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jueves, 17 de abril de 2003 

Director: Rodrigo Guevara

Tiempo en el Mundo

Un duro entre los duros del Pentágono

Biografía no autorizada: 

Donald Rumsfeld, un halcón del imperio

SEGUNDA GUERRA DEL GOLFO
Edición especial

(IAR) - Su artillería verbal  y su alta exposición mediática lo han convertido en el símbolo por excelencia de la nueva doctrina de supremacía militar estadounidense. Fue amigo de Saddam y le vendió dos reactores a la propia  Corea del Norte. Vive planeando invasiones, y amenaza con respuestas nucleares a sus enemigos. Entre guerra y guerra, piensa en lo que dijo Kissinger: "Donald Rumsfeld tiene lo que hay que tener para ser un presidente fuerte".

 

Los que lo conocen lo describen como rápido, colérico, agresivo, y con gran dominio y manejo de la escena del poder.
Muchos en Washington  lo comparan con Darth Vader, el malvado de la guerra de las galaxias, por su costumbre de cortar cabezas y de amenazar con el apocalipsis a sus enemigos. 

Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano, se ganó por mérito propio la fama de malo de la película entre los propios halcones del Pentágono que lo tienen como su jefe indiscutido. 

Es un duro entre los duros. Escondido detrás de sus gafas de montura ligera suele enviar sonrisas socarronas y sarcásticas a los periodistas que lo acosan con sus preguntas sobre la marcha de la guerra. Sus bravuconadas mediáticas y su pragmatismo descarnado deslumbran a sus admiradores y causan la ira de sus enemigos dentro y fuera de los Estados Unidos. 

En plena ofensiva de las potencias europeas por impedir la invasión a Irak en la ONU, provocó la ira de los franceses y de los alemanes diciéndoles que pertenecían a la "vieja Europa". 
Su reconocida agilidad mental no le exime de sus exabruptos guerreros que ponen los pelos de punta a los hombres de la diplomacia norteamericana. 

Un día amenaza con invadir a Corea del Norte y otro se despacha diciendo que Estados Unidos responderá con armas nucleares a cualquier provocación de sus enemigos. 
Su artillería pesada y su alta exposición mediática lo han convertido en el símbolo por excelencia de la nueva doctrina de supremacía militar estadounidense. 

Sobreviviente él mismo de la Guerra Fría, se convirtió en el fogonero superior de la teoría del "eje del mal" con que la arquitectura imperial justifica sus nuevas conquistas militares por todo el planeta.

El guerrero americano

Donald Rumsfeld nació en Chicago, en un mes de julio, hace setenta años. 
Hijo de un piloto de la Armada, sobresalió en sus años juveniles como campeón de lucha libre, capitán de fútbol americano, estudiante de ciencias políticas en Princeton, y más tarde se alistó como piloto de la US Navy, 1954-1957. Su matrimonio con Joyce Pierson le dejó tres hijos. 

Sus amigos dicen que podía haber sido un brillante general de cinco estrellas, pero prefirió el traje y la corbata de los que deciden el verdadero poder entre bambalinas en Washington o Wall Street. 
Con sólo 43 años, y durante la administración republicana  de Gerald Ford, se convirtió en el secretario de Defensa más joven de la historia de los Estados Unidos. 

Sus subordinados dicen que donde él aparece se desata una guerra.  Y esa condición intrínseca de su figura de halcón imperial le valió no pocos enemigos tanto en las alfombras de Washington como en  el Pentágono. 
Su frase favorita está sacada de la biografía de Al Capone, otro gangster legendario de Chicago: "Consigues muchas más cosas con buenas palabras y una pistola, que con buenas palabras solamente".

Sus andanzas de más de tres décadas por el escenario de los negocios imperiales inspiraron el título de un libro (The Rumsfeld Way) escrito por Jeffrey Krames, que circula como un manual de instrucciones entre los que ejercitan el liderazgo y la dirección  de empresas. Su autor lo describe como dueño de un  carácter "agresivo, determinado y pragmático", y sostiene que Rumsfeld "siempre está pensando el próximo movimiento del ajedrez, planeando sus futuras batallas". 

