LA CRISIS DE
LA FE Y LA RUINA DE LA IGLESIA ROMANA (Respuesta
al Cardenal Joseph Ratzinger) (Cont.
2)
Dr. Carlos A.
Disandro - La Plata, 1986
Pues toda la
argumentación del diálogo se reduce en sustancia a una confrontación:
la
Iglesia es ahora "mera construcción humana, un
instrumento creado por nosotros y que, en consecuencia, nosotros mismos
podemos reorganizar libremente a tenor de la exigencia del momento. Y así
se ha insinuado en la teología católica una concepción de Iglesia que no
procede sólo del protestantismo, en sentido clásico. Algunas eclesiologías
posconciliares parecen inspirarse directamente en el modelo de ciertas
iglesias libres de Norteamérica" (cf. cap. III, esp. pág. 53-54). Se
trataría pues de una sociedad humana, en todo caso con una misión divina,
que cada época puede modelar, proyectar, perfilar, según contextos
epocales congruentes.. En otras palabras:
la
Iglesia no es concebida, ni pensada, ni vivida, ni
formulada, ni transmitida, ni enseñada, ni interiorizada, ni anhelada, ni
defendida, ni proclamada como res
mystérica, teándrica, o sea
divino-humana.
En este contexto
debemos colocar muchas de las puntualizaciones de Ratzinger, sobre todo en
cuanto a la adoración del Padre, en cuanto a la perspectiva de la creación
y de modo particular en todo lo que atañe a Cristo y al Espíritu
Paráclito, según el credo atanasiano, perfectus Deus et
perfectus homo, la definición cabal del Hijos del Hombre,
Espíritu Perilchorético la presencia para nosotros de la Tercera
Persona Divina. Asimismo hay otras causas, nunca mentadas
por el expositor eclesiástico, que requieren al menos una identificación y
una glosa correspondiente, entre otras el carácter y la orientación de la
predicación en la
Iglesia, que parece consistir en dar piedras, en lugar de
pan,-y que procede directamente del estamento sacerdotal, verdaderamente
corrupto. Una fenomenología de la crisis podría ser simplemente una
escapatoria para impedir el remedio, que no podrá venir si no se clama por
la santidad. Pero la santidad no es el fruto de la ley, y menos de la ley
corrupta del concilio. Precisamente el resultado cabal de los documentos
vaticanistas, tan exaltados por Ratzinger, es otra eclesiología,
directamente enfrentada con la que aprendimos, vivimos y compartimos hasta
hace treinta años. ¿De dónde procede pues este derrumbe, sino de la
corrupción de la cabeza?
Concluyo pues esta primera parte de
mi respuesta recapitulando una eclesiología greco-cristiana, que
profundiza la presencia del Mysterio Traidológico y del Mysterio de Cristo
en. el Mysterio de la Iglesia. Este resume, si
así puede decirse, la curva trinitaria que desde su única fuente
insondable empeña la regencia de la creatura, de toda la ktisis en un giro
recapitulatorio, o sea anakephalaiótico que nada tiene que hacer con las
elucubraciones ecumenistas. La res ekklesía es anterior a toda creatura,
que es lo que es por ella, con ella y en ella. El cardenal Ratzinger
pretende formular una eclesiología ecumenista, reconduciendo cada segmento
histórico, cada línea teológica, cada apertura acontecida en siglos, cada
cisma y cada herejía, al punto de origen en que se produjo un nuevo brote
profético, un nuevo camino, una nueva experiencia, visión o concepción
innovadora, para obtener así uña suerte de ecumene teológica, que sea el
fundamento de la nueva eclesiología de la unidad recuperada. Es una
eclesiología reduccionista, propuesta como programa de la razón teológica,
tanto como un reduccionismo político puede ser propuesto por una ideología
del poder. El reduccionismo teológico-ecuménico del cardenal converge con
el reduccionismo mundialista de Juan Pablo II, tal como lo vemos patente
en sus viajes, particularmente en este último viaje a África, de agosto de
1985.
Todo esto es una
ilusión, es un estímulo de la apostasía, que habla por boca del dragón.
