Conciencia Ambiental

Un Aporte para la Construcción de una Sociedad Sustentable

HISTORIA ANTIGUAPACO URONDO

 Bar La Calesita

 

Es el fondo de un bar. Es un lugar parecido a una

cueva donde uno se sienta, bebe y ve pasar a

hombres enrarecidos por distintos problemas. Es una

gran linterna mágica.

 

Es una gruta retirada del mundo que cobija a sus

criaturas. Uno se siente allí ferozmente feliz.

 

Acaba de aparecer el primer hombre, apenas ha

aprendido a caminar, aún no sabe defenderse.

 

El hombre sonríe y llora y sigue la fiesta.

 

 

El ocaso de los dioses

 

No hay nadie en la calle, en los ruidos húmedos, en el

vuelo de las hojas y mis pasos quieren reiniciar

las maderas de la adolescencia.

 

Pero todo está abandonado, no hay nada que pueda

favorecernos; ningún aire de inconsciencia, ningún

reino de libertad. Sólo hábitos tolerantes haciendo

crujir nuestra memoria. "Ha estado bien", decimos.

 

Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,

de nuestro hacer, de nuestra música, del único

amor incoherente; soberanos de esa calle donde los

tactos y la impresión hicieron su universo.

 

Las sombras acarician aún sus veredas, tu mismo

nombre y tu gesto son una forma nocturna que en

esa constelación crece y sabe enrostrar nuestra

culpa.

 

Y todo termina con una esperanza, con una dilación

–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro

lugar donde es menester el coraje.

 de Historia Antigua, de Paco Urondo. © Herederos de Francisco Urondo

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POEMAS PÓSTUMOSPACO URONDO

Milonga del marginado paranoico

 

Parece mentira

que haya llegado a tener

la culpa de todo lo que ocurre

en el mundo; pero es así. Han tratado

de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,

me han dado razones de peso técnico largamente

formuladas y

parcialmente ciertas. Pero

yo sé que soy culpable de los dolores

que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades

que lo van vaciando: quisiera saltar

como Juan L. Ortiz, vociferar

como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron

de mano; segundo, no me sale bien y aquí

empieza todo nuevamente: otro sufrimiento

igual a diapasones y recursos

que conozco perfectamente y que no vale la pena

repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque

tendré que ir

reconociendo que no he sabido

hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque

que nos traga la lengua; pido entonces disculpas

por la mala impresión, por las exageraciones.

 

 

No puedo quejarme

 

Estoy con pocos amigos y los que hay

suelen estar lejos y me ha quedado

un regusto que tengo al alcance de la mano

como un arma de fuego. La usaré para nobles

empresas: derrotar al enemigo– salud

y suerte–, hablar humildemente

de estas posibilidades amenazantes.

 

Espero que el rencor no intercepte

el perdón, el aire

lejano de los afectos que preciso: que el rigor

no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo

curiosidad por saber qué cosas dirán de mí; después

de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas

afinidades tan desencontradas,

porque mis amigos suelen ser como las señales

de mi vida, una suerte trágica, dándome

todo lo que no está. Prematuramente, con un pie

en cada labio de esta grieta que se abre

a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo

la nariz y me dejo tragar por el abismo.

 

Muchas gracias

 

Sirve y me inclino

ante tu palabra, luz de mi pensamiento. Abrirán

las puertas, dejarán entender: los artistas, los

intelectuales, siempre

han sacudido el polvo de la realidad; descubrieron

caminos, emancipaciones

que no siempre lograron recorrer: era

prematuro en algunos casos, en otros fue distinto

– convengamos–, otras palabras son, bajar

la corredera de la mira, buscar con el guión

y dar justamente sobre algo que puede

moverse; un bulto,

un meneo a menos de cien metros

de tu corazón vulnerable, también enemigo.

 

La suerte ha dejado aquí de andar

fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las

flagrancias: esa mano

allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron

en evidencia y el amor

no aparecía por ninguna parte. Recompuestos

de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie

pudo negar que en este país, en este

continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.

 

Aquí estoy perdiendo amigos, buscando

viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente

la vida, queriendo respirar

trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir

volando para no hacer agua, para

ver toda la tierra y caer en sus brazos.

 

de Poemas póstumos, de Paco Urondo. © Herederos de Francisco Urondo

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DEL OTRO LADO – PACO URONDO

Los DESCUIDOS

Amarla es difícil

 

Es buena, cuando duerme;

el calor de su cuerpo es un puñal de vidrio

que remonta los sueños.

 

Cuando calla, es buena

y su voz una premonición olvidada y peligrosa

que arruina el silencio.

 

Cuando grita o llora

o se lamenta o se divierte o se cansa,

nada puede contener

este dolor alegre que envenena

mis sueños y mi soledad.

Por eso es difícil pensar

en ella, en su cara bondadosa;

abandonarse; por eso

es una cobardía retenerla

y dejarla ir, una pavorosa crueldad.

A veces, cuando lo pienso,

no sé qué hacer con ella,

con este destino luminoso.

