POR LA MISA ROMANA
CONTRA EL NOVUS ORDO
Comunicado del Instituto
Mater Boni Consilii sobre
el Motu Proprio “Summorum
Pontificum Cura”
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Luego del Motu proprio “Summorum
Pontificum cura” sobre el uso del Misal
Romano (7 de julio de 2007), el Instituto
Mater Boni Consilii:
- constata
con satisfacción que la tentativa de
suprimir del todo el antiguo y venerable
Misal Romano para sustituirlo con un nuevo
misal reformado, tentativa expresada
claramente por Pablo VI en el discurso al
Consistorio del 24 mayo de 1976, ha -por
implícita admisión del mismo Motu Proprio
Summorum Pontificum- fracasado
miserablemente;
- sin
embargo, no reconoce “el valor y la
santidad” del nuevo rito de 1969,
aplicación del Concilio Vaticano II;
- por el
contrario, hace propio el juicio sobre el
nuevo rito de los cardenales Ottaviani y
Bacci, según el cual el nuevo misal
“representa, en conjunto y en detalle, un
alejamiento impresionante de la teología
católica de la Santa Misa, tal como fue
formulada por la Sesión XXII del Concilio
de Trento”;
- recuerda
que un juicio tan severo no puede designar
a un rito de la Iglesia, o sea promulgado
por la legítima y suprema autoridad
eclesiástica;
- por lo
tanto, no admite que el misal reformado
pueda ser considerado la forma “ordinaria”
del rito romano, del cual el Misal Romano
antiguo sería solo la “forma
extraordinaria”;
- solicita,
con los mismos cardenales Ottaviani y
Bacci, la abrogación del nuevo rito y de
toda la reforma litúrgica;
- pone en
guardia sobre el proyecto de una ulterior
reforma litúrgica que resultaría de la
fusión y confusión de los dos ritos.
Verrua
Savoia, 16 de julio de 2007, fiesta de
Ntra. Sra. del Carmen
REFLEXIONES
SOBRE EL MOTU
PROPRIO SUMMORUM PONTIFICUM
Por el Padre
Francesco Ricossa
El 7 de julio de 2007, Benedicto XVI hizo
publica la carta apostólica Motu
proprio data, Summorum Pontificum
cura sobre el uso del misal romano,
precedida de una carta a los obispos de
todo el mundo para presentar este
documento.
Aquellos
católicos que, desde siempre, se han
opuesto a la reforma litúrgica conciliar
no pueden permanecer indiferentes ante un
documento semejante, el cual, aún no
viniendo de la Iglesia, ciertamente tendrá
una importante repercusión para la vida de
la Iglesia.
Para poder
hacer una adecuada valoración, es sin
embargo indispensable retornar al origen
de toda la controversia concerniente al
uso del misal y del ritual romano y, más
en general, a la reforma litúrgica.
El Concilio
Vaticano II y la reforma litúrgica
De hecho, la
reforma litúrgica culminada en 1969 con un
nuevo misal, aún yendo más allá de la
letra de la constitución conciliar
Sacrosanctum Concilium, ha sido
aplicada y querida bajo las órdenes y el
control de Pablo VI, para expresar también
en el campo litúrgico, con una nueva “lex
orandi”, la nueva “lex credendi” de la
eclesiología conciliar fundada sobre el
ecumenismo y el diálogo interreligioso y,
genéricamente, la nueva relación entre la
Iglesia y el mundo contemporáneo (véanse
en particular los documentos conciliares
Lumen gentium, Unitatis redintegratio,
Orientalium ecclesiarum, Dignitatis
humanae personae, Nostra Aetate, Gaudium
et spes).
