EL CARDENAL RATZINGER
Mons. Oliver Oravec
Esta figura vaticana, muy prominente en la
Neoiglesia, es nada menos que el prefecto de la «Congregación
para la Doctrina de la Fe». Y es una muestra clara de la línea
anticatólica del Vaticano de hoy.
Este sacerdote alemán, otrora activo perito en el llamado segundo
concilio vaticano, fue «consagrado obispo» por JP2, y más tarde
designado cardenal para custodiar oficialmente la corrección de
la doctrina católica en la Neoiglesia. Como la Neoiglesia ya no
es católica, tampoco puede serlo su custodio. Es lógico.
He estudiado íntegra su obra teológica principal, Theologische
Prinzipienlehre del año 1982. Tengo la traducción inglesa: Principles
of Catholic Theology.
Me permitiré
citar algunas de sus opiniones:
v
pág. 16 [16]: «En esta
perspectiva, tanto la interpretación católica como la
protestante de lo cristiano tienen —cada una en su puesto— su
importancia, son verdaderas en su hora histórica…»
Esto dice
el hombre que en el Vaticano tiene que defender la pureza de la
doctrina católica. ¿Qué es esa que llama interpretación
protestante del cristianismo? «La misa es una farsa, el
purgatorio no existe, no hay que rezar a la Virgen María, el
divorcio es posible, el celibato no tiene sentido, etc. etc.»
Salta a la
vista que el señor cardenal perdió la fe católica hace mucho y
que no la guardó mejor quien le asignó su función: Juan Pablo
II.
v pág. 16 [17]: «Lo verdadero
no es simplemente verdadero, porque tampoco la verdad es
simplemente. Es verdadero en y por un tiempo, porque pertenece al
devenir de la verdad, que está en cuanto que deviene… la
fidelidad a la verdad de ayer consiste en abandonarla, en «superarla»,
elevándola a la verdad de hoy.»
v
pág.
17 [17]: «es verdadero es lo que sirve al progreso…»
Espanta
pensar que la verdad no sea lo que la Iglesia declaró ayer porque
ya han pasado veinticuatro horas. Lo que Dios o el Señor Jesús
haya dicho, ya no debería en absoluto ser verdadero por el mucho
tiempo que pasó desde entonces. Esto me recuerda el marxismo que
también afirmó que lo que obstruye el progreso hay que
eliminarlo revolucionariamente. Habrían sobrado los
pronunciamientos infalibles de papas y concilios del pasado,
porque todo evoluciona, y lo que obstruye el progreso es para
relegarlo al olvido. Empero el señor cardenal Ratzinger se quedó
sin decirnos quién nos definirá el significado de la palabra «progreso».
v
pág. 53 [60-61]: «La Iglesia
es celebración de la eucaristía y la eucaristía es Iglesia …
Son uno y lo mismo. La eucaristía es el sacramento de Cristo y
porque la Iglesia es eucaristía, por eso mismo es sacramento»
Aquí
tenemos un miserable intento de negar la doctrina tradicional
sobre la Eucaristía. La Eucaristía no puede ser la Iglesia,
porque la Eucaristía es Cristo y Él es la Cabeza de la Iglesia.
Decir que también la Iglesia sea un sacramento, choca contra las
resoluciones del concilio tridentino, que solemnemente definió el
número de sacramentos, de los cuales hay siete, y no está entre
ellos la Iglesia: «Quien diga que hay más o menos que siete
sacramentos … sea anatema.»
v
pág. 56 [64]: «El intento de
conferir al cristianismo una nueva fuerza de atracción a base de
situarlo en una relación indiscriminadamente positiva respecto
del mundo, más aún, a base de describirlo como una conversión
al mundo, es una actitud acorde con nuestros sentimientos
existenciales … Cierta falsa angustia de pecado, surgida de una
teología moral de miras estrechas … ponía a los hombres en
permanente conflicto consigo mismos»
En términos
entendibles, el señor cardenal nos recomienda tener buena relación
con el mundo —cosa que nos prohíbe la tradición católica y la
misma Sagrada Escritura. No deberíamos escuchar a teólogos y
sacerdotes que asustan con el pecado, sino a Satanás, príncipe
de este mundo. Pero los santos huyeron del mundo a conventos y
desiertos. San Pablo nos instruye a no asemejarnos al mundo
y a estar crucificados al mismo.
San Juan nos exhorta a odiar al mundo y a las cosas que están en
él.
El Señor Jesús nos avisa que el mundo, porque no le
pertenecemos, nos va a odiar.
