PIEDAD
O BLASFEMIA
Rev. Padre Basilio Méramo
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A
muchos sorprenderá el título, pero esa es la alternativa que queda ante
quienes, por ignorancia o por comodidad, dicen «prefiero equivocarme con
el Papa antes que estar con la verdad en contra de EL».
Esta
frase circula mucho hoy en día y a más de un comedido se le llena la
boca, con suma facilidad.
Esta
sentencia de aparente piedad muestra su falsedad y su blasfemia si
recordamos que Nuestro Señor Jesucristo dijo que El era la Verdad (Jn 14,
6).
El
sentido común y la sana lógica nos muestran que decir «prefiero
equivocarme con el papa que estar en contra de El», no es sólo un
sofisma santulón sino una horrenda blasfemia que equivale a decir «prefiero
estar con el Papa que con Jesucristo», pues no es otra cosa el afirmar
muy ufanos «prefiero equivocarme con el Papa que estar en contra de El».
Esto es preferir el error (equivocarse con el Papa) que estar con Cristo
Nuestro Señor que es la Verdad, Verdad que excluye de sí todo error.
Preferir
equivocarse con el Papa, a estar en la verdad contra el Papa, es preferir
estar en el error contra Jesucristo que es la suprema Verdad, lo cual no sólo
es un absurdo sino además un insulto a Dios, una blasfemia recubierta de
religiosidad y de piedad, y para colmo, se le llama a esto obediencia.
Veamos
el pensamiento de algunos teólogos que no pensaban como los católicos
liberales de hoy que dicen estar siempre con el Papa aún cuando éste se
equivoque.
Vitoria,
el gran teólogo dominico, del siglo XVI, escribe: «Si el Papa, con sus
órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir
la ejecución de sus mandatos».[1]
Suárez
afirma: «Si (el Papa) dictara una orden contraria a las buenas
costumbres, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifiestamente
opuesto a la justicia y al bien común, será lícito resistirle; si
atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido».[2]
Santo
Tomás de Aquino, Doctor Común de la Iglesia, expresó: «habiendo
peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos, inclusive públicamente,
por los súbditos. Así, San Pablo, que era súbdito San Pedro le arguyó
públicamente».[3]
San
Roberto Belarmino, Doctor de la Iglesia, sostuvo: «así como es lícito
resistir al Pontífice que agrede el cuerpo, así también es lícito
resistir al que agrade las almas, o que perturba el orden civil, o sobre
todo, a aquél que tratase de destruir a la Iglesia. Es lícito resistirlo
no haciendo lo que manda e impidiendo la ejecución de su voluntad».[4]
En
vida del mismo Santo, quien fue consultor del Papa y gran defensor de la
supremacía pontificia, la República de Venecia tuvo dificultades con la
Santa Sede. Se reunieron entonces los teólogos de dicha República y
emitieron varias proposiciones:
Proposición
10: La obediencia al Papa no es absoluta. Esta no se extiende a los actos
donde sería pecado obedecerle.
Proposición
15: Cuando el soberano Pontífice fulmina una sentencia de excomunión que
es injusta o nula o no se debe recibirla, sin apartarse, sin embargo, del
respeto debido a la Santa Sede.
Estas
proposiciones fueron sometidas al exámen del gran teólogo cardenal
Belarmino, el que luego fue declarado Doctor de la Iglesia por Pío XI. He
aquí la respuesta del Santo:
«No
hay nada que decir contra la proposición diez, pues ésta está
expresamente en la Sagrada Escritura.»
«Los
teólogos de Venecia no tenían necesidad de fatigarse en probar la
proposición quince, pues nadie la niega.»
También
podemos ver algunas expresiones de Guillermo de Ockham (1295 - 1350) (el
doctor invencibilis) que muestran en cierto modo la mentalidad en esa época
referente al Papa, que vendría recordar: «Debiendo, pues, ser contado el
Papa entre los creyentes a no ser que sea infiel, si hace obras
manifiestamente contrarias a la santidad, no se le debe considerar como
santo, ni es lícito a un varón justo juzgar como buenas obras. (...) Si,
pues, el Papa, como el resto de los fieles, se ha de reconocer por sus
frutos, según la sentencia de Cristo, y si sus obras son malas por su
naturaleza, el que le llame santo y justo es abominable ante Dios.»[5]
(Sobre el Gobierno tiránico del Papa, Ed. Tecnos, Madrid 1992, p. 20).
Y
este otro texto del mismo autor sobre cosas o leyes que parecen aprobadas
por la Iglesia, y que viene muy bien para aplicárselo al Concilio
Vaticano II: «Otra razón es que, aunque hayan sido aprobadas por el Papa
y setenta obispos, no por ello se debe afirmar que fueron aprobados por la
Iglesia Universal. Porque, así como el Papa y setenta obispos, incluso el
Papa y todos los obispos, quizá menos uno, pueden errar contra la fe y
mancharse con la maldad herética, de igual modo pueden aprobar lo que de
ninguna manera deba ser aprobado por la Iglesia Universal.» (Ibid p.
220). Esto es contundente.
Aunque
personalmente por ser tomista no estamos de acuerdo con la filosofía de
Ockham, sin embargo, estos textos son de gran valor para ser utilizados
contra la ceguera actual de muchos que tragan cualquier cosa, con tal de
que les digan que viene del Papa. Y todos a callar y obedecer servílmente
al error y la herejía como pasa hoy lamentablemente.
Y
por si fuera poco nos complace citar otro texto que pareciera casi profético
por estar aplicándose hoy: «Porque en la Iglesia militante del futuro
habría de haber pontífices legitimos que entraran por la puerta como
verdaderos pastores y ciertos pontífices salteadores y ladrones que o no
entraron por la puerta o, si primero entraron por la puerta, se
convirtieron después por su herética pravedad y crueldad tiránica en
salteadores y ladrones, matando más cruelmente - corporal y
espiritualmmente o de ambas formas a la vez - a los fieles católicos que
caminaban en sencillez. De esto tenemos los ejemplos del Papa Liberio, de
Anastasio II, de Juan XXII, Benedicto XII y de otros muchos.» (Ibid. p.
182).
Para
que nos queden claras las cosas, el Papado es siempre el mismo desde San
Pedro hasta la consumación de los siglos, y su doctrina es la misma aún
con el correr de los siglos: «pues no fue prometido a los Sucesores de
Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestara una
nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y
fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es
decir, el depósito de la fe.» (Denzinger, 1836). Por eso dijo San Pedro:
«antes debe obedecerse a Dios que a los hombres». (Hech 5,29).
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