DOMINANTES, PREPONDERANCIAS Y CARENCIAS:
LA BASE DE LA INTERPRETACION ASTROLOGICA
por
Jerónimo Brignone
(Este
Trabajo fue expuesto en el Tercer Encuentro entre Astrólogos organizado por la
revista Gente de Astrología, ex Cosmovsión, en Buenos Aires, 1999)
Previamente a desarrollar en este trabajo el segmento por fuerza más técnico,
es decir, el puntaje para evaluar las fuerzas relativas de planetas, signos y
casas, voy a explicar algunas posibles aplicaciones de los resultados totales.
Primero, uno o dos modelos conceptuales. Personalmente, me gusta pensar a
veces una carta natal como si fuera un Parlamento o el Congreso, en los cuales
el acaecer político y las decisiones van siendo reflejadas en función de la
fuerza relativa, dada por el número de bancas, que tiene cada partido o facción.
En donde habrá una clara mayoría (función superior) y, por otro lado, otro
sector que quizás le pise los talones en términos porcentuales (función
auxiliar), y entre los cuales habrá frecuentemente confrontaciones y
oposiciones, pero también necesariamente complicidades y concesiones en aras de
una cierta gobernabilidad, así como una gran fuerza impositiva y de bloque en
aquellos asuntos en los que por ideología y conveniencia coincidan. Asimismo,
las minorías (función inferior), que antes que nada, existen, y que no por ser
minoría política reflejan necesariamente una minoría real, según cuán pequeñas
sean y cuán macizo el bloque de las mayorías, serán probablemente ignoradas o
reprimidas, y al no tener facilitado un canal legítimo de expresión, buscarán
otros caminos, tales como la subversión y la violencia, para hacer valer sus
puntos de vista y sus derechos, así como alianzas contrarias a su propia
naturaleza con tal o cual facción mayoritaria y boicoteando a la otra, para
hacer abierta manifestación de fuerza y existencia. Esta traducción de los
puntajes en términos de bancas me parece muy expresiva de la dinámica móvil
reflejada por la distribución de fuerzas relativas disponibles (porcentajes), y
que se manifiesta en relaciones dramáticas de poder. Dramáticas en cuanto a
una resolución en escenas o instancias cambiantes cargadas de un alto contenido
emotivo.
Por ejemplo, cuando en Astrodrama se actúa entre varios una carta natal
a partir de determinadas premisas (mi otra actividad, aparte de la Astrología y
previa a ésta, es la dirección teatral, y fue lógico que dedicara años a
investigar esta increiblemente fértil rama moderna de la Astrología, otro de
los ámbitos en los que pude explorar los totales de los puntajes; me explayo
sobre el tema en la revista Mediumcoeli, números 3 y 8), es sumamente elocuente
y expresivo de la vida de alguien cómo los planetas van discutiendo e
interactuando a través de distintas secuencias y situaciones, escenas cargadas
de clima afectivo y contenidos muy diversos, hasta llegar a algo parecido a
resoluciones finales, en las que idealmente se llega a un acuerdo. Es casi más
importante ese desarrollo que el final propiamente dicho, porque éste es
potencial y teleológico, y quizás nunca llegue a darse en términos reales o
vivenciales, mientras que en cambio la variable dialéctica que lo precede es
percibida como la vida misma. Algo así como el tránsito por el círculo
personal de la carta, que al principio recorre necesariamente la periferia para
reconocer sus partes, altamente diferenciadas y por ello aparentemente inconexas
o confrontativas, y luego, en su camino cíclico, va acercándose en una espiral
(tr)ascendente al centro ideal, en donde están cada vez más cerca los polos, y
se vivencia la unidad (con-ciencia).
Y ya que de Dramática se trata, ésta sigue, desde Aristóteles, reglas
muy precisas y casi universales. En su libro “Magia, Mito y Psicodrama”, el
Dr. Carlos María Menegazzo desarrolla cómo los arquetipos culturales,
manifestados en la forma de mitos, se expresan a través de los rituales
primitivos (con su fuerte carga mágica y emotiva) y luego en el teatro griego
antiguo, a través de la figura del “protagonista”, que, como apunta Oscar
Adler en “La Astrología como Ciencia Oculta” al desarrollar el simbolismo
que rodea históricamente al Punto Aries o Vernal, significa en griego, “el
primero/principal que lucha/compite” (prótos agonistís), pero también
“que sufre/agoniza” como la víctima del sacrificio humano arcaico, más
adelante reemplazada por Aries, el chivo expiatorio, el Cordero de Dios (Mircea
Eliade, “El Mito del Eterno Retorno”). Este protagonista, héroe
habitualmente mitad hombre, mitad dios, lucha contra un “antagonista” (“el
que pelea contra”), a menudo fuerzas que expresan el lado oscuro de la
divinidad, representadas por animales, monstruos o figuras encantadoras. Y el
protagonista es asistido en su lucha contra el antagonista por el
“deuteragonista” (“el segundo que lucha”), una figura accesoria de
relevancia que lo ayuda a lograr su cometido.
La identidad de este esquema con lo ya dicho sobre las funciones
superior, inferior y auxiliar junguianas es evidente, y nos ilustra sobre lo
adecuado y fértil de pensar la dinámica de su interrelación en términos dramáticos.
Cabe aclarar que a medida que fue evolucionando el teatro y la dramática
(Stanislavsky), a la esencia del protagonista se la fue definiendo sobre todo
por sus objetivos, y el antagonista pasó a ser todo aquello (no sólo personas)
que se opusiera significativamente a ellos, así como el deuteragonista las
figuras y recursos no solamente humanos (objetos, estrategias) con los que el
protagonista de una escena o de una obra va contando para su realización.
Es decir que, si pensamos la interacción de planetas, signos y casas
dominantes por preponderancia con aquellos dominantes por carencia, va a ser más
rico que la concibamos en términos dramáticos, como cuadros o escenas muy
caracterizados pero cambiantes, y que nos permitirán salir de las rígidas
etiquetas (adjetivos) con que la literatura y por ende nosotros solemos definir
a las dominantes, y que no terminan de reflejar su verdadera naturaleza y
manifestación, entrando por fuerza en contradicciones lógicas inconducentes,
cosa que no ocurre con las secuencias dramáticas o las relaciones de poder, en
las que es natural pasar por instancias no sólo diversas sino opuestas (como en
la vida). Lo mismo podría decirse del tratamiento de los aspectos.
