JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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La grave cuestión de si Benedicto XVI es Papa legítimo o no,
no es una cuestión de opinión. Nuestra salvación eterna depende
de nuestra sumisión al Romamo Pontífice. Un católico que
  permanezca indiferente a este problema, no es verdadero católico,
 tiene espíritu cismático y de repudio a la autoridad. En el Gran
 Cisma de Occidente, cuando el trono papal era disputado
entre tres obispos, San Vicente Ferrer condenó a los que
  permanecían indiferentes respecto a cual era el verdadero Papa.

¿HABEMUS PAPAM?*
Eberhard Heller   

   Cuando el 18 de abril el Colegio Cardenalicio se dirigió a la Capilla Sixtina, era relativamente claro que, como sucesor de Juan Pablo II, se elegiría a alguien que tendría que saber cómo devolver perfiles conceptuales y teológicos a la "Iglesia" conciliar. La permisividad sentimentaloide y los escándalos de Wojtyla se habían impreso demasiado en los ánimos vaticanos, apenas suavizados o sofocados por sus tan exhibidos padecimientos de enfermo, que muchos habían interpretado como continuación de la cruz de Cristo. [1] Su sentimiento permisivo de la religión debería dar lugar otra vez a formulaciones teológicas claras.

   Que ya el 19 de abril, es decir, el segundo día del Cónclave, y en la cuarta votación, fuera elegido el Cardenal Ratzinger, quien se asignó el nombre de Benedicto XVI, significó pese a todo para muchos una sorpresa. No es que no le correspondiera cierto papel de favorito como "papabile" –en calidad de cardenal decano había dirigido el funeral de Juan Pablo II y los preparativos del Cónclave–, pero muchos lo consideraban también un teórico intransigente. Con una predicación, dirigida a los cardenales como un programa electoral, se había recomendado a sí mismo como guardián de la fe: "Cada día surgen sectas, y sucede exactamente lo que San Pablo dice sobre ‘el engaño de los hombres’, sobre la ‘astucia que conduce al error’. Poseer una fe inequívoca, como corresponde a la Confesión de Fe de la Iglesia, es designado a menudo como fundamentalismo, mientras que el relativismo, es decir, este ser llevado al acaso por la disputa de las opiniones, parece ser la única actitud a la altura de los tiempos. Se establece una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo, y que como criterio último hace valer sólo el propio yo y su voluntad. Pero nosotros tenemos otro criterio: el Hijo de Dios, el verdadero Hombre. Él es el criterio para el verdadero humanismo."
[2] Como evidenciaron la indiscreciones de algunos cardenales, no sólo pudo concentrar sobre sí una mayoría de dos tercios, es decir, por lo menos 77 votos de los 115 cardenales, sino incluso más del 90%, lo que se vinculaba también con que sólo de una cabeza teológica como la suya cabía esperar que desatara el "nudo gordiano" que Juan Pablo II había dejado tras sí. 

   El "Cardenal acorazado" Ratzinger –apostrofado por el Frankfurter Allgemeine Zeitung del 21/04/05 como "prefecto de la protección de la fe católica, a modo de Gran Inquisidor inapelable a quien la pureza exangüe de la fe le importa más que los hombres, un católico arrogante de orientación preconciliar, sin disposición para el diálogo con otras Iglesias cristianas y religiones, un reaccionario teológico"–, tras su elección se presentó como un sucesor de Juan Pablo II cultivado, teológica y filosóficamente formado, amable y humilde, a quien los romanos aclamaron espontáneamente en la plaza de San Pedro. En su primera alocución hasta les pidió que lo ayudaran en su difícil ministerio. 

   La festiva asunción del cargo adquirió la forma de una fiesta tradicional bávara con apoyo internacional. Roma estaba en manos de montañeses bávaros, que con su fuerte colorido ofrecían un extraño –y poco frecuente– contraste con los fríos edificios barrocos de la ciudad de Roma. 