Como todo halcón de raza, el jefe del Pentágono desprecia la debilidad de las palomas y trata de comérselas, especiamente si son negras, como el secretario de Estado Colin Powell, su adversario "moderado" del entorno presidencial. Si por él fuera, y de no mediar la papelería burócrática de la ONU que tan bien maneja Powell, en las primeras 72  horas hubieran caído sobre Irak las 3000 bombas y misiles inteligentes que contemplaba originalmente el plan de ataque norteamericano.  

A los 30 años de edad el hoy poderoso secretario de defensa Rumsfeld (Rummy para los que lo tratan íntimamente), ya era congresista por el Partido Republicano, dentro de su  ala más ultraconservadora y anticomunista. 
En 1969, durante la administración de Richard Nixon fue nombrado embajador de EE.UU. ante la OTAN. Desde ese cargo supervivió al escándalo del Watergate que terminó con Nixon, y fue nombrado jefe de gabinete del gobierno de Gerald Ford, 1974-1975. 

Posteriormente, y a los 43 años de edad, fue designado  secretario de Defensa, 1975-1977, en plena crisis y derrota de la  maquinaria militar norteamericana invasora en Vietnam. 
Posteriormente Rummy  retornó a su cargo de presidente de la junta de directores en la multinacional  farmacéutica  G.D. Searle & Company, 1977-1985.  

Hasta que  Ronald Reagan, un anticomunista ferviente como él, lo convocó para ocupar el cargo de miembro del Comité Asesor del Control de Armamento. Luego, y en pleno auge del Irangate, fue designado  enviado especial del gobierno norteamericano en Oriente Medio. 

El  amigo Saddam

Allí sucedieron los dos acontecimientos claves que marcarían a fuego la carrera política de Rummy. Conoció y estrechó la mano de Saddam Hussein (a quién dos décadas después le enviaría 27.000 misiles y bombas inteligentes en 22 días) y estrechó una férrea amistad con George Bush, el padre de W por entonces vicepresidente de Reagan. 

A Bush padre, considerado el "cerebro gris" de la era reaganiana, se le atribuye el armado estratégico del affaire conocido como el Irangate. 
Bush padre, por entonces vicepresidente, mantenía una decisiva influencia sobre la CIA  (en ese momento comandada por William Casey) de la cual fue director durante el gobierno de Nixon

El  Irangate o Irán-contras surgió a raíz de una operación encubierta dirigida por la Casa Blanca que consistió en la venta de armas (4000 misiles Tomahawk) a Irán en un esfuerzo por conseguir la liberación de cinco rehenes estadounidenses en poder del grupo pro-iraní Hezbollah en el Líbano. 

Millones de dólares de esas ganancias fueron desviados y destinados a ayudar a los "contras" nicaragüenses que combatían al gobierno sandinista de Daniel Ortega. 

Rumsfeld conoció a Saddam en 1981, cuando el ex dictador de Irak había lanzado la guerra contra Irán con su ejército  equipado y financiado por EE.UU.  
Por entonces el ex hombre fuerte de Irak era considerado "progresista" y fue utilizado para detener  el fundamentalismo islámico de la revolución iraní del Ayatollah Khomeini. 

Donald Rumsfeld, estaba a cargo de un programa secreto de ayuda militar a Saddam a cargo de oficiales del Pentágono y grupos especiales de la CIA. 
Esos grupos especiales entrenaron a los oficiales iraquíes  en la utilización del gas mostaza, sarín y VH  provisto por el Pentágono,  que  después sería utilizado en el campo de batalla de esa guerra que dejó un millón de muertos. 

Paradojalmente, dos décadas después, Rummy planeó y ejecutó la invasión militar a Irak acusando a sus antiguo amigo de poseer arsenales de armas químicas. 