Todo esto es consecuencia semántica de las corrientes filosóficas en que
se ha formado el cardenal, efecto de sus utopías racionalistas y
carismáticas, que se orientan por una fenomenología de la Fe y por una reducción de
sus constancias históricas a una unidad profética, proclamada como tarea
del hombre. La ekklesía de esta eclesiología ha perdido uno de los
principios constitutivos de Calcedonia, la divinidad; se ha afincado en el
segundo, es decir, la humanidad, y desde ella pretende reencontrar la
divino-humanidad. Pero el ritmo y manifestación es descendente
(katelthonta kai sarkoothenta, enanthroopesanta, dicen los participios del
symbolo niceano), y no ascendente; es constitutivo y óntico, y no
integrativo y fenoménico. Es verdad, el cardenal rechaza, después de
veinte años de insensateces conciliaristas la iglesia sociomórfica, pero
no plantea con rigor la nota teándrica, theomórfica que nos permite
concebir no sólo el ser de la Iglesia, sino su articulación
con la historicidad. A la iglesia sociomórfica el cardenal contrapone una
iglesia ecuménica, cuyo principio unificador es la profecía bíblica, y no
la unión teándrica. Pero la profecía bíblica no es causa de encarnación,
sino efecto, el más lejano en el ritmo descendente, el más cercano al
hombre histórico en el ritmo ascendente. Ni la profecía ni la letra
bíblica son fundamento de la Iglesia, en cuanto una y otra
sólo son por referencia a Cristo, es decir, a la semántica de los tres
participios mencionados, que resultan pues rienda inexcusable para toda
reflexión teológica sobre la
Iglesia.
De todo lo que antecede depende una
constelación temática diversamente asumida o discriminada por el cardenal
Ratzinger, por ejemplo la connotación de iglesia por el predicado "pueblo
de Dios" (op. cit., pág. 55). Pero el cardenal olvida el documento
trajinado de su predecesor F. Seper, quien el 24 de junio de 1973 publicó
ese testimonio precisamente sobre el tema Mysterium
Ecclesiae, plagado de herejías. No me extiendo sobre éste, ya
que hice un análisis pormenorizado de tales doctrinas (Cf. mi libro
La
Herejía Judeo-Cristiana, Buenos Aires, 1983,
pág. 169-180). Prefiero unificar mi respuesta en este capítulo, que titulo
no sin intención La
Semántica de
la
Fe.
Subrayo ante todo que
en ninguna de las tres figuras de teólogo con que se presenta Joseph
Ratzinger encuentro una claridad profunda, mystica, discursiva y piadosa
acerca de la Fe.
Pero como constantemente se mentan cuestiones que se
inscribirían en tales horizontes especulativos, como una gran parte del
Rapporto versa sobre la crisis de la Fe en la Iglesia, creo prudente
encabezar este segundo cuadro de mi respuesta con una sentencia
recapítulatoria, como un centro de referencia que unifique, según un solo
principio, todas las cuerdas variables de esta magna quaestio. La
sentencia rezaría así: la
Fe, la
Pistis es perikhóresis trinitaria, tan real como la
perikhóresis intradivina en la deidad fecunda, pues la Pistis es denotación
de la circumincessio entre las dos naturalezas en Cristo. En
la
Iglesia precisamente la Fe cumple esa perikhóresis
ascendente desde la deidad encarnada a la deidad trinitaria, hasta el
sinus Patris. La ekklesía está incorporada a la circularidad divina y ella
se, manifiesta precisamente en la Fe de la Iglesia, de la que participamos
nosotros por nuestra Fe.
Debemos clarificar el
contenido sintáctico, combinatorio, de expresiones tan corrientes como
"la Fe de
la
Iglesia", "la
Fe en la
Iglesia", "las aserciones o el combate de la Fe" (Sobre este último
tema, cf. en mi libro Filología y
Teología, Buenos Aires, 1973, el capítulo San Atanasio y el
combate de la
Fe, esp. pág. 67-69), expresiones siempre
consideradas en el contexto temporal concreto, tan destacado por el
cardenal. Este previo examen lingüístico despeja el terreno, aventa
equívocos, y propone otra claridad y profundidad más decisiva que la
comprobación de una catequesis en ruina.
En realidad, la
composición sintáctica previene sobre un campo semántico, se inclina a
mentar una restricción sobre la referencia del sustantivo "fe", no en su
contenido formal, en su principio trinitario y teándrico (según hemos
afirmado), sino para su inhabitación en el mundo, tal como lo define el
Señor en su dramática pregunta (San Lucas, XVIII, 8): verumtamen Filius
hominis veniens, putas, inveniet fidem in terra? Para traducir
sigo el texto griego: Pero el Hijo del Hombre al llegar encontrará acaso
la fe sobre la tierra? El texto griego dice ten
pistin, con artículo, lo que indica un modo de mentar
absoluto.