   Pero no en todas partes se aclamó a Ratzinger. Así T. A. Ash, que da clases de historia en Oxford y Stanford, se aventuró a comentar que la descristianización de Europa seguiría adelante, porque era de prever que Ratzinger no suprimiría el celibato (Süddeutsche Zeitung del 22/04/05). En general se supuso que conservaría la herencia católica. Así pensaba Eberhard Straub en el Junge Freiheit del 22/04/05: "Benedicto XVI será un Papa religioso, un pastor que protege la fe de los peligros que en unos tiempos enemigos de la Iglesia se volverán incontrolables".

¿Habemus Papam? 
  
   Repetir esta pregunta, mostrar dudas sobre la elección de Benedicto XVI, parece ocioso en vista de la abrumadora aprobación de la persona y la posición del elegido: ¿como jefe de la Congregación de la Fe, no había retirado la potestad doctrinal a los teólogos de la liberación Leonardo Boff y Ernesto Cardenal? ¿A quién debería estar mejor encomendada la dirección de la Iglesia en aguas turbulentas que al Cardenal Ratzinger, cuyo nombre elegido –Benedicto XVI– es un símbolo de la recristianización de Europa (San Benedicto de Nursia, muerto en 547) o de una nueva pacificación (Benedicto XV, muerto en 1922, que en la Primera Guerra Mundial se esforzó en vano por el fin de las acciones bélicas)? 

   Sin embargo, repetir esta pregunta puede parecer algo no sólo no problemático, sino incluso obligado, psicológicamente al menos, en vista de nuestra propia y muy complicada situación en tanto que sedevacantistas siempre trasnochados. Después de todo, muy tranquilizador sería poder decir: ¡sí, tenemos un Papa!; podemos volver a entrar en filas, pues nuestra lucha encontró un final, de cuyo buen término somos también responsables, porque siempre hemos luchado por la conservación de la fe verdadera, de cuya custodia futura se ha hecho responsable ahora Benedicto XVI. Con la cabeza levantada podríamos dedicarnos ahora a las tareas que nos correspondieron inicialmente. 

   De hecho poder decir que la Iglesia encontró un nuevo pastor, que quiere ser servidor de todos los servidores de Dios, que volverá a sanar las heridas del rostro lacerado de la Iglesia, sería como la liberación de una situación desastrosa que ya no controlamos, o como despertar de una pesadilla. ¿No celebró Benedicto XVI en latín las misas, tanto del funeral de Juan Pablo II como de su asunción al cargo? ¿No empleó las palabras correctas de la Transubstanciación, "pro multis", en la fórmula consagratoria del cáliz? ¿Y luego la letanía de todos los santos cantada varias veces en latín? O su predicación dominical del 24 de abril, ¿no contenía acaso una exposición completa del pastor verdadero cuando explicó lo siguiente?: "El primer signo es el palio, un tejido de lana pura puesto sobre mis hombros. Este signo antiquísimo, que llevan los obispo de Roma desde el siglo IV, puede ser primero simplemente una imagen del yugo de Cristo, que el obispo de esta ciudad, el siervo de los siervos de Dios, carga sobre sus hombros. El yugo de Dios es la voluntad de Dios que aceptamos. Y esta voluntad no es para nosotros una carga externa que nos oprime y priva de libertad. Saber lo que Dios quiere, saber lo que es el camino de la vida: ésa era la alegría de Israel, que lo reconoció como una enorme distinción. Ésa es también nuestra alegría: la voluntad de Dios no nos enajena, sino que nos purifica –y eso puede doler–, pero de este modo nos conduce a nosotros mismos, y de este modo lo servimos no sólo a Él, sino a la salvación de todo el mundo, de toda la historia. Pero el simbolismo del palio es más concreto: tejido con lana de cordero quiere representar también la oveja perdida o la oveja enferma y débil que el pastor carga sobre sus hombros llevándola a las aguas de la vida. La parábola de la oveja perdida, que el pastor sale a buscar al desierto, fue para los padres de la Iglesia una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. La humanidad, todos nosotros, somos la oveja perdida que ya no encuentra el camino en el desierto. El Hijo de Dios no lo puede sufrir en el cielo, Él no puede dejar al hombre en tal situación de necesidad. Él mismo se levanta, abandona la majestad celestial para encontrar a la oveja, y va tras ella hasta la cruz. La carga sobre los hombros, carga con nuestro ser hombres, carga con nosotros: Él es el verdadero pastor que por la oveja da su propia vida." (Libreria Editrice Vaticana). 

