DOMINANTES, PREPONDERANCIAS Y CARENCIAS:

LA BASE DE LA INTERPRETACION ASTROLOGICA

por  Jerónimo Brignone

(Este Trabajo fue expuesto en el Tercer Encuentro entre Astrólogos organizado por la revista Gente de Astrología, ex Cosmovsión, en Buenos Aires, 1999)

PRIMERA PARTE 

            La cuantificación en Astrología es tan antigua como ella misma, y pasó por diversas instancias y enfoques a medida que fueron variando nuestras técnicas y nuestra concepción sobre qué es, en términos epistemológicos.

            Aludo por "cuantificación" a los diversos criterios que usamos para decir "cuánto" es una persona de tal signo, planeta, eventualmente casa o aspectos. Por ejemplo, si alguien tiene en su mapa natal Sol y Ascendente en Tauro con un Venus muy angular y en regencia, pocos astrólogos dudarán en decir que es "muy" Tauro. O de otro con un stellium que incluya a las luminarias y al regente del Ascendente en casa VI, que es "muy" casa VI. "Muy" es un adjetivo que se refiere a cantidad. Y la percepción, consciente o no, y deliberada o no, de estos "muy" es uno de los principales caminos por los cuales vamos caracterizando una carta natal, y dibujando un perfil en nuestra mente que nos permita comprender el sentido del conjunto. También se lo llama "dominantes", y se suelen definir a través de sistemas de puntajes con los cuales podemos determinar "preponderancias y carencias".

            Sin referirnos necesariamente a puntajes, el concepto cuantitativo, expresado a menudo con las palabras "fuerte" o "muy", es central a nuestra forma de ver una carta. Sea desde la popular y simplista Astrología Solar (la de los medios y, en el mejor de los casos, Linda Goodman), en la cual damos por sentado que una persona, por tener el Sol en tal signo, es "muy" tal o cual cosa (en desmedro de los otros signos), o, ya un poco más sofisticados, la idea de "Ascendente, Sol y Luna", en donde ampliamos a tres nuestra idea de los signos zodiacales dominantes del sujeto en su probable manifestación caracterológica. O cuando decimos, por ejemplo, que un aspecto es muy fuerte (o más fuerte que tal otro) porque su orbe es muy chico o cerrado, y/o porque los planetas que lo forman incluyen a luminarias, están sumamente angulares o forman parte de una configuración mayor, tales como una T cuadrada, etc., y que por lo tanto tendemos automáticamente a pensar que va a estar más presente en la vida del sujeto que otros aspectos de la misma carta, dominando así el paisaje de su destino y su carácter. Contrariamente, si estuviera en plenas casas cadentes, interceptado, con orbe muy amplio y no incluyendo a factores tan personales, no diríamos por supuesto que "no va a tener efecto" en la vida del sujeto, pero seguramente no le daríamos tanta importancia al principio en el proceso de tratar de imaginar su carácter y los contenidos principales de sus circunstancias y destino.

            Esto puede parecer una verdad de perogrullo, pero no es tan así desde el auge del enfoque humanístico (Rudhyar y Liz Greene, por mencionar a figuras representativas), que pone el acento en el “cómo” y en el hecho de que todos tenemos dentro los doce signos y los diez planetas, y que lo importante es entonces reconocer los matices del paisaje interior que hacen a las diversas combinaciones de los símbolos del horóscopo. Pero sin entrar así en los “riesgos” de afirmaciones contundentes y acotadas acerca de un sujeto que corran luego el riesgo de ser refutadas por él mismo o por los datos de la realidad sensible exterior.

            Lo que el practicante moderno sí acostumbra cuantificar es la distribución zodiacal, sobre todo por elementos. En la primera mitad del siglo, la astróloga Margaret Hone, pionera en la difusión de la Astrología a través de su enseñanza, popularizó la idea de contar la cantidad de planetas según el elemento y ritmo, para luego decir que había entonces preponderancia de tal o cual elemento y carencia de tal otro. A este primer sistema de darle “un punto a cada planeta”, considerando la mayor importancia de las luminarias o el Ascendente, se lo comenzó a enriquecer asignándoles a éstos “más” puntos. Uno de los primeros textos humanísticos editados en castellano y todavía hoy muy popular, “Astrología, Psicología y los cuatro elementos”, de Stephen Arroyo, basa sus propuestas en este tipo de práctica elemental.

