Un Aporte para la Construcción de una Sociedad Sustentable
La Declaración de la Independencia
Gervasio
Antonio de Posadas (1814-1815)
José
Rondeau (no se hizo cargo)
Declaración de la independencia(1816)
Nosotros los americanos. Por Ignacio Anzoátegui
El
objetivo práctico del documento fue dar a conocer al mundo las razones que
impulsaban a las colonias a independizarse del control político británico,
mediante una enumeración detallada y elocuente de las violaciones
constitucionales y legales en que habría incurrido el Rey británico Jorge III.
Los abusos de la metrópoli a la hora de cargar de
impuestos a las colonias ya habían derivado en el bloqueo a las importaciones
británicas. Por
cierto, no deja de ser una ironía de la historia el hecho de que ese mismo día
4 el monarca inglés anotara en su diario de vida “nothing of importance
this day”, y que cuando semanas después recibió el texto de la Declaración
no comprendiera su importancia.
Fue un elemento que luego demostrará su importancia que los delegados de
Georgia y Carolina del Sur condicionaran su firma y, por lo tanto, la viabilidad
de todo el proyecto independentista, a la remoción de la acusación que
Jefferson había incluido en su borrador, de que Jorge III había “emprendido
una guerra cruel contra la naturaleza humana” al introducir la esclavitud en
las colonias y permitir el tráfico de esclavos. Al excluir este tema se estaban
sembrando las semillas de la sangrienta y terrible guerra civil del siglo
siguiente.
La Declaración, uno de los documentos políticos más importantes de la
historia, es la “partida de bautismo” de la epopeya americana. Antecede
directamente a los acontecimientos del 25 de mayo en nuestra patria y a los
confluyentes de todo el continente, además de a la propia Revolución francesa.
“Sostenemos
como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que
son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos
están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar
estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus
poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que
una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene
el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en
dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá
las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia,
claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios
gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha
demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males
sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está
acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida
invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a
un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y
establecer nuevos resguardos para su futura seguridad. Tal ha sido el paciente
sufrimiento de estas colonias; tal es ahora la necesidad que las obliga a
reformar su anterior sistema de gobierno. La historia del actual Rey de la Gran
Bretaña es una historia de repetidos agravios y usurpaciones, encaminados todos
directamente hacia el establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos
estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.
[...] “En cada etapa de estas opresiones, hemos pedido justicia en los
términos más humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha contestado
solamente con repetidos agravios. Un Príncipe, cuyo carácter está así señalado
con cada uno de los actos que pueden definir a un tirano, no es digno de ser el
gobernante de un pueblo libre.
“Tampoco hemos dejado de dirigirnos a nuestros hermanos británicos.
Los hemos prevenido de tiempo en tiempo de las tentativas de su poder
legislativo para englobarnos en una jurisdicción injustificable. Les hemos
recordado las circunstancias de nuestra emigración y radicación aquí. Hemos
apelado a su innato sentido de justicia y magnanimidad, y los hemos conjurado,
por los vínculos de nuestro parentesco, a repudiar esas usurpaciones, las
cuales interrumpirían inevitablemente nuestras relaciones y correspondencia.
También ellos han sido sordos a la voz de la justicia y de la consanguinidad.
Debemos, pues, convenir en la necesidad que establece nuestra separación y
considerarlos como consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en
la guerra, en la paz, amigos.
“Por lo tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América,
convocados en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la
rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo
de estas Colonias, solemnemente hacemos público y declaramos: Que estas
Colonias Unidas son, y deben serlo por derecho, Estados Libres e Independientes;
que quedan libres de toda lealtad a la Corona Británica, y que toda vinculación
política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña queda y debe quedar
totalmente disuelta; y que, como Estados Libres o Independientes, tienen pleno
poder para hacer la guerra, concertar la paz, concertar alianzas, establecer el
comercio y efectuar los actos y providencias a que tienen derecho los Estados
independientes.
“Y en apoyo de esta Declaración, con absoluta confianza en la protección
de la Divina Providencia, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro
sagrado honor”.
La estatua de la Libertad fue un regalo que Francia hizo a Estados Unidos en 1886. Fue montada sobre un gran pedestal en una pequeña isla frente al puerto de Nueva York, en el extremo sur de Manhattan. La estatua, que es hueca, mide 44 metros de altura, pesa unas 225 toneladas y está montada sobre una estructura metálica encargada a Gustave Eiffel, más famoso por su torre parisina. Con la mano izquierda sostiene una tablilla que tiene inscripta en números romanos la fecha de la proclamación de la independencia, 4 de julio de 1776.
Parece mentira que los Estados Unidos, después de haber nacido primeros
a la libertad, de haber sido escudo para las víctimas de las tiranías y espejo
de los apóstoles del ideal democrático de todos lados, hayan terminado en esto
que son hoy. Apenas peleó su última cruzada, la abolición de la esclavitud, y
se liberó de aquel lamentable pecado político de origen que comentamos, el
gigantesco país se volvió opulento y perdió la cabeza. La materia devoró al
espíritu, y la conciencia moral que portaban los puritanos ingleses develó su
verdadera naturaleza. La democracia que había constituido para el bien común
se terminó convirtiendo en factoría para el lucro de los privilegiados. Todavía
en el siglo XX, su desdibujada imagen iba a convocar a millones de víctimas de
las devastadoras guerras mundiales y persecuciones europeas. Y hoy, el que fue
arquetipo de la libertad e iniciador del proceso independentista más fascinante
de la historia, es uno de los países menos libres del mundo, y el gendarme de
las peores oligarquías universales.