La reforma
litúrgica, entonces, no puede ser
disociada de la reforma doctrinal del
Vaticano II. No por casualidad, casi
simultáneamente al Motu Proprio
sobre la liturgia, la S.C. para la
Doctrina de la Fe, en continuidad con la
Dominus Jesus y el discurso a los
cardenales del 22 de diciembre de 2005, ha
publicado otro documento (Respuesta a
cuestiones respecto de algunos aspectos de
la doctrina sobre la Iglesia) con el
cual se intenta dar una interpretación de
Lumen Gentium n° 8 (el famoso punto
según el cual la Iglesia de Cristo
subsiste en la Iglesia Católica, pero
no es la Iglesia Católica).
Esta
interpretación se opone a la hermenéutica
que va más allá de la letra del Concilio,
pero es perfectamente fiel, no obstante, a
la letra del Concilio mismo, letra que no
está en conformidad, como por el contrario
se quiere demostrar, a la enseñanza
precedente de la Iglesia.
Si, en
consecuencia, la letra del Concilio, y no
solo su “espíritu”, es contraria a la
enseñanza de la Iglesia, se deduce de allí
que el Concilio mismo no puede venir de la
Iglesia ni de su suprema autoridad
divinamente asistida. Y que, en
consecuencia, Benedicto XVI, que quiere
permanecer fiel al Vaticano II, y mientras
tenga esta intención, no puede ser la
Autoridad de la Iglesia. He aquí porqué
hemos escrito que el Motu proprio,
promulgado por Benedicto XVI, no es un
documento de la Iglesia y no viene de
ella.
Una primera conclusión
es entonces la siguiente: la crisis que
estamos atravesando no tendrá fin mientras
no sean corregidos, y condenados, los
errores del Vaticano II. La celebración
del Misal Romano no pone fin, por el hecho
mismo, a esta crisis, y no es lícito
celebrar la Santa Misa, o asistir a Misas
celebradas en comunión (una cum
Pontifice nostro Benedicto) con una
autoridad que no puede ser tal ya que, y
mientras, profesa e impone la doctrina
reformada del Vaticano II.
La reforma
litúrgica en el juicio del “Breve examen
crítico del Novus Ordo Missae” y del Motu
Proprio
Cuando en
1969, Pablo VI manifestó la intención de
promulgar un nuevo misal, un grupo de
teólogos, y en primera fila el Padre
dominico L.M. Guérard des Lauriers,
docente en la Pontificia Universidad
Lateranense, redactaron un “breve examen
crítico del Novus Ordo Missae”. Al
suscribirlo y presentarlo a Pablo VI, los
cardenales Ottaviani y Bacci expresaron
este juicio sobre la reforma del misal:
“el Novus Ordo (…) representa, en conjunto
y en detalle, un alejamiento impresionante
de la teología católica de la Santa Misa,
tal como fue formulada por la Sesión XXII
del Concilio de Trento; el cual, al fijar
definitivamente los ‘cánones’ del rito,
levantó una muralla inexpugnable contra
cualquier herejía que atacase la
integridad del Misterio”. El Misal
reformado es, por lo tanto, “una gravísima
ruptura”. Todos aquellos que por cerca de
cuarenta años se han rehusado a celebrar
con el nuevo misal montiniano, o a asistir
a ritos celebrados con este misal,
manteniendo vivo el antiguo, lo han hecho
por estar convencidos de este juicio.
Completamente diferente es el parecer
expresado por Benedicto XVI en la carta a
los Obispos y en el Motu proprio.
El misal reformado permanece la forma
ordinaria del rito romano, mientras el
misal católico es una forma extraordinaria
(art. 1). Además, se afirma que “no hay
ninguna contradicción entre una y otra
edición del Missale Romanum”, y
se concluye entonces que “obviamente,
para vivir la comunión plena, tampoco los
sacerdotes adherentes al uso antiguo
pueden, en principio, excluir la
celebración según los nuevos libros. En
efecto, no sería coherente con el
reconocimiento del valor y de la santidad
del nuevo rito la exclusión total del
mismo” (carta a los Obispos). La
participación en el nuevo rito parece
prevista por lo menos durante el Triduo
Sacro (jueves, viernes y sábado santos),
cuando no está permitido el uso del Misal
“antiguo” (art. 2). Los institutos que
habían adherido a la Comisión Ecclesia
Dei y que trataban de evitar la
celebración del nuevo rito podrían ahora
hallarse, paradójicamente, después del
Motu proprio, ¡en una situación peor que
la anterior! No se ve entonces como Mons.
