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OBEDIENCIA VIRTUOSA
(Algunas
puntualizaciones sobre la obediencia)
Por
extraño que parezca, la obediencia como virtud moral, puede pasar de
virtuosa a una obediencia viciosa o falsa obediencia que sólo conserva el
cascarón, pero sin su real contenido.
Pues
toda virtud tiene su vicio, su contrario u opuesto, y así tenemos que una
cosa buena degenera en mala. Por eso hay que obedecer, como dice San Pedro,
primero a Dios y no a los hombres, cuando estos quieren ser obedecidos como
si fueran Dios y aún contra Dios. Pues a Dios se está sujeto absolutamente
en todo (a lo interior y a lo exterior) y hay que obedecerle en todo y
siempre, no así a los hombres. Tenemos así, la falsa obediencia que
conculca la verdad, sobre la cual todo se sustenta y sin la cual nada vale
ya, como la sal si pierde la salinez para nada vale ya, sino para que la
tiren y la pise la gente.
La
obediencia como dice Santo Tomás puede ser indiscreta si se obedece a lo
ilícito (S. Th. II II-q.104-a.5-ad.3). Además como la fe es el principio y
la causa de la justicia (S. Th II II-q.104-a.6) no se puede obedecer en
contra de la fe. La obediencia no es una cosa despótica. La caridad se
muestra (prueba) en la obediencia a los mandatos de Dios (Mt 14). Se
obedece siempre bajo el imperio del precepto que ordena (manda, mueve)
según la necesidad (exigencia) de la justicia (cf. S. Th II II-q.104-a.5).
Se obedece en justicia y por la justicia y nunca sin justicia, ni contra la
justicia. Por eso decía San Gregorio que la obediencia no es el efecto del
miedo servil, sino de la caridad, no es el efecto del temor de la pena sino
del amor de la justicia. (S. Th. II II-q.104-a.3). Obedecer lo injusto es
la iniquidad, imponer lo injusto invocando la obediencia, es la iniquidad
del poder desvirtuado. La crisis actual ha sido impuesta por obediencia
inicua.
Así,
el orden de la justicia requiere que los inferiores obedezcan a sus
superiores (II II-q.104-a.6) y la sujeción (o subordinación) de un hombre
ante otro hombre, es cuanto al cuerpo, no en cuanto al alma que resta
libre. (II II-q.104-a.6-ad.7). Por eso Santo Tomás manifiesta que en
aquello que pertenece al movimiento interior de la voluntad, el hombre no
está obligado a obedecer a otro hombre, sino únicamente a Dios. (S. Th. II
II-q.104-a.5).
El
gran enemigo de la obediencia es el nominalismo voluntarista-racionalista
por paradójico que esto parezca. El nominalismo niega la esencia universal
de las cosas, niega en consecuencia la realidad esencial de las cosas, las
vacía de su contenido, de su esencia, y lo que queda es el nombre, de aquí
nominalismo, el puro nombre sin contenido esencial, la apariencia. El
voluntarismo que a fuerza quiere imperar, es la fuerza o el imperio de la
acción sin la luz de la inteligencia, el poder por el poder, la ambición
por la ambición, etc. Racionalista, la razón, la lógica, sin inteligencia,
sin conocimiento ni captación de la realidad o verdad de las cosas, el
conceptualismo racional sin realidad, sin verdad, sin contenido, es la
razón medida de todas las cosas sin conocer las cosas, sin saber que son,
sin inteligencia capaz de captar la verdad. La razón sin inteligencia (sin
intus legere), sin comprender ni penetrar íntimamente, intrínsecamente, las
cosas, la realidad.
Pues
bien, esto es lo característico del mundo moderno nominalista (sin
universalidad, ni trascendentalidad) y voluntarista por imperio del
movimiento (poder), sin son ni ton sin luz intelectiva, racionalista razón
o lógica sin contenido verdadero, sin verdad.
Qué
queda pues dentro de este contexto de la obediencia, pues una obediencia
viciosa, servil, estúpida sin fundamento, ni sentido, que sirve al poder
por el poder, o al poder del más fuerte, al poder del voluntarismo
racionalista, sin luz, sin verdad, sin realidad. Es la esclavitud
espiritual, sin vida espiritual, sin libertad verdadera, sin la verdad que
nos hace libres.