 

Más o menos

Dos líneas de fiebre, mareas y pronósticos

 

Oigo tu paso que se acerca o se

despide; revolcar la sangre, el odio; conocer,

reconocernos. Saber para qué sirven

los fracasos, las victorias del amor. Dejar

que a tu rincón se siente quien no debe sentarse.

 

Sin poder iluminarte; embarazada, sepultada,

mejor que valga la pena, que todo salga bien. Perdón

y desconfianza: tu pesado calor

es una muela de reproches

y agradecimientos y ternuras y miedos.

 

Rastro luminoso y cálido, perdido

para encontrarme. Rastro de la verdad que alcanzo

a tocar, rescatado por mi flagrancia vacilante, hirviendo

de terror. Rostro que levantamos para destrozar.

 

De una punta a la otra de la verdad,

voy a levantar tu nombre, como si fuera mi brazo derecho.

 

 

Del otro lado

 

Cuando estuvimos desesperados, alguien

contó la historia.

 

No se la puede escuchar serenamente, tiemblan

las manos, el corazón se encoge de dolor;

da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.

 

Ocurre lo de siempre.

 

Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada

tenía que ver con la certeza, ni

con el muslo de la bataclana. No

intervinieron traiciones; no es

una vulgar historia de fervores o de mantenidas.

 

Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También

aquella vez (siempre aquella vez) apagaron

las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.

 

Nos apretamos las manos en la sala impenetrable, temblamos

ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca

llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino

de otra manera. Nuestras manos

procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;

y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.

 

Estábamos perdidos en aquel

cine y él no era como el redentor; su cruz

no era un mandato, era

la inteligencia del hombre, era la resurrección

de la ciencia y de nuestros queridos finados.

 

Hace mucho que nos pasó esto; la mano

fría del cadáver impenitente

rozaba los sueños,

acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos.

 

Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias,

con los muertos que no aceptan su desdichada condición, no

sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos

encontrar nuestras manos, nuestra

tristeza. El mundo inconsistente.

 

Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién

no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene

su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo

qué hacer, cuando alguien contó la historia.

 

Seguramente al escucharla buscarás una mano; será

como antes, pero enseguida

intentará olvidar que estuvimos tristes o asustados.

 

Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:

tendrás ganas de llorar, y nada más.

 

Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable ¿Por qué

no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la

espesura de la sala?

 

Se derramará sobre tu memoria,

como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;

la historia sobrevolará tu linda cabecita,

será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,

que despeinará cariñosamente tu pelo

 

 

Cada día que pasa

 

Sin excepción, casi por naturaleza o desatino,

todos los días, a la mañana, temprano,

ando por este camino. Llego tarde al trabajo y con

alegría, cuando

es necesario llegar más temprano

y con indignación o repugnancia o sed

de venganza o rabia. Todo esto

no me martiriza ni me apena, aunque parezca

lo contrario y tenga olor a traición; sé muy bien,

con toda impaciencia, que el ocio

llegará algún día con la revolución. Y que ni una cosa

ni la otra vienen de la tristeza o de la impotencia.

 

Voy cansado, es cierto, harto como todo el mundo que se precie,

o con desaliento; pero nunca falta

alguna cosa, un olor,

una risa que me devuelva,

para valer la pena; recién entonces empiezo a convencerme;

calles sucias y bocinas y el tráfico

alucinado y dormido todavía; viejos conocidos,

como el destino

o la bruma de la ciudad. Y

el mal semblante; la desconfianza

en los ojos, en los grandes ojos de la gente

hechos para volar. Manos enrarecidas

que rodean

la calle sitiando su respiración. Dominados

del mundo; empleadas

tersas y vulgares bajando

de coches lujosos de los dueños

de otras empleadas, y así sucesivamente.

 

 

La pura verdad

 

Si ustedes lo permiten,

prefiero seguir viviendo.

 

Después de todo y de pensarlo bien, no tengo

motivos para quejarme o protestar:

 

siempre he vivido en la gloria: nada

importante me ha faltado.

 

Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado

de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor

y miedo y apremio.

 

Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve

sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.

 

Me avergüenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,

melancólica, débil, poco interesante,

 

un abanico de plumas que el viento desprecia,

caminito que el tiempo ha borrado.

 

Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin

darme cuenta, voy iniciando

una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a

cualquiera o aburrir de golpe.

 

Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi

memoria ha muerto y se queja

con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.

 

El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme,

pero lo he derrotado

para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algún día.

Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la

Cenicienta, aunque algunos

 

me recuerden con cariño o descubran mi zapatito

y también vayan muriendo.

 

No descarto la posibilidad

de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.

 

La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado

por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.

 

Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud

y en mi destino y en la buena suerte:

 

sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido

y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.

 

Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;

compartir este calor, esta fatalidad que quieta no

sirve y se corrompe.

 

Puedo hablar y escuchar la luz

y el color de la piel amada y enemiga y cercana.

 

Tocar el sueño y la impureza,

nacer con cada temblor gastado en la huida

 

Tropiezos heridos de muerte;

esperanza y dolor y cansancio y ganas.

 

Estar hablando, sostener

esta victoria, este puño; saludar, despedirme

 

Sin jactancias puedo decir

que la vida es lo mejor que conozco.

 de Del otro lado, de Paco Urondo. © Herederos de Francisco Urondo

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