DOCTRINA CATÓLICA

Catecismo de la 
Realeza Social de Jesucristo
del Padre Phillippe

DUODÉCIMA LECCIÓN

LA ACCIÓN

  • 89. La acción, ¿es necesaria para la restauración del Orden Social?

       Por supuesto. Debemos aplicar aquí las palabras de Jesucristo a sus Apóstoles: "Id al mundo entero, enseñad a todos los Pueblos". Jesucristo no dijo: Quédense en su lugar, hagan penitencia. Sino que dijo:. "Vayan, enseñen". Así pues, obremos de palabra y por todos los medios que pueden hacer penetrar la verdad en las almas.

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  • 90. Además de la palabra, ¿existen otros medios para inculcar la verdad?

       Evidentemente. Además, constatamos que los enemigos de Cristo recurren a otros procedimientos. Todo les sirve, siempre que lleguen a su fin. Para apoderarse de la clase obrera recurrieron a obras adaptadas: las cooperativas, los sindicatos, la creación de consejos de empresa, las células comunistas y otras obras de todo género, los periódicos, las conferencias, los cursos, los carteles, la propaganda, etc. etc.

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  • 91. ¿Quién debe movilizar estos medios de acción? O en otras palabras, ¿quién está obligado a recurrir a estos medios de acción?

        Evidentemente que ante todo las Autoridades eclesiásticas. Desde el Papa Vio VI, los Papas se han esforzado en inculcar al Clero y al pueblo los solos principios de Salud Social, pero no se les ha escuchado. Entre los obispos, son más bien raros los que han aplicado en su diócesis los principios que, por su naturaleza, se dirigen al mundo entero. Esto es lo que explica que apegándose a las necesidades de orden local no han contribuido, en la medida que se hubiese podido esperar, a desarrollar y aplicar las directivas dadas para el mundo entero por los Sumos Pontífice, con mayor razón, el simple Clero no ha podido entregarse a una acción viva y eficaz para instaurar a Cristo en toda Sociedad y en todos los Países. Evidentemente es al Papa, Obispos y Clero a quienes compete la misión de instruir y enseñar.

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  • 92. ¿No corresponde también a los seglares esta misión?

        Es evidente que los seglares tienen que iluminar al prójimo y hacerle bien por una necesidad urgente de caridad, tanto en el Orden Social como en el individual. El Papa León XIII lo dijo en estos términos: "La cooperación privada ha sido juzgada por los Padres del Concilio Vaticano tan oportuna y fecunda que no han dudado en reclamarla. 'Suplicamos por las entrañas de Jesucristo a todos los fieles -dicen-, sobre todo los que presiden y enseñan, y les ordenamos que en virtud de la autoridad de este mismo Dios Salvador, unan su celo y sus esfuerzos para alejar estos horrores y eliminarlos de la Santa Iglesia'(Const. "Dei Filius", al final). Todos recuerden que pueden y deben difundir la fe católica por la autoridad y el ejemplo, y predicaría por la profesión pública y constante de las obligaciones que impone. Así, en los deberes que nos unen a Dios y a la Iglesia, hay un gran lugar para el celo con el que cada uno debe trabajar, en la medida de lo posible, en la propagación de la fe cristiana y refutación de los errores" ("Sapientiae Christianac" )    También el Papa Pío XI se dirige a la colaboración de los seglares. En su Encíclica "Ubi Arcano", el Papa después de haber llamado a todas las Obras, escribe a los Obispos: "Recuerden por otra parte, en atención a los fieles, que trabajando en las obras de apostolado privado y público, bajo la dirección de ustedes y de su clero, para que crezca el conocimiento de Jesucristo y que reine su amor, es como merecerán el magnífico título de raza elegida, sacerdocio real, nación santa, pueblo redimido; es uniéndose estrechamente a nosotros y a Cristo para extender y fortificar por su celo industrioso y activo el reino de Cristo, cuando trabajarán con mayor eficacia al restablecimiento de la paz general entre los hombres".

       Los Papas no pueden exponer con mayor claridad la doctrina, ni afirmar con mayor energía su voluntad.