La
autoridad así desvirtuada, se convierte en un instrumento de manipulación
tiránica sobre sujetos real o virtualmente serviles o esclavos.
Una
autoridad que no esté al servicio de la verdad y del bien común que es el
objeto específico de la justicia, degenera en vil tiranía que clama al
cielo.
La
autoridad requiere ser ejercida con máximo respeto y no ser la máscara de
una pasión de imponer la voluntad de ambición y poder propio, dejando de
ser el reflejo de la voluntad de Dios, contenida en la naturaleza de las
cosas y de sus fines. La autoridad viene de Dios, el autor (creador) de
todas las cosas visibles e invisibles. Toda autoridad es una participación
a la autoridad del Autor que todo ha hecho.
Como
la obediencia está supeditada a la justicia, la cual tienen al bien común
por objeto específico, la obediencia debe ser siempre según la justicia y
el bien común, en definitiva relativa a la verdad, si la justicia o la
verdad es conculcada la obediencia no procede y en dicho caso hay que
obedecer más a Dios que a los hombres. (Hech. 5, 29). Obedecer en tal
situación es obsecuencia, servilismo animal, pero no obediencia verdadera
que como toda virtud requiere de inteligencia y libertad para ser tal.
Parece
que se nos quiere hoy en la Iglesia hacer creer (en medio de esta espantosa
crisis universal de fe y de la complicidad de la autoridad oficial) que la
obediencia es algo que permite a los Superiores hacer y deshacer sobre los
destinos de la misma, y este error conceptual parece introducirse
desapercibidamente en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Esto
es mal comprender la obediencia, pues un superior está para garantizar y
dirigir una institución al fin de acuerdo a su naturaleza.
La
Fraternidad Sacerdotal San Pío X surgió como baluarte y testimonio de la
Sacrosanta Tradición Católica ante el Modernismo destructor de la misma.
Fue una reacción de defensa de la Fe, que el Demonio como un león rugiente
dando vueltas a nuestro alrededor, quiere devorar.
El
modernismo continúa, progresa y se consolida oficial y socialmente, y se
legaliza frente a los poderes políticos de este mundo que tiene por
príncipe a Satanás.
Se nos
quiere vender la idea por todos los medios de publicidad masiva de una
Iglesia ecumenista abierta a todas las falsas religiones que serían medios
de salvación de algún modo válidas. Razón por la cual la Iglesia Católica
deja de ser (o no sería) la única y exclusiva esposa legítima fiel y
virginal de Cristo. Cristo no se une indisoluble única y exclusivamente a
su Iglesia, sino que es una más en el Panteón de las religiones, cual harén
del Sultán con muchas mujeres, aunque sea de entre ellas la preferida.
El
voluntarismo (racionalista) no tiene en cuenta que: "la obediencia (como
dice Santo Tomás) debida a los superiores es según el orden divino puesto
en las cosas" (S. Th. II q.II-a.104-ad.2). Así: "la obediencia es buena en
consecuencia, puesto que el bien consiste en el modo, la especie y el
orden" (S. Th. II q.II-a.104-ad.2). Si la obediencia no guarda esto (modo,
especie, orden) no puede ser buena, deja de ser obediencia, en todo caso
virtuosa (virtud de obediencia) y meritoria.
Se da
el caso así de una obediencia viciada (viciosa) cual es obedecer lo que no
se debe, por carecer del bien que la hace virtud y le da el mérito.
"Toda
voluntad debe obedecer al imperio divino" (S. Th. II q.II-a.104-ad.4). Por
esto: "hay que obedecer primero a Dios que a los hombres" (Hech. 5, 29),
pues puede suceder que los preceptos (órdenes) de los prelados (superiores)
sean contra Dios. (S. Th. II II-q.104-a.5 Sed Contra).
También puede acontecer que el súbdito no esté obligado a obedecer al
superior en todo, por estar la obediencia bajo el imperio de la justicia,
en el caso que esta se vea vulnerada.
