DOCTRINA
CATÓLICA
ÍNDICE
DE LA PASTORAL
III. Sobre los métodos del apostolado[1]
Irenismo, interconfesionalismo, terreno común, polémicas, etc.
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Si se admitiese alguna cosa como más fundamental que la Fe, se caería necesariamente en la conclusión de que la diferencia de religiones es secundaria, y, por tanto, justificable una línea de conducta ínterconfesional. En la realidad, la unión en la fe es de tal manera capital que nosotros la debemos reconocer como el valor imprescindible y dominante en nuestras relaciones, no sólo con las personas extrañas a la Iglesia, sino también con los propios hijos de ésta. A éstos debemos una caridad especial. Pero si ellos se sirven de su condición de católicos para difundir el error dentro de la Iglesia, deben ser también objeto de una especial y viva oposición por nuestra parte. Sería superfino advertir que en el mismo ardor de las luchas conviene conservar la caridad. Además, admitida la sentencia impugnada, serían inexplicables todas las luchas, a veces seculares, que la Iglesia mantuvo para conservar en su seno la integridad de la Fe. Cuando se piensa que esas luchas llevaron consigo persecuciones, martirios y heridas en el Cuerpo Místico de Cristo, se comprende la importancia capital que Nuestro Señor Jesucristo dio a la integridad del depósito sagrado que El confió a su Iglesia. |
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La proposición impugnada peca por simplismo y unilateralidad. Ciertamente, hay herejes, infieles y pecadores susceptibles de ser atraídos por la suavidad cristiana. Sería error manifiesto emplear con ellos una energía innecesaria. Sin embargo, hay también —y en ciertas épocas son, por desgracia, muy numerosos — herejes y pecadores que no se mueven si no es por la condenación enérgica de su error, y el saludable temor del estado en que se encuentran. Fue el caso del Profeta Natán con David. En esta materia es necesario tener en cuenta los diversos temperamentos. Para convertir al Apóstol de las Gentes, la Providencia, siempre amorosa, creyó necesario derribarle en tierra. Además, el empleo de métodos de apostolado no debe tomar en consideración las conveniencias del hereje o del pecador, sino también, y ante todo, la salvación y edificación de los que viven en gracia de Dios. Cuando un hereje o pecador, en lugar de conservarse humildemente en la penumbra, se jacta de su error, y hasta llega a propagarlo con la palabra y con el ejemplo, muchas veces se hace necesario reducirle con energía. Las Sagradas Escrituras están llenas de ejemplos que contienen esa doctrina: San Pedro con Ananías y Safira, San Pablo con el incestuoso de Corinto, etc. |
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La sentencia impugnada parece suponer que todo castigo impuesto a los que yerran es un acto de hostilidad contra ellos. La Iglesia enseña, por el contrario, que es una obra de misericordia. Solamente no lo será cuando fuere dictado por el odio, envidia, o espíritu de difamación, o cuando fuere excesivo e inoportuno. Por otra parte, toda la historia de la Iglesia, aun antes de su fundación, en el período de preparación, hasta sus últimos doctores, San Francisco de Sales, por ejemplo, están llenas de actitudes vehementes, fuertes, contra los pecadores y herejes. Acordémonos del "genímina viperarum" de San Juan Bautista contra los Fariseos, del "sepulcros blanqueados", "hipócritas", de Jesucristo, contra el mismo género de personas, etc. |
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La sentencia impugnada peca de naturalismo, ya que prescinde de la gracia divina, por la que se hace amable la cruz de Jesucristo. Fue predicando a Jesús crucificado como los apóstoles conquistaron al mundo. Y no fue por el empleo de la táctica del terreno común. Es ésta la doctrina del Bienaventurado Pío X, como se puede comprobar en la Encíclica "Jucunda sane", con motivo del centenario de San Gregorio Magno. El Papa elogia al Santo principalmente porque despreció los consejos de la prudencia de la carne, para presentarse con la austeridad de un predicador de Cristo crucificado, como lo habían hecho los Apóstoles en la culta, civilizada y brillante Roma, donde todo parecía exponer al fracaso una predicación en nombre de un condenado a muerte de cruz. Léanse también las proposiciones 93 y 94 (D. 1443, 1444) de Quesnell, condenadas por Inocencio XI. Son los elogios de la mansedumbre y caridad con desprestigio de la firmeza de la fe. |
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La sentencia impugnada supone que las divergencias de orden dogmático deben ser despreciadas, ya que estas divergencias son las que dan lugar a las polémicas. Esta actitud mental, característicamente "irenista", puede conducir a un interconfesionalismo teórico, con funestas repercusiones en el orden práctico, pues su consecuencia natural es el indiferentismo religioso. Está ella condenada implícitamente en la anatematización de la sentencia 94 de Quesnell, como vimos arriba, ya que esta proposición recrimina la firmeza de la Santa Iglesia, y se trataba, como consta por la Historia, de la firmeza en la fe, aunque los Jansenistas tildasen a la Santa Sede de exagerada en sus exigencias. Sí la sentencia impugnada fuese verdadera, sería Imposible la lucha