            Hace diez años, en el Centro Astrológico de Buenos Aires, como cada uno de los profesores estábamos usando un puntaje distinto, con la consiguientes protestas del alumnado, su director, Eloy Dumón, propuso que aunáramos criterios y que usáramos todos el puntaje de la Facultad de Londres (en donde, Margaret Hone, su fundadora y alguna vez directora, había empezado a usar el primitivo sistema arriba mencionado), con una ligera modificación que consistía en la inclusión del Mediocielo, factor que por entonces muchos norteamericanos estaban considerando como de valor personal. Este puntaje de 50 puntos para evaluar preponderancias y carencias zodiacales es el que hoy todavía usamos en los cursos del C.A.B.A.

            Otra práctica, posterior y, si bien difundida, no tan popular, es la de contar cuántos planetas hay por casa según la clasificación de “Angular, Sucedente y Cadente”. Y más acá en el tiempo, la de ver cuántos planetas hay en los llamados “triángulos de casas”, agrupaciones de las mismas que recibieron distintos nombres pintorescos en la literatura astrológica, y que se corresponden con las agrupaciones de los signos por elemento (en toda carta natal e independientemente de qué signos hay en sus cúspides o dentro, el triángulo de fuego o casas de fuego, a secas, son las casas I, V y IX, análogas a los signos de fuego en el así llamado “zodíaco en reposo”; las de tierra, la II, la VI y la X; las de aire, la III, la VII y la IX; y las de agua, la IV, la VIII y la XII).

            Al respecto, no hay consenso universal de qué criterios se deberían aplicar, dado que si bien es evidente que por signo es mucho más personal la posición de la Luna que la de un transaturnino (llamado por ello “generacional”), y que por ésto merece más puntos, no ocurre lo mismo con las posiciones por casa. Pero uno tiende también a pensar que va a ser más importante (en cuanto a más personal o más presente en nuestra consciencia cotidiana) la casa en donde se halla el Sol que aquella en la que se halla Júpiter, por lo que merecería quizás un “puntaje” mayor. No hay tampoco consenso sobre si se deberían incluir el Ascendente y el Mediocielo, y cómo. Quizás se deba a que el tema es más reciente y no decantó todavía, pero también a que no hay acuerdo universal sobre el sistema correcto de domificación (ésto puede en muchos casos modificar la posición por casa de un planeta), y que, a diferencia de la posición por signo, una pequeña variación en la hora de nacimiento puede pasar un planeta de una casa a otra, lo que hace menos segura la observación.

            Sobre el tema, la autora Tamise Van Pelt, en un interesantísimo libro llamado “Birth Pattern Psychology” (1985), al que fui orientado gracias a la astróloga Adriana Poch Kade y que resulta de una extensa observación estadística, desarrolla toda una teoría del comportamiento en función de la distribución (un punto por cada uno) de los planetas según los triángulos de casas, que creo que es muy digna de ser tenida en cuenta.

            Profundizar en las bases lógicas de estos sistemas de puntaje, así como el testeo de su eficacia en reflejar lo que uno veía en la propia vida y la de los demás, me parecía fundamental a una práctica creíble de la Astrología ya en mis épocas de estudios iniciales, pero sobre todo, luego, como consultante. Y lo lógico, si uno puntúa (cuantifica) signos y casas, es hacerlo con planetas. El primer sistema con el que me topé es el de José P. Garaña en “Astrología Magistral”, uno de los poquísimo libros sobre Astrología que uno podía encontrar en castellano hace apenas quince años. De ese primer planteo (más tarde me encontré con otro puntaje en la “Astrología Racional” de Weiss/Schwickert) fui descartando cosas que no me parecían pertinentes y agregando lo que se me decía o iba viendo que era importante en una carta natal. Y en este proceso de “cuantificar” y de ir observando cómo funcionan los diversos resultados hipotéticos, me fui topando también con sus inevitables referentes históricos.

            Como dije al empezar, el evaluar la fuerza o importancia relativa de un planeta en una carta dada es algo tan antiguo como la Astrología misma. Por lo menos desde Ptolomeo se vienen proponiendo distintos puntajes para decidir, por un lado, la importancia de un planeta respecto de una carta o de un área particular de ésta, así como el estado cósmico del mismo. Con el auge actual de la resurrección de la Astrología Antigua (es decir, pre-Siglo XIX), incluidas la Hindú y la práctica de la Astrología Horaria, movimientos a los cuales desde hace años adherí con pasión, se están difundiendo cada vez más los criterios que usaban extensamente los astrólogos en la antigüedad para emitir juicios e interpretar.