Fellay, superior de la Fraternidad San Pío
X, haya podido declarar que “El Motu
Proprio pontificio restablece la Misa
tridentina en sus derechos” (declaración
de la Fraternidad San Pío X, 7 julio de
2007) y que este “documento es un don de
la Gracia (…) no es un paso, es un salto
en la buena dirección (…) un acto
de justicia (…) un auxilio sobrenatural
extraordinario” (entrevista a Mons. Fellay
de Vittorio Messori, Corriere della Sera,
8 de julio de 2007).
Una segunda conclusión
es por tanto la siguiente: los católicos
no deben contentarse con ver reconocida la
licitud de celebrar con el Missale
Romanum, sino que deben pretender -por
la gloria de Dios, la santidad de la
Iglesia, el bien de las almas, la
integridad de la Fe- aquello que requerían
en 1969 los cardenales Ottaviani y Bacci,
o sea la abrogación pura y simple del
nuevo misal (y de toda la reforma
litúrgica).
La cuestión de la validez
del Novus Ordo y las consecuencias
del olvido de esta cuestión después del
Motu Proprio
Benedicto
XVI habla, lo hemos visto, de la
ortodoxia, del “valor y de la santidad”
de la reforma litúrgica. El hecho no debe
sorprendernos. En efecto, un rito de la
Iglesia no puede sino ser ortodoxo
(conforme a la recta doctrina), válido y
santo, exactamente como la enseñanza de la
Iglesia y del Papa no puede contener error
contra la fe o la moral.
Si el nuevo
misal y, in genere, la reforma litúrgica,
“representa un alejamiento impresionante
de la teología católica de la Santa Misa”,
ello es posible solo porque no viene de la
Iglesia ni de su Autoridad divinamente
asistida.
Pero si el
nuevo misal y, con toda la reforma
litúrgica, el nuevo ritual de los
sacramentos y el nuevo pontifical no están
garantizados por la santidad de la
Iglesia, entonces la duda sobre la validez
de estos ritos, por lo menos para algunos
de ellos, se vuelve posible. Con la nueva
situación creada después del indulto de
1984 y del Motu Proprio de 1988, y con el
Motu Proprio de 2007, nacen
situaciones graves para la validez y el
respeto debido a los santos sacramentos, y
en particular para el sacramento de la
eucaristía y el sacrificio de la Misa.
En efecto, como tercera
conclusión debemos recordar a
sacerdotes y fieles como -a causa de la
duda sobre la validez del nuevo rito de
consagración episcopal y de ordenación-
los sacerdotes ordenados con el nuevo
rito, o que han recibido el sacerdocio de
Obispos consagrados con el nuevo rito,
están dudosamente ordenados, por lo cual
su Misa, aun celebrada con el Missale
Romanum antiguo, podría ser
inválida. Que, por la duda sobre la
validez del nuevo misal, las partículas
consagradas con el nuevo rito son
dudosamente consagradas, y que por lo
tanto los fieles que se acercan a
comulgar, aun durante una misa según el
misal antiguo celebrada por un sacerdote
válidamente ordenado, podrían recibir la
santa comunión de manera inválida si las
partículas distribuidas han sido
consagradas durante una celebración
desarrollada según el nuevo misal.
Finalmente, que las partículas válidamente
consagradas durante una misa celebrada con
el rito antiguo y conservadas en el
tabernáculo serán verosímilmente
profanadas, si fueran distribuidas a los
fieles durante los ritos reformados, los
cuales, al decir del mismo Benedicto XVI,
van a menudo “al límite de lo
soportable” (¡y mas allá también!).