Pero así como el protagonista o la función superior son
“claramente” perceptibles e identificables, dado que por emerger del
conjunto, tienen que ver con el orden de lo visible y lo “uno”, no pasando
por ello mismo por grandes cambios radicales (dejaría así de ser uno para
pasar a ser varios), la función inferior es todo lo contrario. Así como el
Sol, principio de consciencia e identidad, es siempre quien es (“Yo Soy El Que
Soy”), mientras que su contracara, la Luna, se caracteriza por su identidad
fluctuante -las fases- y reactiva (“refleja”), cuando no por su
invisibilidad (Luna Nueva).
El “antagonista”, la función inferior o la Sombra, entonces, no son
solamente las carencias o dominantes por minoría sino lo que entre en relación
dialéctica con las preponderancias o con aquello con lo que más nos tendemos a
identificar en un momento dado. Así, diversos astrólogos “junguianos” han
hablado de la Sombra como denotada mejor por la casa VII, por la XII, por
Saturno, por el signo opuesto al Sol, o por las carencias por elemento. Esta
movilidad, pluralidad y plasticidad es propia del inconsciente tal como lo ve
Jung (significado en el escurridizo Mercurio de los alquimistas), y se va
expresando a lo largo de nuestro camino no sólo en los símbolos recién
mencionados, sino en toda dialéctica y fuerte confrontación interna de
contenidos antagónicos y con los cuales necesariamente la consciencia va
tomando partido por un polo, expulsando así al otro al reino de la oscuridad,
como Jehová al ángel rebelde.
Y consecuentes con el carácter escurridizo mencionado, es difícil
precisar qué manifestación concreta va a tener cada vez la función inferior,
qué disfraz va a usar en cada ocasión el Demonio (¿negación, fallido,
proyección, sobrecompensación?) para seducir al héroe en la eterna comedia de
su evolución. Aunque por supuesto podemos apoyarnos o inspirarnos para ello en
factores accesorios de la carta, incluyendo asimismo tránsitos, progresiones y
sentido común. Por ejemplo, si una persona tiene una importante carencia del
elemento fuego y de cardinalidad, así como de planetas ocupando casas angulares
y el triángulo “de vida” (I, V y IX), y un Marte tensamente emplazado en el
foco de una T cuadrada pero fuera de ello no muy personalizado, es posible que
dicho planeta, como un representante frecuente de la función inferior, se
manifieste más recurrentemente, según su posición por casa, como negación si
estuviera en la XII, proyección en la VII, fallido en la I, síntoma en la VI,
sobrecompensación en la X, represión en la VIII, etc.
Vamos a aplicar entonces un sistema de puntaje a signos, otro a casas y
otro a planetas, para poder ver cuáles son, en cada caso, los dominantes tanto
por preponderancia como por carencia, y cuál es el cuadro general de
importancias relativas. Este concepto de ver el cuadro general es fundamental,
porque un uso a mi juicio (y de muchos) equivocado de estos sistemas de evaluación,
es el tomar solamente a aquél planeta, signo o casa que acumuló más puntos y
aislarlo del contexto, diciendo que tal persona es “marciana”, o
“venusina”, y nada más, como si no importara el o los factores que le andan
pisando los talones en puntaje acumulado, o, por otro lado, situaciones como,
por ejemplo, ver que los cinco planetas que figuran como primeros son todos
femeninos, o todos sociales, o cosas por el estilo, en donde es más que
aconsejable mantener una mirada de conjunto. Es decir, existe con estos sistemas
un grave peligro, afín a cualquier tema que incluya perspectivas matemáticas,
y es el de la mecanización, y el de creer que con haber calculado y tomar un
factor aislado ya está, cuando lo importante es, insisto, tomar el conjunto de
la distribución relativa de fuerzas, y sobre eso hacer una reflexión
inteligente, que implique tanto considerar y sensibilizarse a los extremos de
los totales, como a situaciones totalmente particulares de esa carta que
surgieren de la información desplegada.
Y una vez que tenemos planetas, signos y casas dominantes, amén de lo
que cada uno pueda significar por separado, podemos combinarlos entre sí, por más
que en la carta no estén superpuestos en el mismo punto del círculo. Para
ello, convendría entonces retomar la idea de diferenciar lo mejor posible el
plano de funcionamiento de estos tres tipos de factores entre sí, más allá de
sus similitudes.
A mi juicio, lo más importante en Astrología es el plano de los signos,
y esta afirmación no implica que crea que es el más “fuerte” o el que con
más claridad se manifiesta o expresa en un primer momento. Pero sí el más
importante. Porque es el que incluye un simbolismo que se hace arquetípico en
cuanto a lejanía (las estrellas que conforman las constelaciones son el factor
astronómico más distante), antigüedad (la definición final del zodíaco
ocurrió hace 2.500 años, pero su origen se pierde en el tiempo, y todavía hoy
se debate si es mesopotámico o egipcio, y la certeza se pierde en la bruma de
los tiempos), así como por la bella lógica de su ordenamiento. Tanto en la
coherencia de la progresión en la secuencia temporal de los signos, en donde
cada uno es una respuesta al anterior y genera la necesidad del siguiente, con
implicancias numerológicas básicas y una correspondencia impresionante con el
orden natural del las estaciones en su hemisferio de origen, así como por la lógica
que surge de los posicionamientos, si pensamos al zodíaco como una estructura
estática, en donde cada signo es como es también por el lugar que ocupa en
dicho espacio, incluida la elegancia de los triángulos y cuadrados que surgen
de los elementos y ritmos, cuyo encuentro genera una combinación única en cada
signo.
El zodíaco es “siempre igual a sí mismo”, a diferencia del orden
cambiante de las interrelaciones planetarias y de las casas proyectadas a la eclíptica,
y nos remite así a lo inmutable, a lo “Uno”, al espíritu, esencialmente
generador. Y si bien los planetas, según sus regencias, y las casas, según su
secuencia natural, han prestado significados a los signos correspondientes, es
mucho más lo que éstos les han otorgado a aquellos a lo largo del tiempo (esto
es particularmente claro en lo domal, un factor mucho más moderno en Astrología).
Y al plano del zodíaco es que proyectamos y referimos todo para que empiece a
cobrar sentido (en términos matemáticos, pero también materiales, cuando
dibujamos la carta en el gráfico preimpreso), para darle un significado. Los
signos nos remiten, entonces, al orden del sentido.