Y habría más para citar.
En cuanto
al «conflicto consigo mismos» que le cae mal al cardenal, ¿no
nos dijo el Señor Jesús que nos negáramos a nosotros mismos,
y que el espíritu es contrario a la carne y viceversa?
¿No se expresa en aquel conflicto la negación de mí mismo y la
mortificación que me son necesarias si quiero crecer en santidad?
v
pág. 131 [154]:
«Lutero [en
sus catecismos] recurrió a las más viejas tradiciones
catequéticas,
respecto de las cuales, por lo demás, no se aparta formalmente de
la Iglesia Católica … no acierto a entender por qué hoy día
nosotros somos incapaces de actuar con esta modestia»
v
pág.
143 [169]: «La diferencia de las confesiones no procede del Nuevo
Testamento, aunque puedan encontrar en él razones a favor de cada
uno de los caminos; esta diferencia procede de que se lee el Nuevo
Testamento en compañía de padres distintos. Con esto, hemos
llegado, desde un punto en el que apenas podíamos esperar nada,
hasta descubrir la enorme importancia de los padres en la Iglesia,
incluso antes de que hayamos establecido el contenido estricto de
este concepto de «padres». … Tomás de Aquino y Lutero son —¿quién
puede negarlo?— padres sólo para cada una de las partes …
Pero … sigue teniendo validez lo antes dicho.»
Pobre Papa
León X que excomulgó a Lutero: tendría que justificarse ante
Ratzinger por haberle hecho eso, que el señor cardenal lo
clasifica entre los padres de la Iglesia. ¿O tal vez el señor
cardenal ya es luterano? Por lo que se puede apreciar, según
Ratzinger el Espíritu Santo habría errado mucho en el siglo XVI
cuando la Iglesia condenó los errores de Lutero, porque hoy los
cardenales Ratzinger y Willebrands querrían beatificar y
recientemente hasta canonizar a Lutero.
Considerar
a Lutero padre de la iglesia es una profunda ofensa a los auténticos
padres de la Iglesia que amaron la Verdad de Dios y defendieron a
la Iglesia Católica. Evidentemente el cardenal Ratzinger ya hace
mucho tiempo se ha separado de la Iglesia Católica.
v
pág. 186 [222]: «Según esto,
la resurrección no puede ser acontecimiento histórico en
el mismo sentido en que lo es la crucifixión. Tampoco ha sido
descrita a través de una narración propiamente dicha. El
instante en que sucede se delimita con la locución escatológico-figurativa
“al tercer día”.»
Parece un
desafío a la verosimilitud que el señor cardenal se declare ateo
que no cree en la historicidad de la resurrección de Nuestro Señor
de Jesucristo. Pero negar esto significa negar todo el
cristianismo. Entonces no hay diferencia entre los rabinos talmúdicos
y Ratzinger. Y éste es el primer auxiliar del «papa».
v
pág. 196 [235-236]: «La
Iglesia no podía ya [En los siglos 14 y 15] ofrecer seguridad de
salvación, toda su configuración objetiva era dudosa e incierta.
La Iglesia auténtica, la auténtica garantía de salvación, había
que buscarla más allá de la institución.»
Podemos
afirmar con seguridad que aquí Ratzinger procede como un
protestante liberal que denigra a la Iglesia Católica que en esa
época nos dio muchos santos. Tampoco en aquel entonces la Iglesia
faltó a su misión, a pesar de todos los pecados de sus miembros
y hasta conductores. Un cardenal que de esa manera denigra y no
soporta a la Iglesia de esos siglos, no tiene derecho a defenderla
ahora, porque la Iglesia Católica es siempre la misma.
v
pág. 202 [242]: «Significa
que el católico no ha de pretender ni la disolución de las
confesiones ni la destrucción de las Iglesias del ámbito evangélico,
sino todo lo contrario, que espera y confía en un fortalecimiento
de la confesión y de la realidad eclesial.»
Ése es un
consabido principio ecumenista contra la conversión de los acatólicos
a la fe católica. El cardenal quiere que los luteranos sean
mejores luteranos, los budistas mejores budistas y los hechiceros
africanos mejores hechiceros todavía. La Iglesia habría errado
por dos mil años, cuando se afanaba por acercar a todos los
hombres a Cristo y a su Divino Cuerpo en la Santa Comunión. Estoy
profundamente convencido de que torcer el sendero no ha sido
propio de la Iglesia: lo es, y mucho, del cardenal.
.
v
pág. 259 [311]: «la Iglesia
griega, que siempre había sido Iglesia, pero sin estar sujeta al
papa.»
