Los que lo conocen lo describen como rápido,
colérico, agresivo, y con gran dominio y manejo de la escena del poder.
Muchos
en Washington lo
comparan con Darth Vader, el malvado de la guerra de las galaxias, por su costumbre
de cortar cabezas y de amenazar con el apocalipsis a sus enemigos.
Donald
Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano, se ganó por mérito propio la
fama de malo de la película entre los propios halcones del Pentágono
que lo tienen como su jefe indiscutido.
Es un duro entre los duros. Escondido
detrás de sus gafas de montura ligera suele enviar sonrisas socarronas y
sarcásticas a los
periodistas que lo acosan con sus preguntas sobre la marcha de la guerra. Sus
bravuconadas mediáticas y su pragmatismo descarnado deslumbran a sus
admiradores y causan la ira de sus enemigos dentro y fuera de los Estados
Unidos.
En plena ofensiva de las potencias europeas por impedir la invasión a
Irak en la ONU, provocó la ira de los franceses y de los alemanes diciéndoles
que pertenecían a la "vieja Europa".
Su reconocida agilidad mental no
le exime de sus exabruptos guerreros que ponen los pelos de punta a los hombres
de la diplomacia norteamericana.
Un día amenaza con invadir a Corea del Norte y
otro se despacha diciendo que Estados Unidos responderá con armas nucleares a
cualquier provocación de sus enemigos.
Su artillería pesada y su alta
exposición mediática lo han convertido en el símbolo por excelencia de la
nueva doctrina de supremacía militar estadounidense.
Sobreviviente él
mismo de la Guerra Fría, se convirtió en el fogonero superior de la teoría
del "eje del mal" con que la arquitectura imperial justifica sus
nuevas conquistas militares por todo el planeta.
El
guerrero americano
Donald Rumsfeld nació en Chicago, en un mes de julio, hace setenta años.
Hijo
de un piloto de la Armada, sobresalió en sus años juveniles como campeón de
lucha libre, capitán de fútbol americano, estudiante de ciencias políticas en Princeton, y más
tarde se alistó como piloto de la US Navy, 1954-1957. Su matrimonio con Joyce
Pierson le dejó tres hijos.
Sus amigos dicen que podía haber sido un brillante
general de cinco estrellas, pero prefirió el traje y la corbata de los que
deciden el verdadero poder entre bambalinas en Washington o Wall Street.
Con sólo 43 años, y durante la administración republicana de Gerald
Ford, se convirtió en el secretario de Defensa más joven de la historia de los
Estados Unidos.
Sus subordinados dicen que donde él aparece se desata una
guerra. Y esa condición intrínseca de su figura de halcón imperial
le valió no pocos enemigos tanto en las alfombras de Washington como en el
Pentágono.
Su frase favorita está sacada de la biografía de Al Capone, otro
gangster legendario de Chicago: "Consigues muchas más cosas con buenas
palabras y una pistola, que con buenas palabras solamente".
Sus andanzas de más de tres décadas por el escenario de los negocios
imperiales inspiraron el título de un libro (The Rumsfeld Way) escrito
por Jeffrey
Krames, que circula como un manual de instrucciones entre los que ejercitan el
liderazgo y la dirección de empresas. Su autor lo describe como dueño de
un carácter "agresivo, determinado y pragmático", y sostiene
que Rumsfeld "siempre está pensando el próximo movimiento del ajedrez, planeando
sus futuras batallas".
Como todo halcón de
raza,
el jefe del Pentágono desprecia la debilidad de las palomas y trata de
comérselas, especiamente si son negras, como el secretario de Estado Colin
Powell, su adversario "moderado" del entorno presidencial. Si por él
fuera, y de no mediar la papelería burócrática de la ONU que tan bien maneja
Powell, en las primeras 72 horas hubieran caído sobre Irak las 3000
bombas y misiles inteligentes que contemplaba originalmente el plan de ataque
norteamericano.
A
los 30 años de edad el hoy poderoso secretario de defensa Rumsfeld (Rummy para
los que lo tratan íntimamente), ya era congresista por el Partido Republicano,
dentro de su ala más ultraconservadora y anticomunista.
En 1969, durante la administración de Richard Nixon fue nombrado embajador de
EE.UU. ante la OTAN. Desde ese cargo supervivió al escándalo del Watergate que
terminó con Nixon, y fue nombrado jefe de gabinete del gobierno de Gerald Ford,
1974-1975.
Posteriormente,
y a los 43 años de edad, fue designado secretario de Defensa, 1975-1977,
en plena crisis y derrota de la maquinaria militar norteamericana invasora
en Vietnam.
Posteriormente Rummy retornó a su cargo de presidente de la junta de
directores en la multinacional farmacéutica G.D. Searle &
Company, 1977-1985.
Hasta
que Ronald Reagan, un anticomunista ferviente como él, lo convocó para
ocupar el cargo de miembro del Comité Asesor
del Control de Armamento. Luego, y en pleno auge del Irangate, fue
designado enviado especial del gobierno norteamericano en Oriente
Medio.
El
amigo Saddam
Allí
sucedieron los dos acontecimientos claves que marcarían a fuego la carrera
política de Rummy. Conoció y estrechó la mano de Saddam Hussein (a quién dos
décadas después le enviaría 27.000 misiles y bombas inteligentes en 22 días)
y estrechó una férrea amistad con George Bush, el padre de W por entonces
vicepresidente de Reagan.
A
Bush padre, considerado el "cerebro gris" de la era reaganiana, se le
atribuye el armado estratégico del affaire conocido como el Irangate.
Bush padre, por entonces vicepresidente, mantenía una decisiva influencia sobre
la CIA (en ese momento comandada por William Casey) de la cual fue
director durante el gobierno de Nixon.