            No es mi intención ni tengo los elementos para hacer una presentación erudita o detallada al respecto, pero menciono como hitos el Tetrabiblos de Ptolomeo, en el cual todo el tiempo se está hablando, según criterios muy diversos, de fuerzas relativas de los planetas para una carta en general y en particular para un punto determinado del zodíaco (tal como el grado de un eclipse, la lunación prenatal, el grado ascendente, o el Hyleg), de los cuales emana, entre otros, el antiguo puntaje de “5 para domicilio, 4 para exaltación, 3 para triplicidad, 2 para término, 1 para faz”, Más tarde, la búsqueda, central a su práctica, por parte de los astrólogos árabes, del “Almuten”, es decir, el planeta más importante de la carta, y por tanto “Señor” o regente de la misma. Ya en este siglo, la determinación de las "dominantes planetarias" según un puntaje personal dado por Volguine, Gouchon y la escuela francesa, y las “astrodinas” de la Escuela de la Luz, movimiento astrológico norteamericano al que perteneciera Doris Chase Doane y que usaba un sistema de puntuación para planetas, signos y casas que no sólo mide fuerza (“astro-dina”, del griego, "fuerza de las estrellas o planetas"), sino también su mayor o menor positividad o negatividad (“armodinas” y “discordinas”). Y sin olvidarnos tampoco de los extensos y abigarrados sistemas de cuantificación hindúes.

            Desde lo personal, desde un principio vi que cuantificar nos permite tomar ciertas decisiones interpretativas casi objetivas, o al menos independientes de la sensaciones que produce un mapa en un momento determinado. Sensaciones que de ninguna manera descalifico: al contrario, son inevitables y esenciales en nuestro funcionamiento eficaz como intérpretes, pero es igualmente valioso transitar paralelamente una percepción más impersonal, siguiendo criterios generales intersubjetivos, es decir, compartidos por varios. Ordena claramente una figura sobre el fondo de tanta información, construyendo un eje alrededor del cual gira el conjunto, una síntesis inicial en la cual ir encuadrando lógicamente el análisis, y nos obliga a estar más alertas de si están funcionando o no nuestros juicios, axiomas y deducciones, porque hay menos margen para el relativismo, la indefinición y explicar todo con todo, como a veces pareciera tender el abordaje puramente humanístico.

            Por ejemplo, lo que ocurre con las carencias. ¿Cómo se explica la observación habitual de que alguien con nada de aire hable hasta por los codos, o que alguien con carencia de agua sea la llorona del grupo? Arroyo dice que puede haber una “compensación” de muchos planetas en casas de aire, o un Mercurio muy prominente, en un caso, o muchos planetas en casas de agua o una Luna o Neptuno preponderantes, en el otro caso. Pero no siempre es así, y su discurso arrastra la típica tibia indiferenciación de planetas, signos y casas que fue inmensamente útil en un momento histórico de la Astrología para comprender las íntimas afinidades y analogías que podían tener entre sí (el "lenguaje de doce letras" de Zipporah Dobbyns: Aries/Marte/Casa I, Tauro/Venus/Casa II, etc.), pero que llevado a un extremo produce un empobrecimiento y una desvirtualización radical de los alcances y fundamentos de nuestra disciplina.

            Si bien pueden parecerse en algunas cosas, no son de ninguna manera idénticos un Sol en Virgo en casa XI a un Sol en Acuario en casa VI, o a un Mercurio en Leo en casa XI, o un Urano en Virgo en casa V. Esto es algo que cualquier astrólogo con cierta práctica sabe bien, pero que las blandas generalizaciones de ciertos textos (por facilistas, de mayor venta) tienden a mamarrachear, y que los sistemas de cuantificación colocan nuevamente en su justa perspectiva.

            Al definir a un planeta (o unos) como el “más” presente, entendemos que, según la tradición, debería haber en la vida preponderancia de tales y cuales comportamientos, y acto seguido nos dedicamos a confirmar si esto es o no así. La observación demuestra cotidianamente que no ocurre lo mismo en los hechos cuando una persona tiene como dominante a la Luna, a diferencia de cuando tiene dominante al signo de Cáncer, y esto de cuando tiene dominante la casa IV, pese a las muchas similitudes. Gracias a haber podido diferenciar mejor el plano de funcionamiento de planetas respecto de signo, y éste de casa, decidiendo cuáles son dominantes en una natividad, podemos saber qué experiencias van a ser prioritarias en la vida de la persona, y esto es valiosísimo para nuestra práctica, en la que se manejan tantos enfoques valiosos pero que a veces nos dejan tanteando en la niebla.