Empezamos a significar a ese círculo fundamental que es la eclíptica, y
que expresa nada menos que nuestro movimiento anual de traslación alrededor del
Sol, en el punto en el que ésta se encuentra con el Ecuador, que es el círculo
que expresa nuestro movimiento diario de rotación, y por donde el paso del Sol
en el hemisferio norte coincide con el resurgimiento de la vida vegetal de su
letargo invernal. Ahí en el primer signo, en donde el círculo “empieza a
ser”, se significa entonces la idea de “ser”, “empezar (a ser, desde la
nada)”, así como de “hacer”, porque es en el accionar que uno se reconoce
y es reconocido (amén de su mera presencia), expresando así la urgencia de los
contenidos que se arrastran desde lo inmanifiesto. Y en Tauro, la etapa
siguiente en este proceso de doce fases, lo que el ser necesita como acto
seguido es “seguir siendo”, conservar lo hecho, valorar lo que “ya es”,
reaccionar, instaurar un objeto como complemento del sujeto, una sustancia como
expresión de la esencia, la contracara del Yin al primer momento del Yang. Sé
muy bien que no estoy diciendo aquí nada nuevo, pero necesitaba darme letra
para expresar la idea que más me interesa: Aries es como es porque en esa zona
y momento del zodíaco, éste necesita ser, empezar, hacer. Y en la etapa de
doce pasos siguiente, necesita “seguir siendo”, conservar, reaccionar,
valorar. Y así, sucesivamente con los otros signos, cada zona del cielo se
carga de una necesidad lógica que surge del proceso general de despliegue del
Ser o la Unidad, simbolizada por el “punto ensanchado” que es el círculo,
en este caso, zodiacal. Es decir que cada signo simboliza necesidad, propósito,
intención, deseo o motivación.
Estas motivaciones tienen un sentido movilizador, motor, y la permanente
consecución de dichos objetivos genera naturalmente un modo, un estilo, una
manera de ser, características que son expresadas habitualmente por adjetivos
(virtudes o defectos), clásicos en el tratamiento de los signos astrológicos,
tanto de la Astrología más difundida de los medios (los calendaritos o señaladores
que nos ofrecen en el tren), como en la mayor parte de la literatura de hasta
hace dos décadas. Pero insisto en que estas características son consecuencia
del llevar adelante dichos propósitos, por lo que son secundarios a éstos,
resultados accidentales de una motivación más esencial. Resumiendo, los signos
son el “PARA QUE”, mejor expresado por verbos “en infinitivo”, denotando
intencionalidad, y secundariamente, y en consecuencia, el “COMO” (adjetivos
y adverbios). Corresponden al plano ideológico, a la filosofía u óptica
personal, al interior pulsando por expresarse. Y es en este plano de
interpretación en el que conviene dejarlos y acotarlos cuando evaluamos
preponderancias y carencias zodiacales; de ninguna manera poca cosa. Al
contrario, dije antes que creo que es lo más importante en Astrología, por más
que no sea lo que con más fuerza se nos aparezca primero, como en general con
cualquier acto o suceso que observamos en la vida. Pero es causa, probable
consecuencia, y “alma” del asunto. Lo definimos con los puntos suspensivos
que completan la afirmación “QUIERO...”
Los planetas, en cambio, no son principios generales en busca de expresión:
ya están, sin duda, “ahí” (a diferencia de las constelaciones, entes
completamente ideales: ¿quién diablos las “vio”?). Tienen una presencia física
incontestable, evidenciada por su energía lumínica y cinética. Como seres
vivos dotados de una voluntad propia, se encuentran y desencuentran, aparecen y
se ocultan a nuestra percepción geocéntrica de un modo errático y caprichoso
(planeta quiere decir peregrino). Probablemente sean seres individuados no sólo
inmensamente más grandes, sino también mucho más inteligentes y evolucionados
que nosotros, pero dejando de lado tales hipótesis, no hay duda de que parecen
Dioses, y así fueron considerados desde la antigüedad. Seres vivos autónomos
con, por lo tanto, una identidad que surge de una presencia física (sólida) y
actuante (energía). Los planetas pertenecen entonces en términos
interpretativos al orden de la acción, del verbo activo, del “QUE” (hago),
que en el caso de no realizarse como tal, se condensa en el ser naturalmente
capaz de realizarlo, así como de los instrumentos necesarios para ello:
“QUIEN” y “QUE” en el sentido de cosa, es decir, sustantivo. De este
modo, y en la medida en que cada planeta va a ser el agente que realiza en términos
de actos las necesidades del signo que rige, si Aries es la voluntad del ser de
“iniciar” y de “hacer”, Marte es el que inicia y hace, a secas. Si Tauro
es la voluntad del ser de conservar y valorar lo hecho, Venus es el que conserva
y valora, y así sucesivamente. Y, en el caso de Marte, si no se realizan los
actos pertinentes, se expresa en la identidad concreta o corpórea del
emprendedor, del iniciador, del ejecutivo, y más arquetípicamente, del
guerrero y el líder, y en los objetos “ariete”, lanza, cuchillo, fuego,
cabeza, etc.
Como los planetas están “más aquí” que las constelaciones que
generan los signos, son algo así como sus mediadores ante nosotros, y los
encargados de expresar en actos los objetivos del signo que cada uno rige. Es
decir que su esencia misma es modelada por los signos, y en ese sentido, son
consecuencia de ellos, y por lo tanto están a su disposición, los secundan (es
más lógico pensar que Marte inicia porque Aries, expresando una necesidad del
zodíaco en su proceso de manifestación, quiere iniciar, que lo contrario). Es
tan clara la supeditación de los planetas a los signos, que naturalmente los
pensamos como influidos por éstos cuando no están en su domicilio. Es
tradicional pensar al planeta “teñido” por el signo, lo que implica que uno
influye sobre el otro, es decir que, en algún plano, es más fuerte o
importante. Entonces, como el planeta tiene que ver con actos y el signo con la
motivación de esos mismos actos, y el planeta está “a disposición” de los
signos, cuando un planeta no está en su propio signo de regencia, expresa con
los actos que le son inherentes las intenciones y necesidades del signo en el
que se halla. Es decir, hace lo que suele hacer (lo que el signo que rige
necesita) pero “para” (con el objetivo de) el signo en el que se halla, y
por lo tanto del modo que a éste lo caracteriza. En otras palabras, el planeta
se identifica con los objetivos y modalidades del signo en el que se halla
presente. Si Marte está en Tauro, como ejemplo, iniciará cosas con el fin de
preservar, pondrá su agresión en función de la conservación (de qué,
probablemente lo muestre la casa), actuará (Marte) para producir (Tauro), y por
ello lo hará de un modo más cauto, lento y “conservador” que de costumbre.
