DOCTRINA
CATÓLICA
La
Familia Cristiana - 07
S. S. Pío XII
XXI
ASPECTOS DE LA NUEVA VIDA
24 de Enero de 1940. (DR. I, 493.) |
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La semana pasada, queridos hijos e hijas, recibimos a los recién casados que aquí se reunieron en la vigilia del día dedicado a la memoria de la Cátedra de San Pedro en Roma. Vosotros habéis venido a Nos en la vigilia de otra fiesta, la Conversión de San Pablo; como si la providencia hubiera querido una vez más asociar a estos dosa grandes Apóstoles, unidos siempre en el culto que les rinde la Iglesia, pues son según la expresión de San León Magno, como los ojos brillantes del cuerpo místico cuya cabeza es Cristo[1]. Así como el miércoles pasado recogimos las enseñanzas de San Pedro, escucharemos hoy con vosotros las de San Pablo. Si los dos Príncipes de los Apóstoles convirtieron a Roma y "de maestra del error la hicieron discípula de la verdad"[2], San Pablo es llamado por excelencia en la liturgia "maestro del mundo" "mundi magister"[3]. Sus enseñanzas se dirigen a todos; todos, dice San Juan Crisóstomo, deberían conocerlo y meditarlo asiduamente; pero, añade, muchos de aquéllos que nos rodean tienen que ocuparse en la educación de los hijos, deben cuidar de su mujer y de su familia y no pueden por eso aplicarse a un estudio semejante. Procurad por lo menos, concluye, aprovechar lo que otros han recogido para vosotros[4]. Las grandes lecciones de San Pablo, que conciernen especialmente al matrimonio, no pueden ser expuestas en un breve discurso. Nos limitaremos, por lo tanto, a algún punto referente a su conversión. Saulo de Tarso, que había cooperado al apedreamiento del mártir San Esteban, y era un fiero perseguidor de la Iglesia naciente, se dirigía a Damasco dotado de plenos poderes por el príncipe de los sacerdotes, para arrestar a cuantos cristianos encontrara, hombres y mujeres, y conducirlos atados a Jerusalén. Pero al acercarse a aquélla ciudad, una luz del Cielo le deslumbra de improviso y, caído a tierra, oye una voz que dice: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" "¿Quién eres tú, Señor?", responde él: y el Señor le dice: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Al mismo tiempo Saulo, tembloroso y atónito, había dejado de ver. Pero después de tres días Dios le envió al discípulo Ananías, y de repente cayeron de sus ojos unas escamas, imagen de los velos de ignorancia y de pasión que le habían cegado hasta entonces, y recuperó la vista. Ya no existía Saulo el perseguidor; era ya Pablo el Apóstol. I. — La primera enseñanza que podemos deducir de este milagro es que no se debe desesperar nunca de la conversión de un pecador, aunque se trate de un enemigo declarado de Dios y de la Iglesia. Tal había sido Saulo, como aparece por sus propios testimonios: "Primero fui blasfemo, y perseguidor y opresor"[5]. "Habéis oído decir cuál fue antes mi conducta ...: cómo perseguí a la Iglesia de Dios y la devasté más allá de toda medida"[6]. Pues de este hombre precisamente dirá Dios: "Es un instrumento elegido por Mí para llevar mi nombre a las gentes, y a los reyes, y a los hijos de Israel"[7]. Sin entrar en el secreto de las predilecciones divinas, es permitido pensar que esta gracia insigne y gratuita fue como una respuesta del Señor a las súplicas del protomártir Esteban y de los primeros cristianos, los cuales, cumpliendo exactamente el precepto de Jesús[8], hacían bien a los que les odiaban y rogaban por sus .calumniadores[9]. La oración por los pecadores ha continuado obrando siempre en la Iglesia sus benéficas maravillas, ¡Cuántas piadosas esposas y madres han experimentado sus efectos! ¡Cuántas mujeres cristianas han pedido a Dios por un marido acaso claramente hostil o, con más frecuencia, indiferente o despreocupado de las prácticas religiosas! ¡Cuántas madres, como Santa Mónica han obtenido con sus lágrimas y con sus súplicas, el retorno a Dios de un Agustín! Pues ved cómo el Señor pide que se preparen los caminos a sus gracias de conversión. II. — Pero la historia de Saulo perseguidor ofrece una segunda enseñanza útil a los esposos cristianos. ¿Por qué este joven de inteligencia viva, de juicio recto, de voluntad tenaz, de alma ardorosa no fue uno de los primeros en seguir a Jesús? ¿Por qué fue al principio despiadado enemigo de lo que más tarde iba a amar, predicar y defender hasta la muerte? También en este punto nos responderá él mismo. Siendo fariseo, hijo de fariseo[10], celador en extremo ferviente de sus tradiciones paternas[11], vivió por ignorancia en la incredulidad[12]. El odio de Saulo era, pues, el fruto de la ignorancia y del error, y esta ignorancia y este error eran, a su vez, el fruto de una falsa educación. Él había recibido, primero de sus padres y luego de su maestro