            Volviendo entonces de nuevo a las carencias, ¿qué pasa cuando la falta de un elemento zodiacal no fue "compensada" (siguiendo el equívoco léxico de Arroyo) ni por su análogo domal ni por los planetas correspondientes, y pese a ello, lo que se ve no guarda relación con lo que nos dice la literatura que se ocupa del tema? La aplicación sistemática de los puntajes expone implacablemente estas situaciones, y nos obliga así a hacernos tales preguntas y a buscar sus respuestas. Somos legión los astrólogos que nos enfrentamos con tal situación, y creo que la mayoría fuimos llegando más o menos a las mismas conclusiones, para mí bastante satisfactorias, y que nos obligan a ir moldeando un nuevo modo de ver a la Astrología. Para llegar a estas conclusiones surgidas de la inadecuación de la teoría vigente respecto de su confrontación con la realidad observada, quien nos llevó de la mano fue otro referente "de moda" (y esta vez con todo derecho, porque fue un genio de verdad): Carl Gustav Jung.

            Como tantos, me acerqué muy temprano a su teoría, que se me convirtió en objeto apasionado de lectura durante años, y, ya asimiladas ciertas bases de su visión, el marco conceptual para la comprensión de muchos fenómenos. Amén de la inmensa gratitud que le debemos por haber sido el único académico de renombre que en su momento habló a favor de la Astrología, creo que es de lejos uno de los más grandes intelectuales de este siglo, y quizás quien más se ha acercado en Occidente a la pura verdad en la descripción de aquello que subyace en nuestra experiencia tanto cotidiana como más trascendente.

            En un segmento fundamental de su teoría psicológica y siguiendo y superando los caminos abiertos por Freud, Jung habla de cómo una de las cuatro formas de acercarse a la realidad con las que cuenta el ser humano y a las que él llamó funciones (a saber, pensamiento, sentimiento, percepción e intuición) cobra en cada uno un rol preponderante o dominante, pasando a ocupar así el rol de “función superior” o principal, y determinando por lo tanto una tipología que incluye tanto rasgos de carácter como de destino, y una forma de manifestación particular de su inconsciente (así, quien encara a la realidad prioritariamente a través del sentimiento, se torna en un tipo “sentimental”). Observó asimismo que hay otra de las cuatro funciones con la cual uno está también identificado pero no de un modo tan fuerte o extenso como la principal, y que por lo tanto opera en nuestra consciencia, identidad y actos para apoyar a aquella, poniéndose a su servicio, y a la que llamó consecuentemente “función auxiliar”. Y, lo más interesante, cómo otra de las funciones restantes, a la que llamó “función inferior”, al haber con ella un mínimo de identificación consciente, pasa al plano del inconsciente y por lo tanto se hace pasible de todas las formas de manifestación del mismo, es decir: negación, proyección, fallido, síntoma, sobrecompensación.

            Recordemos que, en la negación, el sujeto no quiere ver esos contenidos como propios (en los casos extremos, niega su existencia misma en el universo; en los intermedios, no los ve en sí mismo; otra variante, es la de verlo en sí mismo pero como algo “malo”, o falto de valor, y/o como algo esporádico). En la proyección atrae hacia sí (o “se adhiere sin darse cuenta a”) personas o situaciones que a su parecer corporizan dichos contenidos negados. En el fallido aparecen como un comportamiento involuntario y accidental sumamente desubicado y “revelador”. En el síntoma el fallido deja de ser esporádico y arraiga en el cuerpo, o en la estructura del carácter del destino como algo involuntaria y desagradablemente recurrente. Y en la sobrecompensación, la incómoda sensación de una inferioridad respecto de los demás en lo atinente a tales contenidos, hace al individuo sobreactuarlos compulsiva y exageradamente de un modo sumamente forzado y artificial.

            Jung extiende esta idea no sólo a las cuatro funciones y sus correspondientes tipos psicológicos, sino a toda su visión de la psique en general. Asumidamente cercano a la mirada esotérica, ve al hombre como una parte del Todo capaz de dar cuenta de partes de ese Todo y de sí mismo a través de la consciencia, que en términos psicológicos y cotidianos (no espirituales), está siempre limitada a aquello a lo que está siendo en ese momento “consciente”, a aquello que en ese momento está conociendo (consciencia: con ciencia: ciencia con: saber conjunto, junto a). Así como una linterna que en un momento ilumina parte de una habitación a oscuras, aquello que está ahí, en la luz, es “lo que existe”, aquello de lo que soy consciente en este momento. Y porque es lo que existe, “es lo que es”, o sencillamente, “es”, en cuanto principio de identidad, y por lo tanto, de identificación. Y para la consciencia, lo que no está en la luz, no existe en ese instante, y pasa a formar parte, del modo más rigurosamente semántico, del in-consciente, es decir lo no-consciente.