   De hecho puedo entender la decepción de todos los lectores que hasta ahora han seguido nuestro camino sólo por motivos tradicionalistas –sin atender a la constante advertencia de que nuestro interés no se limita en absoluto a esos motivos–, cuando lean las líneas siguientes. 

   La pregunta de si con Benedicto XVI tenemos un nuevo Papa no puede responderse desde el sentimiento. Dos son los criterios decisivos para ello: 

  • 1. Los electores, es decir, los 115 cardenales que el 18 de abril entraron al Cónclave, ¿tenían legitimidad como para elegir un Papa? 

  • 2. El elegido, ¿era elegible como Papa? 

   La pregunta por la legitimidad del Papa puede responderse constatando si su nombramiento fue realmente legal. Todos los cardenales excepto Ratzinger fueron nombrados por Juan Pablo II, cuyas disposiciones siempre juzgamos ilegítimas, porque un hereje no puede ser Papa: ¡un autor norteamericano ha hecho una lista de más de 100 herejías de Juan Pablo II! El propio Ratzinger debe su nombramiento en 1977 a Paulo VI, cuya legitimidad hemos discutido igualmente por el mismo motivo. Aunque sólo se juzgara si entre los conclavistas hubiera habido una "pars minor et sanior", es decir, una minoría de cardenales que quizás aún hubieran obtenido legítimamente su nombramiento cardenalicio – ¡no conozco ninguno!– y conservado su fe a salvo de posiciones heréticas –cuestión que planteamos ya una vez, con ocasión de la elección de Juan Pablo II– esta pregunta sólo puedo volver a responderla con un "no". No conozco ningún cardenal que con su disposición personal se hiciera conocer como cristiano católico rectamente creyente.

   Pero confieso con gusto que no tengo información más cercana sobre la posición de cada uno de los conclavistas, y entiendo que este tipo de argumentación resulte extraño a muchos que no estén (mejor) enterados de nuestras anteriores líneas de argumentación. Por eso me ceñiré a responder la segunda pregunta, para la que hay criterios claros por parte de la Iglesia y para cuya aplicación a la posición de Ratzinger contamos con suficientes testimonios claros de él como para poder decir si en suma Benedicto XVI era elegible como Papa.

   En la bula Cum ex Apostolatus officio del 15 de febrero de 1559, Paulo IV estableció condiciones claras cuya aplicación y observancia son relevantes para juzgar si Ratzinger era papabile. Informa sobre los presupuestos que se exigen para asumir un cargo eclesiástico:

   "Agregamos también que, si en algún tiempo cualquiera aconteciese que un obispo, incluso en función de Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal de la Iglesia Romana, incluso como se ha dicho en función de Legado; y también un Romano Pontífice, antes de su promoción o antes de la asunción a la dignidad de Cardenal o de Romano Pontífice, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en alguna herejía o incurrido en cisma, o los hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si esta hubiera ocurrido en acuerdo y unanimidad de todos los cardenales, es nula, írrita y sin efecto; y de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización del Romano Pontífice, o su adoración, o por la obediencia que todos le han prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido, después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad en las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de Cardenales o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de sus hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de fuerza, y no otorgan ninguna validez y ningún derecho a nadie. Y en consecuencia, los que así hubiesen sido promovidos y hubiesen asumido sus funciones, por esa misma razón (eo ipso) y sin necesidad de hacer ninguna declaración ulterior, están privados de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, función y poder; y séales lícito a todas y cada una de las personas subordinadas a los así promovidos y asumidos, si no se hubiesen apartado antes de la Fe ni hubiesen incurrido en cisma ni lo hubiesen suscitado o cometido (...) sustraerse en cualquier momento e impunemente a la obediencia y devoción de quienes fueron así promovidos o entraron en funciones, y evitarlos como si fuesen hechiceros, paganos, publicanos o heresiarcas. [3]  

   Es preciso aclarar entonces si Ratzinger cumple con estos criterios. 

