CURIOSIDADES DE UN HOMBRE: BENEDICTO XVI
19/08/2006 - El 2 de abril de
2005 fallecía el Papa Juan Pablo II y la atención mundial se centraba en el
Vaticano donde, tras el sepelio y el cónclave, el Cardenal Joseph Ratzinger se
presentaba Urbi et Orbi como nuevo papa con el nombre de Benedicto XVI. En ese
momento el cuidador del albergue jacobeo de Molinaseca también atendía a la
televisión y no pudo contenerse de exclamar: «— ¡Es él! ¡Se cumplió la postal!»
Desde la misa de preparación al Cónclave, él y los amigos que le acompañaban ya
sabían que el Cardenal Ratzinger era un anónimo peregrino que en julio de 2000,
Año Santo Compostelano, se hospedó en el albergue de aquel bonito pueblo de El
Bierzo. Pero no fue por eso que Alfredo se hizo famoso sino por guardar una
postal que el Cardenal le había enviado cinco años atrás firmando: “Futuro Papa
Benedicto XVI”. Se comprende, pues, que los reporteros de TVE y agencias de
prensa informaran al mundo acerca de tan imprudente predicción, que eso fue el
quid de la noticia.
Picado de la curiosidad me cité con Alfredo y viajé a Molinaseca. Mientras
desayunaba en la cafetería del hotel, me contó: «—Vino vestido como uno más
aunque parecía hombre importante, a la vez que sencillo. Enseguida se amoldó a
las incomodidades.» En el albergue tienen por costumbre reunirse los peregrinos
que quieran intercambiar impresiones sobre su experiencia en el Camino y de los
motivos que les empujaron a hacerlo. Unas reuniones que descubrían a la mayoría
de caminantes sin la mínima formación religiosa. «Excepto los que llegan con más
de 500 kilómetros en sus botas...», dijo Alfredo. También que, quizás, por
contar con la presencia del eclesiástico los asistentes criticaron duramente que
la Iglesia abandonara tan buena oportunidad de evangelizar. «[La Iglesia] pasa
del Camino —me remachaba— un medio por donde desfilan miles de personas, de las
que se supone que algo buscarán de Dios, pero no reciben la mínima atención
apostólica o sacramental.» Parece que esta observación disgustó al incógnito
Cardenal, iniciándose una porfía que no apeó a Alfredo de sus convicciones. A la
mañana siguiente, el singular peregrino le prometió que pediría por él ante el
Apóstol, y Alfredo pidió le enviara una postal para su colección. Acabé el
desayuno. «—Bien, —dije— veamos ese tesoro…» Mi nuevo amigo sacó la postal de un
portafolio y la puso sobre sus manos como si me mostrara una astilla de la Vera
Cruz. En el anverso, la foto de un antiguo monasterio y, por la parte postal,
unas palabras en español, sin duda referidas a sus discusiones… Ya al borde del
filo estaba la firma: “Alois Joseph. Futuro Papa Benedicto XVI.” La postal venía
de Montpellier, Francia, y no de Santiago. Un grafólogo de Madrid dictaminó que
firma y letra eran de la misma mano; también que la redacción tenía los defectos
propios de escribir español con construcción alemana. El cotejo con otros
escritos del Cardenal aportaba criterios similares y el examen de sello y
matasellos confirmaban fecha y origen.
Francamente, poco tiene de extraordinario que un príncipe de la Iglesia juegue
con la posibilidad de llegar a Papa, aun si la utiliza como refrendo de
autoridad a un debate religioso. Cualquier profesional del Derecho bromearía con
la ilusión de llegar a Presidente del Supremo. No obstante, el hecho produjo
desproporcionadas reacciones que parecían añadir más significados al tema. En
todo caso, la visita del Cardenal Prefecto a aquel albergue de El Bierzo
significó para Alfredo, al que creo hombre honrado y veraz, una cruz inesperada.
Así, el Obispo de Astorga le recriminó públicamente por “mentir”, aunque luego
le pidió disculpas. Así, la periodista Paloma Gómez Borrero le llamó para
decirle que no podía creer en esa visita del Cardenal Ratzinger porque, en tal
caso, ella habría sido informada; rara cosa en un viaje de incógnito. A esta
protesta de la conocida socia del Opus Dei y corresponsal de la COPE, se unieron
otras de diverso origen. Lo peor para Alfredo fue una sucesión
de amenazas para que se desdijera de “esas fantasías”. Y aquí
podemos preguntarnos: ¿Es normal esto? ¿Qué importancia tiene
para la honorabilidad del Cardenal y Papa, o para la Iglesia,
que un hospitalero diga verdad, o no la diga? ¿Es creíble que
alguien prepare en horas semejante falsificación? Al día
siguiente de la fumata blanca Alfredo llevó la postal al Banco…
Me atrevo a pensar que la autenticidad del hecho se afirma más
en lo inimaginable que parece.
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