Retornando empero a
nuestro propósito, cuando decimos "la Fe de la Iglesia", definimos primero por
el genitivo subjetivo la
Fe que tiene la Iglesia, o por el genitivo
posesivo la
Fe propia de la Iglesia, "la Iglesia cree (he
ekklesía pisteuei). En griego pistis (fides = sustantivo) y pisteuein
(credere verbo) por pertenecer a una única raíz facilitan la semántica de
la expresión. Desde luego, en un sentido derivado significa también la fe
común de los cristianos, de cada uno de ellos, de cada época, etc. En
cuanto al troquel sintáctico "la Fe en la Iglesia", corresponde primero
al artículo del Credo: unam, sanctam,
catholicam et apostolicam Ecclesiam; y luego al significado
locativo, es decir, la
Fe tal como acontece en el marco de la Iglesia. Pero
en la formulación canónica del Credo, una aserción sintáctico-semántica es
credere in
Deum, y otra credere
Ecclesiam. Esta cuestión nos obligaría a definir categorías
sintácticas del griego y del latín, borradas en el latín vulgar y por ende
en las lenguas románicas. Sin entrar en, esos capítulos lingüísticos, de
todos modos importantes, destaco que credere
Ecclesiam es: primero, afirmar por la Fe trinitaria y teándrica que
la
Iglesia existe (Ecclesiam
esse); segundo que su existencia es mystérica, o sea ligada, a
la unión hipostática teándrica; y tercero, que esa existencia no tiene por
tanto sólo raíz histórica y profética, sino raíz óntica, que
la Fe afirma
precisamente partiendo de la sentencia credo in unum
Deum.
Respecto del troquel "aserciones o
combate de la
Fe", preferimos el sentido fuerte del genitivo subjetivo,
o sea, la Fe
afirma y dirime, la
Fe combate, y no el sentido meramente especificativo,
para distinguir estas aserciones o este combate de otros motivos, o de
otras combinatorias lingüísticas, igualmente
posibles.
Ahora bien, en este
trasfondo lingüístico-sintáctico, es este trasiego semántico que se
profiere en el soplo cargado de sensus
también teándrico, es esta organicidad entre semántica, como sintaxis
combinatoria abierta, y perikhóresis
real divino-humana, es esta articulación mystérica y misteriosa la que se
ha derrumbado, paliado, esfumado en el marco de la Iglesia romana, cuyo epíteto no
integra las notas constitutivas de la ekklesía,
precisamente. Allí radica, en ese derrumbe, la causa profunda de la crisis
de la Fe
descripta por el cardenal. Porque las herejías monofisitas, docetistas,
adopcionistas, etc., de diverso signo, nombre, época, etc. han confluido
desde la reforma luterana y calvinista a un gran colector judeocristiano,
como impronta reduccionista del teandrismo atanasiano y calcedónico. Ella
a su vez ha sido el punto de partida de una invasión lisa y llana del
judaismo, que es precisamente la negación de la paternidad y la filiación
divinas, y por ende una transformación semántica revolucionaria sobre la
presencia y efusión del Espíritu, anunciada ya, entre otros, por Lutero.
Es esta invasión en el campo semántico de la Iglesia romana, debilitada por
la teología racionalista y nominalista de la Compañía de Jesús, por el
voluntarismo de la sedicente mística ignaciana, es pues esa invasión del
judaísmo barroco en el barroquismo católico, tan admirado por el cardenal,
una de las causas fundamentales del desastre.
Puntualicemos un poco
más estas cuestiones, según los capítulos sumarios propuestos por el Rapporto.
Apartando referencias complementarias, distingue el cardenal cuatro
motivos de esta fe en crisis: 1) crisis de la Fe en Dios creador; 2) en
la
Iglesia; 3) en los dogmas y en la ética de
la
Iglesia; 4) en la Escritura, tal como
la
Iglesia la interpreta. En realidad, las cuatro franjas
aducen fundamentales categorías semánticas. En cuanto a la segunda, ya
hemos advertido su especialísima connotación teológica: de ella hemos
partido, es decir, de credere in
Ecclesiam, con acusativo sin preposición, de la existencia del
Mysterium Ecclesiae, que queda esfumado, como dijimos, en el diálogo
Ratzinger-Messori. Afrontemos ahora brevemente las otras
tres.
Ahora bien, en el
análisis del primer motivo, o sea, la Fe en Dios Padre y Creador del
mundo, debemos retornar una vez más a la semántica del Credo de Nicea,
Constantinopla, Calcedonia, para interpretar precisamente la peculiar
situación histórica de la iglesia romana hoy.
En efecto, la primera sentencia Credimus in unum
Deum (y notemos que el plural se mantuvo en griego y en latín,
y es importante esta observación) resumiría si seguimos a San Juan
Damasceno la profecía del Antiguo Testamento y sería la línea de
articulación con la profecía del Nuevo Testamento y con su eclesiología
implícita. Pero notemos que el desarrollo ulterior se origina en Patrem
omnipotentem - y luego factorem,
es decir, que la creación en el Credo de Nicea está subordinada, como no
podía ser de otro modo, a la Triadología. Y además
conviene advertir que en el Symbolo atanasiano se da por supuesto el dato
de la creación (que viene del Pentateuco) y se afirma directamente: Fides autem
catholica haec est: ut unum Deum in Trinitate, et Trinitatem in unitate
veneremur. Es esta semántica la que se ha derrumbado; y no
la Fe en Dios
creador. Pero el cardenal, como todo progresista, discreto o delirante,
judaiza, a saber: la noción de Dios creador no precisa de la Fe teándrica. Precisa en
cambio de esa Fe la
Revelación que dice: unus Deus in
Trinitate, Trinitas in unitate. Esta coherencia no tiene nada
que ver con el judaísmo, por el contrario es contrapuesta a
él.
