También ellos han sido sordos a la voz de la justicia y de la consanguinidad. Debemos, pues, convenir en la necesidad que establece nuestra separación y considerarlos como consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en la guerra, en la paz, amigos.

            “Por lo tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemnemente hacemos público y declaramos: Que estas Colonias Unidas son, y deben serlo por derecho, Estados Libres e Independientes; que quedan libres de toda lealtad a la Corona Británica, y que toda vinculación política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña queda y debe quedar totalmente disuelta; y que, como Estados Libres o Independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, concertar alianzas, establecer el comercio y efectuar los actos y providencias a que tienen derecho los Estados independientes.

            “Y en apoyo de esta Declaración, con absoluta confianza en la protección de la Divina Providencia, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado honor”.

 

La estatua de la Libertad fue un regalo que Francia hizo a Estados Unidos en 1886. Fue montada sobre un gran pedestal en una pequeña isla frente al puerto de Nueva York, en el extremo sur de Manhattan. La estatua, que es hueca, mide 44 metros de altura, pesa unas 225 toneladas y está montada sobre una estructura metálica encargada a Gustave Eiffel, más famoso por su torre parisina. Con la mano izquierda sostiene una tablilla que tiene inscripta en números romanos la fecha de la proclamación de la independencia, 4 de julio de 1776.

 

 

            Parece mentira que los Estados Unidos, después de haber nacido primeros a la libertad, de haber sido escudo para las víctimas de las tiranías y espejo de los apóstoles del ideal democrático de todos lados, hayan terminado en esto que son hoy. Apenas peleó su última cruzada, la abolición de la esclavitud, y se liberó de aquel lamentable pecado político de origen que comentamos, el gigantesco país se volvió opulento y perdió la cabeza. La materia devoró al espíritu, y la conciencia moral que portaban los puritanos ingleses develó su verdadera naturaleza. La democracia que había constituido para el bien común se terminó convirtiendo en factoría para el lucro de los privilegiados. Todavía en el siglo XX, su desdibujada imagen iba a convocar a millones de víctimas de las devastadoras guerras mundiales y persecuciones europeas. Y hoy, el que fue arquetipo de la libertad e iniciador del proceso independentista más fascinante de la historia, es uno de los países menos libres del mundo, y el gendarme de las peores oligarquías universales.

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