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Calendario del militante latinoamericano

El sesquicentenario del Apóstol

En José Martí [1853-1895] coincide la rara conjunción del iniciador de una revolución política y el iniciador de una revolución literaria. Su joven muerte el 19 de mayo de 1895, en el campo de la guerra que acababa de encender, devorado de una sed que mata pero que lleva a la gloria, la sed de la grandeza, abortó una vida intensa, incontrovertible, pura y noble al servicio de la libertad de Cuba, pero sin dejar de pensar nunca en América como conjunto inseparable, como patria grande. Su singular y maravillosa prosa y su oratoria extraordinaria las consagró a mover ánimos para la lucha, pero con pensamiento original, calor de emoción e invención de estilo.

            Y como si fuera poco, decía Gabriela Mistral que hizo el milagro de pelear sin odio.

 

 

Los pueblos, como los hombres, no se curan del mal que les roe el hueso con mejunjes de última hora, ni con parches que les muden el color de la piel. A la sangre hay que ir, para que se cure la llaga. No hay que estar al remedio de un instante, que pasa con él, y deja viva y más sedienta la enfermedad. O se mete la mano en lo verdadero, y se le quema al hueso el mal, o es la cura impotente, que apenas remienda el dolor de un día, y luego deja suelta la desesperación. No ha de irse mirando como vengan a las consecuencias del problema, y fiar la vida, como un eunuco, al vaivén del azar: hombre es el que le sale al frente al problema, y no deja que otros le ganen el suelo en que ha de vivir y la libertad que ha de aprovechar. Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándoles a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad. [A la raíz, 1893]

 

Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifiquen al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras. [Nuestra América, 1891]

 

El libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos americanos al poder; y han caído en cuanto les hicieron traición. Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador. [Idem]

 

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, vinimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en Méjico la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centroamérica contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos y el sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el norte y los argentinos por el sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió riendas. [Ibidem]

 

El general sujeta en la marcha la caballería al paso de los infantes. O, si deja a la zaga a los infantes, le envuelve el enemigo la caballería. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando por las venas, la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos. [Ibidem]

 

Por eso vivimos aquí [se refiere a la ciudad de Nueva York, donde estaba cumpliendo una misión diplomática], orgullosos de nuestra América, para servirla y honrarla. No vivimos, no, como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados, sino con la determinación y la capacidad de contribuir a que se la estime por sus méritos y se la respete por sus sacrificios. [Madre América, 1889]

 

Son buenas gentes estos gauchos. Una china les gusta, y se la llevan a la grupa, a vivir en la platería del cielo, que de día tiene un brillante, y de noche es una caja de joyas. [...] Allí está el poema donde el hombre alborea, como en las edades vírgenes; mata a fuerza de brazo al león que le niega su morada; copia en la piel, a punta de puñal, los árboles, los combates y las nubes; canta de noche, al son de las estrellas, el triste y el cielito; marca de un tajo la cara del que le ofende o le disputa el puesto, y cae de rodillas ante la civilización, roto el jarrete por la reja del arado. ¿A qué leer a Homero en griego, cuando anda vivo, con la guitarra al hombro, por el desierto americano? [La pampa, 1890]

 

La América, al estremecerse al principio de siglo desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre, y fue Bolívar. No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, en su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A veces está el hombre listo y no lo está su pueblo. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre. La América toda hervía; venía hirviendo de siglos; chorreaba sangre de todas las grietas, como un enorme cadalso, hasta que de pronto, como si debajo de la tierra los muertos se sacudieran el peso odioso, comenzaron a bambolear las montañas, a asomarse los ejércitos por las cuchillas, a coronarse los volcanes de banderas. [Crónica del semanario Patria, que dirigía Martí, en la Fiestas de Bolívar, 1893]

 

Pueblo, y no pueblos, decimos de intento, por no parecernos que haya más que uno del Bravo a la Patagonia. Una ha de ser, pues que lo es, América, aun cuando no quisiera serlo; y los hermanos que pelean, juntos al cabo en una colosal nación espiritual, se amarán luego. Sólo hay en nuestros países una división visible, que cada pueblo, y aun cada hombre, lleva en sí, y es la división de pueblos egoístas de una parte, y de otra generosos. Pero así como de la amalgama de los dos elementos surge, triunfante y agigantado casi siempre, el ser humano bueno y cuerdo, así, para asombro de las edades y hogar amable de los hombres, de la fusión útil en que lo egoísta templa lo ilusorio, surgirá en el porvenir de la América, aunque no la divisen todavía los ojos débiles, la nación latina, ya no conquistadora como en Roma, sino hospitalaria. [Consideraciones, 1884] 

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