Estos motivos, que se añaden a los
precedentes, impiden toda aceptación
práctica del Motu Proprio
Summorum Pontificum.
La situación
de la Iglesia después del Motu Proprio:
esperanzas y temores
No nos
corresponde juzgar las intenciones
subjetivas de Benedicto XVI al promulgar
el Motu Proprio, aunque él mismo
las haya manifestado, al menos en parte,
aduciendo no el motivo de la defensa de la
fe sino el motivo ecuménico de esta
concesión, llegando incluso a criticar a
la Iglesia misma y a sus “predecesores” en
manera inaceptable (“Mirando al pasado,
a las divisiones que en el curso de los
siglos han lacerado el Cuerpo de Cristo,
se tiene continuamente la impresión de
que, en momentos críticos en los que la
división nacía, no se ha hecho lo
suficiente por parte de los responsables
de la Iglesia para reconquistar la
conciliación y la unidad; se tiene la
impresión de que las omisiones en la
Iglesia han tenido su parte de culpa en el
hecho de que estas divisiones hayan podido
consolidarse”).
Podemos sin
embargo preguntarnos si -mas allá de las
intenciones- el Motu Proprio es un
paso adelante en la solución de la crisis
que estamos atravesando o si, por el
contrario, se trata de un grave peligro.
Puesto que pasamos del campo de los
principios al de los hechos contingentes,
es más fácil equivocarse. Veamos juntos
aquellos que me parecen los motivos de
esperanza o de temor para el futuro,
permaneciendo firme que las puertas del
infierno no triunfarán sobre la Iglesia de
Cristo.
No faltan
motivos de satisfacción, como han hecho
notar incluso los comentadores más
críticos del Motu Proprio. El más
importante me parece el fracaso -en
adelante oficialmente reconocido- de la
tentativa de suprimir para siempre el
Misal Romano y el Sacrificio del la Misa.
En su carta a los Obispos, Benedicto XVI
afirma que, con la introducción del nuevo
Misal, el antiguo “no fue nunca
jurídicamente abrogado y, en consecuencia,
en principio, estuvo siempre permitido”.
Con estas palabras Benedicto XVI
desmiente no solo al artífice de la
Reforma Litúrgica, Mons. Annibale Bugnini,
que sostiene exactamente lo contrario (cf.
A. Bugnini, La riforma liturgica
1948-1975, CLV Edizioni Liturgiche,
Roma, 1983, págs. 297-299), sino al mismo
Pablo VI, que en ocasión del Consistorio
del 24 de mayo 1976 declaró expresamente:
“Es en nombre de la Tradición misma que
Nos pedimos a todos nuestros hijos y a
toda la comunidad católica de celebrar con
dignidad y fervor los ritos de la liturgia
renovada. La adopción del nuevo Ordo
Missae no está ciertamente dejada a la
libre elección de sacerdotes o fieles. La
instrucción del 14 de junio de 1971 ha
previsto que la celebración de la misa
según el viejo rito sería permitida, con
la autorización del Ordinario, solo a los
sacerdotes ancianos o enfermos que
celebran sin asistencia. El nuevo Ordo ha
sido promulgado para tomar el lugar del
antiguo, después de madura deliberación,
para aplicar las decisiones del Concilio.
Del mismo modo, nuestro predecesor San Pío
V había vuelto obligatorio el misal
reformado bajo su autoridad, después del
Concilio de Trento. Ordenamos la misma
pronta sumisión, en nombre de la misma
suprema autoridad que nos viene de Cristo,
a todas las demás reformas litúrgicas,
disciplinarias, pastorales, maduradas en
estos últimos años en aplicación de los
decretos conciliares”.
Quien ha
sido testigo de aquellos días recuerda con
tristeza el caso de los sacerdotes que
hasta entonces habían celebrado con el
rito “antiguo” y que lo abandonaron por
obediencia a Pablo VI, y de otros que, al
continuar celebrando con el Missale
Romanum, sufrieron toda clase de
persecuciones. Hoy podemos decir que la
tentativa de Pablo VI de destruir
totalmente y prohibir la celebración de la
Misa ha, incluso oficialmente, fracasado.
