Bagdad
es una ciudad que se extiende a lo largo de 24
kilómetros.
En
su perímetro habitan 5 millones de personas y es el centro estratégico del
poder iraquí detentado hasta ahora por Saddam Hussein.
Su
división urbana denota claramente los contrastes sociales existentes entre sus
habitantes.
En
las áreas residenciales ricas del centro de la ciudad se concentra la
clase social dominante con su estructura administrativa y militar.
En
los suburbios densamente poblados se acumulan los pobres,
principalmente de ascendencia shiíta, cuya mayoría no comulga con Saddam y su
régimen.
Las
zonas residenciales lucen el sello de la fastuosidad capitalista
marcada por la concentración de riqueza en pocas manos, conviviendo con los
bolsones de marginalidad y pobreza extendidos por la periferia.
Como
en cualquier área del mundo subdesarrollado y dependiente, los santuarios del
dominio iraquí se encuentran en las residencias y en los edificios del norte.
Desde
allí Saddam ejerció el poder sobre Irak, durante veinte años, rodeado de sus
tropas especiales y de sus servicios de inteligencia.
Y
hacia allí se concentró todo el poder de fuego de los misiles inteligentes y de
los tanques Bradley y Abrams con sus cañones de 155 milímetros.
A
esos enclaves apuntó desde un principio la estrategia de ataques
"selectivos" lanzados por la aviación estadounidense.
Hoy
las tropas norteamericanas ya están en posesión de la mayoría de esos
bastiones y controlan casi en forma total el perímetro residencial y
administrativo del régimen.
Pero
los focos de resistencia ya empezaron a extenderse por toda la periferia
de la ciudad. No se sabe a ciencia cierta si estos combates responden a una
conducción centralizada por Sadam, o si se trata de una primera fase de
resistencia inorgánica a cargo de fuerzas de Fedayines desperdigados y con poca
comunicación entre sí.
De
todas maneras el Pentágono acaba de recomendar mantener "cautela"
respecto de los anuncios de un triunfo total. Puede decirse,
evaluando la información disponible, que en Bagdad todavía no
puede hablarse de una ocupación exitosa en una ciudad con 730
barrios y 5 millones de habitantes.
Desde
el principio los
estrategas militares del Pentágono sabian dos cosas:
1) que la batalla final por
el control total de Irak se iba a resolver en Bagdad, precisamente con la toma de los
bastiones estratégicos del régimen de Saddam.
2) que
a esa batalla militar convencional (donde el triunfo norteamericano aparecía como
previsible) le sucedería otra en los suburbios de Bagdad, donde los resultados
aparecían como inciertos.
Las fuerzas especiales
temen a esa batalla más que a
ninguna, y los planificadores de Washington la consideran como una "segunda
guerra" a librar por el control total de la capital iraquí.
Los
dos capítulos de la guerra de Irak
En
la Operación Escudo de la Libertad siempre hubo dos capítulos.
El primero es el que se está desarrollando ahora en el teatro de operaciones
militares, con una clara y contundente ventaja para la coalición
invasora angloestadounidense.
Estas
acciones se desarrollan dentro de modelo de guerra convencional donde los enemigos están de
alguna manera "visibles" en el terreno de operaciones.
Y donde los
resultados se definen por la tecnología, el entrenamiento, la logística y el
poder de fuego.
En esta batalla la coalición imperial juega de gato, y el
viejo régimen de Sadam Hussein juega de ratón.
Solo la ignorancia de los
analistas "mediáticos" pudo conferirle alguna chance en su guerra
suicida contra el Imperio.
En la intimidad, los halcones militares saben que
Sadam es un dictador jubilado nacido de sus propias entrañas. Y que su
ejército regular, desactualizado y sin poder de fuego, es apenas un globo de
ensayo para justificar la nueva Doctrina de Supremacía Militar en el terreno de
las operaciones bélicas.
La demolición de Sadam
junto a sus estatuas, significa la
demolición de la Guerra Fría y de la concepción bipolar del poder mundial.
Sadam
y su ejército desvalido sólo sirvieron para justificar la superioridad del
poder militar norteamericano y afirmar su condición de potencia regente
unipolar del mundo capitalista.
Este
primer capítulo de la guerra fue escrito como un manual.
Sadam Hussein y su régimen arcaico (demonizado por la CIA y sus usinas
mediáticas) sirvieron de justificativo para una nueva etapa de
conquista militar y de conquista económica lanzada por el capitalismo
norteamericano.
La guerra de Wall Street, las petroleras y el Complejo Militar
Industrial por la toma de Bagdad fue ganada desde el comienzo.
Los pasos a
seguir después del triunfo militar también son de manual:
"democratización" del país, control sobre la segunda reserva mundial
de petróleo, cierre del control militar y geopolítico sobre el Medio Oriente,
y un nuevo polo de expansión capitalista montado sobre la
"reconstrucción" de Irak.
El costo económico de la guerra será
amortizado con petróleo iraquí.