            En nuestro crecimiento natural y a lo largo del tiempo nuestros ojos van cambiando de ángulo y perspectiva, nuestras manos van tocando y siendo tocadas por diversas experiencias, y por lo tanto el flujo de la consciencia (y de su negativo exacto, la inconsciencia), va desplazándose en una amplia y cambiante movilidad, siendo inclusive a veces “más” conscientes (cuando el círculo de luz se agranda y “comprende” más realidades), y a veces menos. Lo que no va en desmedro de que ese Todo, nosotros incluidos, existe completo casi independientemente de nuestra consciencia. En los hechos, “es”, casi más allá de que demos cuenta o no de él. Aquello que la luz no muestra, solamente está en la sombra, sin por ello dejar de existir. Al contrario, tiene  una necesidad imperiosa de existir a la luz (estoy hablando ya de la famosa “Sombra” de Jung) de hacer valer sus propios derechos, de presentarse de suyo a la consciencia, y para ello hace uso de todos los mecanismos de manifestación del inconsciente arriba mencionados (“¡Eh! ¡Che! ¡Existo!”).

            Según Jung, el inconsciente tiene una función compensadora respecto de la consciencia, a la cual invita constantemente a crecer, incluyéndolo cada vez más (en un crecimiento análogo al del cuerpo orgánico), y la forma de hacerlo es sencillamente su manifestación, para que ella “dé cuenta” de él, es decir, amplíe su círculo de percepción y se torne así “más consciente” (crezca). A los astrólogos, acostumbrados a pensar en redondo debido al círculo zodiacal, nos resulta fácil visualizar que si hago fuerza por demás en un extremo del disco, delicadamente apoyado arriba de mi dedo en el centro, va a haber un movimiento natural compensatorio del otro extremo (y luego diversos reajustes del conjunto) para recuperar su equilibrio y no caer y romperse. En esta noción junguiana de lo compensatorio basan Dane Rudhyar y Marc Edmond Jones muchas de sus percepciones fundantes de la Astrología Humanística. Sobre todo la de las polaridades, tan central al pensamiento esotérico de extremo Oriente y al Hermético, tanto en los signos, muy visibles en Astrología Médica, como en la distribución hemisférica y la comprensión del comportamiento de un planeta solitario hemisférico, o el punto opuesto al vértice de una T cuadrada, o a un stellium.

            Resumiendo, que algo no exista para nuestra consciencia o nuestra identidad o identificación en un momento determinado no implica que no exista en términos absolutos; por el contrario, cuanto más intensa es la luz, más intensa es la Sombra proyectada. Cuanto mayor es nuestra exclusión del círculo de la consciencia, mayor la necesidad de manifestación, a través de actos y comportamientos concretos y visibles, de aquello que queda excluído, y a lo que se lo llama “Némesis”, la diosa griega de la venganza. Se lo simboliza también con el hada despechada que no fuera invitada a la fiesta de nacimiento de la Bella Durmiente (fiesta a la que significativamente fueron invitadas doce hadas, representando así el círculo del zodíaco, el plano astrológico de la conscientización dibujado durante el año por nuestro símbolo arquetípico de la consciencia, el Sol. Y el hada número trece simboliza lo excluido, la Reina de la Noche, y se venga con el maleficio del sueño, la inconsciencia). De nuevo, siguiendo caminos semánticos rigurosamente lógicos: lo que no es consciente, es, por definición, inconsciente. Y cuanto menos consciente es, más inconsciente es. Y que sea inconsciente no implica “no existir”, al contrario, “es” inconsciente, y “es”, existe, de un modo intensamente pulsante y actuante, si bien escurridizamente oscuro (la historia de la psicología moderna y del concepto funcional de lo inconsciente comenzó con el estudio por parte de Siegmund Freud de un comportamiento sumamente definido: la histeria). Cuanto menor identificación consciente, mayor “identificación inconsciente”. Y la identificación y la identidad se expresan en forma de actos, situaciones y comportamientos.

            A partir de este concepto de actuación compensatoria del opuesto basa el astrólogo Eugenio Carutti su idea de “polarización”, aplicada sobre todo a la manifestación de los rasgos opuestos en el caso del subrayado excesivo de algún signo (stellium, o el mismo signo solar) o de algún transaturnino, que por transpersonal es de por sí difícil de integrar a una conciencia limitada por la propia personalidad, explicando así en parte por qué hay neptunianos neuróticamente obsesivos del detalle o uranianos rígidamente ultraconservadores. En la polarización, uno sobreactúa compensatoriamente las características opuestas a las del símbolo en cuestión, sea desde un lugar reactivo y defensivo (que son también dos de las características esenciales de lo inconsciente; típicamente, la Luna), como desde una necesaria exploración del centro hacia la zona lógica y pendularmente opuesta al punto de saturación. Algo así como el concepto de polaridades del Taoísmo y de la dialéctica del Yin y el Yang, y de cómo todo exceso contiene en sí mismo el germen de su opuesto (las líneas fuertes del I Ching). La idea es muy atractiva y explica muchas cosas, pero no las agota, y es ahí donde vuelven a entrar a escena los puntajes.