Esta evidente contradicción (para quien
tenga memoria) entre Pablo y Benedicto no
puede sino sembrar la división en el campo
de aquellos que sostienen el Concilio y
sus reformas. Ejemplar, a este propósito,
la declaración realizada al periódico
Repubblica por el ‘obispo’ de Sora, Aquino
y Pontecorvo, además miembro de la
comisión litúrgica de la conferencia
episcopal italiana: “No puedo contener las
lágrimas -dijo- estoy viviendo el momento
más triste de mi vida de obispo y de
hombre. Es un día de luto no solo para mí,
sino para tantos que han vivido y
trabajado para el Concilio Vaticano II. Ha
sido cancelada una reforma por la cual han
trabajado tantos, al precio de grandes
sacrificios, animados solo por el deseo
de renovar la Iglesia”. Desde este punto
de vista, el M.P. es un punto a nuestro
favor, ya que demostrará abundantemente el
espíritu de desobediencia de los más
convencidos fautores del Vaticano II. Con
el M.P. también, los bautizados tendrán
alguna posibilidad más de ver nuevamente,
o por primera vez, la liturgia de la
Iglesia, y rehabituarse: un pasaje gradual
pero humanamente necesario para salir de
la enfermedad espiritual que nos afecta
hace cuarenta años.
Estos
beneficios serán sin embargo vanos, si los
católicos que han permanecido fieles hasta
ahora a la doctrina y a la liturgia
católica aceptaran, con el M.P., la “validez
y santidad” del nuevo misal, y la
doctrina del Vaticano II. En este caso, el
M.P., lejos de ser un paso (¡o un salto!)
hacia la curación, será -como
objetivamente es- un engaño fatal para
reabsorber a los católicos refractarios a
la reforma neo-modernista. Tenemos ante
los ojos los repetidos ejemplos de todos
aquellos que han ya, en los años y décadas
pasadas, aceptado un compromiso entre la
verdad y el error: la fe o es íntegra, o
no es.
Finalmente,
el M.P. preconiza una contaminación entre
los dos ritos, según la intención muchas
veces manifestada por el cardenal
Ratzinger de llegar, en un futuro, a un
solo rito romano fruto de la evolución del
romano y del reformado. En efecto, aunque
el M.P. afirme repetidamente que el Misal
“antiguo” y el de Pablo VI pueden
coexistir como dos formas (extraordinaria
y ordinaria) del rito romano, se advierte
en realidad que los dos rituales no pueden
coexistir, ya que el uno ha nacido para
reemplazar al otro. Así, el único modo de
salvar la Reforma sería el de operar una
“reforma de la reforma”, pero que tendría
el efecto de destruir -si acaso fuese
posible- la milenaria liturgia romana que
ni siquiera Pablo VI pudo extirpar. Desde
ya el misal “liberado” por el M.P. es
aquel reformado de Juan XXIII; desde ya
Benedicto XVI quiere alterarlo
ulteriormente con la inclusión del
vernáculo, de nuevos prefacios, de nuevas
misas propias: bien pronto el abrazo del
M.P. se revelará más peligroso, para la
Misa, que el persecutorio discurso del 24
mayo de 1976, ya que amenazará con
eliminar por alteración y no más por
supresión.
La última
conclusión será entonces la de no cambiar
mínimamente nuestra actitud de
intransigente oposición a toda la doctrina
y la reforma modernista. Nuestra
intransigencia no mira a obtener honores o
reconocimientos; ella mira en cambio, y
tenemos ese deber, a obtener una íntegra
profesión de fe, y una santa
administración de los sacramentos, sin
ningún compromiso con el error, para la
gloria de Dios, la salvación de las almas
y el triunfo de la Iglesia.
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[Enviado por
el Centro studi Giuseppe Federici
el 23 de julio de 2007]
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