Benedicto
XVI ha inaugurado el primer sínodo de
obispos de su pontificado. Un sínodo es
una especie de concilio en miniatura al
que asisten representantes episcopales y
seglares de diversas partes del mundo.
Estas asambleas sinodales fueron creadas
por Pablo VI (creación de la Iglesia
Conciliar). El sínodo ya ha dado
señales de posibles cambios en
cuestiones vitales. (Ver: SÍNODO:
AFIRMAN UNA COSA, PERO DEJAN ABIERTA LA
PUERTA PARA LO CONTRARIO
De los viajes y apariciones públicas de
Benedicto XVI, se desprende que Ratzinger
no pretende imitar el carisma de Wojtyla.
Sus gestos son menos exuberantes y su
visibilidad es menor. De sus contactos y
reflexiones escritas se deduce, en cambio,
que va a establecer un diálogo mucho más
amplio. Está claramente empeñado en el
desarrollo de una teología que pueda ser
compartida por las distintas corrientes
cristianas, y en establecer
vínculos más estrechos con
representantes de las religiones musulmana
y judía; además, quiere conciliar las
posiciones más extremas de la Iglesia
Conciliar.
Juan Pablo II sancionó suavemente a
algunos teólogos progresistas y excomulgó
al obispo integrista Lefebvre. Benedicto
XVI, en cambio, ha entrado en relación
personal con estos dos extremos de la
discrepancia conciliar. Se ha entrevistado
con Bernard Fellay, continuador de
Lefebvre, y con Hans Küng, prestigioso teólogo
innovador, sancionado en 1979. Estas
conversaciones no han resuelto cuestión
alguna, pero han tenido la virtud de
derribar el alto muro que separaba la vida
de la Iglesia Conciliar de sus alas
contestatarias. Ambos contertulios han
salido entusiasmados del diálogo con el
pontífice. No se vislumbra todavía una
nueva línea de gobierno eclesiástico,
pero es evidente que Ratzinger no es el
feroz guardián de la ortodoxia. Benedicto
XVI está esbozando un camino nuevo. |