       Para una obra que les concierne tanto como la de la restauración del Orden Social en Cristo, es necesario que los fieles se conviertan en el brazo derecho de los Obispos. En otros tiempos, para cumplir su misión, la Iglesia contaba con la ayuda del brazo secular, es decir, con la autoridad civil del Estado. Habiendo sido suprimida ésta, es necesario que los seglares católicos ayuden a la Iglesia, su Madre, y especialmente contribuyan a devolverle, a Ella, a Jesucristo y a Dios, el lugar que les pertenece en el mundo.

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  • 93. ¿Cuál debe ser el fin inmediato de la acción?

        El fin inmediato de la acción es la reforma de los espíritus. Según la mentalidad actual, no hay ni puede haber ni verdad, ni error. En las inteligencias de tal modo infectadas, será necesario introducir las nociones fundamentales de la existencia real de la verdad, de sus derechos así como las de la injusticia del error.

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  • 94. En ese caso es necesaria una lucha a muerte contra las teorías modernas, sobre la libertad y la legislación, teorías que incluso algunos teólogos admiten.

        Efectivamente, como ya hemos hecho notar, algunos católicos, quien por cortesía, quien por ignorancia, andan de lleno a la luz de los principios modernos. Para dejar a salvo la fe católica, establecen que prácticamente toda opinión tiene derecho a la existencia. Este es su modo de hacer apologética; parece que dicen a los incrédulos: "Nosotros respetamos su fe, ustedes respeten la nuestra".  Además de las condenaciones de la misma razón, que ya hemos expuesto, estos católicos olvid4n las condenaciones de autoridad, que los Sumos Pontífices han dado contra los principios modernos.  En su carta al Obispo de Troyes, Papa Pío VII condena formalmente la introducción de las libertades modernas en la Constitución francesa. Expresa su dolor en estas palabras llenas de angustia: "Un nuevo motivo de pena, que abate de nuevo nuestro corazón afligido, y que como lo confesamos, nos causa un tormento, agobio y angustia externos, es el artículo vigésimo segundo de la Constitución. No sólo se permite la libertad de cultos y de conciencia, para emplear los mismos términos del citado artículo, sino que se promete apoyo y protección a esta libertad, y además, a los ministros de lo que se denomina 'los cultos'. No son necesarios muchos discursos, al dirigirnos a un obispo como vos, para haceros reconocer claramente la moral herida que se le da a la religión católica en Francia con este artículo. Por el mismo hecho de establecer la libertad de todos los cultos sin distinción, se confunden la verdad y el error y se pone en pie de igualdad las sectas heréticas e incluso la perfidia judaica, con la Esposa santa e inmaculada de Cristo, la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación. Además, al prometer favor y apoyo a las sectas de los heréticos y a sus ministros, se tolera y favorece no sólo sus personas sino también sus errores. Implícitamente esto es la desastrosa y para siempre deplorable herejía que San Agustín menciona en estos términos: Afirman que todos los heréticos están en el buen camino y dicen la verdad. Absurdidad tan monstruosa que no puedo creer que una secta la profese realmente'. Nuestra admiración no fue menor cuando leímos el articulo vigesimotercero de la Constitución que establece y permite la libertad de prensa, libertad que amenaza la fe y las costumbres con los mayores peligros y con una ruina cierta. Si alguno lo dudase, la experiencia de los tiempos pasados bastaría ella sola para enseñárselo. Es un hecho perfectamente constatado: esta libertad de prensa ha sido el instrumento principal que, primeramente ha depravado las costumbres de los pueblos, luego ha corrompido y echado al suelo su fe, y finalmente ha suscitado sediciones, turbaciones y revueltas. Estos desgraciados resultados