Un Aporte para la Construcción de una Sociedad Sustentable
Calendario Militante
Agenda
de Reflexión Número 29,
Buenos
Aires, martes 17 de diciembre de 2002
El 17 de diciembre de 1830 muere Simón Bolívar
El Libertador Simón Bolívar, el gran héroe venezolano de la independencia continental, supo convocar hace doscientos años a un puñado de patriotas de la Gran Nación Americana -y hoy debería convocarnos de nuevo también a nosotros- con estas palabras: “Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros; no burléis su confianza; no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos”.
En su homenaje, transcribimos a continuación algunas citas extraídas de su famosa Carta de Jamaica, (contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla), escrita en Kingston en 1815.
En consecuencia, nosotros esperábamos con razón que todas las naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos, para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son recíprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas! No sólo los europeos, sino hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos, porque ¿hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad del hemisferio de Colón?
Siempre las almas generosas se interesan en la suerte de un pueblo que se esmera por recobrar los derechos con que el Creador y la naturaleza lo han dotado; y es necesario estar bien fascinado por el error o por las pasiones para no abrigar esta noble sensación.
Yo
deseo más que otro alguno ver formar en América la más
grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas
que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección
del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme que el Nuevo
Mundo sea por el momento regido por una gran república;
como es imposible, no me atrevo a desearlo, y menos deseo
una monarquía universal en América, porque este proyecto,
sin ser útil, es también imposible. Los abusos que
actualmente existen no se reformarían y nuestra regeneración
sería infructuosa. Los estados americanos han menester de
los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y
las heridas del despotismo y la guerra. La metrópoli, por
ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo
por su poder intrínseco, sin el cual no hay metrópoli.
Supongamos que fuese el istmo de Panamá, punto céntrico
para todos los extremos de este vasto continente, ¿no
continuarían éstos en la languidez y aun en el desorden
actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en
acción todos los resortes de la prosperidad pública,
corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo, sería
necesario que tuviese las facultades de un Dios, y cuando
menos las luces y virtudes de todos los hombres.
Es
una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo
una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes
entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua,
unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente,
tener un solo gobierno que confederase los diferentes
estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque
climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos,
caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello
sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el
de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos
la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los
representantes de las repúblicas, reinos e imperios a
tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de
la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo.
Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época
dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es
infundada, semejante a la del abate Saint Pierre, que
concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo
para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas
naciones.
Felizmente
los directores de la independencia de México se han
aprovechado del fanatismo con el mejor acierto, proclamando
la famosa virgen de Guadalupe por reina de los patriotas,
invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus
banderas. Con esto el entusiasmo político ha formado una
mezcla con la religión, que ha producido un fervor
vehemente por la sagrada causa de la libertad. La veneración
de esta imagen en México es superior a la más exaltada que
pudiera inspirar el más diestro profeta.
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