El 12 y 13 de octubre
fue inaugurada la nueva “basílica” de Fátima en presencia de las más altas
autoridades civiles y religiosas del país. Ratzinger despachó a su cómplice
Bertone.
En forma de
gigantesca columna truncada, este edificio, que debe permitir encuentros
ecuménicos, hace un poco pensar en la “catedral” de Evry así como a ciertos
monumentos esotéricos de París.
Este hangar espacial
futurista, que no tiene nada que ver con un edificio religioso, ha sido dibujado
por el arquitecto ortodoxo Alexandros Tombazis. Inmenso disco blanco muy “de
alta tecnología”, de un diámetro de 125 metros, esta monstruosidad moderna de
una fealdad increíble es una verdadera y voluntaria provocación contra la fe de
los fieles y la santidad de los lugares.
Nada de campanario,
nada de nave ni de crucero, nada de vitraux: un plano que debe “cambiar
la concepción del monumento religioso y la relación a lo divino”
según Alexandros Tombazis.
Todo aquí se ha construido y dispuesto de manera simbólica.
Como el nuevo altar
delante del antiguo, esta nueva “basílica” enmascara la antigua. Así es como
desde lo alto de la explanada, al nivel de la calle que lleva al santuario, no
vemos más la antigua basílica, ni aún siquiera la Capelinha, la capilla de las
apariciones. La nueva “iglesia” le hace cara como para mejor marcarle su
oposición.
Este horror
arquitectónico, encargado por Juan Pablo II, ha sido construido sobre el lugar
exacto de la place Pío XII que, de facto, no existe más: debemos hacer tabla
rasa de la iglesia preconciliar, en efecto…
La gran cruz que se
hallaba al nivel de la plaza Pío XII ha sido sustituida por un inmenso “Cristo”
en cruz, horroroso y todo herrumbroso, que domina la explanada. A su vista, el
alma católica queda presa de un profundo sentimiento de malestar.
Esta cruz,
escogida por el Vaticano, es una verdadera mueca
diabólica de Nuestro Señor. Hace frente, ella también, a la antigua basílica así
como a las magníficas estatuas del Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de
María.
Por esta construcción
faraónica, las autoridades conciliares suprimieron deliberadamente y sin
escrúpulo un tercio de él “camino de Lucía” sobre el que los peregrinos
avanzaban de rodillas hacia la capilla de las apariciones. Nada detiene a
quienes ocupan la Iglesia, ¡tampoco las Cosas más sagradas!
Por delante de este
edificio cilíndrico y de ambos lados de su entrada principal (hay 13 puertas en
total), se encuentran dos imponentes estatuas: las de Pablo VI y de Juan Pablo
II, como las columnas de Boaz y Jakin, de la guarda del templo masónico. Allí
también, las estatuas de estos dos pseudopontífices conciliares (jefes
emblemáticos de la nueva iglesia ecuménica) están vueltos hacia la antigua
basílica (las dos iglesias se enfrentan), Simbolizando así, una
vez más,
la oposición entre
las dos Iglesias y también el combate que ellos han sostenido contra la única y
verdadera Iglesia.
En efecto, Juan Pablo
II no vaciló en descubrir sus verdaderas intenciones cuando afirmó en febrero de
1990 con motivo de la reunión plenaria de la Congregación para la doctrina de la
fe, dirigida por Ratzinger, y la Congregación para la unidad de los cristianos:
“Con
el Vaticano II hemos entrado dentro de una época ecuménica, y bien que eso se
remonte a 25 años, sólo estamos al principio, pues la tarea no es fácil.
No se
puede rehacer en un corto espacio de tiempo lo que se hizo en el sentido
contrario a lo largo de un largo período. No podemos rehacer el camino de los
siglos en algunos años. Se
comprende así que el trabajo deba ser en cierto sentido lento”
(Osservatore
Romano del
3 de febrero de 1990).
Durante las
ceremonias del 13 de octubre, Tarcisio Bertone, tras un breve discurso de
ocasión leído en la capilla de las apariciones, se dirigió en procesión hacia el
interior de la nueva “iglesia”, invitando así a la muchedumbre incrédula e
ignorante de los fieles a seguirlo en su movimiento.
Así es como, por
primera vez, los fieles dieron la espalda a la capilla de las apariciones, a
Nuestra Señora, a Nuestro Señor y a la antigua basílica donde se encuentran los
cuerpos de los tres pequeños videntes para volverse hacia la nueva “iglesia”, la
iglesia postconciliar, la contra-iglesia, su clero y su pontífice especialmente
venido para la ocasión desde el Vaticano ocupado.