Escalera a la fama

Durante toda la administración Reagan Rumsfeld fue el articulador del plan defensivo nuclear denominado Guerra de las Galaxias. Proyecto que fue archivado por Clinton y luego fue retomado por W Bush con Rumsfeld de nuevo como su promotor principal.  

De 1998 a 1999, Rummy  fue  presidente de la Comisión de Estados Unidos sobre la Amenaza de Misiles Balísticos, que evaluó la vulnerabilidad de Estados Unidos al ataque de misiles. 
Desde ese puesto Donald Rumsfeld cierra filas con sus colegas Paul Wolfowitz y James Woolsey y escribe en 1998 una carta a Bill Clinton, proponiendo una estrategia para derrocar del poder a Saddam Husein. 

Esa carta sería el embrión del Programa para un Nuevo Siglo XXI Americano, urdido por Wolfowitz y por el propio Rumsfeld, que luego serviría de base para la sustitución de la estrategia de la disuasión por la doctrina del ataque preventivo presentada por Bush al Congreso el año pasado.

Cuando asume W, Rumsfeld es nombrado nuevamente al frente de la secretaría de Defensa impulsado por papá Bush y su entrañable amigo, el vicepresidente Cheney.
Bajo la tutela de papá Bush (según muchos, el verdadero presidente en las sombras de EE.UU.) el grupo de halcones "petroleros" de la era reaganiana, con Cheney y Rumsfeld a la cabeza, vuelven a plantearse el objetivo Saddam, un proyecto que dejaron sin terminar durante la primera Guerra del Golfo a principios en 1991.

Durante las explosiones de la Torres Gemelas el 11 de septiembre, Cheney se encontraba como de costumbre en su despacho. Allí vivió el impacto del avión contra el Pentágono que causara 180 muertos entre civiles y militares del complejo. Esa operación terrorista, que muchos atribuyen a grupos fundamentalistas islámicos infiltrados por la CIA y el servicio de inteligencia pakistaní, desató el plan de invasión a Afganistán. 

Como de costumbre, Rummy tomó a su cargo el diseño estratégico del ataque  junto con el general Tommy Franks, actual comandante de la invasión a Irak.
Juntos elaboraron  la Operación Justicia Infinita siguiendo la idea original de Rumsfeld, luego rebautizado con el nombre de Libertad Duradera. 

Los 50 mil misiles lanzados sobre territorio Afgano inauguraron la era de las guerras punitivas contra el "eje del mal". Los talibanes fueron rápidamente derrotados, pero el fantasma demoníaco de Bin Laden nunca apareció. Posteriormente le tocó el turno a Saddam, que desapareció en el aire con 50 mil hombres y sin dejar rastros.

Su obsesión de guerra contra Corea del Norte se apoya sobre el argumento de que  EE.UU  no pueden permitir que ese país terrorista siga produciendo armas de destrucción masiva que mañana pueda usar contra sus vecinos. 
La mala memoria de Rumsfeld le hace olvidar que hace cuatro años estuvo implicado en la venta de dos reactores nucleares por 200 millones de dólares a Corea del Norte, cuando formaba parte del panel de directores de tecnología del gigante ABB. 
La operación  fue posible gracias al acuerdo de 1994 que permitía a Corea del Norte poner en marcha dos reactores para fines civiles a cambio de congelar sus programas de armas nucleares.

Lo demás es historia conocida. Rumsfeld y Franks, pasando por encima del jefe de Estado Mayor Conjunto, Richard Myers, concibieron el plan de conquista de Irak, cuya ejecución en el plano militar le demandó apenas 22 días de campaña. Ahora el guerrero americano, en la cúspide de su fama mediática y política, anda rediseñando nuevos objetivos de conquista para el imperio. 

Y tal vez con las palabras elogiosas que le dedicara Henry Kissinger correteando por su cerebro: "Donald Rumsfeld tiene lo que hay que tener para ser un presidente fuerte"

Pero antes de que eso suceda seguramente lo llamará al general Franks y le dirá: Tommy tenemos que pensar en alguna campañita rápida y efectiva  para Siria. Ese país está lleno de terroristas.


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