La crisis de
la Fe
trinitaria sin embargo se ha ido desplegando larvadamente desde el siglo
XVII; se ha acelerado por la judaización del barroquismo y ha muerto en
muchos sectores de la
Iglesia, sobre todo sectores episcopales y sedicentes
teológicos, y por supuesto en vastas generaciones de fieles, abandonados a
los lobos de las herejías antiguas y modernas, de la supuesta ilustración
del espíritu contemporáneo, a la marea de libros y doctrinas rapaces y
deletéreas.
Por último, la
creación es el signo del Génesis, pero no el signo plenificante del
Evangelio. Para comprender esta aserción tan sucinta, sin entrar en largos
desarrollos, retornemos a la noción patrística de tertium genus, a saber,
judío, gentil o sea helénico, cristiano, con él sentido fuerte que el
término griego supone en los cinco primeros siglos de nuestra era, con la
indeleble semántica de una alteridad religiosa en el
Imperio.
Judío: es la unicidad excluyente de
Dios, creación que es nihilidad, articulación por la ley, cuyo portante
universal y absoluto, profético y sapiencia, es un pueblo, hieráteuma
entre todos, los pueblos, racialmente definido, por su origen, su
expansión y su dominio. La sentencia "Dios creador" es judía, pero ella no
define ni la naturaleza del Evangelio, ni la esencia de la Iglesia, y mucho
menos la sentencia Deus Unus et
Trinus.
Griego: Esencia y
Existencia coaligadas en la entidad mundana o cósmica, o vigente en el
esse absoluto de Parménides ser, pensar, decir, una y la
misma cosas. No hay creatura, sino physis
monogenética.
Cristiano: Tres
sentencias joánicas propongo para resumirlo todo. 1.) Ha theós phoos estin
(Deus lux est) (I.lo.5); 2) ean tis agapa ton kosmon, óuk estin he agápe
tou patrós en autoo (I.lo.15); si quis diligit mundum, non est charitas
Patris in eo. 3)- Ha theós agápe estin (Deus caritas est) (I.lo.8). Si
Dios es agápe ¿cuál es la agápe del Padre? Esta agápe define la vida
intratrinitaria, inaceptable e impensable para el judaísmo, define también
por la
Filiación el teandrismo de Cristo, de la Iglesia, de los
Sacramentos, de la
Escritura. Y es importante esta aserción para otros
capítulos descriptivos del cardenal. En fin, define por el Espíritu la perikhóresis
intradivina y su desborde misterioso, que es lo que los Padres profundizan
en la llamada creación. Vasta teología la de San Juan Damasceno, perdida
para la cristiandad post-tridentina, absolutamente negada ahora - por
la Roma
judaizante y ecuménica. Por eso cantamos: Veni, creator Spiritus/, Mentes
tuorum visita/, Imple superna gratia/Quae tu creasti pectora. El
comentario de esta estrofa bastaría para derrumbar la débil teología de
Ratzinger, que sólo es un discurso profético, cargado de biblismo y de
filosofía germana, filosofía anti-metafísica, desde
luego.
En una palabra, en
Roma nadie cree ya lo que dice San Atanasio: unum Deum in
Trinitate, Trinitatem in unitate. Y si han suprimido en algunos
casos, en las lecturas litúrgicas, el principio del Evangelio de San Juan,
también habrán eliminado el Symbolum de entre los textos del Oficio
Divino, si es que existe esta categoría litúrgica todavía. Esto no es
cuestión de catequesis, es cuestión de subversión clerical, que funda e
integra ahora el segundo fariseísmo, el fariseísmo del Evangelio, no de
la Ley
cuélguense y exhiban las philacterias del ecumenismo ¡udaizante y todo andará bien. Nosotros en cambio
pasamos a ser publicanos, galileos, samaritanos, gentiles, cualquier cosa,
pero no hijos de la
Iglesia. He aquí el misterio de estos tiempos, sobre el
cual nada dice Ratzinger: la persecución en la Iglesia a los hijos de
la Fe, a los
que proclaman sin ambages la pistis inabolible, a los que deben transitar
la vía crucis entre los fariseos, saduceos y doctores de la ley ecuménica.
No me quejo por supuesto, ello es congruente con la esencia del Evangelio.
Compruebo y discrimino, frente al análisis de un portante del fariseísmo
clerical romano.
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