EL CARDENAL RATZINGER:
¿GUARDIÁN DE QUÉ FE?[1] 
Unos años antes del fallecimiento de Juan Pablo II (2002), siendo Joseph Ratzinger Prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la
Fe, se
publicó un libro que lleva el título: “Ratzinger, el guardián de la fe”[2]. Sin
embargo, tenemos serias razones para cuestionarnos sobre la naturaleza de la fe que custodia.
Veamos algunas de ellas.
El Cardenal prueba su incompetencia
En julio de 2000 el Vaticano publica el “tercer secreto de Fátima” acompañado de un largo
comentario del Cardenal Joseph Ratzinger.
La sección titulada “Estructura antropológica de las revelaciones privadas” pone en relieve la
ignorancia del Cardenal. Trata de explicar el “carácter antropológico (psicológico)” de las
revelaciones privadas y escribe lo siguiente:
“La antropología teológica distingue en este campo tres formas de percepción o de «visión»: la
visión de los sentidos —percepción externa corporal—, la percepción interior y la visión espiritual (visio
sensibilis – imaginativa – intellectualis). Es claro que en las visiones de Lourdes, Fátima, etc., no se
trata de percepciones normales exteriores de los sentidos: las imágenes y las figuras vistas no existen
exteriormente en el espacio como se encuentran, por ejemplo, un árbol o una casa. Esto es
absolutamente evidente, por ejemplo, en lo que se refiere a la visión del infierno (descrita en la primera parte del
«secreto» de Fátima) y también en la visión descrita en la tercera parte del «secreto», cosa que también
puede demostrarse fácilmente también mediante las otras visiones, sobre todo porque todas las
personas presentes no las vieron sino en realidad sólo los «videntes». Igualmente, es evidente que no se
trata de una visión «intelectual», sin imágenes, como se encuentra en los escalones más elevados de la
mística. Se trata, pues, de la categoría intermedia, la percepción interior, que por cierto tiene para el
vidente una fuerza de presencia que equivale para él a la manifestación externa sensible”.
Joseph Ratzinger, Cardenal de la Santa Iglesia Romana, conoce sin duda la historia de la
conversión de San Pablo relatada en diversos pasajes de los Hechos de los Apóstoles (Hechos, 9, 1-19; 22, 3-21; 26, 9-20). San Pablo relata que tuvo una visión de Nuestro Señor Jesucristo
mientras que sus compañeros, aun sin ver, oyeron algo. Si se aplica a este caso las reglas que el
Cardenal sienta para Fátima, se puede “mostrar muy fácilmente” que la visión de San Pablo no fue
una visión sensible porque “todas las personas presentes no la vieron, sino en realidad sólo el
«vidente»”.
El problema es que San Pablo se quedó ciego a causa de esta visión. Incluso suponiendo que
San Pablo tuviese una imaginación muy fuerte, no se puede entender cómo una visión
imaginativa (la única que el Cardenal autoriza en ese caso) haya podido privarlo de la vista.
Del mismo modo, en las apariciones de Fátima los niños habían sido enceguecidos por la luz.
A Lucía, según parece, se le quemaron los ojos a causa de la aparición[3]. Sea lo que fuese, los
signos exteriores visibles por todos (señales atmosféricas, ramas de árboles que se doblaban, etc.)
muestran muy claramente que se trataba de un fenómeno exterior y no de una visión
puramente imaginativa de los videntes. De esta suerte, en este asunto el Cardenal revela una cierta
incompetencia. Pero hay cosas más graves…
El Cardenal demuestra tener una mala filosofía
El Cardenal continúa explicando:
“Como dijimos, la «visión interior» no es una fantasía sino un modo verdadero y preciso de
realización de una verificación. En las visiones exteriores también existe un factor subjetivo: no vemos el
objeto puro sino que él llega a nosotros a través del filtro de nuestros sentidos, que deben realizar un
proceso de traducción. Ello es todavía más evidente en la visión interior, sobre todo cuando se trata
de realidades que sobrepasan en sí mismas nuestro horizonte”[4].
Aquí muestra el Cardenal su inclinación al idealismo. Tal vez sea inconsciente de su parte, pues
desde su juventud
estuvo impregnado de filosofía moderna y no caben dudas que jamás ha
estudiado a conciencia aquella otra filosofía, la verdadera, la de la Iglesia Católica, la de Santo
Tomás de Aquino y de Aristóteles.
Afirmar que no vemos el “objeto puro” sino “el resultado de un proceso de traducción
realizado por nuestros sentidos” no es muy distinto de lo que decía Kant: para el padre de la
filosofía moderna, no conocemos “la cosa en sí” sino sólo “los fenómenos” (la cosa tal como aparece
ante nosotros). La filosofía del Cardenal encierra al sujeto en su propio universo psíquico,
impidiéndole el contacto directo con la realidad.