Las casas, en el sistema astrológico, están claramente “aquí”, y
remiten a esferas antes que nada muy concretas, tan concretas como la
materialidad del suelo sobre el cual estamos parados, representado por el
horizonte local, el que, combinado con el factor tiempo representado por ese
gran reloj natural que es el meridiano del lugar, resulta en “Aquí y
Ahora”, el orden de lo existencial en el sentido moderno, de “estar
arrojados"” a esta existencia, que en el caso del ser humano tiene, además,
una alta carga social-vincular (casi más que biológica). Por eso las casas
representan en la tradición prioritariamente el orden de lo material y de
nuestros vínculos. Vivencialmente hablando, un “afuera” que se ofrece a
nuestra interioridad para que expresemos aquellos contenidos que quieren
manifestarse (simbolizados, como dijimos, por signos a través de planetas), y
para que el medioambiente nos exprese también sus contenidos a través de
agentes específicos. Si signos es Yang en términos absolutos e interiores, y
planetas en términos actuantes, las casas son puro Yin (el Cielo y la Tierra de
los taoístas), potencial receptivo, que sabemos indispensable para la realización
del principio activo fecundador. Y si bien, al recibirlo en su seno, posibilita
y permite, también lo constriñe y condiciona, bajo los límites de la forma
concreta.
En términos interpretativos, la casa, receptáculo vacío y, como tal,
neutro, es totalmente “afectada” por el planeta (presente, pero también el
aspectante a la cúspide o a los presentes, así como el regente). Es decir que,
si el planeta podía convertirse en un sustantivo adjetivado (modificado) por el
signo en el que se hallaba presente, evidenciando así su supeditación al
mismo, ahora es quien modifica, “adjetiva” a la casa, le da su carácter.
Pero no goza, pese a ello, de total libertad: está forzado a aceptar las
condiciones que le impone esta “realidad” (representada por la casa), y de
alguna manera a readaptarse a ellas, si es que quiere manifestarse. De este
modo, el planeta está obligado a actuar en (o desde) la casa en la que se halla
presente, con todas las limitaciones, condiciones y, en términos positivos,
posibilidades y oportunidades que la casa conlleva. Así como los signos
reflejaban el “QUIERO”, las casas reflejarán “DONDE” o a través de qué
“PUEDO” realizar aquello que quiero. Pero en la medida en que no coincidan
los contenidos, pueden ser vividas como limitación, casi como un “no puedo”
aquello que “quiero”, y en cambio “DEBO”. La secuencia natural en términos
históricos es “Quiero signo PERO debo casa”, y luego se va viendo que
“Quiero signo Y TAMBIEN PUEDO casa”, hasta llegar a la máxima potencia de
realización y expresión de la intencionalidad zodiacal (y por ende personal),
que es “QUIERO signo, Y PUEDO. A TRAVES DE casa”.
Así como la esencia de los planetas es determinada aquí en la Tierra
por la realización de las necesidades de los signos que rigen, la esencia o
características de las casas están determinadas por su analogía con el signo
correspondiente, siguiendo el orden natural de la secuencia (el “zodíaco en
reposo”: casa I=Aries, casa II=Tauro, etc.), pero pensadas como posibilitación
de los objetivos zodiacales, a través de circunstancias, ámbitos, agentes,
escenarios, condiciones, y desde el punto de vista más vincular, personas,
situaciones y escenas propiamente dichas. Entonces, si en Aries se juega la
necesidad de ser, y de hacer para empezar a ser, en la casa I se dan las
condiciones y medios para ello: antes que nada, mi propio cuerpo físico, así
como también mi medioambiente o “la vida” en general, y, por otro lado, el
conjunto de rasgos de mi carácter que, como estructura actuante ante los demás,
se condensa en la así llamada personalidad. ¡Y por supuesto, antes que nada,
haber nacido! Entonces nacimiento, cuerpo físico, personalidad y circunstancias
generales o vida, todos ellos atributos clásicos de la casa I, son los agentes
o ámbitos a través de los cuales se va a manifestar la necesidad en general de
ser (en el mundo: casa), simbolizada por Aries. La expresión concreta de estos
atributos, el cómo, estará determinada por los planetas y signos que se le
relacionen. Y del mismo modo, si un planeta se hallara presente, para poder
manifestarse deberá aceptar este marco obligado que le imponen éstos temas.
Por ejemplo, si Venus estuviera allí, tendrá que, para poder conservar,
valorar, etc., como es su naturaleza, hacerlo “desde” el propio cuerpo y
persona (autovaloración, autoconservación), aceptando los riesgos de la acción
constante, la independencia y el parto (contrariamente a su tendencia más
quedada y apegada) y haciéndose mucho más cargo de la inevitable arbitrariedad
de lo subjetivo.
Recapitulando, planeta ACCION, signo INTENCION y casa SITUACION. O, como
dijimos, planeta “QUE”, signo “PARA QUE” y “COMO”, y casa
“DONDE”, recordando que el “qué” de planeta se refiere a acción
(verbo), y en el caso de no realizarse, su condensación en una cosa o persona
(sustantivo). La interacción, de alguna manera en parte arriba desarrollada, se
podría expresar en términos gramaticales como planeta VERBO, signo ADVERBIO (o
motivación, expresada como sea), casa OBJETO DIRECTO (O INDIRECTO),
CIRCUNSTANCIAL DE LUGAR U OTROS (no tanto de modo). O planeta SUSTANTIVO, signo
ADJETIVO y casa, circunstancias o condiciones en las que se halla o que le
ocurren a dicho sustantivo. También casa SUSTANTIVO, planeta ADJETIVO y signo
ADVERBIO, CIRCUNSTANCIALES u otros detalles añadidos, sobre todo causales.