serían aún de temer dada la malicia tan grande de los hombres si, lo que Dios no permita, se diese a todo el mundo la libertad de imprimir lo que se quiera". Por su parte escribía el Papa Gregorio XVI: "De esta fuente envenenada del indiferentismo vine esta máxima falsa y absurda, o por mejor decir, este delirio: que se le debe procurar y garantizar a cada individuo la libertad de conciencia; esta libertad absoluta y sin límites de opinión es un error entre los más contagiosos, al cual si se le abre paso, se difundirá en todas partes para la ruina de la Iglesia y de] Estado: ¡y aún los hay que no temen presentarlo como ventajoso a la religión! Qué muerte tan funesta para las almas es la libertad del error" decía San Agustín. Cuando vemos que sí suprime todo freno capaz de mantener a los hombres en los caminos de verdad (como ya estén naturalmente para su perdición inclinarlos al mal), creemos que en verdad ya se halla abierto el pozo del abismo, del que San Juan vio subir un humo que oscurecía el sol, y salir ¡angostas que devastaban la tierra.  De ahí la poca estabilidad de los espíritus; de ahí la corrupción de la juventud que va creciendo constantemente; de ahí el desprecio entre el pueblo de los derechos sagrados, de las cosas y leyes más sagradas; de ahí, en pocas palabras, la plaga más funesta que pueda arruinar a los Estados, pues como lo prueba la experiencia y nos lo enseña la antigüedad, para llevar a su destrucción a los Estados más ricos, poderosos, gloriosos y prósperos ha bastado con esta libertad sin límites de opinión, la licencia de los discursos públicos y la pasión por la novedad.  A esto se añade la libertad de prensa, funestísima libertad, libertad execrable, a la que jamás se le tendrá suficiente horror, y que algunos hombres se atreven con tanto estrépito y audacia a pedir y extender en todas partes. Temblamos, Venerables Hermanos, al considerar que doctrinas tan monstruosas, o por mejor decir, tales prodigios del error, nos rodean; errores que están siendo propagados a lo largo y ancho por una multitud de libros, folletos y otras publicaciones, cierto que pequeños en volumen, pero enormes en perversidad, de donde sale la maldición que cubre la faz de la tierra y hace derramar tantas lágrimas. Todavía los hay que, con un enorme descaro, no temen decir con terquedad que el diluvio de errores que vienen de este mal, queda compensado con abundancia por la publicación de algunos libros impresos para la defensa de la verdad y la religión, en medio de esta montaña de iniquidades; como si . no fuera verdaderamente un crimen reprobado por todo derecho, el cometer premeditadamente un mal cierto y grave, esperando que quizás se obtenga un bien. ¿Qué hombre sensato dirá que está permitido distribuir venenos, venderlos públicamente, de puerta a puerta, o más aún, tomarlos, con el pretexto de que existe un remedio que algunas veces libró de la muerte a los que lo consumieron?".  Las enseñanzas del Papa Pío IX son bastante conocidas para que no se insista en ellas. Bástenos recordar las proposiciones condenadas por el Syllabus    
       Prop. 77.- "En nuestra edad no conviene ya que la religión católica sea tenida como la única religión del Estado, con exclusión de cualesquiera otros cultos" (Aloc. Weinovestrum"del 26 de julio de 1855). 
       Prop. 78.- "De ahí que laudablemente se ha provisto por ley en algunas regiones católicas que los hombres que allá inmigran puedan públicamente ejercer su propio culto cualquiera que fuere" (Aloc. "Acerbíssiínum" del 27 de septiembre de 1852). 
      Prop. 79.- "Efectivamente, es falso que la libertad civil de cualquier culto, así como la plena potestad concedida a todos de manifestar abierta y públicamente cualesquiera opiniones y pensamientos, conduzca a corromper más fácilmente las costumbres y espíritu de los pueblos y a propagar la peste del indiferentismo" (Aloc. "Numquam fore" del 15 de diciembre de 1856).