contra los enemigos externos que, cubiertos con piel de oveja, procuran diezmar la Iglesia, y sobre todo contra sus enemigos internos, el rebaño. El Bienaventurado Pío X en carta al Eminentísimo Cardenal Ferrari, Arzobispo de Milán, enseña cuan nociva puede ser a la Iglesia tal línea de conducta "...aquellos que recogieron en sus escritos todos los errores del modernismo, que fingieron una sumisión exterior para permanecer en el redil y extender con más seguridad sus errores, que continúan su nefasta obra con lecturas y reuniones secretas, que, en una palabra traicionan a la Iglesia, fingiéndose amigos... ¿Quién no ve la impresión triste y el escándalo que produce en las almas el considerar como católicos a estos miserables, a quienes, para obedecer al Apóstol San Juan, deberíamos nosotros negar hasta el mismo saludo?" (Estudio histórico en el Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío X, pág. 144, apud "La Pensée Catholique", núm. 23, pág. 80) [4]. |
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El Bienaventurado Pío
X ya señalaba como una de las características de los modernistas una
tolerancia extrema para con los enemigos de la Iglesia, y mucha
intolerancia contra los que defendían enérgicamente la ortodoxia. Hay de hecho en esta actitud una flagrante incoherencia, pues los que sientan plaza de tolerar todas las opiniones debían también tolerar a los que sostienen los derechos de la intransigencia. Por otra parte, esta contradicción es común a todos los herejes. Las diferentes sectas se unen cordialmente, cerrando los ojos a los puntos divergentes, cuando se trata de atacar la intransigencia de la Iglesia en materia de Fe. En esta actitud encontramos el criterio para juzgar de la importancia singular que tiene para la vida de la Iglesia la intolerancia en
cuestiones doctrinales. Es evidente que los excesos de la intransigencia, precisamente por ser excesos, deben ser rechazados, pues todo exceso es un mal. Importa no olvidar las sabias normas dictadas por la Santa Sede en el Pontificado del Bienaventurado Pío X, con relación al modo de corregir una u otra demasía de los valerosos polemistas católicos, empeñados en combatir el error. Escribiendo al Eminentísimo Cardenal Ferrari, Arzobispo de Milán, refiriéndose al periódico "La Riscossa", que se alarmaba por la infiltración modernista en aquella Arquidiócesis, el Eminentísimo Cardenal de Lai, Secretario de la Sagrada Congregación Consistorial, decía: "Todos estos hechos explican el temor que ciertos buenos católicos sienten con relación a su querida Diócesis, y levantan la voz para excitar a las armas. Tal vez se excedan en el modo, pero en pleno combate, ¿quién podría censurar a los defensores si no miden con precisión matemática sus golpes? Era la respuesta que daba también San Jerónimo a los que le recriminaban por su ardor, muchas veces impetuoso y áspero, contra los herejes y ateos de su tiempo. A este propósito yo también diré otro tanto a Vuestra Eminencia, referente al ataque de "La Riscossa". Que haya males por ahí (en Milán), después de los hechos referidos, nadie lo podrá negar. No es, por tanto, ni se puede llamar enteramente injusto el hecho de que algunos hayan levantado su voz. ¿Se excedieron? Conviene entonces lamentarlo, pero no es absolutamente malo que tocando a rebato hayan exagerado un poco el peligro. Siempre es preferible excederse un poco al advertir el peligro que callarse y dejarlo crecer." (Disquisitio, etc., págs. 156-7, apud Pensée Catholique, 23, pág. 84). ítem ibidem: "A fin de cuentas, en el seno de una tan grande libertad de prensa mala, entre los peligros que rodean a la Iglesia por todas partes, no parece oportuno atar excesivamente las manos a los defensores, ni combatirlos o desanimarlos por un pequeño descuido". Y el propio Santo Papa, al escribir el 12 de agosto de 1909 a Monseñor Mistrángelo, Arzobispo de Florencia, acerca de una modificación ordenada en la redacción del periódico "L'Unitá Cattolica", declaró: "Todo está bien cuando se trata de respetar las personas, pero yo no querría que por el amor de la paz se llegase a compromisos, y que para evitar odios se faltase a la verdadera misión de "L'Unitá Cattolica", que consiste en velar por los principios y ser el centinela avanzado que da la voz de alerta, aunque fuese a la manera de los gansos del Capitolio, y que despierta a los semidormidos. En este caso "L'Unitá" no tendría razón de existir". (Disquisitio, pág. 107, apud Pensée Catholique, N. 23, pág. 84). |
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El peligro de las colaboraciones puede aumentar por la propia naturaleza del fin que se proponga: Así, una colaboración para una finalidad exclusivamente técnico-profesional es menos grave que una colaboración con fines culturales. La Asociación Cristiana de Jóvenes, por ejemplo, está prohibida por la Iglesia, porque, reuniendo cristianos de varias sectas, procura asociar también a los católicos para un fin educativo-moral cristiano; esto es, una religiosidad vaga, que puede servir tanto para los herejes, como para los católicos. Una de las razones por las que el Santo Pío X condenó "Le Sillón", movimiento democrático cultural y social modernizante de Marc Sangnier, fue su faceta interconfe-cional (Carta Apostólica "Notre Charge Apostolique", A. A. S. 2, pág. 