Todos éstos son esquemas que de ninguna manera pretenden innovar ni menos
agotar el tema, pero me interesó ordenar en términos de lenguaje lo que de
hecho hacemos habitualmente cuando interpretamos, ya que ése es el medio con el
que nos estamos comunicando en este momento, y además el canal prioritario a
través del cual solemos pensar y sobre todo expresar nuestra Astrología. Así
solemos pensar la interacción de un planeta, signo y casa cualesquiera, pero aíslo
el esquema lingüístico para proponer su aplicación a los planetas, signos y
casas que consideremos como dominantes en una carta natal.
Para hacerlo, tenemos diversos caminos: uno, es la interacción de los
tres niveles o factores según los lineamientos mencionados, de hecho, bastante
usuales. Lo único que tiene de diferente, es que suele suceder que no estén
unidos en un mismo punto en el espacio real de la carta. Es decir, una carta
puede ser “muy Saturnina” porque éste planeta cumple una cantidad
importante de roles fundamentales para la tradición, y por otro lado “muy
Sagitariana” porque tiene algunos factores muy personales en dicho signo y
mucho fuego y mutabilidad, así como por otro lado “muy casa III”, porque
hay una gran cantidad de planetas repartidos en casas cadentes y de aire, pero
al mismo tiempo NO estar dicho Saturno ni en Sagitario ni en casa III, ni de
hecho estar éste signo ocupando la casa mencionada. Pero si ésta persona
“hace mucho lo que hace Saturno”, “quiere sobre todo lo que quiere
Sagitario”, y “se instala, ubica o mueve prioritariamente en los ámbitos
que le marca la casa III”, es lógico pensar que estas tres cosas confluyen en
general en su vida, o al menos en muchos momentos, “como si” estuvieran
juntos. Así que podemos interpretarlos del modo que solemos pensar una
combinación planeta-signo-casa cualesquiera, o en los términos arriba
desarrollados. Es decir, poniendo especial énfasis en las acciones o
comportamientos de Saturno, los objetivos y estilo en general de Sagitario, y
las situaciones, ámbitos o circunstancias propios de la casa III, y evitando
sobre todo pensar la casa en términos de adjetivos (las casa “no
adjetivan”, al menos en toda una primera etapa de vida; luego, se puede decir
que el hábito hace al monje), o los signos en términos de comportamiento
concreto y evidente.
Por otro lado, además de todas estas formas de afectarse mutuamente,
también tendemos a ver qué cosas tienen en común o comparten en cuanto a
contenidos o características (en el caso del ejemplo de Saturno, Sagitario y
casa III, el mundo de lo intelectual y del saber), así como lo que no tienen en
común, para en seguida ver cuáles son las áreas de roce y dialéctica y los
ajustes que tendrá que hacer el individuo (y nosotros, intérpretes) en cuanto
a qué se supedita a qué, qué modifica a qué, etc. En el mismo ejemplo, la
profundidad y “perspectiva” y formalidad de Saturno y Sagitario sellarán un
estilo a la comunicación -fenómeno que de por sí, para darse con eficacia,
pide cierto fárrago, inmediatez, liviandad y juego- y al pensamiento concreto,
al mismo tiempo que, para manifestar sus “importantes” contenidos
trascendentes, abstractos o de índole general, tendrán que hacer inevitables
concesiones en aras de la comunicabilidad y el intercambio, ya que son las
condiciones que se les imponen para expresarse. Asimismo, éste será un Saturno
más móvil, teórico y juguetón de lo que lo que estamos acostumbrados, lo que
implica que, por ejemplo, sus objetivos van a ser más ideales y cambiantes de
lo habitual (y sobre todo en un “Saturnino”), así como, a la inversa, habrá
una tendencia a objetivar, dar forma, plasmar o realizar aquello que está en el
mundo de las ideas, denotado por Sagitario y III. Por otro lado, el propósito
de Sagitario de buscar y encontrar los principios generales sobre los cuales nos
apoyamos todos y transmitirlos, de expresar la Verdad “con mayúsculas”,
seguramente trascendente, sino espiritual, tendrá que hacer grandes ajustes o
concesiones al canal que tiene de manifestación, en este caso Saturno y casa
III, que comparten entre sí la característica de ser bastante concretos,
mundanos y hasta prosaicos. Y todo lo recién dicho me lleva a detenerme un poco
en otra reflexión sobre nuestros caminos asociativos o de interpretación en
general.
Cuando nos encontramos ante un par de símbolos cualesquiera, y aquí
estoy haciendo ya abstracción de si son planeta, signo o casa (de hecho, es
también aplicable a dos cartas de Tarot), nuestra mente tiende automáticamente
a hacer tres cosas al mismo tiempo: buscar analogías o puntos en común, que
naturalmente se potenciarán entre sí, por un lado; sensibilizarse a las
contradicciones, oposiciones o polaridades que naturalmente se van a dar, en
mayor o menor medida, entre ciertas facetas o contenidos de uno y del otro, por
el otro lado; y, sobre todo en aquellos temas, asuntos o facetas que no son ni
idénticos ni opuestos, combinarlos más o menos al azar en una afección mutua
que toma la forma básica habitual de “sustantivo/adjetivo”,
“verbo/adverbio” y “verbo/objeto directo”, aunque no son las únicas,
por supuesto. Esto es natural e inevitable, y obedece a puras (y lógicas) leyes
perceptuales. Ejemplifico.
En un aspecto de Urano con Plutón, ambos tienen en común una cantidad
de cosas que inmediatamente vienen a nuestra mente, y que suponemos que van a
cobrar mayor intensidad por estar “duplicándose” o reforzándose entre sí:
la energía en general, y sobre todo la atómica, el cambio, la revolución, la
transgresión, lo colectivo y, paradójicamente, el individualismo, la tendencia
a revelar, a “traer a la luz”, cierta intensidad, abrupticidad, bizarría,
la ciencia, la tecnología, la computación, el esoterismo, compartiendo una
visión bastante certera e intuitiva de las cosas, etc. (la lista es
virtualmente inagotable, pero podemos deternos por ahora aquí). Pero también
surgen algunas cosas que no sólo no comparten, sino que más bien tienen en común
justamente por oposición: mientras que Urano tiende “a priori” a la
libertad, y la otorga desde el vamos, Plutón tiende a manipular, se obsesiona y
adhiere compulsivamente a cosas, y eventualmente sólo libera como efecto final
después de la destrucción de lo inservible; Urano es luminoso, mientras Plutón
es más bien oscuro; el uno, si bien intenso, es emocionalmente distante,
mientras que el otro es terriblemente emotivo en su enrosque y repliegues de
atracción e inclusión de “lo otro”; Urano tiende a ser tan limpio en su
juego como sucio Plutón, etc. Y también empezamos a hacer con uno y otro un
juego de asociación libre que incluye mutuas afecciones o combinaciones de imágenes,
sensaciones y, sobre todo, palabras clave: libertad ultérrima, poder sobre
amigos, ciencia oculta, muerte súbita, cybersex, diferenciación compulsiva,
ingeniería genética, odio al futuro, que patatín que patatán: la cadena aquí
sí se torna definitivamente interminable. Sobre cuáles opciones son las más
probables de ser manifestadas en la vida de la persona, dependerá de otros
factores anexos, tales como signos, casas, planetas terceros aspectantes, y,
sobre todo, las tendencias generales del conjunto de la carta. Sin olvidar
tampoco las todavía muchas limitaciones de nuestra Ciencia y nuestra persona, a
las que zafamos invocando al Deus ex Machina, la caballería montada del Libre
Albedrío.