            Es altamente seductora la posibilidad de asociar los factores dominantes de una carta (planeta, signo y casa, y por qué no, aspectos, como en la literatura que habla de mayoría de sextiles, etc.) con el principio de identidad, con aquello con lo cual me identifico conscientemente por presencia (en rigor, por presencia “de más”, característica de lo consciente respecto de “lo otro”), es decir, a lo que Jung llama la función superior. Al fin y al cabo, es lo que hacemos, más allá de toda esta perorata, cuando hablamos del “libriano”, del “saturnino” o de alguien cuya carta aparece a nuestra percepción “dominada” por una cuadratura de orbe cerrado y angularizada de dos planetas. Lo único que estoy proponiendo con esta exposición es ordenar nuestras percepciones habituales para potenciarlas al máximo, y agregar algunos costados útiles de ciertas teorías, tales como la junguiana.

            Tal como, por ejemplo, el rol específico que cumple la antes mencionada función auxiliar, y que, en términos astrológicos sería lo que aparece "también" dominante o preponderante, pero en un plano claramente menor o siguiente a aquello que determinamos como máximamente presente, es decir, superior (no en un sentido cualitativo, precisamente). A lo secundario se lo puede pensar por un lado como adjunto a lo principal, para bien o para mal, en el sentido de que habrá facetas comunes a ambos factores que se retroalimentarán para más, así como contenidos opuestos o polares que, por ser ambos preponderantes, entrarán naturalmente en conflicto, pintando rasgos y tensiones básicas del sujeto y cierta dialéctica luz/sombra. Pero también por otro lado, tomando prestado de Jung el concepto de función auxiliar, lo podemos interpretar como capacidades, comportamientos, cosas y personas que pondremos al servicio de los fines prioritarios naturalmente reflejados por los factores astrológicos más dominantes (función superior), en un sentido claramente estratégico, instrumental y de apoyo, es decir, secundante y auxiliar.

             Más impactante todavía, y acá me desvío alegremente de los últimos siglos de práctica astrológica hasta la década del ochenta, es cómo aparecen expresadas en la vida de la persona los factores astrológicos que acumularon un mínimo de puntaje, las tradicionalmente llamadas “carencias”, y que la literatura pintaba exclusivamente con la descripción que dimos de “negación”, “fallido” y “síntoma”, es decir en sus costados limitados y problemáticos, pero dejando completamente de lado el fenómeno de la “proyección” (esto le tocó a una mirada y discurso más recientes, y su aplicación en Sinastría y la Astrología de los vínculos es sencillamente espectacular), y menos todavía el de la “sobrecompensación”, es decir, las carencias astrológicas (que en sus casos extremos puede llegar a ser total ausencia) reflejando comportamiento e identidad positivos, recurrentes y altamente especializados.

            Esto fue con lo que me fui encontrando desde el principio (estas observaciones comenzaron a sistematizarse por mi parte en 1987, y tomaron un carácter definitivo ya para 1990), y cada vez más a medida que trataba de aplicar rigurosamente las hipótesis resultantes. Es decir, las así llamadas carencias, o lo que propondría llamar “dominantes por ausencia” (así como las otras, las más conocidas, son “dominantes por presencia”), retrataban de un modo tan fiel como las preponderancias las principales características con que podíamos identificar al individuo, tanto desde sus actos como desde los roles u ocupaciones por ejemplo profesionales, sobre todo cuanto “más” carentes aparecían. Por supuesto que también denotaban en una carta contenidos fuertemente proyectivos, y por lo tanto destinales (en el sentido de lo fatídico y contrario a nuestra voluntad o intención consciente) y vinculares, así como áreas o temas vividos como significativamente problemáticos o negados. Pero, lo que en esta dialéctica aparece como más revelador, por no tradicional, es el componente POSITIVAMENTE ACTUANTE de las carencias, como si fueran un (¿mal?) calco de sí mismas cuando preponderan.

            Y esto tampoco sorprende desde una percepción pura o gestáltica, en cuanto a que al expresar preponderancias y carencias, “lo más y lo menos”, estoy definiendo algo en ambos extremos, y la definición “hace figura”, es decir, dibuja en la pantalla de mi percepción, sea como intérprete o como sujeto viviente de la carta, bordes definidos de un perfil. En un bajorrelieve el sentido está definido tanto por lo bajo como por el relieve, al igual que en el claroscuro luz y sombra colaboran por igual en darle un significado al conjunto. Podríamos decir que, si bien en Astrología las preponderancias son claramente figura, las carencias son tanto figura como fondo (la ambivalencia del inconsciente).