Así, según
Ratzinger, un cristiano ya no debe estar sujeto a un papa legítimo,
y aún así será miembro de la verdadera iglesia. ¿Pues entonces
para qué el Señor Jesús estableció el oficio papal en la
Iglesia? El Papa Bonifacio VIII en su bula solemne «Unam
Sanctam» declara que todo ser humano, si quiere ser salvo,
debe estar sujeto al pontífice romano.»
El Vaticano
nos echa en cara que no somos católicos verdaderos porque no
estamos sujetos al papa, mientras que reconocen como verdadera
iglesia a los ortodoxos que niegan completamente el oficio papal
como tal. A lo que nosotros nos negamos es a sujetarnos a un falso
papa.
v
pág. 334 [401-402]: «La señal
que había dado Teilhard de Chardin llegaba más lejos … la
evolución avanza ahora en forma de progreso tecnicocientífico,
en el que, como punto final de llegada, la materia y el espíritu,
el individuo y la sociedad producirán un todo omnicomprensivo, un
mundo divino. La constitución conciliar sobre la Iglesia en el
mundo actual hizo suya aquella señal. La divisa teilhardiana
“ser cristiano significa más progreso, más técnica” se
convirtió en un impulso en el que los padres conciliares de los
países ricos y los países pobres confluían»
Es increíble
que el jesuita Teilhard, a quien los superiores de su congregación
y de la misma Iglesia prohibieron difundir sus ideas, se gane el
encomio del hombre que debería custodiar la pureza de la Fe. Que
Teilhard no creyera en el pecado original, que negara que haya
alguien en el infierno, que reconociera una evolución aún de la
materia inanimada a la vida, que cuestionara la gracia
sobrenatural, el celibato, la infalibilidad pontificia etc.,
—todo eso evidentemente no lo estorba al cardenal. Y cuando
diviniza la tecnología se olvida de alertar que precisamente
gracias a la tecnología desarrollada y al llamado progreso, el
siglo XX fue el más sangriento de la historia de la humanidad.
.
v
pág. 334 [453]: «No todos los
concilios legítimos de la historia de la Iglesia han sido
concilios fructuosos. De algunos de ellos sólo queda, como
resumen, un enorme «celebrado en vano». [Nota de pie de página:]
En este contexto, se menciona con frecuencia, y con razón, el
concilio Laterano V, celebrado en 1512-1517, pero sin aportar una
ayuda eficaz para la superación de la crisis amenazante.»
Irritado
Ratzinger de que este concilio justamente condenara varios errores
contemporáneos y afines a Lutero, lo llama infructuoso.
La perfecta pérdida de tiempo fue el que se llama concilio
vaticano segundo, que no condenó nada y trajo pura ruptura a la
Iglesia.
.
v
pág. 381 [457]: «Si se desea
emitir un diagnóstico global sobre este texto [Gaudium et spes],
podría decirse que significa (junto con los textos sobre la
libertad religiosa y sobre las religiones mundiales) una revisión
del Syllabus de Pío IX, una especie de Antisyllabus.
Es bien sabido que Harnack interpretó el Syllabus de Pío
IX como una declaración de guerra, pura y simple, a su siglo.»
Citar a un
«teólogo» protestante liberal y posiblemente hasta ateo, que
levantaba dudas sobre la Santísima Trinidad, sobre la gracia,
sobre la encarnación de Cristo y sobre otros artículos
fundamentales de fe, y citarlo contra tan importante documento del
papa Pío IX como lo fue el Syllabus de errores que aún
hoy son actuales y destructores de la fe católica, es muy
repugnante y sólo muestra de qué lado está el señor cardenal
Ratzinger.
El Syllabus
de Pío IX condenó el comunismo, el indiferentismo, las
sociedades secretas, la disolución del matrimonio, el panteísmo,
el racionalismo, la libertad religiosa, la sujeción de la Iglesia
a la autoridad civil, la interferencia del estado en la enseñanza
de escuelas y seminarios católicos, etc.
El Papa Pío
IX, que sufrió persecución masónica continua, hoy es condenado
nada menos que por los «cargos» de haber realizado el primer
concilio vaticano y haber declarado el dogma de la Inmaculada
Concepción de la Virgen María.
Lástima
que el hombre Nº 2 en el Vaticano declarara en pág. 391 [469]:
.
v
«no hay punto de retorno al Syllabus».
Los
miembros de la Neoiglesia tendrían que conocer al que los
conduce, y también tener presente quién llevó a Ratzinger a
esta alta función.
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