El 28 de junio de
2000, dos días después de haber publicado junto con el cardenal Ratzinger el
falso Tercer Secreto de Fátima, el clérigo Bertone reveló la intención profunda
de la manipulación organizada por el Vaticano:
“La
industria de Fátima,
que debe
su
prosperidad
a su oposición
al papa [Juan Pablo II] no lo creerá
probablemente nunca… Hasta ahora, hemos dejado a los
integristas
seguir su trágico
camino. Además del llamado fundamental a la penitencia, lo que el Vaticano
mostró de importante
es la refutación de la tesis
principal de los
integristas:
el secreto no tiene nada que ver con la
apostasía asociada al Concilio, al Nuevo Ordo y a los papas conciliares, como los
integristas
lo sostienen
desde decenios.
Este solo hecho valía
revelar el secreto.”
Así es como siete
años después de este EMBUSTE PÚBLICO destinado a enterrar el verdadero mensaje
de Nuestra Señora y gracias al criminal silencio de quienes deberían haber
defendido su honor, las autoridades conciliares han podido, libremente,
organizar una nueva provocación a Nuestra Señora.
Con una audacia sin
límites y seguros de su dominio (temporario…), los jefes del Vaticano ocupado
quisieron, por esta construcción en el lugar mismo de las apariciones,
materializar
simbólicamente
lo que constituye sin
duda el corazón mismo del Tercer Secreto por el que tienen una profunda aversión
porque los pone directamente en causa: la confrontación entre la Iglesia
Católica que odian y la falsa iglesia, su iglesia, la iglesia conciliar
ecuménica y masónica.
En efecto, esta nueva “iglesia” recién inaugurada en Fátima representa de alguna
manera la iglesia conciliar, que surge de las entrañas de la tierra, del
infierno, para enmascarar, para eclipsar a la verdadera Iglesia (la Iglesia
Católica).
Ratzinger quiere
hacer creer al mundo que el Tercer Secreto revelado por la Virgen a Sor Lucía de
Fátima en 1917, y que debía revelarse en 1960, tendría como todo contenido una
visión profética del atentado del turco Ali Agca a Juan Pablo II en 1981: esa
sería la coronación de toda la magnífica epifanía mariana llena de misterios y
horizontes; eso sería lo que por tan trascendente debió callarse por décadas;
eso sería lo que habría instruido dramáticamente a las almas si se revelaba en
1960; eso sería lo que los mismos pseudopapas postconciliares habrían postergado
tanto tiempo.
Los ultrajes de
Ratzinger contra Nuestra Señora de Fátima, muestran más rasgos repugnantes aún.
Él interpreta las palabras “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará” en el
sentido de las palabras de Cristo: “Bienaventurados los puros de corazón porque
verán a Dios” (Mt 5, 8). Reduce así el Inmaculado Corazón de María al de
cualquier individuo que se atribuya “corazón puro”, y elimina la perspectiva de
un futuro triunfo de María misma en el mundo visible.
RATZINGER UFANO DE PUBLICAR
EL FALSO TERCER SECRETO
Fórmula de maldición de Alfredo de Hildesheim,
obispo de la abadía de Essen en el siglo IX, contra los
violadores de documentos eclesiásticos como Ratzinger
Por la autoridad de Dios todopoderoso, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y
de los santos
apóstoles,
excomulgamos y anatematizamos a todos aquellos que, a sabiendas, osaren, por
presunción o mal espíritu, violar esta decisión, y los arrancamos a todos ellos
y a sus cómplices de
la comunidad de Dios, para que no tengan parte con él ni con sus santos.
Que sus nombres sean borrados del libro de Dios y no sean inscritos con los
justos.
Que sus ojos sean
cegados, para que no vean,
que sus oídos y sus narices sean tapados, para que no oigan ni huelan;
que su gusto y tacto se les vuelvan inoperantes.
Que Dios los destruya, los haga expulsar de sus tiendas y arranque su raíz de la
tierra de los
vivientes;
que la muerte venga sobre ellos y que bajen vivos al infierno.
Que los pecadores prevalezcan sobre ellos, y que el diablo esté a su costado,
que su oración se
convierta en pecado, que sus días sean contados,
que pordioseen, que sean rechazados de sus casas,
y que los extranjeros les roben su trabajo.
Que clamen a Dios y que Dios no tenga piedad de ellos,
antes bien quite su recuerdo de la tierra;
que sean vestidos de confusión y de miedo y sean más miserables entre los
miserables y más
desesperados entre los desesperados.
Que lleven esta maldición como un traje, que ella entre en ellos como el agua, y
que sea en sus huesos
como el aceite; que se vuelva para ellos como el traje del que se cubren y como
el cinturón del que se
rodean, y que en el día del Juicio sean enviados como los primeros al fuego
eterno; que allí sus
gusanos no mueran, que su fuego no se apague, y que sean torturados sin fin con
el diablo y sus
ángeles, con el acuerdo de nuestro Jesucristo, que vive y reina para los siglos
de los siglos.
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