   Joseph Ratzinger, nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl del Inn, estudió de 1946 a 1951 teología y filosofía en Munich y Freising. El 29 de junio de 1951 obtuvo, junto con su hermano Georg, la dignidad sacerdotal. Luego trabajó como capellán en Munich. Ya en 1952 obtuvo un puesto docente en el seminario de clérigos de Freising. En 1953 se doctoró en teología, y en 1957 hizo la habilitación en la asignatura de Teología Fundamental en la universidad de Munich. Ya con 31 años obtuvo en 1958 un puesto de profesor de Dogmática y Teología Fundamental en Freising, y en 1959 resultó profesor ordinario en Bonn, en 1963 profesor ordinario de Dogmática en la universidad de Münster, en 1966 profesor ordinario en Tubinga. En 1969 fue llamado a la universidad de Regensburgo. Allí nuestra agrupación, a través del antiguo consejero mariológico de Pío XII, el ya fallecido profesor Tibur Gallus, entabló contacto con Ratzinger, para discutir con él el Novus Ordo de Paulo VI. Ratzinger admitió que la fórmula para la consagración del cáliz estaba mal traducida, pero sostuvo que no contenía ninguna herejía. 

   Sobre Ratzinger recayó una función teológica especial cuando, de 1962 a 1965, nombrado por el cardenal Frings como su perito, se perfiló como co-realizador del Concilio Vaticano II, donde el joven profesor de teología se destacó no sólo por su defensa del aggiornamiento de Juan XXIII y del ecumenismo que hasta teológicamente fue consolidado, sino que también confundió a los padres conciliares con la defensa de ideas radicales. Más tarde, a la pregunta del entrevistador Seewald de que en el Concilio se lo consideró un teólogo progresista, respondió entre otras cosas: "Es cierto que opino que la teología escolástica, tal como se ha consolidado, ya no es un instrumento para llevar la fe al lenguaje de estos tiempos."[4] Yo mismo puedo recordar vagamente que el Süddeutsche Zeitung comentó por aquel entonces las posiciones defendidas por Ratzinger en el Concilio más o menos así: si Ratzinger hubiera sostenido tales puntos de vista antes de su consagración, no habría sido ordenado sacerdote.[5]  Interesa también que el antiguo primado polaco haya negado el imprimatur a los primeros escritos de Ratzinger.[6] Así, en la Introducción al cristianismo, defendía la siguiente tesis: "¿El auténtico hombre sería Dios a causa de que es hombre auténtico, y Dios sería tal por ser auténtico hombre justamente?...", posición que el cardenal Siri criticó en Gethsemani como "monismo cósmico". 

   En 1977, Paulo VI llamó a Ratzinger a Munich como sucesor de Döpfner. Hay que advertir que Ratzinger fue "consagrado" el 28 de mayo de 1977 por el obispo Stangel –con los co-consagrantes Graber y Tewes– conforme al rito nuevo, es decir, inválido; o sea que como pretendido obispo de Roma sigue siendo un simple sacerdote. Aquí en Munich tuvo ocasión, en el ámbito pastoral, de representar prácticamente al ecumenismo, concelebrando con representantes de la confesión protestante "ceremonias de consagración" comunes, acciones que más tarde repetiría con la "obispa" Jepsen en Hamburgo. 

   En sus tiempos de Munich participa también en la introducción de la educación sexual en las escuelas, contra cuya introducción habían luchado vehementemente pedagogos católicos, totalmente burlados con la "bendición" de Ratzinger. De modo similar recientemente, como Benedicto XVI, decepcionó a los políticos cristianos cuando opinó que la nueva constitución europea puede ratificarse también sin referencia a Dios, una referencia por cuya fijación en la obra legal los políticos con transfondo religioso-cultural habían luchado en Europa hasta el último momento, desgraciadamente en vano. (Todavía el 11 de junio de 1965, en su visita a Bonn, Charles de Gaulle había enfatizado que Europa sólo es pensable en la tradición cristiana: "Nosotros los europeos somos constructores de catedrales. Mucho es lo que eso ha durado.") 