       El Papa León XIII no es menos categórico en su enseñanza: "La libertad, ese elemento que perfecciona al hombre, debe aplicarse a lo que es verdadero y bueno. La esencia del bien y de la verdad no pueden ser cambiada por el hombre a su voluntad, sino que permanece siempre la misma, pues es inmutable lo mismo que la naturaleza de las cosas. Si la inteligencia adhiere a opiniones falsas, si la voluntad escoge el mal y lo sigue, ninguna de las dos llega a su perfección, sino que ambas decaen de su dignidad nativa y se corrompen. No se permite pues el actualizar y exponer a los ojos de los hombres lo que es contrarios la virtud y a la verdad, y menos todavía, amparar esta licencia bajo la tutela y protección de las leyes. No hay sino un camino para ir al cielo, hacia el que todos nos dirigimos: el buen camino. El Estado se aparta pues de las reglas y prescripciones de la naturaleza si favorece en tal medida la licencia de opiniones y acciones culpables que impunemente sea permitido apartar los espíritus de la verdad y las almas de la virtud. Excluir a la Iglesia, que el mismo Dios estableció, de la vida pública, de las leyes, de la educación de la juventud, de la verdad doméstica, es un grave y pernicioso error.

       Una sociedad sin religión no puede ser controlada; y ya podemos constatar, quizás más de lo que se debería, lo que vale en sí y en sus consecuencias, la llamada moral civil.

       En su Encíclica "Libertas", el mismo Papa León XIII condena así las mismas libertades: "Hay otros liberales algo más moderados, pero no por esto más consecuentes consigo mismos; estos liberales afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada. De esta doble afirmación brota la perniciosa consecuencia de que es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado. Es fácil de comprender el absurdo error de estas afirmaciones. Es la misma naturaleza la que exige a voces que la sociedad proporcione a los ciudadanos medios abundantes y facilidades para vivir virtuosamente, es decir, según las leyes de Dios, ya que Dios es el principio de toda virtud y de toda justicia. Por esto, es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga. Pero, además, los gobernantes tienen, respecto de 4 sociedad, la obligación estricta de procurarle por medio de una prudente acción legislativa no sólo la prosperidad y los bienes exteriores, sino también y principalmente los bienes del espíritu. Ahora bien, en orden al aumento de estos bienes espirituales, nada hay ni puede haber más adecuado que las leyes establecidas por el mismo Dios.

       Por esta razón los que en el gobierno del Estado pretenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de su propia institución y del orden impuesto por la misma naturaleza. Pero, además, los gobernantes tienen, respecto de la sociedad, la obligación estricta de procurarle por medio de una prudente acción legislativa no sólo la prosperidad y los bienes exteriores sino también y principalmente los bienes del espíritu. Ahora bien, en orden al aumento de estos bienes espirituales, nada hay ni puede haber más adecuado que las leyes establecidas por el mismo Dios. Por esta razón los que en el gobierno de Estado pretenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de su propia institución y del orden impuesto por la misma naturaleza. Pero hay un hecho importante, que Nos mismo hemos subrayado más de una vez en otras ocasiones: el poder político y el poder religioso, aunque tienen fines y medios específicamente distintos, deben, sin embargo, necesariamente, en el ejercicio de sus respectivas funciones, encontrarse algunas veces. Ambos poderes ejercen su autoridad sobre los mismos hombres, y no es raro que uno y otro poder legislen acerca de una misma materia, aunque por razones distintas. En esta convergencia de poderes el conflicto sería absurdo y repugnaría abiertamente a la infinita sabiduría de la Voluntad Divina; es necesario, por tanto, que haya un medio, un procedimiento para evitar los motivos de disputas y luchas y para establecer un acuerdo en la práctica. Acertadamente ha sido comparado este acuerdo a la unión del alma con el cuerpo, unión igualmente provechosa para ambos, y cuya desunión, por el contrario, es perniciosa particularmente para el cuerpo, pues con ella pierde la vida.

       Para dar mayor claridad a los puntos tratados, es conveniente examinar por separado las diversas clases de libertad, que algunos proponen como conquistas de nuestro tiempo. En primer lugar examinemos, en relación con los particulares, esa libertad tan contraria a la virtud de la religión, la llamada libertad de cultos, libertad fundada en la tesis de que cada uno puede, a su arbitrio, profesar la religión que prefiera o no profesar ninguna. Esta tesis es contraria a la verdad. Porque de todas las obligaciones del hombre, la mayor y más sagrada es, sin duda alguna, la que nos manda dar a Dios el culto de la religión y de la piedad. Este deber es la consecuencia necesaria de nuestra perpetua dependencia de Dios, de nuestro gobierno por Dios y de nuestro orígen primero y fin supremo, que es Dios.