Una imagen que me grafica esto con claridad, y que uso en clase para
expresar esta idea, es la de la teoría de los conjuntos, en la cual, cuando dos
comparten contenidos, se superpone una porción de los mismos, y el
“sombreado” se intensifica, mientras que cerca de los bordes opuestos se
aglomeran contenidos que se “repelen” entre sí, como lanzados por vectores
opuestos, significando así con flechas la polarización, mientras que la
interacción de los elementos restantes se significa con flechas curvas de
puntas en los dos extremos (es decir, en ambos sentidos) arriba y abajo de la
estructura.
¿Qué pasa cuando hay más de dos símbolos combinados (no olvidemos que
en la carta natal convive una cantidad muy grande de símbolos relacionados
entre sí)? Con explicar la situación de tres, el resto queda implícito.
Cuando hay tres símbolos juntos, también tendemos a buscar naturalmente qué
tienen los tres en común. A veces más rápida o fácilmente, a veces con mayor
dificultad, nuestra mente va a tratar de unirlos a través de aquello que
comparten. También automáticamente vamos a encontrar discrepancias u
oposiciones, que sobre todo nuestra percepción tiende a organizar de a “dos
contra uno”: algo que dos tienen en común es totalmente incompatible y antagónico
con algo del tercero, y esto se da rotando los apareamientos y el tercero
“excluido” (aunque en principio una de las combinaciones nos va a ser más
inmediata y persistente). Y, del mismo modo, cuando empezamos a combinarlos en
asociación libre, algo común a dos modifica o es modificado por algo del
tercero, sea en forma de “adjetivo-sustantivo”, de “verbo/objeto”, u
otros. Por supuesto, que ciertas factores fundamentales de dicha relación de
tres van a condicionar el fluir de la combinatoria: si forman parte de alguna
configuración en la cual uno de ellos es el foco, o si es un stellium en cual
uno sólo es el planeta personal (generalmente el planeta personal es más
“modificado” por el transpersonal en su dialéctica que lo contrario), o el
regente del ascendente, o, si es un punto medio, cuál de los tres está “en
el medio”, o, si no comparten el mismo nivel de operatividad (dos son planeta
y el otro casa, etc.) y en donde uno va a incluir naturalmente las afecciones
mutuas propias del caso, etc. etc.
Para ejemplificar una vez más, a la mencionada combinación de Urano y
Plutón vamos a agregarle a Saturno. Lo común podría ser el carácter científico
de los tres, así como su propensión al ocultismo, a, de nuevo, un alto grado
de consciencia social mezclado con un alto grado de individualismo, cierta
mirada bastante perspicaz o lúcida (en el fondo, “realista”) de las cosas,
y quizás, la capacidad de crueldad. Oposiciones, se dan naturalmente entre el
carácter frío y desapegado de Saturno y Urano por un lado, y el apasionamiento
de Plutón, por el otro, así como con la oscuridad de Saturno y Plutón versus
cierta luminosidad de Urano, y ni hablar del carácter estructurado y
conservador de Saturno, totalmente contrapuesto a la voluntad de cambio y
transgresión de Urano y Plutón, por mencionar algunas primeras asociaciones.
Y, agitando la cocktelera, empiezan a aparecer: miedo al cambio, viejo raro,
frigidez, destruir las estructuras, muerte de un amigo, la fisión del uranio
(que se convierte en plomo), libertad traumática, poder grupal, volver de la
muerte, liberarse del control, etc.
Creo que queda claro que estas formas que yo llamo naturales de asociación
(aunque aquí la vivisección puede hacerlas parecer un poco forzadas o secas)
se aplican tanto a los planos más internos de nuestra interpretación, por
ejemplo psicológicos, generales o espirituales, así como a la cosa prosaica y
más concreta de la descripción de situaciones vinculares, profesionales y
objetos diversos. Del mismo modo que admiten un enfoque “positivo”, en el
sentido de hablar de virtudes, capacidades o situaciones agradables, como el
opuesto, es decir, defectos, conflictos, limitaciones y situaciones
desagradables. Creo que en Astrología conviene que barajemos siempre todas
estas alternativas o facetas de la manifestación del simbolismo, ya que más
allá de que nos encontremos con estructuras armónicas o todo lo contrario, o
factores que probablemente se proyecten hacia el afuera en agentes externos o
materiales, o, de nuevo, todo lo contrario, no tenemos plena garantía de que
tomen solamente una u otra forma (cosa que, dicho sea de paso, no suele
suceder).
Si me extendí tanto hasta ahora en estos costados básicos de la
combinatoria de símbolos, es porque quiero proponer o sugerir aplicarlos a las
dominantes, tanto por preponderancia (sobre todo), como por carencia. De no
hacerlo, quizás no podríamos sacar demasiado provecho de esa información, y
no encontraríamos la ocasión de beneficiarnos de su verdadero valor, amén de
haber perdido sin mucho sentido nuestro tiempo en determinarlas. Voy a proponer
algunos lineamientos, y luego voy a exponer el puntaje que vengo usando desde
hace años, con una detallada explicación de cada ítem, aplicada paralelamente
a una “carta testigo”, y cuyos resultados pretendo luego interpretar a modo
de ejemplo con las pautas hasta aquí vertidas.