Además, el inferior no está obligado a obedecer a su superior, si manda
algo en lo cual no está sometido (S. Th. II II-q.104-a.5). Pues los
súbditos no están sometidos a sus superiores en cuanto a todo, sino en
cuanto a algo determinado, y esto en cuanto a aquello en lo que son medio
entre Dios y los súbditos. (S. Th. II II-q.104-a.5). En aquellas cosas que
los superiores no son intermediarios entre Dios y los súbditos, se está
inmediatamente subordinado a Dios, estando ordenados por la ley natural o
la escrita.
Así
pues, puede distinguirse tres clases de obediencia según Santo Tomás: una
suficiente para la salvación, que consiste en obedecer a lo que se está
obligado; otra perfecta, la cual obedece en todas las cosas lícitas; otra
indiscreta que obedece también en las cosas ilícitas. (S. Th. II II-q.104-a.5-ad.3).
Tenemos así tres clases de obediencia según Santo Tomás la obediencia
suficiente, la obediencia perfecta y la obediencia indiscreta. Esta última
es una falsa obediencia y obediencia viciosa, o anti-obediencia, anti-virtud.
La
obediencia como parte de la justicia (subordinada a la justicia) exige que
toda ley (que manda y que debe ser obedecida son una ley justa, únicamente
la ley justa obliga en conciencia (interiormente).
La ley
para que sea justa y debe obedecérsele en conciencia requiere tres cosas:
que sea justa cuanto al fin, es decir cuando está ordenada al bien común,
el que sea justa cuanto al autor, cuando la ley no excede la potestad
conferida, y que sea justa cuanto a la forma, es decir, cuando hay una
igualdad proporcional entre lo oneroso de lo impuesto al súbdito y el bien
común al que se ordena. (S. Th. I q.II-a.96-ad.4).
Se
puede dar el caso así, de leyes humanas que no son la expresión de la ley
eterna, que sean en consecuencia injustas. Según Santo Tomás una ley puede
ser injusta de dos maneras: uno por ser contrario al bien humano; otro por
ser contraria al bien divino (por ejemplo ley del tirano induciendo a la
idolatría o cualquier cosa que sea contraria a la ley de Dios).
La ley
puede ser injusta, entonces, contra el bien humano de tres maneras: según
el fin, según el autor (autoridad) y según la forma. Según el fin cuando no
se ordena al bien común, el caso de leyes onerosas no correspondientes a la
utilidad común sino más bien en beneficio propio o propia gloria. En cuanto
al autor de la ley cuando excede a su poder o autoridad más allá de sus
justos límites. En cuanto a la forma, la ley puede ser injusta, si no es
proporcional al bien común, aunque se ordene a éste.
Tenemos así que, la ley no es el imperio de la voluntad del que manda, sino
el imperio del bien común que la autoridad como tal debe querer y procurar.
Y no para mandar más de lo que le corresponde a su autoridad o investidura
(o prelatura) sino lo justo, correcto y útil para todos, sin ambiciones
personales de gloria o beneficio propio.
Si la
ley no cumple con estos requisitos inherentes a su definición primordial,
no es ley verdadera y justa por no proceder de la ley eterna de la cual es
una participación. Santo Tomás dice "la ley natural es una participación de
la ley eterna en la creatura racional" (S. Th. I II-q.91-a.2), y además
afirma que: "Toda ley se ordena al bien común" (S. Th. I II-q.90-a.2).
Todo
esto está archivado en la ley del olvido por el voluntarismo racionalista y
subjetivista tanto del derecho y la justicia modernos que hoy imperan. Se
falsea toda la noción y fundamento de la Autoridad, del Poder, del
Gobierno. La Autoridad y el Poder se ejercen fuera de los parámetros que
los constituyen. Los cargos se ejercen como pequeños napoleoncitos o
grandes tiranos, poco importa, lo grave es que no se manda ni se obedece
según la realidad, la verdad, la naturaleza, tal como es la noción tomista
y católica, tal como Santo Tomás sabiamente lo enseña, aun los que se dicen
católicos por un voluntarismo hacen del imperio y de la obediencia una vil
tiranía o manipulación de las cosas y de las conciencias de los hombres.
Decir
que la justicia depende la simple voluntad; es decir que la voluntad divina
no procede según el orden de la sabiduría, lo cual es blasfemo. (De Ver. q.
23, a. 6).