625, ss.). Dice entre otras cosas el Bienaventurado Pontífice:"Todos, católicos, protestantes y librepensadores, procurarán preparar a la juventud, no para una lucha fratricida, sino para una generosa emulación en el terreno de las virtudes sociales y cívicas" -(Marc Sangnier, París, mayo de 1910). Estas declaraciones y esta nueva organización de la acción sillonistas sugiere graves reflexiones. He ahí una asociación interconfesional fundada por católicos, para trabajar en la reforma de la civilización, obra eminentemente religiosa porque no hay civilización verdadera sin civilización moral, y no hay verdadera civilización moral sin verdadera religión: ésta es una verdad demostrada y un hecho histórico. ¿Qué debemos pensar de una asociación en la cual todas las religiones y el mismo librepensamiento pueden manifestarse a voluntad? Porque los sillonistas, que en las conferencias públicas y en otras ocasiones proclaman altivamente su fe individual, no pretenden ciertamente cerrar la boca a los demás e impedir que el protestante defienda su protestantismo y el escéptico su escepticismo." (A. A. S. 2, p. 625/626). |
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La sentencia impugnada prescinde de lo fundamental en materia de apostolado: la formación de grupos selectos para la difusión del reino de Cristo[5]. Y es claro que esos grupos selectos sólo pueden ser formados en ambientes de alto nivel religioso, que no se consiguen sin una selección de los elementos que los frecuentan. Además, la sentencia impugnada tiene también el inconveniente de no distinguir entre ambientes que un católico está obligado a frecuentar y aquellos a los que voluntariamente se expone. En el primer caso —el joven que para no morir de hambre se ve obligado, por ejemplo, a aceptar empleo en un lugar peligroso para su salvación— podrá contar con gracias especiales de Dios, y resistirá tanto más fuertemente cuanto más esmerada hubiera sido su formación. En el segundo caso —el joven que sin motivo alguno frecuenta lugares peligrosos— voluntariamente se expone al peligro y corre el riesgo de ver en sí cumplida la palabra del Espíritu Santo — "Qui amat periculum in illo peribit"— (Eccl. 111-27). Que la sentencia impugnada alaba una actitud contraria a la tradición de la Iglesia y a los deseos de la Santa Sede para los tiempos actuales, se demuestra por la recomendación que hacía el Santo Padre Pío XII a los miembros de la "Asociación Católica Internacional para la defensa de la joven". En la alocución dirigida a los participantes del Congreso Internacional de dicha Asociación, reunido en Roma en septiembre de 1948, dice el Papa: "Procurar salvaguardar la moral de la joven gracias a centros de reunión, a hogares, a pensionados, a restaurantes irreprensibles, a secretariados para obtener empleos, a residencias en estaciones y puertos marítimos o aeronáuticos: he ahí cosas excelentes y de urgencia inmediata". Como se ve, piensa el Papa que la eficacia del apostolado depende de un aislamiento del ambiente mundano. Las personas con las cuales se quiere hacer apostolado deben ser atraídas a ambientes a la vez sanos, amenos e impregnados de profunda moralidad. En tales ambientes, la formación religiosa, la adquisición de cualidades domésticas, el desenvolvimiento de dotes artísticas y la educación de la joven para la vida práctica, se pueden alcanzar con facilidad y con éxito. (Cfr. Civiltá Cattolica, 16 de octubre de 1948.) |
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La sentencia impugnada va contra toda la tradición de la Iglesia. En efecto, la condenación de los errores de los herejes en general, como Lutero, Jansenio, y recientemente los modernistas, siempre fue precedida de una polémica aclaratoria entre los innovadores y algunos defensores beneméritos de la Fe, eclesiásticos o seglares, que obraban por cuenta propia. A pesar de esto, siempre es conveniente dar cuenta a la Autoridad Eclesiástica, que no puede menos de ver con buenos ojos la lucha trabada por los fieles con justicia y caridad contra el error. |
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l Proposición falsa o al menos peligrosa |
K Proposición cierta |
[5] Tal es la importancia de la formación de grupos selectos (élites) que el Santo Padre desea un auténtico rigor de selección para las CC. MM.: "La mayor selección, es la fuente de toda renovación, y por eso debe ser obtenida con todo empeño, especialmente donde estuviese debilitado el espíritu genuino. Solamente deben ser admitidos aquellos que quieran y puedan por la observancia de las Reglas comunes, llevar una vida católica más fervorosa, más apostólica, más militantes. Y una vez que las Congregaciones fueron instituidas "para todas las clases de fieles" (Regla com. 4) de hecho existen en todas ellas, desde la más alta a la más modesta, la selección debe hacerse sin excepción alguna, en todas las clases. Esta selección, que consiste en procurar un influjo mayor en los Evangelios, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, ni exige necesariamente un pequeño número de asociados, ni impide que los sodalicios. de manera conveniente, formen otros grupos más amplios para los no congregantes, especialmente para aquellos que son de la misma condición" (Carta "Ómnibus qui", cfr. "Catolicismo" nº 33, septiembre de 1953).