   Aquí corresponde también un episodio significativo para los actores de ambos lados. El entonces superior de la Hermandad San Pío X, Klaus Wodsack, uno de mis viejos compañeros de estudio, creyó poder demostrar al ordinario muniqués la negación de la presencia real de Cristo en el tabernáculo, exhibiéndole pasajes de su tratado: La fundamentación sacramental de la existencia cristiana, cap. IV, donde Ratzinger explica: "La adoración eucarística o la visita en silencio a una iglesia, razonablemente no puede ser mera conversación con Dios, pensado como presente de modo local y circunscripto. Expresiones como ‘aquí vive Dios’, o un diálogo así fundamentado con Dios, pensado localmente, muestran un desconocimiento del misterio cristológico y del concepto de Dios que necesariamente tiene que repugnar al hombre que piensa y sabe de la omnipresencia de Dios. Si ir a la Iglesia quiere fundamentarse con que se tiene que visitar a un Dios sólo presente ahí, esto sería de hecho una fundamentación sin sentido, que el hombre moderno tiene con razón que rechazar." Pues bien, pronto vino la reacción a esta acometida espontánea que Wodsack sin haber hablado con su jefe había iniciado, a saber, desenmascarar a Ratzinger como hereje; del Ordinariado llegó la respuesta de que Ratzinger cree en la presencia real, aunque el texto citado contenía lo contrario, y de Ecône vino la rápida deposición de Wodsack, que había perjudicado sensiblemente la política lefebvrista dirigida a una eventual cooperación con Ratzinger. 

   Toda una serie de comentaristas se complace hoy en querer desestimar estas posiciones teológicas tempranas como "pecados de juventud", ya que, después de todo, tras su nombramiento como Prefecto de la Congregación de la Fe, mostró que, a diferencia de antes, en este ministerio había seguido una línea ortodoxa. 

   Pero Ratzinger insiste una y otra vez en que siempre se ha mantenido fiel a sí mismo, así como al Vaticano II, y "sin nostalgia de un ayer irremediablemente pasado.[7] En la ya citada conversación con Seewald, éste le recuerda a Ratzinger el siguiente comentario: "Ya en 1975 usted había profetizado que la herencia del Concilio ‘aún no se ha hecho manifiesta. Espera aún su hora, y ésta vendrá: de eso estoy seguro’." La respuesta de Ratzinger fue: "En efecto, cada vez se hace más claro que los textos del Concilio están en perfecta continuidad con la Fe."[8]  [Nota bene: para comprender la monstruosidad de este enunciado, piénsese en los decretos conciliares Nostra Aetate (NE) o Lumen gentium (LG), donde se dice, como en NE art. 3: "La Iglesia contempla también con mucho respeto a los musulmanes, que adoran al Dios único, el viviente y existente por sí, misericordioso y omnipotente, el creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres." Esta posición es precisada en LG, cap. 16: "Pero la voluntad de salvación comprende también a aquellos que reconocen al creador, entre ellos especialmente a los musulmanes, que confiesan la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios uno.”] Ya Paulo VI había hecho clara esta renuncia a reivindicar la Iglesia como absoluta, cuando en 1970 explicó: "En el conflicto [de Oriente próximo] están involucradas tres religiones que reconocen todas ellas al Dios verdadero: el pueblo de los judíos, el pueblo del Islam y, entre ambos, el pueblo cristiano propagado por todo el mundo. Ellos proclaman con tres voces el monoteísmo único. Hablan con la máxima autenticidad, con la máxima veneración, con la máxima historicidad, con la máxima fecundidad, con el máximo poder de convicción."

   De hecho no es posible renunciar ahora a detenerse en el tema central, en cuya realización Ratzinger ha mostrado desde el Concilio hasta hoy, también como Benedicto XVI, su máximo interés, y lo sigue mostrando: la Ecumene en el sentido del Vaticano II, que siempre se entendió a sí mismo como ecuménico y que también se denomina así en su subtítulo, es decir, la Ecumene como proceso de constante crecimiento conjunto de las "Iglesias". 

