JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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FÁTIMA
OCTUBRE DE 1917 - OCTUBRE DE 2007 *
 

“Espíritu de mentira y de perfidia, disimulado bajo los velos del catolicismo, ha intentado poner la religión al servicio del Poder enemigo. La iglesia no tiene peores enemigos.”

San Pío X, condenando el modernismo

 

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   El 12 y 13 de octubre fue inaugurada la nueva “basílica” de Fátima en presencia de las más altas autoridades civiles y religiosas del país. Ratzinger despachó a su cómplice Bertone.

   En forma de gigantesca columna truncada, este edificio, que debe permitir encuentros ecuménicos, hace un poco pensar en la “catedral” de Evry así como a ciertos monumentos esotéricos de París.

   Este hangar espacial futurista, que no tiene nada que ver con un edificio religioso, ha sido dibujado por el arquitecto ortodoxo Alexandros Tombazis. Inmenso disco blanco muy “de alta tecnología”, de un diámetro de 125 metros, esta monstruosidad moderna de una fealdad increíble es una verdadera y voluntaria provocación contra la fe de los fieles y la santidad de los lugares.

   Nada de campanario, nada de nave ni de crucero, nada de vitraux: un plano que debe “cambiar la concepción del monumento religioso y la relación a lo divino” según Alexandros Tombazis.

Todo aquí se ha construido y dispuesto de manera simbólica.

   Como el nuevo altar delante del antiguo, esta nueva “basílica” enmascara la antigua. Así es como desde lo alto de la explanada, al nivel de la calle que lleva al santuario, no vemos más la antigua basílica, ni aún siquiera la Capelinha, la capilla de las apariciones. La nueva “iglesia” le hace cara como para mejor marcarle su oposición.

   Este horror arquitectónico, encargado por Juan Pablo II, ha sido construido sobre el lugar exacto de la place Pío XII que, de facto, no existe más: debemos hacer tabla rasa de la iglesia preconciliar, en efecto…

   La gran cruz que se hallaba al nivel de la plaza Pío XII ha sido sustituida por un inmenso “Cristo” en cruz, horroroso y todo herrumbroso, que domina la explanada. A su vista, el alma católica queda presa de un profundo sentimiento de malestar.

   Esta cruz, escogida por el Vaticano, es una verdadera mueca diabólica de Nuestro Señor. Hace frente, ella también, a la antigua basílica así como a las magníficas estatuas del Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María.

   Por esta construcción faraónica, las autoridades conciliares suprimieron deliberadamente y sin escrúpulo un tercio de él “camino de Lucía” sobre el que los peregrinos avanzaban de rodillas hacia la capilla de las apariciones. Nada detiene a quienes ocupan la Iglesia, ¡tampoco las Cosas más sagradas!

   Por delante de este edificio cilíndrico y de ambos lados de su entrada principal (hay 13 puertas en total), se encuentran dos imponentes estatuas: las de Pablo VI y de Juan Pablo II, como las columnas de Boaz y Jakin, de la guarda del templo masónico. Allí también, las estatuas de estos dos pseudopontífices conciliares (jefes emblemáticos de la nueva iglesia ecuménica) están vueltos hacia la antigua basílica (las dos iglesias se enfrentan), Simbolizando así, una vez más, la oposición entre las dos Iglesias y también el combate que ellos han sostenido contra la única y verdadera Iglesia.

   En efecto, Juan Pablo II no vaciló en descubrir sus verdaderas intenciones cuando afirmó en febrero de 1990 con motivo de la reunión plenaria de la Congregación para la doctrina de la fe, dirigida por Ratzinger, y la Congregación para la unidad de los cristianos: “Con el Vaticano II hemos entrado dentro de una época ecuménica, y bien que eso se remonte a 25 años, sólo estamos al principio, pues la tarea no es fácil. No se puede rehacer en un corto espacio de tiempo lo que se hizo en el sentido contrario a lo largo de un largo período. No podemos rehacer el camino de los siglos en algunos años. Se comprende así que el trabajo deba ser en cierto sentido lento(Osservatore Romano del 3 de febrero de 1990).

   Durante las ceremonias del 13 de octubre, Tarcisio Bertone, tras un breve discurso de ocasión leído en la capilla de las apariciones, se dirigió en procesión hacia el interior de la nueva “iglesia”, invitando así a la muchedumbre incrédula e ignorante de los fieles a seguirlo en su movimiento.

   Así es como, por primera vez, los fieles dieron la espalda a la capilla de las apariciones, a Nuestra Señora, a Nuestro Señor y a la antigua basílica donde se encuentran los cuerpos de los tres pequeños videntes para volverse hacia la nueva “iglesia”, la iglesia postconciliar, la contra-iglesia, su clero y su pontífice especialmente venido para la ocasión desde el Vaticano ocupado.