Supongamos, en efecto, que se nos hable sobre un libro escrito en chino y que no podemos
ver. Uno de nuestros amigos nos propone que traduzcamos un par de páginas día a día. Como
no podemos ver el original, jamás podremos estar seguros de que nuestro amigo nos dice la
verdad.
Más grave aún, jamás podremos estar seguros de que la lengua china existe y que nuestro
amigo no ha inventado lo que ha escrito a partir de caracteres que no tienen ni pies ni cabeza.
Si “no vemos el objeto puro sino aquello que llega a nosotros a través del filtro de nuestros
sentidos, que deben realizar un proceso de traducción”, seríamos semejantes a un hombre
encerrado en una pieza sin contacto con el mundo exterior salvo por medio de un televisor.
Nunca podrá estar seguro de que lo que ve en la pantalla corresponde a la realidad. Sería preciso que
saliese de la pieza y viese las realidades directamente. Pero precisamente eso le está prohibido
por el Cardenal porque no podemos ver “el objeto puro”.
Los tomistas, como por ejemplo Etienne
Gilson, demostraron claramente que si se empieza
por cortar el vínculo directo de la realidad con la inteligencia humana, el puente no podrá ser
jamás restablecido. Uno se encierra en el subjetivismo, luego en el idealismo y finalmente en el
agnosticismo. Justamente esta alianza de la filosofía idealista y agnóstica con el cristianismo es la
que ha dado origen al modernismo. Y el Cardenal, nolens volens, lo patrocina.
Pero hay cosas más graves…
El Cardenal demuestra tener una extraña teología
El 17 de enero de 2001 la Congregación para la Doctrina de la Fe, de la cual el Cardenal
Ratzinger es Prefecto, después de un…
"intenso trabajo teológico de clarificación”
llegó a una…
“decisión fundamental”:
la Misa según la liturgia asiria de Addai y Mari es válida.
Ahora bien, esta liturgia, tal como la celebran los nestorianos, carece de las palabras de la
consagración. Evidentemente, es la primera vez que “Roma” admite que se pueda celebrar
válidamente la misa sin pronunciar las palabras de la consagración. Para ello hubo que esperar que
viniera el Cardenal Ratzinger y su extraña teología.
No es necesario ser un clérigo muy entendido para saber que las palabras de la consagración
son necesarias para la validez de la Misa. Si se pide un argumento de autoridad, puede
recurrirse al Concilio de Florencia (“la forma de este sacramento son las palabras del Salvador […] En
virtud de las mismas palabras, se convierten la sustancia del pan en el cuerpo y la sustancia
del vino en la sangre de Cristo”, DZ 698) o al Concilio de Trento (“inmediatamente después de
la consagración está el verdadero cuerpo de Nuestro Señor y su verdadera sangre juntamente
con su alma y divinidad bajo la apariencia del pan, y la sangre, bajo la apariencia del vino
en virtud de las palabras”, DZ 876). Todo ello es además claro en el rito romano por los gestos
mismos que debe realizar el sacerdote, arrodillándose justo después de la
consagración.
A pesar de eso, el Cardenal intenta presentar algunas razones para justificar la decisión:
- En primer lugar, la
anáfora. de Addai y Mari es una de las más antiguas anáforas y se
remonta a los orígenes de la Iglesia. Ha sido compuesta y utilizada con la clara intención de celebrar la
eucaristía en plena continuidad con la Última Cena y según la intención de la Iglesia. Su validez
jamás ha sido puesta en duda oficialmente, ni en el Oriente ni en Occidente cristianos.
- En segundo lugar, la Iglesia Católica reconoce a la iglesia asiria de Oriente como una
auténtica iglesia particular fundada sobre la fe ortodoxa y la sucesión apostólica. La iglesia asiria de
Oriente también ha conservado la plenitud de la fe eucarística en la presencia de Nuestro Señor
bajo las especies de pan y de vino, como así también en el carácter sacrificial de la eucaristía.
Por ello en la iglesia asiria, aunque no esté en plena comunión con la Iglesia Católica, se
encuentran “verdaderos sacramentos, principalmente en virtud de la sucesión apostólica: el
sacerdocio y la eucaristía” (Unitatis redintegratio, 15).
- Por fin, las palabras de la institución de la eucaristía están de hecho presentes en la anáfora
de Addai y Mari, no bajo la forma de una narración coherente y literal, sino de modo
eucológico
y diseminadas, es decir, integradas en las oraciones de acción de gracias, alabanza e
intercesión que siguen.