            Fue grande mi emoción cuando vi plenamente confirmadas en el libro mencionado de Van Pelt estas mismas percepciones, así como, más tarde, en la obra de Richard Idemon, que contacté previamente a su traducción al castellano. Sobre todo porque había escuchado en congresos a muchos astrólogos admitir, privada o públicamente, una fuerte influencia inspiradora de este brillante pensador tan prematuramente extinto y, por desdicha, sin ningún libro escrito (él fue el primer “socio” de Liz Greene, y al que luego le siguió Sasportas, el cual más tarde murió también de SIDA. Actualmente quien cumple ese rol es Charles Harvey, ex-presidente de la Asociación Astrológica de Londres). Cuando por fin comenzaron a publicarse desgrabaciones de sus talleres y charlas, encontré un sinnúmero de juicios a los que había llegado por mi cuenta y compartido aquí con colegas y estudiantes desde hacía años (es por ello casi la única literatura reciente que me atrevería a recomendar de corazón).

            Recapitulando, determinar cuán fuertes son cada uno de los factores de la carta (básicamente ordenados en tres grupos: planetas, signos y casas), en el sentido de mayor presencia y su consiguiente dominio del conjunto, nos da una gran cantidad de beneficios: Primero, permite percibir (sea a través de una mera actitud o disposición mental como del rigor hipotético de un puntaje) cuáles son los rasgos más acusados y personales del sujeto, es decir, elaborar una primera síntesis “objetiva”, aislando del conjunto lo que precisamente “emerge” de él. Segundo, posibilita diferenciar mejor entre sí la operatividad de planeta, signo y casa, y por lo tanto aprovechar al máximo las posibilidades combinatorias de los mismos en la interpretación, dando mayor precisión a nuestra caracterización y eventual predicción (es FASCINANTE observar cómo se relacionan con la realidad las diferencias que surgen de una persona con un Saturno muy dominante pero con poca tierra zodiacal, fijeza o cardinalidad, a diferencia de alguien que sí la tuviera, o alguien muy capricorniano y con mucha fuerza de casa X, pero con un Saturno poco dominante en la carta, etc.). Tercero, agrega a nuestra comprensión de la carta la particular función instrumental respecto de lo preponderante que toma aquello que es también dominante pero en un sentido secundario (y que, literalmente, lo secunda), es decir, la mencionada función auxiliar. Cuarto, nos permite comprender el funcionamiento de las así llamadas carencias o minorías, fundamentales en la dinámica y el destino de un sujeto, no sólo como limitación o “carencia” personal, sino como áreas y probabilidades de comportamiento no solamente problemático, negativo o esporádico, sino también reiterado y positivo, así como sumamente descriptivos de su vida de relación, en cuanto contenidos frecuentemente proyectados en los otros, así como en situaciones vividas como involuntarias (destinales). Quinto, al haber acostumbrado a nuestra percepción a una mirada aunque sea de vez en cuando cuantitativa, dada una interrelación cualesquiera de factores, tendemos a suponer qué instancias concretas transitará con mayor probabilidad, y quizás en qué orden cronológico. Por ejemplo, en una cuadratura, según la mayor identificación personal con uno u otro planeta y casa, qué contenidos tenderá a personalizar y cuáles a proyectar en otros, o cuáles a afirmar al principio en desmedro de otros, represión que permite, en consecuencia, suponer la “némesis” posterior correspondiente, etc.

            En suma, no creo que la cuantificación resuelva de ninguna manera todos nuestros problemas como intérpretes astrológicos, pero nos da sin duda una base muy sólida y lógica a nuestra práctica toda. Base que, de todos modos, se da sola, porque la aplicamos de hecho intuitiva y desordenadamente, pero quiero con esta exposición atraer nuestra atención al hecho de que podemos sistematizarla un poco más y ampliar así el alcance de nuestra Astrología.

            Hasta aquí me he dedicado a enunciar de un modo introductorio una cantidad de generalidades que justifican el desarrollo un poco más técnico, personal y ejemplificado que voy a comenzar a continuación. Pero antes de entrar en ello, quiero aclarar que no pretendo proponer una metodología cerrada o absoluta, todo lo contrario. Los lineamientos que voy a ir desplegando en este trabajo son asumidamente personales, y si bien quieren acercarse lo más posible a una mayor objetividad y practicidad, son más un proceso de “intentar ir hacia” la Verdad, con todos sus probables errores a priori pasibles de ser gradualmente corregidos y que son parte inherente a toda metodología científica o cognitiva, siempre en desarrollo.