Un detalle que los analistas ignorantes y
los contribuyentes norteamericanos (preocupados por las cifras del
presupuesto bélico de Bush) parecen no percibir.
El
capítulo1 de la guerra convencional, en términos de resultado
militar, está terminado.
El viejo ejército de Sadam Hussein está
destruído,
sus radares, sus bases militares, sus baterías, sus blindados, sus fuerzas especiales, sus sistemas
de comunicaciones, están inutilizados en toda su capacidad operativa.
El
telón de fondo está por bajar.
Sólo
hay tres opciones por barajar:
Saddam
muerto, Saddam capturado, o Saddam desaparecido.
Si
se cumple la última opción, significa que el jefe iraquí
negoció la capitulación a cambio de su vida.
La
pregunta del millón que devana los sesos del Pentágono:
¿acatarán
las fuerzas irregulares de Sadam la orden de rendición en
caso de que se les imparta?
La
capital iraquí cuenta con 750 barrios, y en su parte más antigua existe una red de callejones y de calles estrechas que los expertos
consideran un teatro ideal para el desarrollo de la guerrilla urbana y de
los combates cuerpo a cuerpo.
Desde
estos sectores, según los corresponsales en Bagdad, comienzan a
extenderse los bolsones de resistencia de las milicias
irregulares mientras un sector de la población vitorea a las tropas
invasoras.
En
este terreno, marcado por la pobreza y la marginación, se mueven como pez en el
agua los fedayines de Sadam.
Una milicia irregular que cuenta con
alrededor de 20.000 efectivos armados con fusiles de
asalto AK47 y lanzagranadas RPG7 de origen soviético.
Estas unidades
de combate no
usan uniforme militar y se mueven generalmente en células operativas de
siete individuos.
Sus integrantes están entrenados en tácticas de guerrilla
urbana, acciones de sabotaje y trampas explosivas orientadas a
minar la infraestructura de las tropas invasoras regulares.
Hay
que recordar que estas formaciones irregulares jugaron un
papel clave en la estrategia iraquí para complicar el
desplazamiento de las unidades de blindados y fuerzas
terrestres que se desplazaban del sur hacia la toma de Bagdad.
Las
principales bajas sufridas por los marines y la Tercera
División de Infantería en su avance hacia la capital
iraquí, fueron causadas por encerronas y trampas
tendidas por los escuadrones de Fedayines.
Su
movilidad operativa, sus tácticas de combate no
convencionales y su capacidad para mimetizarse entre la
población civil los convierte en enemigos temibles
para fuerzas militares regulares de cualquier ejército.
Los
halcones del pentágono saben que el segundo capítulo de
la guerra por el control de Bagdad se desarrollará en el
terreno de los Fedayines.
Los expertos
militares en contrainsurgencia que actúan en el
terreno temen que la capitulación o la muerte de Sadam precipite la
disgregación de esta fuerza en diversos grupos que después actúen siguiendo la
impronta del conjunto del terrorismo islámico.
La rendición de las fuerzas
militares iraquíes puede precipitar una especie de "libanización" del
aparato irregular controlado por Sadam durante veinte años.
De hecho, y según la información militar disponible en Bagdad,
muchos de estos grupos ya estarían actuando en forma independiente del poder
centralizado del jefe iraquí.
Más que a una
"palestinización de Irak", dicho proceso apuntaría a un modelo
parecido al de Afganistán, o al de Chechenia, con jefes actuando en
forma independiente y según sus propios intereses.
Lo
que más temen los estrategas del Pentágono es el funcionamiento anárquico de
estos grupos entre los recovecos de una ciudad habitada por 5 millones de
personas.
Se sabe que una parte de la población de los suburbios,
principalmente los chiítas, podrían simpatizar al principio con el imperio
invasor que los liberó de Sadam.
Sin embargo el recuerdo de los muertos y de la
destrucción pueden ser más fuertes, y convertir a los suburbios de Bagdad en
"varias palestinas" enclavadas en un mismo perímetro.
Más
allá de sus discursos guerreristas y triunfalistas por televisión, los
halcones de Washington saben que la guerra de Irak no termina con la rendición
de las fuerzas regulares de Sadam.
Tambien
saben que una
fuerza de
ocupación imperial necesita de la legitimación y el control social
para sobrevivir en el poder sin conflictos.
Paradojalmente,
al destruir a Saddam los norteamericanos terminan con el control centralizado de
Irak que él detentaba y aseguraba.
De ahora en más, el suelo iraquí puede
convertirse en un entramado de bolsones de resistencia invisible
diseminados por todas sus ciudades y con epicentro en Bagdad.
En
esa guerra poco y nada pueden hacer los tanques Abrams y los misiles
inteligentes.
Es la guerra del
factor humano. Una guerra que el imperio
norteamericano, invencible en el plano militar convencional, deberá enfrentar
en los próximos años en toda el área del mundo dependiente.
Y que
seguramente ya empezó a desarrollarse en el momento que un soldado de la
coalición tapó el rostro de una estatua de Sadam con la bandera
norteamericana.
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