Un
general americano
Tommy
Franks, de 57 años, nació en Texas. Ferviente admirador de las películas del
legendario John Waine, cambió sus estudios en la universidad de Texas por un
destino en la guerra de Vietnam, donde recibió varias condecoraciones por
mérito en combate.
Veterano
oficial de artillería, recaló por todas las guerras del imperio, desde Vietnam
a la Primera Guerra del Golfo, hasta que asumió la comandancia de las tropas
que invadieron Afganistán en el 2001.
Impulsado
por el clan de los halcones del Pentágono y de la Casa Blanca, Franks fue
promovido al más alto cargo del estamento militar estadounidense días antes
del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York.
Es
considerado un hombre parco, de perfil bajo, pero eficiente como ninguno a la
hora de la acción. De él Bush dijo que "es un hombre con sentido
común, con los pies sobre la tierra".
A
diferencia del actual jefe del Estado Mayor General, Richard Myers, Franks no
está considerado un general de "escritorio" sino un comandante de campo, donde siempre se destacó por su firmeza en la
consecución de los objetivos.
De pocas palabras, lo suyo no son las
exposiciones sino las batallas planificadas hasta sus mínimos detalles.
Su
máximo aliado en el Pentágono, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, lo
define como un "hombre sabio que inspira confianza". Entre sus
pares Franks está considerado como un militar rudo, de reflejos pesados y
convencionales, pero leal a las decisiones políticas de Washington.
"Este
es el objetivo, bueno ahí vamos", suele decir a los oficiales de su estado
mayor. Si por él fuera, viviría el resto de su vida con su uniforme de combate
puesto y su arma al cinto, al más puro estilo de los generales americanos de
Hollywood.
Su
poca afición por la literatura y las reflexiones complicadas quedó expresada
el día que un periodista le preguntó en una conferencia de prensa:
"general, ¿que libro militar fue el que más le impactó?".
Cancino, Franks meditó un poco y contestó: "Era
un libro acerca de Julio César... recuerdo partes de él... el libro decía que
Julio César era un general... daba largos discursos... lo mataron", dijo
ante el asombro del periodista.
No
obstante su fama de hombre granítico y sin fisuras en el plano del combate, el
jefe militar interino de Irak refleja su costado "débil" a través de
su alta dependencia al carácter dominante de su mujer. Maciza, de estilo fuerte, Cathy Franks le recrimina sus
adicción al cigarrillo en público, y cultiva la
costumbre de inmiscuirse en las reuniones de su marido con su estado
mayor.
Esto
le costó recientemente a Franks una investigación por una supuesta asistencia
de ella durante una discusión sobre material reservado, y por permitir que su
esposa utilice aviones militares para sus desplazamientos privados.
El
secretario de Defensa Rumsfeld, a quien corresponde tomar las acciones
disciplinarias, lo defendió diciendo: " si bien espero el resultado de esa
investigación, no creo en esos rumores. El general Franks es un hombre de
respeto, y uno de las más altos exponentes de nuestra causa al servicio de la
libertad".
Ambos
dos
Franks y Rumsfeld, desde el teatro de
operaciones uno, y desde la secretaría de Defensa el otro, fueron los protagonistas
principales de las dos guerras imperiales desatadas tras los acontecimientos
del 11 de septiembre.
Con su fino olfato político, Rumsfeld percibió que la
nueva doctrina de lucha militar contra el "eje del mal" le
presentaba una oportunidad de ascender escalones en sus ambiciones
presidenciales.
No
sólo aprovechó los "partes diarios" para proyectarse
mediáticamente, sino que monopolizó en sus manos la planificación de la
guerra de Afganistán relegando al propio jefe del Estado Mayor General y a sus
equipos.
La
cautela y la reconocidad operatividad de Tommy Franks, le posibilitaron contar
con el aliado profesional que le hacia falta: un hombre que no cuestiona
decisiones políticas y que sólo se dedica a ejecutarlas en el plano militar.
La
campaña de Afganistán, una guerra de conquista capitalista presentada como "operación
antiterrorista", continuó la era de los bombardeos "quirúrgicos"
iniciada con el ataque a Yugoslavia.
Una
guerra esencialmente "aérea" donde el poderío devastador de los
misiles y las bombas inteligentes dejaron el terreno expedito para que las
fuerzas especiales con sus aliados afganos derrotaran rápidamente a los
talibanes.
Tommy
Franks, en su carácter de comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en
el Golfo , quiso repetir la misma experiencia con Irak.
No
bien terminada la ocupación de Afganistán, Franks recaló en varias
oportunidades por el despacho de Rumsfeld trayendo encarpetado su plan de
invasión basado sobre la misma fórmula: bombardeo áereo de "ablandamiento"
sobre los blancos estratégicos del poder militar iraquí, combinado con un
avance terrestre proveniente de tres puntos simultáneos.
Rumsfeld,
urgido por los tiempos políticos del imperio, le agregó sus famosas "72
horas de bombardeo con 3 mil misiles" que Franks como buen soldado
acató sin cuestionar.
Finalmente la oposición de Colin Powell y los "moderados", a los que
se sumó el jefe de Estado mayor, general Myers, consiguió que ese plan fuera
modificado.
La
estrategia original fue sustuída por una escalada gradual de bombardeos
"selectivos" a los búnkeres militares y administrativos de
Saddam.
Los
magros resultados militares que se venían obteniendo en la avanzada terrestre,
precipitaron y favorecieron una nueva ofensiva de Rumsfeld y de Franks sobre el
entorno de Bush con el objetivo de apresurar el desenlace de la guerra.
Ganaron
el general y el secretario: las incursiones aéreas no se detenían durante las
veinticuatro horas, y los muertos y heridos civiles se empezaron a contar
en masa por todo Bagdad. En sólo tres días, las tropas blindadas ingresaron a
la capital iraquí.
Hoy
el general Tommy Franks se pasea en uniforme de combate y con su arma al cinto
por Bagdad, acompañado de otro duro como él: el general Garner, nuevo regente
imperial de los destinos de Irak por mandato divino de Bush.
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