Gamaliel[13], el espíritu rígidamente formalista y sectario que los fariseos de sienes amarillentas habían infiltrado, como un veneno desecante, en la ley divina y en las sublimes profecías del Antiguo Testamento. Así había heredado un odio preconcebido e implacable contra todo lo que parecía poder amenazar el armazón minuciosamente artificioso de sus sofismas. Tales son los resultados de una educación viciada y aun simplemente defectuosa desde sus principios. Esposos cristianos, pensad a tiempo en vuestros deberes de educadores. Mirad en derredor de vosotros la multitud de niños que una deplorable negligencia expone a los peligros de las malas lecturas, de los espectáculos ' deshonestos, de las compañías malsanas, o de aquellos a quienes una ciega ternura educa en el amor desordenado de las comodidades o de la frivolidad, en la falta práctica, si no en el desprecio, de las grandes leyes morales: el deber de la oración, la necesidad del sacrificio y de la victoria sobre las pasiones, las obligaciones esenciales de la justicia y de la caridad hacia el prójimo. III. — La tercera enseñanza que nos da San Pablo convertido, está contenida en estas palabras suyas: "Gratia eius in me vacua non fuit"[14]: la gracia del Señor que hay en mí no ha sido infructuosa; he colaborado con la gracia divina. Al volverse a levantar de la caída prodigiosa recibida ante las puertas de Damasco, Pablo pudiera haber creído que este golpe fulminante bastaba para transformarlo definitivamente de perseguidor en Apóstol. Pero no. La gracia de Dios exige, para obtener su efecto pleno, una libre y asidua colaboración de nuestra voluntad personal. Saulo. aunque plenamente convertido y llamado al apostolado, quedó tres días inmóvil en Damasco, en la oración y en el ayuno[15]. Y antes de volver a Jerusalén, pasó tres años, primero en el retiro de Arabia y luego en Damasco. Sólo entonces marchó a la ciudad santa para ver a Pedro, y quedó con él quince días[16]. Ahora estaba dispuesto para la acción apostólica, es decir, para una labor que sería siempre una cooperación de su voluntad para la gracia. "Gratiam Del mecum" [17]. De la misma manera, tampoco vosotros debéis creer que para asegurar la perseverancia en vuestra educación, es decir, en los deberes del matrimonio, o para garantizar la felicidad de vuestro hogar doméstico, basta, como suele decirse, un "coup de foudre", un fogonazo inicial. Hasta en el orden del sentimiento natural enseña la experiencia que una conformidad probada de creencias, de tradiciones y de aspiraciones vale más y es mejor que una emoción repentina del corazón y de los sentidos. Como los fuegos artificiales que encantan la vista en las noches de verano, el amor nacido de una explosión puede fácilmente extinguirse con ella, reducido bien pronto a vano y acre humo. Al contrario, el amor verdadero y durable, como el fuego del hogar doméstico, se sostiene sobre minuciosas atenciones y constante vigilancia, y se nutre no solamente con los gruesos leños que se consumen silenciosa y lentamente bajo la caliente ceniza, sino también con las ramitas menudas que centellean y crepitan alegremente con su chisporroteo. ¿Cómo podría vivir y obrar en vosotros la gracia del sacramento del matrimonio, si no tuvierais mutuo y asiduo cuidado de alimentarla y cultivarla en vosotros mismos? ¿Qué serían vuestros días y qué resultarían vuestras noches, si los unos y las otras no estuvieran consagradas a Dios por la oración? ¿Por qué, con tanta frecuencia, tantas infidelidades entre los mismos esposos cristianos, por qué tantas desventuras, tantos naufragios en la fidelidad conyugal? ¿Por qué, después de la sinceridad de las promesas cambiadas ante el altar, tantos vínculos violentamente, dolorosamente rotos? Y si no se llega hasta eso, ¡cuántas parejas jóvenes que se habían jurado un cariño para toda la vida se ven pronto arrastradas por aquí y por allá, en sentidos diversos, por su egoísmo siempre renaciente, por la sensibilidad ofendida, por los celos y sospechas prematuras! ¡Cuántos esposos y esposas, jóvenes todavía y hace poco enloquecidos de alegría efímera, pero después precozmente desilusionados, a quienes, como a Pablo, "caen las escamas de los ojos", las escamas de sus sueños quiméricos, viven oprimidos bajo el peso de cadenas atadas inconsideradamente y sin el socorro de la oración! No. Vosotros, queridos hijos e hijas, no seréis del número de esos infelices. Porque vosotros no dejaréis en vuestras almas sin respuesta la íntima invitación a la plegaria, las llamadas de la gracia, la voz noblemente imperiosa y austera del deber, el eco dulcemente insinuante de la tradición familiar, la insistencia tenazmente persuasiva de la conciencia personal. KKKKKKKKKKKKKKKKKKKKKK |
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