Examen del primer argumento del Cardenal
El primer argumento (antigüedad de la anáfora) no prueba
nada. Es claro que la anáfora es
antigua, pero los manuscritos más antiguos no se redactaron sino muchos siglos después de la
antigüedad. Sea cual fuere la antigüedad de estos textos, no puede apoyarse en la autoridad
de una costumbre inmemorial porque se trata de una costumbre de una iglesia cismática. Para
que el argumento de la costumbre tenga autoridad es preciso que haya promediado una
recepción pacífica de dicha liturgia en la Iglesia Católica, lo cual no ha sucedido. En efecto, es
absolutamente falso afirmar que…
“la validez de esta liturgia jamás se ha puesto en duda oficialmente”:
la anáfora celebrada sin las palabras de la institución ha sido oficialmente reconocida como
incompleta en la medida en que los asirios que han vuelto a la unidad de la Iglesia debieron
incluirlas en sus sacramentarios. Este agregado puede comprobarse en los libros litúrgicos
oficiales.
Los asirios habrán podido omitir la redacción de las palabras de la consagración por diversas
razones, por ejemplo, en virtud de la ley del arcano (en los orígenes de la Iglesia no se escribían
las fórmulas de los sacramentos para evitar las profanaciones). Esta hipótesis es tanto más
probable cuanto que la espiritualidad de la iglesia asirio-caldea es muy semítica y está marcada por el
judaísmo, lo que explica su repugnancia a escribir las sancta et terribilia (las cosas santas y
terribles), como los judíos no escribían el nombre de Dios.
El Profesor Barth, siguiendo a Dom Botte, muestra que…
“entre las dos plegarias que preceden inmediatamente a la epíclesis
existe evidentemente una
laguna lógica. Además, la plegaria que antecede inmediatamente a la epíclesis tiene, sin duda alguna,
la naturaleza de una anamnesis”.
Esto es un serio argumento a favor de que en un principio las palabras de la consagración
estaban allí.
Existen otras hipótesis que pueden explicar la ausencia de las palabras de la consagración. Por
ejemplo, no se puede pasar por alto que el nestorianismo haya podido ejercer cierta influencia
sobre la concepción de la presencia real. Otros creen que podría ser el resultado de las falsas
teorías que circulan en Oriente respecto al valor consagratorio de la
epíclesis.
El Profesor Barth ha investigado si en los primeros siglos de la Iglesia Católica se dio alguna
liturgia que omitiese ciertamente las palabras de la consagración. No halló sino…
“testimonios de tipo gnóstico consignados en documentos apócrifos, como por ejemplo, en los
Hechos de Santo Tomás y en los de San Juan, que al margen de su naturaleza herética (celebración
solamente con pan), tampoco permitían contar con un altar en debida forma”.
Así, pues, la historia confirma el sentido común: ese tipo de prácticas van unidas a la pérdida
de la fe católica.
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PORTADA
NOTAS |
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La editorial Piemme publicó una
biografía actualizada del Prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la fe: "Ratzinger, custode della fede”. Su autor es
Andrea Tornielli, vaticanista del diario “Giornale” y colaborador
de nuesra revista (“30 Días”, nº 4, 2002, pág. 21).
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Según el testimonio de una
persona que había vivido en Portugal, Lucía tuvo que hacerse hacer
un par de lentes y fue examinada por un oftalmólogo, quien habría
dicho: “esta persona sufrió en otro tiempo una quemadura debido a
una luz intensa que debió haberla dejado ciega”.
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El
Cardenal se une a aquellos que, como el Padre Dhanis, intentan
“subjetivizar” al máximo las visiones de Fátima y por tanto
hacerlas menos seguras. Consultar el libro del Hermano Michel de la
Trinité, “Toute la vérité sur Fátima” (especialmente el tomo I),
Saint-Parres-lès-Vaudes, CRC, 1985.
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Consultar “Le Sel de la terre”
40, pág. 244 y ss.
-
No olvidemos que para el
Cardenal el objeto exterior no es percibido sino a través del filtro
de los sentidos, que deben realizar un proceso de traducción. En
otras palabras, sólo tengo un texto traducido, jamás veo el
original.
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Etienne Gilson,
“Le réalisme méthodique”, Téqui, 1936; Etienne Gilson, “Réalisme
thomiste et critique de la conaissance”, Vrin, 1939.
A donde se llega si se sacan
lógicamente las consecuencias de los principios. Es verdad que muchas
veces los hombres no son lógicos…
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Cardenal
Ratzinger, citado por el profesor Barth, “La Messe en question,
Actas del Vº congreso de Sí Sí No No,
abril de 2002”, publicado por “Sí Sí No No”, 2002, pág. 404.
-
ID., ibidem.