El
Irangate o Irán-contras surgió a raíz de una operación encubierta dirigida
por la Casa Blanca que consistió en la venta de armas (4000 misiles Tomahawk) a
Irán en un esfuerzo por conseguir la liberación de cinco rehenes
estadounidenses en poder del grupo pro-iraní Hezbollah en el Líbano.
Millones
de dólares de esas ganancias fueron desviados y destinados a ayudar a los
"contras" nicaragüenses que combatían al gobierno sandinista de
Daniel Ortega.
Rumsfeld
conoció a Saddam en 1981, cuando el ex dictador de Irak había lanzado la
guerra contra Irán con su ejército equipado y financiado por
EE.UU.
Por entonces el ex hombre fuerte de Irak era considerado "progresista"
y fue utilizado para detener el fundamentalismo islámico de la
revolución iraní del Ayatollah Khomeini.
Donald
Rumsfeld, estaba a cargo de un programa secreto de ayuda militar a Saddam a
cargo de oficiales del Pentágono y grupos especiales de la CIA.
Esos grupos especiales entrenaron a los oficiales
iraquíes en la utilización del gas mostaza, sarín y VH provisto
por el Pentágono, que después sería utilizado en el campo de
batalla de esa guerra que dejó un millón de muertos.
Paradojalmente,
dos décadas después, Rummy planeó y ejecutó la invasión militar a Irak
acusando a sus antiguo amigo de poseer arsenales de armas químicas.
Escalera
a la fama
Durante
toda la administración Reagan Rumsfeld fue el articulador del plan defensivo
nuclear denominado Guerra de las Galaxias. Proyecto que fue archivado por
Clinton y luego fue retomado por W Bush con Rumsfeld de nuevo como su promotor
principal.
De
1998 a 1999, Rummy fue presidente de la Comisión de Estados Unidos
sobre la Amenaza de Misiles Balísticos, que evaluó la vulnerabilidad de
Estados Unidos al ataque de misiles.
Desde ese puesto Donald Rumsfeld cierra filas con sus colegas Paul Wolfowitz y
James Woolsey y escribe en 1998 una carta a Bill Clinton, proponiendo una
estrategia para derrocar del poder a Saddam Husein.
Esa carta sería el embrión del Programa para un Nuevo Siglo XXI Americano,
urdido por Wolfowitz y por el propio Rumsfeld, que luego serviría de base para
la sustitución de la estrategia de la disuasión por la doctrina del ataque
preventivo presentada por Bush al Congreso el año pasado.
Cuando
asume W, Rumsfeld es nombrado nuevamente al frente de la secretaría de Defensa
impulsado por papá Bush y su entrañable amigo, el vicepresidente Cheney.
Bajo la tutela de papá Bush (según muchos, el verdadero presidente en las
sombras de EE.UU.) el grupo de halcones "petroleros" de la era
reaganiana, con Cheney y Rumsfeld a la cabeza, vuelven a plantearse el objetivo
Saddam, un proyecto que dejaron sin terminar durante la primera Guerra del
Golfo a principios en 1991.
Durante
las explosiones de la Torres Gemelas el 11 de septiembre, Cheney se encontraba
como de costumbre en su despacho. Allí vivió el impacto del avión contra el
Pentágono que causara 180 muertos entre civiles y militares del complejo. Esa
operación terrorista, que muchos atribuyen a grupos fundamentalistas islámicos
infiltrados por la CIA y el servicio de inteligencia pakistaní, desató el plan
de invasión a Afganistán.
Como
de costumbre, Rummy tomó a su cargo el diseño estratégico del ataque
junto con el general Tommy Franks, actual comandante de la invasión a Irak.
Juntos elaboraron la Operación Justicia Infinita siguiendo la idea
original de Rumsfeld, luego rebautizado con el nombre de Libertad
Duradera.
Los
50 mil misiles lanzados sobre territorio Afgano inauguraron la era de las
guerras punitivas contra el "eje del mal". Los talibanes fueron
rápidamente derrotados, pero el fantasma demoníaco de Bin Laden nunca
apareció. Posteriormente le tocó el turno a Saddam, que desapareció en el
aire con 50 mil hombres y sin dejar rastros.
Su
obsesión
de guerra contra Corea del Norte se apoya sobre el argumento de que EE.UU
no pueden permitir que ese país terrorista siga produciendo armas de
destrucción masiva que mañana pueda usar contra sus vecinos.
La mala memoria de Rumsfeld le hace olvidar que hace cuatro años
estuvo implicado en la venta de dos reactores nucleares por 200 millones de dólares
a Corea del Norte, cuando formaba parte del panel de directores de tecnología
del gigante ABB.
La operación fue posible gracias al acuerdo de 1994 que permitía
a Corea del Norte poner en marcha dos reactores para fines civiles a cambio de
congelar sus programas de armas nucleares.
Lo
demás es historia conocida. Rumsfeld y Franks, pasando por encima del jefe de
Estado Mayor Conjunto, Richard Myers, concibieron el plan de conquista de
Irak, cuya ejecución en el plano militar le demandó apenas 22 días de
campaña. Ahora el guerrero americano, en la cúspide de su fama mediática y
política, anda rediseñando nuevos objetivos de conquista para el
imperio.
Y
tal vez con las palabras elogiosas que le dedicara Henry Kissinger correteando
por su cerebro: "Donald Rumsfeld tiene lo que hay que tener para ser un
presidente fuerte".
Pero
antes de que eso suceda seguramente lo llamará al general Franks y le dirá:
Tommy tenemos que pensar en alguna campañita rápida y efectiva para
Siria. Ese país está lleno de terroristas.
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