            Es aconsejable y francamente deseable que el lector tenga una mirada sumamente crítica desde el primer momento, y que no esté desde el vamos predispuesto a adherir al conjunto del sistema y mucho menos a estar de acuerdo con cada una de sus partes: mi objetivo al exponer estas ideas es instar, seducir y, ojalá, convencer, del inmenso beneficio de incluir en nuestra práctica astrológica una mirada aunque sea ocasionalmente cuantitativa. Y para que la mirada (que siempre se da en primera persona, y que por más que intente ser objetiva, es por fuerza subjetiva) sea tal, lo que me parece más correcto e inteligente es que el astrólogo cuantifique en función de lo que él YA CONSIDERA como operativo o válido, y que sobre eso trate de organizar lo mejor posible sus criterios de evaluación de importancia relativa. Si alguien está convencido en su fuero más intimo de que, por ejemplo, las regencias no funcionan, sería ilógico que las considere (puntúe) en su ponderación, o si no está todavía convencido del valor o la fuerza del zodíaco dracónico, por mencionar algún otro factor, también sería inconducente el incluirlo en una primera evaluación del conjunto según sus propios criterios. Lo que sí creo sería aconsejable hacer es darle un valor o fuerza determinados, expresados en "puntos", a cada cosa que cree que REALMENTE funciona en Astrología y según su experiencia, y luego ver cómo y cuánto se relacionan los resultados con su percepción de la pura realidad. Si todo va bien, ¡bravo por los criterios iniciales! Y si no es tan así, entonces es la oportunidad para aprovechar y hacerse modestamente algunas preguntas, formularse nuevas hipótesis y proponerse hacer algunas correcciones en sus conceptos de qué es más o menos operativo.

            Para aquel que no tenga tanta experiencia o ideas demasiado formadas, es un útil camino de aprendizaje e investigación que sugiero transitar con una mezcla de sentido crítico y lúdico, así como de rigor y despreocupación: confiar un poco al principio en lo que dicen los que dicen que saben, pero hacerse muy pronto de un juicio propio según la propia experiencia y entendimiento.

            La forma particular de los lineamientos que voy ahora a desarrollar, surge de más de diez años de experiencia personal de investigación, de práctica de consultoría y de enseñanza con la mente puesta constantemente en este tema. Desde hace mucho tiempo es central a mi ejercicio y comprensión de la Astrología, y no hay carta a la que no lo aplique de un modo más o menos desprolijo o exhaustivo, según el caso. Y si bien proviene de constantes ajustes e interacción entre deducción teórica y observación, a través de la práctica empírica, tomó en gran medida la forma actual desde muy temprano (1990), y fue compartida desde entonces con cientos de personas, sea profesionales o estudiantes (sin mencionar consultantes), muchos de los cuales la aplicaron y asimismo transmitieron extensamente, entusiasmados por su fuerza y practicidad.

            Como en ella incluyo todo lo que fui viendo que (me) funcionaba en Astrología, y soy de naturaleza muy inquieta y plural (desbordada preponderancia de Mercurio y de Géminis en el cielo de mi nacimiento, en casa XII “pero” en trígono a un Saturno en Acuario en VIII como clara función auxiliar), el lector se va a encontrar con una ensalada rusa sumamente ecléctica que incluye no sólo regencias, presencias, angularidades, aspectos y otros yuyos clásicos de la Astrología tradicional y humanística, sino también puntos medios, astrología dracónica, antigua, modelos planetarios, armónicas, etc. etc. etc. (excepto la Astrología Hindú, sobre la cual me extendí bastante en el primer encuentro de Cosmovisión 1997, y que si bien veo funcionar de un modo impresionante, no llegué a asimilar todavía lo suficiente como para incluirla en forma cabal en éste sistema). Por ello no pretendo que nadie adhiera ciegamente a cada una de las partes de este conjunto (y por ende, al conjunto en sí): es posible que sencillamente no se haya formado una sólida opinión personal sobre cada uno de los ítems. Si los incluí, es porque de diversas maneras vi que funcionan; y como aquí el criterio es cuantitativo, no hay un desarrollo de “cómo” opera cada uno de los factores que se tomarán en consideración, pues esto requeriría un verdadero tratado de Astrología. Como decía el astrólogo Gerry Houwing, ingeniero argentino residente desde hace cuarenta años en Dallas y del cual tuvimos en el Caba la oportunidad de aprender muchísimo sobre Estadísticas y sobre Astrología Antigua (dos miradas altamente cuantitativas): “en Astrología todo suma, nada resta”. Frase que se me fue revelando a lo largo del tiempo como verdad fundamental de esta disciplina y, dicho sea de paso, del Inconsciente, y que se expresa literalmente en mi propuesta personal de puntajes, en donde no existen “restas” aritméticas, como en otros sistemas.

(continúa)