-
“DC”,
3 de marzo de 2002, nº 2265, pág. 214. Mons. Tissier de Mallarais se
refirió a ello en su sermón de ordenaciones en Ecône: consultar
“Le Sel de la terre” 42, pág. 12. La liturgia de Addai y Mari es
empleada por los sirios-orientales, también llamados asirio-caldeos.
Entre ellos se cuentan los nestorianos (que desde hace poco se llaman
"asirios”), que son herejes y cismáticos, y los caldeos, que
son católicos. Estos últimos también emplean la liturgia de Addai y
Mari con las palabras de la consagración, lo cual es muy diferente.
-
Este gesto ha sido suprimido en
la nueva misa. Aun si este gesto de adoración se introdujo tardíamente
en la misa romana, alcanza para probar que a partir de ese momento
existe la presencia real: la Iglesia no puede imponer un gesto de
adoración si la transustanciación no ha tenido lugar. Las liturgias
orientales tienen otros gestos de adoración. Después de cada
consagración prevén aclamaciones —“¡amen, amen!”— que no
dejan margen de duda respecto a la eficacia de las palabras de la
consagración (ver Amiot, "Histoire de la messe”, ed. du CIEL.,
2000, pág. 122).
-
“Anáfora”
es un término griego que en Oriente designa lo que en la liturgia
romana llamamos Canon de la misa.
-
“Libro litúrgico del rito
bizantino —refiere el diccionario Larousse— cuya segunda parte
corresponde al ritual
latino”.
-
“DC”,
3 de marzo de 2002, nº 2265, pág. 214.
-
El Cardenal Ratzinger se apoyaba
en este mismo argumento de la antigüedad para criticar a Monseñor
Lefebvre su rechazo de la nueva misa en una carta del 20 de julio de
1983. En efecto, los autores de la nueva misa quisieron apoyarse en un
canon muy antiguo, el de San Hipólito, que se remonta al siglo III.
Sin embargo, al publicar una versión reconstituida de la “anáfora
de Hipólito” en 1946, Dom Botte había subrayado se trataba de una
esquema hipotético. Además, el texto de la plegaria eucarística II
no tiene mucho de lo antiguo, ya que es una adaptación amplia de la
publicada por Dom Botte. En fin, muchos elementos de crítica interna
deben conducir a rechazarla (cfr. L. Grenier en “Quark”, nº 12, págs.
57-58; ver también
la carta de Stéphane Wailliez a Monseñor Raffin publicada en
“DICI” nº 42, en la cual muestra que efectivamente desde 1946 se
sabe que esta anáfora tiene un status hipotético y que estudios más
recientes han confirmado el hecho.)
-
La tradición caldea cuenta que
San Addai y San Mari se contaban entre los 72 discípulos. Tomando en
sentido libre la palabra “apóstoles”, llama a esta plegaria eucarística
“anáfora de los santos apóstoles Addai y Mari” o también
"anáfora de los santos apóstoles”. Con todo, su apostolado en
Mesopotamia es cosa dudosa respecto a la historia. Se
cree que esta liturgia remontaría al siglo III.
-
Profesor Barth, “La anáfora
de Addai y Mari”, pág. 423.
-
Consultar Profesor Barth, “La
anáfora de Addai y Mari”, págs. 433-434. Este hecho ha sido
admitido por “teólogos” actuales favorables a la validez de esta
anáfora, como Peter Hofrichter: “L´anaphore d’Addaï et Mari
dans l’Église d’Orient. Une eucharistie sans récit de l’institution?”,
“Istina” (revista publicada por los dominicos de París), 1995, nº
1, pág. 97.
-
La última edición de 1982 de
este misal caldeo contiene las palabras de la consagración: “Misal
Caldeo” editado por Mons. Francis Youssef Alichoran, Paris, 1982, pág.
16 y ss. Lo mismo sucedía con la edición de 1767 hecha en Roma (DTC,
“Messe”, col. 1459).
-
La epíclesis es una oración
deprecativa (por tanto, sin la forma consagratoria) pidiendo a Dios
que envíe su Espíritu sobre las oblatas, pan y vino, a fin de
transformarlos en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
-
Profesor
Barth, “La anáfora de Addai y Mari”, pág. 426. La anamnesis es
una oración que viene después de la consagración y en la cual, en
todos los ritos, se hace memoria de la economía de la salvación
ofreciendo el sacrificio. En el rito romano es el “Unde et
memores…”
-
Consultar
“Nouvelles de Chrétienté” nº 73, marzo-abril 2002, págs. 5-10.
-
[24] Consultar
DTC, “Messe”, col. 1328 (P. Jugie).
-
[25] Profesor
Barth, “La anáfora de Addai y Mari”, pág. 440.
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