DISCURSO
DE BENEDICTO
XVI
AL RABINO JEFE DE ROMA
«Os amamos»
Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI al recibir en
audiencia al rabino jefe de Roma, el doctor Riccardo Di Segni.
CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 16 enero 2006.-
* * *
Ilustre
rabino jefe,
queridos amigos, ¡«Shalom»!
«El Eterno es mi fortaleza y mi canción. Él es
mi salvación» (Éxodo15, 2): este fue el canto de Moisés
junto a los hijos de Israel, cuando el Señor salvó a su pueblo
al atravesar el mar. Del mismo modo cantó Isaías: «He aquí a
Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues el Señor es mi
fuerza y mi canción, él es mi salvación» (12,2). Vuestra
visita me causa una gran alegría, y me lleva a renovar con
vosotros este mismo canto de acción de gracias por la salvación
alcanzada. El pueblo de Israel ha sido liberado varias veces de
las manos de los enemigos y en los siglos de antisemitismo, en
los momentos dramáticos de la Shoá, la mano del Omnipotente le
ha sostenido y guiado. La predilección del Dios de la Alianza
le ha acompañado, dándole fuerza para superar las pruebas.
Vuestra comunidad judía, presente en la ciudad de Roma desde
hace más de dos mil años, también puede dar testimonio de
esta amorosa atención divina.
La Iglesia católica está cerca de vosotros y es
vuestra amiga. Sí, nosotros os amamos y no podemos dejaros de
amaros, «a causa de los padres»: según ellos, vosotros sois
sumamente queridos y hermanos predilectos (Cf. Romanos 11, 28b).
Tras el Concilio Vaticano II, ha ido creciendo esta estima y recíproca
confianza. Se han desarrollado contactos cada vez más fraternos
y cordiales, intensificados a través del pontificado de mi
venerado predecesor, Juan Pablo II.
En Cristo, nosotros participamos en vuestra misma
herencia de los padres, para servir al Omnipotente, «bajo un
mismo yugo» (Sofonías 3,9), injertados en el único «tronco
santo» (Cf. Isaías 6, 13; Romanos 11, 16) del Pueblo de Dios.
Esto hace que los cristianos seamos conscientes de que junto a
vosotros tenemos la responsabilidad de cooperar por el bien de
todos los pueblos, en la justicia y en la paz, en la verdad y en
la libertad, en la santidad y en el amor. A la luz de esta misión
común, no podemos dejar de denunciar y combatir con decisión
el odio y las incomprensiones, las injusticias y las violencias
que siguen sembrando preocupación en el espíritu de los
hombres y mujeres de buena voluntad. En este contexto, ¿cómo
no sentir dolor y preocupación por las nuevas manifestaciones
que se registran de vez en cuando de antisemitismo?
Estimado señor rabino jefe, desde hace poco tiempo
a usted se le ha confiado la guía espiritual de la comunidad
judía romana; usted ha asumido esta responsabilidad con la
riqueza de su experiencia de estudioso y de médico, que ha
compartido alegrías y sufrimientos de tantas personas. Le
formulo de corazón mi más sentidos auspicios para su misión y
le aseguro la estima y la amistad cordial, tanto mía como de
mis colaboradores. Son muchas las urgencias y desafíos, en Roma
y en el mundo, que nos invitan a unir nuestras manos y nuestros
corazones en iniciativas concretas de solidaridad, de «tzedek»
(justicia) y de «tzedekah» (caridad). Juntos podemos colaborar
para en la transmisión de la antorcha del Decálogo y de la
esperanza a las jóvenes generaciones.
¡Que el Eterno vele sobre usted y sobre toda la
comunidad judía de Roma! En esta circunstancia particular,
retomo la oración del Papa Clemente I, invocando las
bendiciones del Cielo sobre todos vosotros: «Da concordia y paz
a nosotros y a todos los que habitan en la tierra, como diste a
nuestros padres cuando ellos invocaron tu nombre en fe y verdad
» («Epístola a los Corintios» 60,4). «¡Shalom!».
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