   Cuando el 25 de enero de 1959 Juan XXIII anunció la celebración de un "Concilio ecuménico", despertó en muchos la esperanza en nuevos esfuerzos por la reunificación de los cristianos separados, o en una modificación fundamental de la Iglesia católica en relación con las confesiones de fe separadas de ella. Junto a la intención de Juan XXIII de adaptar la disciplina de la Iglesia al mundo –conocida como aggiornamiento–, el pensamiento ecuménico fue decisivo para el Concilio y el desarrollo posterior. Ya el 21 de noviembre de 1964 se promulgó el decreto Unitatis redintegratio inter universos Cristianos (UR) sobre el ecumenismo. 

   Siguiendo la tendencia revolucionaria de este Concilio, también este decreto abandona algunos límites hasta entonces teológicamente establecidos. Frente a los anteriores esfuerzos de unión –donde se buscaba el regreso a la Iglesia, es decir, la conversión, el apartamiento del error, el retorno a la unidad de la Iglesia–, con la UR comienza el intento de conformar una unidad en la que no se busca el (re-)hallazgo de la verdad, el regreso a ella, sino configurar una articulación de Iglesias, en todo lo posible bajo el techo de la Iglesia católica. Wolfgang Thönissen, profesor de teología ecuménica en Paderborn, describe la intención de UR del siguiente modo: "En el contexto de la historia de los concilios, el decreto presenta una novedad. Por vez primera se presenta la relación decreto presenta una novedad. Por vez primera se presenta la relación con las Iglesias separadas de Roma únicamente desde una perspectiva positiva. No hay allí ni en ningún otro lugar ningún indicio más de invitación a los cristianos separados para su retorno a la Iglesia católica, tampoco se pronuncia ya ninguna condena. El Concilio Vaticano II pone en el centro lo común, lo que separa no es negado, pero pierde relevancia. Con el decreto sobre el ecumenismo se ha hecho imposible un ecumenismo-de-retorno que viera su objetivo en una reincorporación de la cristiandad separada al organismo de la Iglesia católica."[9] 

   Aquí se hace clara una concepción totalmente nueva de la Iglesia. Ya no rige "Extra Ecclesiam non salus est". La Iglesia ha renunciado a su pretensión de verdad absoluta y su monopolio de la salvación. No se trata ya de una unidad en la verdad, realizada únicamente en la Iglesia católica, sino de conceder que la verdad se ha realizado también en otras "Iglesias". Por eso se dice también: "A eso se añade que algunos, e incluso muchos y significativos elementos o bienes a partir de los cuales la Iglesia en total es edificada y obtiene su vida, también pueden existir fuera de los límites visibles de la Iglesia católica." (UR 3). 

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NOTAS
  • * Tomado de la revista EINSICHT.

  • [1]  Sobre el enjuiciamiento de la función de Juan Pablo II desde el punto de vista de alguien que estuvo muchos años en el Vaticano, cfr. también Oschwald, Hanspeter: Der deutsche Papst - Wohin führt Benedikt XVI. die Kirche?, Munich, Zurich 2005, pp. 99 ss.

  • [2] Ibid., p. 19.(3) 

  • [3] Cfr. sobre esto EINSICHT VI/2, p. 79; VIII/7, p. 253; XXXI/6, pp. 101 ss.  

  • [4] Cfr. Ratzinger, Joseph: Salz der Erde - Christentum und katholische Kirche im 21. Jahrhundert - Ein Gespräch mit Peter Seewald, Munich 1996, p. 7

  • [5] Sobre su papel en el Concilio, cfr. Ratzinger, Joseph: Salz der Erde, pp. 75 ss. ; también Ratzinger, Joseph: Aus meinem Leben - Erinnerungen (1927-1977), Munich 1998, pp. 100 ss. 

  • [6]  Cfr. www.wikipedia.de; término de búsqueda: "Benedikt XVI."

  • [7] Cfr. Ratzinger, Joseph: Salz der Erde, p. 79.

  • [8] Ibíd., p. 80.  

  • [9] Cfr. Thönissen, Wolfgang: Ökumene nach katholischem Verständnis - Zum  Stand der Diskussion, en: "Non nobis", julio 2004, cuaderno 45, p. 5.