¿RATZINGER
PROTESTANTE? ¡SÍ, Y EN UN 99%!*
Por
don Francesco Ricossa
Habría pasado inadvertida, excepto para especialistas, si la
publicación mensual «30
Giorni»
y
la semanal «Il sabbato»[1]
no le hubiesen dado destaque. Un destaque oportuno. Me
refiero a la intervención que el «Cardenal prefecto de la
Congregación para la doctrina de la Fe» Joseph Ratzinger tuvo en
Roma el 29 de enero de 1993 en el Centro Evangélico de Cultura de
la comunidad valdense local[2].
El texto íntegro de la intervención de Ratzinger y la del Prof.
Pablo Ricca valdense se puede leer en la revista «30
Giorni»,
N° 2, febrero de 1993, p. 66-73. El título elegido por la
redacción es significativo: «Ratzinger,
el prefecto ecuménico». Esta lectura debe completarse con la entrevista concedida por el
teólogo luterano Oscar Cullmann a «Il
sabbato»,
N°
8, 20 de febrero de 1993, p. 61-63, para cuya publicación la
redacción eligió un título igualmente significativo: «El hijo de Lutero y Su Eminencia».
Para los lectores de «Sodalitium»
presento un resumen de las ideas del «Cardenal» Ratzinger (que
hizo a Mons.Guérard des Lauriers el honor de «excomulgarlo»)
sobre la Iglesia y el ecumenismo. Cualquiera puede verificar las
fuentes sobre las revistas citadas y constatar si Ratzinger es
todavía católico, o bien, como aparece palmariamente, ya no lo
es más.
Cullmann
habla por boca de Ratzinger
Cuando el Papa S. León Magno, mediante sus legados, intervino en
el concilio de Calcedonia, los Padres del Concilio dijeron «Pedro
habla por boca de León».
Leyendo la intervención de Ratzinger con los valdenses y la
entrevista de Cullmann se puede decir que éste habla por boca de
Ratzinger. Las palabras son de Ratzinger, las ideas de Cullmann.
Por eso, no causa asombro que los Valdenses «estén de acuerdo en
un 99%, por no decir un 100%».[3]
¿Pero
quién es Cullmann?
Cullmann nació en 1902 en Estrasburgo, patria del reformador
protestante Bucer cuya autoridad él invoca de buena gana[4].
Alsaciano,
él ve en esto un «hecho providencial» por ser la población en
ese lugar mitad católica y mitad protestante.
Estudió teología «bajo la guía de Loisy en París»[5].
El exegeta modernista y excomulgado no fue por cierto buen maestro.
Menos todavía lo fue Bultmann, «el gran desmitificador de los
Evangelios»[6],
con quien presentó su tesis doctoral sobre la «Formgeschichte».
«Bultmann
dijo que era la mejor presentación de su Formgeschichte»[7].
En seguida se separó «radicalmente» de Bultmann, pues éste
mediaba la lectura de la Biblia por la filosofía
(existencialista), mientras Cullmann no aceptaba ninguna mediación.
Con eso Cullmann no abandona en modo alguno el método protestante
de estudio de la Escritura, y tampoco «el método de la historia
de las formas» (Formgeschichtemethode)
de Bultmann, según el cual «compete al exegeta descubrir el núcleo
esencial de la Biblia:
Cullmann lo encuentra en la historia de la salvación»[8].
Enseñó entre otros lugares en la Facultad Libre de Teología
Protestante de París (1948-72) y en la facultad Teológica
Valdense en Roma. Participó en el Concilio Vaticano II como
observador, y Pablo VI lo definió «uno de mis mejores amigos».[9]
Durante el Vaticano II, Cullmann, huésped personal del
Secretariado para la unidad de los cristianos, contribuía a
determinar la orientación bíblica, cristocéntrica e histórica
de la teología conciliar […] más recientemente Cullmann propuso
un modelo de «comunidad de Iglesias» en su libro Unidad a
través la diversidad[10],
modelo apreciado hasta por el cardenal Ratzinger en su intervención
a la iglesia valdense de Roma el 29 de enero pasado[11].