   El 28 de junio de 2000, dos días después de haber publicado junto con el cardenal Ratzinger el falso Tercer Secreto de Fátima, el clérigo Bertone reveló la intención profunda de la manipulación organizada por el Vaticano:

La industria de Fátima, que debe su prosperidad a su oposición al papa [Juan Pablo II] no lo creerá probablemente nunca… Hasta ahora, hemos dejado a los integristas seguir su trágico camino. Además del llamado fundamental a la penitencia, lo que el Vaticano mostró de importante es la refutación de la tesis principal de los integristas: el secreto no tiene nada que ver con la apostasía asociada al Concilio, al Nuevo Ordo y a los papas conciliares, como los integristas lo sostienen desde decenios. Este solo hecho valía revelar el secreto.”

   Así es como siete años después de este EMBUSTE PÚBLICO destinado a enterrar el verdadero mensaje de Nuestra Señora y gracias al criminal silencio de quienes deberían haber defendido su honor, las autoridades conciliares han podido, libremente, organizar una nueva provocación a Nuestra Señora.

   Con una audacia sin límites y seguros de su dominio (temporario…), los jefes del Vaticano ocupado quisieron, por esta construcción en el lugar mismo de las apariciones, materializar simbólicamente lo que constituye sin duda el corazón mismo del Tercer Secreto por el que tienen una profunda aversión porque los pone directamente en causa: la confrontación entre la Iglesia Católica que odian y la falsa iglesia, su iglesia, la iglesia conciliar ecuménica y masónica. En efecto, esta nueva “iglesia” recién inaugurada en Fátima representa de alguna manera la iglesia conciliar, que surge de las entrañas de la tierra, del infierno, para enmascarar, para eclipsar a la verdadera Iglesia (la Iglesia Católica).

   Ratzinger quiere hacer creer al mundo que el Tercer Secreto revelado por la Virgen a Sor Lucía de Fátima en 1917, y que debía revelarse en 1960, tendría como todo contenido una visión profética del atentado del turco Ali Agca a Juan Pablo II en 1981: esa sería la coronación de toda la magnífica epifanía mariana llena de misterios y horizontes; eso sería lo que por tan trascendente debió callarse por décadas; eso sería lo que habría instruido dramáticamente a las almas si se revelaba en 1960; eso sería lo que los mismos pseudopapas postconciliares habrían postergado tanto tiempo.

   Los ultrajes de Ratzinger contra Nuestra Señora de Fátima, muestran más rasgos repugnantes aún. Él interpreta las palabras “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará” en el sentido de las palabras de Cristo: “Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios” (Mt 5, 8). Reduce así el Inmaculado Corazón de María al de cualquier individuo que se atribuya “corazón puro”, y elimina la perspectiva de un futuro triunfo de María misma en el mundo visible.

RATZINGER UFANO DE PUBLICAR

EL FALSO TERCER SECRETO

 

Fórmula de maldición de Alfredo de Hildesheim,

obispo de la abadía de Essen en el siglo IX, contra los

violadores de documentos eclesiásticos como Ratzinger

Por la autoridad de Dios todopoderoso, del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y de los santos apóstoles, excomulgamos y anatematizamos a todos aquellos que, a sabiendas, osaren, por presunción o mal espíritu, violar esta decisión, y los arrancamos a todos ellos y a sus cómplices de la comunidad de Dios, para que no tengan parte con él ni con sus santos.

Que sus nombres sean borrados del libro de Dios y no sean inscritos con los justos. Que sus ojos sean cegados, para que no vean, que sus oídos y sus narices sean tapados, para que no oigan ni huelan; que su gusto y tacto se les vuelvan inoperantes.

Que Dios los destruya, los haga expulsar de sus tiendas y arranque su raíz de la tierra de los vivientes; que la muerte venga sobre ellos y que bajen vivos al infierno.

Que los pecadores prevalezcan sobre ellos, y que el diablo esté a su costado, que su oración se convierta en pecado, que sus días sean contados, que pordioseen, que sean rechazados de sus casas, y que los extranjeros les roben su trabajo.

Que clamen a Dios y que Dios no tenga piedad de ellos, antes bien quite su recuerdo de la tierra; que sean vestidos de confusión y de miedo y sean más miserables entre los miserables y más desesperados entre los desesperados.

Que lleven esta maldición como un traje, que ella entre en ellos como el agua, y que sea en sus huesos como el aceite; que se vuelva para ellos como el traje del que se cubren y como el cinturón del que se rodean, y que en el día del Juicio sean enviados como los primeros al fuego eterno; que allí sus gusanos no mueran, que su fuego no se apague, y que sean torturados sin fin con el diablo y sus ángeles, con el acuerdo de nuestro Jesucristo, que vive y reina para los siglos de los siglos.

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  • *  Extracto del Hildesheimer Urkundenbuch, n° 15, p. 12-13. (Traducción, Patricio Shaw)