La ley
como dice Santo Tomás le compete dirigir los actos humanos según el orden
de la justicia (S. Th. I II-q.91-a.5). La ley tiránica (injusta) no es ley,
es más una corrupción de la ley, dice así Santo Tomás: “la ley tiránica,
como no es según la razón, no es simplemente ley, es mas bien una
perversidad de la ley...” (S. Th. I II-q.92-a.1-ad.4). Así mismo la ley que
contraviene el orden natural es una corrupción de la ley: “Si
verdaderamente en algo no concuerda con la ley natural, ya no será ley sino
mas bien una corrupción de la ley” (S. Th. I II-q.95-a.2). Por esto San
Agustín citado por Santo Tomás decía: “si no se ve que la ley es justa no
fue ley” (S. Th. I II-q.96-a.4). Se está desligado de la obediencia ante la
ley injusta pues obedecer es moverse bajo el imperio de la justicia (S. Th.
II II-q.104-a.5). Si no impera la justicia invocar la obediencia es
ridículo o peor aún fariseísmo puro en el caso eclesiástico.
Esto
es evidente, pero hay que recordarlo por la nefasta e inveterada concepción
nominalista y voluntarista que corrompe las nociones de Autoridad, Poder,
Gobierno, Obediencia, etc.
De la
caridad surge la obediencia dice Santo Tomás (In Mt. cap. 24) y la caridad
es la verdad, con lo cual una vez más la obediencia supone, exige y reclama
la verdad, sin la cual no hay, ni puede haber obediencia.
Por
esto la obediencia es una parte de la justicia, (virtud potencial) no de
los caprichos tiránicos de una autoridad y poder mal entendidos, sino en
orden a la justicia, al bien común, a la verdad.
La
obediencia no es el mangoneo o manipulación de los súbditos, ni la actitud
obsecuente y servil del inferior, sino el sometimiento de un hombre libre
de condición inferior a otro hombre libre de condición superior. Lo demás
sería una “teología para negros”.
Todo
lo que no corresponde como hemos visto a los principios que hacen de la
obediencia una virtud (moral) anexa a la justicia o como parte potencial,
vician dicha virtud y suprimen toda su excelencia y mérito, denigrándola a
un vicio vil, reduciendo algo bueno y virtuoso, a algo malo y vicioso.
Tal
sería por ejemplo que se pretenda que la obediencia obliga a pensar y
querer como el superior en todo, cosa que suele ocurrir con mucha más
frecuencia de lo que parece por las nefastas concepciones autoritario-voluntaristas
y racionalistas que se imponen en la atmósfera que se respira.
Ya
decía el filósofo pagano Séneca: “Yerra si se estima que la servidumbre
abarca a todo el hombre. La parte mejor de él esta excepta. El cuerpo está
sometido y adscrito al señor, pero la mente es su derecho.” Por esto Santo
Tomás que lo cita agrega lo siguiente: “Así en eso que pertenece al
movimiento interno de la voluntad, el hombre no está obligado a obedecer,
sino solo a Dios”. (S. Th. II II-q.104-a.5).
Pretende una obediencia que únicamente se debe y pertenece a Dios, es
hipostaciarse en la autoridad sacrílegamente usurpando el dominio exclusivo
de Dios, pues como advierte Santo Tomás: “A Dios el hombre está subordinado
absolutamente en todo, lo externo y lo interno, así se está obligado a
obedecerle en todo. Los súbditos por el contrario no están subordinados a
sus superiores en todo, sino a algo determinado. Y en cuanto a esto son los
superiores los mediadores entre Dios y los súbditos. En cuanto al resto
verdaderamente, inmediatamente se subordinan a Dios, lo cual son
instituidos la ley natural o la escrita.” (S. Th. II II-q.104-a.5-ad.2).
Pensar
de otro modo es viciar la obediencia virtuosa y transmutarla en obediencia
viciosa. Y peor aún es caer en la idolatría, pues como dice Santo Tomás
comentando el Credo “el obedecer más a los hombres (Reyes o Superiores) que
a Dios, u obedecerles en cosas que no se debe, es constituirlos en dioses
suyos”. La falsa obediencia, en materia religiosa o de fe, es en
consecuencia una idolatría abominable disfrazada de virtud.
Basilio Méramo Pbro.
31 de julio de 2008
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