Una vez atribuido el puntaje o la valoración en general que más
adecuada nos parezca, nos vamos a encontrar entonces con uno, dos o más
planetas que claramente están “más” presentes, u ocupando roles
fundamentales en la carta, que el resto. Entonces, lo correcto, una vez que nos
hemos dejado impresionar sensiblemente a su mero hecho de presentársenos a
nuestra percepción, sería pensarlos en términos de comportamiento, es decir
acciones que, por ser dominantes, podremos suponer muy recurrentes y característicos
en el sujeto. Podemos pensar en algunos verbos al tún tún (los primeros que
vengan a la mente estarán bien, porque seguramente guardan algún tipo de
analogía con el conjunto con el que estuvimos trabajando), y luego proponernos
ver si podemos encontrar verbos en común. En el caso de que sean por lo menos
tres, también podemos aplicar lo dicho sobre los apareamientos y el anexar el
tercero en función adverbial. Aquí quizás no conviene todavía detenerse
demasiado en el costado conflictivo de las contradicciones o polaridades:
estamos más bien intentando ver quién es en un sentido básico y que implique
una manifestación inicialmente no complicada o trabada por las incongruencias.
En el caso de que algún planeta se halle realmente muy por encima de los demás
en términos de protagonismo, podemos con toda tranquilidad pensar que va a
haber una identificación prioritaria con el mismo, y que por ello refleja (al
menos en términos de actos) la así llamada función superior. Entonces, a los
siguientes, se los puede pensar no solamente como aquello que potencia por tener
en común con el otro, sino en términos de la mencionada función auxiliar, es
decir, como una serie de capacidades o tendencias que “también” tiene, y
que usará como estrategias o puntos de apoyo para apuntalar a la función
principal y que ésta pueda así desempeñarse con toda su potencia. Luego,
podemos darnos el permiso de pensar más convencionalmente a estos planetas como
identidad, en cuanto a personajes, roles, máscaras (o hasta temas u objetos), más
allá de la mencionada función verbal. También es posible pensar los planetas
en términos de URGENCIAS (contrapuestas a los DESEOS de los signos y las
OBLIGACIONES de las casas).
Lo mismo hacemos con los resultados del puntaje aplicados a los signos
del zodíaco, y en el cual uno, dos o tres de ellos van a aparecer como más
claramente dominantes. Los pensamos entonces de nuevo como verbos “en
infinitivo” que no expresan tanto en este caso acciones concretas que lleva a
cabo el individuo, sino sus intenciones, propósitos y motivaciones básicas más
importantes y que subyacen en el comportamiento y actos vistos de los planetas.
También por supuesto van a agregar un color de fondo muy definido con el que tiñen
a éstos, dándole al conjunto un “modo” o estilo particular, una serie de
“temas” o contenidos que son fundamentales para el sujeto en cuestión. De
nuevo, si hay un claro dominante, será función principal, y el o los otros
pueden ser pensados al menos durante un rato como objetivos “accesorios”,
que se ponen al servicio (inclusive como estrategia) de éste.
Finalmente, respecto de las casas, seguimos el mismo procedimiento,
cuidando de mantener la interpretación en el plano de las áreas de competencia
mencionadas: marco, situaciones recurrentes, obligaciones, posibilidades,
aquello que el Destino pareciera estar imponiendo como “desde afuera”,
circunstancias prioritarias, y al fin y al cabo, el territorio en donde el
individuo va a tratar de lograr sus objetivos zodiacales y mediante las acciones
específicas de los planetas. También aquí es relevante, en el caso de
aparecer marcado en los totales, el concepto de función superior diferenciado
de y siendo ayudado por una o más casas oficiando de función auxiliar.
Bien, al combinar así entre sí a los planetas, signos y casas
dominantes por preponderancia vamos a encontrar rasgos fundamentales de
identidad, líneas seguras de acción (y contradicciones y rispideces internas,
pero que no quitan el avanzar en esa dirección) definidas por la particular
combinación de significadores de acción, intención y situación. Hasta podríamos
parar aquí (como quisiera hacer quizás el individuo), quedándonos con una
información muy valiosa, pero que es nada más que un lado de la moneda: el
luminoso. En el cálculo de las dominantes, también se definieron planetas,
signos y casas que brillan por su ausencia, o mejor dicho por su aparente
debilidad. Y al reunir estos factores en un extremo, aparece, para nuestra
sorpresa, cualquier cosa menos oscuridad: ¡muchas veces, podríamos leer el
asunto “al revés”, y sentiríamos que estamos hablando de la misma persona!
Otras, que se sintetizaron en una particular combinación de símbolos, un par
de situaciones terriblemente destinales o sentidas como muy características en
el paisaje de su existencia, y más allá de su voluntad. Otras veces, pintan
demasiado bien a su pareja (¡y hasta exactamente las dominantes por
preponderancia de su carta!), u otras figuras vividas como claves en su
horizonte vincular. Otras, sencillamente carencias o falencias personales que
viven persiguiéndolo, y que le exigen un movimiento constante, como el burro
siguiendo a la zanahoria. Otras veces, es casi mejor expresión de la profesión
del sujeto que las mismas dominantes por preponderancia. Y, la mayoría de las
veces, una mezcla desordenada y arbitraria de todas estas cosas, pero que tiene
invariablemente una carga afectiva, como diría Jung, propia de lo numinoso, de
lo mágico: está cargado de “manas”.
Es evidente que aquellas cosas que el conjunto de planetas dominantes por
preponderancia polarice “contra” el o los planetas dominantes por carencia,
será un contenido altamente conflictivo, líneas contrapuestas de acción o temáticas
confrontadas seguramente pivotales a la dinámica general de su existencia. Lo
mismo puede decirse de los objetivos o temas representados por los contenidos
contrapuestos de los signos en los extremos de la asignación de puntos. En el
caso de las casas, no sólo se aplica el mismo criterio, sino que es
particularmente visible cómo los asuntos representados por la casa
“carente”, en la que supuestamente el individuo “no estaba obligado a
trabajar” por no tener planetas allí (o mayoría de planetas en el elemento y
ritmo domal correspondiente), se convierten en un inmenso “tema” para la
vida del sujeto, bajo la figura del escurridizo Mercurio de los alquimistas:
cuando lo trato de agarrar, se me escapa, y cuando abandono el intento o me
distraigo, se me aparece, inevitable, y termino de nuevo como perro persiguiendo
la propia cola. Para ésta evaluación de planetas, signos y casas dominantes
por carencia confrontados a los dominantes por preponderancia, conviene
considerarlos a cada grupo por separado, al menos por un rato. Luego podemos
reunir al (o los) planeta, signo y casa “carentes”, y, como dije antes,
formarán una combinación que refleja de un modo sumamente bizarro costados muy
“presentes” de la vida del sujeto. Pero la cosa no se detiene aquí.