       Hay que añadir además, que sin la virtud de la religión no es posible virtud auténtica alguna, porque la virtud moral es aquella virtud cuyos actos tienen por objeto todo lo que nos lleva a Dios, considerado como supremo y último bien de] hombre; y por esto, la religión, 'Cuyo oficio es realizar todo lo que tiene por fin directo e inmediato el honor de Dios'(S. Th. IMIM, qu. 81, a. 6), es la reina y la regla a la vez de todas las virtudes. Y si se pregunta cuál es la religión que hay que seguir entre tantas religiones opuestas entre sí, la respuesta la dan al unísono la razón y la naturaleza: la religión que Dios ha mandado, y que es fácilmente reconocible por medio de ciertas notas exteriores con las que la Divina Providencia ha querido distinguirla, para evitar un error, que, en asunto de tanta trascendencia, implicaría consecuencias desastrosas. Por esto, conceder al hombre esta libertad de cultos de que estamos hablando, equivale a concederle el derecho de desnaturalizar impunemente una obligación santísima y de ser infiel a ella, abandonando el bien para entregarse al mal. Esto, lo hemos dicho ya, no es libertad, es una depravación de la libertad y una esclavitud del alma entregada al pecado.  Considerada desde el punto de vista social y político, esta libertad de cultos pretende que el Estado no rinda a Dios culto alguno o no autorice culto público alguno, que ningún culto sea preferido a otro, que todos gocen de los mismos derechos, y que el pueblo no signifique nada cuando profesa la religión católica. Para que estas pretensiones fuesen acertadas haría falta que los deberes de1 Estado para con Dios fuesen nulos o pudieran al menos ser quebrantados impunemente por el Estado. Ambos supuestos son falsos. Porque nadie puede dudar que la existencia de la sociedad civil es obra de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en su forma, que es la autoridad; ya en su causa, ya en los copiosos beneficios que proporciona al hombre. Es Dios quien ha hecho al hombre sociable y quien le ha colocado en medio de sus semejantes, para que las exigencias naturales que el por sí solo no puede colmar las vea satisfechas dentro de la sociedad. Por esto es necesario que el Estado, por mero hecho de ser sociedad, reconozca a Dios como Padre y Autor y reverencie y adore su poder y su dominio. La justicia y la razón prohíben, por tanto, el ateísmo del Estado, o, lo que equivaldría al ateísmo, el indiferentismo del Estado en materia religiosa, y la igualdad jurídica indiscriminada de todas las religiones".

  • 95. En estas condiciones, ¿qué ocurre con el trabajo de las elecciones?

       En muchos casos, las elecciones sirven para el bien. Así, para dar a la Iglesia una Cabeza, se procede por vía de elección. En muchas casos se recurre al mismo procedimiento. Pero hay una dificultad, que proviene precisamente del hecho de que las elecciones que deben dar a un país, a las provincias, a las comunas, etc., legisladores y dirigentes, pueden poner como cabeza hombres inicuos que, por su acción se convertirán en malhechores públicos y corruptores de almas. Ya hemos insistido bastante en la necesidad de colocar como cabeza y base de todo Orden Social a Dios y Jesucristo. Ahora bien, la voluntad de un país de entregarse a Dios se manifiesta por su legislación. Para estar conformes con la intención divina, todo país debe, por las elecciones, expresar su voluntad firme de vivir para Cristo y servirle.  

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  • 96. Entonces, en definitiva, ¿usted somete la política a Dios y a Jesucristo?

       Ya lo hemos demostrado claramente: toda política debe estar sometida a Dios y a Jesucristo, del que depende enteramente. Toda política tiene el deber de colocarse en el punto de vista del fin supremo de la vida y de todos los actos privados y públicos: Dios.

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  • 97. Pero de este modo, ¿no se les acusará de hacer política desde el Púlpito Cristiano?

       Las acusaciones que se dan contra la verdad y contra la misión que la verdad debe cumplir, nos importan muy poco. Sin duda, son necesarias ciertas medidas de prudencia; pero no se puede, como ya se estableció, transformar la prudencia en aprobación del error y en verdadera traición de la verdad. Y precisamente porque se ha querido complacer a los que no quieren aceptar la dependencia entera de la política a Dios, se ha llegado a la deplorable situación de hoy. Jamás tendría que haberse callado desde los Púlpitos y desde todo lugar que la política debe ante todo estar sumisa a Dios y a Jesucristo. El silencio de los predicadores es lo que más desean los que de ello se benefician. Es el medio para inculcar a los dirigentes e incluso a los súbditos principios perniciosos. Debemos pues penetrarnos de la necesidad de dar a comprender, al público, su error en esta materia, y hacer penetrar en todas partes y con cualquier motivo, la doctrina de la verdad. Así pues, en lugar de retroceder por miedo a chocar contra ciertas convicciones, es necesario ver en ellas un estímulo para la lucha.

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