Otra línea de lectura que entiendo puede parecer delirante pero que es
implacablemente lógica (y, lo más importante, efectiva), es la siguiente: si
lo dominante por preponderancia (tanto función principal como auxiliar) es un
fuerte índice de identidad o identificación consciente, y lo dominante por
carencia (función inferior) es un fuerte índice de identidad o identificación
inconsciente, los dos extremos comparten un factor común, y es el de “fuerte
índice de identidad o identificación”. En otras palabras, si uno “es” en
forma consciente lo que en la carta aparece muy subrayado, y al mismo tiempo lógicamente
“no es”, es decir “es” en un sentido inconsciente, lo que en la carta
aparece ostensiblemente “menos” subrayado, entonces el factor común a ambos
es, de nuevo, el concepto de “ser” (“es”). Y como dijimos antes que
aquello que está muy presente en el inconsciente tiende a manifestarse a través
de actos de un modo igualmente claro (aunque no predecible) que los actos
emanados de nuestra motivación y voluntad consciente, entonces es claro que
AQUELLO QUE SEA COMUN A LAS DOMINANTES POR PREPONDERANCIA Y POR CARENCIA, va a
ser medular, central y fundamental en retratar a la IDENTIDAD Y COMPORTAMIENTO
del sujeto, es decir, lo que ES Y HACE, y, me atrevería a decir, en el sentido
más compulsivo e inevitable (los dos extremos son “muy”: “muy mucho y muy
poco”), y para nosotros, pobres intérpretes, seguro.
Recordemos cómo en el símbolo más conocido y circular del Yin-Yang, el
exceso de uno contiene ya el germen del otro, y podremos ver, también, en esta
intercambiabilidad de polos diurno y nocturno de la personalidad, la antes
mencionada fluctuación de las líneas fuertes del I Ching. Por otro lado, también
es muy interesante encontrarse con el fenómeno de cuando una parte de las
dominantes por preponderancia se hace cómplice por analogía con una parte de
las dominantes por carencia (parecido, y quién no lo ha observado, a cuando una
carencia por elemento zodiacal aparece con su contracara de una preponderancia
dracónica, domal, o por el estilo): más que “compensación” (como la
llamaría Arroyo), y menos que menos una mutua neutralización, lo que
encontramos es una profunda corriente subterránea que de pronto pudo reverberar
por analogía con un canal a la superficie, como el sonido en dos copas iguales
a la distancia, y el resultado es tan espectacularmente intenso y visible como
la columna de un géiser o los fuegos artificiales del volcán.
Entonces, retomando y ampliando un poco más, una línea segura de
comportamiento, dinámica por dialéctica, es aquella definida por lo que tienen
en común la función superior y la auxiliar por un lado, “versus” lo que
naturalmente se le oponga de la función inferior. También encontramos un
comportamiento dinámico por lineal (no conflictivo) en lo que tengan en común
los símbolos que denotan las tres funciones, línea que quizás se fracture
(pero no necesariamente oponga: son “temas”) entre lo común a la superior y
la auxiliar por un lado, y la superior y la inferior, por el otro, siendo la
segunda más intensa y compulsiva que la primera, que es por supuesto más
consciente. En este caso, claramente una línea de identidad (función
superior/inferior) se apoya en una base de operaciones (función
superior/auxiliar).
Antes de desarrollar el puntaje que uso para ponderar estos conceptos en
una carta, quisiera dar una lista muy personal de palabras clave para
“rodear” un poco más algunas de las implicancias de las tres funciones
junguianas aplicadas al acaecer astrológico. Quiero prevenir y dejar sobre todo
en claro que los conceptos son nada más que una indicación (como decía Buda:
“Si señalo a la Luna, no mires al dedo, mira a la Luna”), un rodeo metafórico
que quiere indicar facetas que no mencioné antes, y de ninguna manera la
sugerencia de una traducción literal de un término al otro, y, menos, entre
los términos de una misma columna. Son meras imágenes asociativas que quieren
ser, como todo este trabajo, no la propuesta de un esquema final, sino el
vislumbre de ideas germinales y líneas de trabajo que creo que pueden ser de
utilidad.
En el encabezamiento de las columnas, voy a escribir:
"FUNCION SUPERIOR + (FUNCION AUXILIAR) - FUNCION
INFERIOR", en donde los signos matemáticos "más" y
"menos" y los paréntesis, así como el orden de izquierda a derecha,
es muy deliberado, y es mi forma personal (adoptada por varios colegas) para
expresar en términos visuales o escritos los simbolitos astrológicos que
representan según su grado de "dominio" (puntaje) a dichas funciones.
FUNCION SUPERIOR
+
(FUNCION AUXILIAR) - FUNCION
INFERIOR
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Acción
Medio
Reacción
Consciente
Incorporada
Inconsciente
Claridad
Medianía
Oscuridad
Auténtica
Desvirtuada
Inauténtica
Talento
Capacidad
"Tema" (Mambo)
Identidad
Punto de apoyo
Compensación
Exageración
Utilitarismo
Desubique
Identificación
Introyección
Proyección
Moralidad
Amoralidad
Inmoralidad
Se quiere
Se puede
Se moraliza
Característica
Herramienta
Rol - Destino
Bien
Relatividad
Mal
Adentro
A mano
Afuera
Linealidad
Funcionalidad
Atomización
Objetivos
Recursos
Obstáculos
Protagonista
Deuteragonista
Antagonista
Refinado
Pragmático
Primitivo
Yo
Esto
Tu/Aquello
Explorador
Machete
Selva
Compulsión
Disponibilidad
Obligación
Afirmación
Indiferencia
Negación
Saber
Aprendizaje
Anhelo/Carencia
Seguridad
Referencia
Miedo/Sorpresa
Poder
Técnica
Magia/Fascinación
Signo
Planeta
Casa
Sol
Ascendente
Luna
Luna
Sol
Ascendente
T Cuadrada
Gran Trígono
Cuadrado Cósmico
Fuego
Tierra
Agua/Aire
Casas I/V/IX
Casas II/III/VI
Casas XII/VII/X
(continúa)