Conoció a Ratzinger durante el Concilio, estimándolo «el mejor
teólogo entre los así llamados “periti”, los
expertos… Con una reputación de progresista de avanzada»[12].
Desde
entonces los dos han mantenido correspondencia, al principio sobre
problemas exegéticos; y pronto, declara Cullmann, el carteo se
incrementó, especialmente en relación a la propuesta de mi modelo
de «unidad mediante la diversidad», una propuesta que, como ya
hemos dicho, el Cardenal ha apreciado en privado y en público.[13]
Cullmann
se alegra particularmente de una carta en la cual Ratzinger le
escribe «siempre haber aprendido» de sus estudios, «aún cuando
no estaba de acuerdo». Y Cullmann comenta esto como un estar «unidos
en la diversidad»[14].
«La obra de Cullmann […] ha de contarse entre las que
mayormente han contribuido al diálogo entre católicos y
protestantes»[15]
—no
obstante su firme persistencia en la herejía y su negación explícita
de la infalibilidad de la Iglesia Católica y del primado de
jurisdicción de Pedro y de sus sucesores[16].
Resulta
así ser un puente entre católicos y protestantes… para llevar
a los católicos a hacerse protestantes (haciéndoles creer, por
lo demás, que seguirían siendo católicos: «unidos» sí,
pero… «en la diversidad»!).
La
Conferencia con los valdenses
Como docente en Roma en la Facultad Valdense de teología, Oscar
Cullmann conoce bien los valdenses asentados en Roma. Acaso sea él
quien los recomendara a su «discípulo» Ratzinger como buen
auditorio donde exponer y lanzar sus ideas comunes.
El tema del encuentro del 29 de enero entre Ratzinger y el Prof.
Ricca (protestante valdense) era doble. Primero el del ecumenismo
en general y del Papado, enseguida, el del testimonio. Más
precisamente: que solución ecuménica dar a la cuestión del
Papado; cómo dar nuevo ímpetu al ecumenismo en crisis; cómo dar
un testimonio común.
Me
parece no traicionar el pensamiento de Ratzinger resumiéndolo en
los puntos siguientes, reservándome ulteriores comentarios más
extensos:
-
1)
El ecumenismo es necesario, fundamental, indiscutible.
-
2)
El Papado es el problema para ello.
-
3)
El ecumenismo tiene un fin último: «La unidad de las
iglesias en la Iglesia».
-
4)
Este fin último se realizará en formas que todavía nos son
desconocidas.
-
5)
El ecumenismo tiene también un fin próximo, «una etapa
intermedia» cuyo modelo es «la unidad en la diversidad» de
Cullmann.
-
6)
esta etapa intermedia se realiza mediante un continuo «retorno
a lo esencial»…
-
7)
… favorecido por una reciproca purificación entre las
iglesias.
El
Ecumenismo
«El ecumenismo es irreversible», ama repetir Karol Wojtyla.
Joseph Ratzinger va más allá:
Dios es el primer agente de la causa ecuménica […] el
ecumenismo es más que nada una actitud fundamental, un modo de vivir el cristianismo. No
es un sector particular, al lado de otros sectores.
El deseo de la unidad, el empeño por la unidad pertenece a la estructura del mismo acto de fe
porque Cristo vino para reunir en conjunto a los hijos de Dios que
estaban dispersos[17].
El «ecumenismo» (o «reunión de los cristianos», según PíoXI)
no es concebido como «el retorno a los disidentes a la única y
verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se
alejaron»[18],
no
es tampoco un método, o una iniciativa más, de la actividad de
la Iglesia. Él es fundamento de la vida cristiana y elemento constitutivo del acto de fe.
No se puede ser fiel sin ser ecumenista (para Ratzinger); no se
puede ser fiel si se es ecumenista (para Pío XI):
Cuantos sustentan esta opinión, no solo yerran y se engañan,
sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su
concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y
ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a
tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión
revelada por Dios.[19]
Lúcidamente, el valdense Ricca expone el problema (sin que
Ratzinger lo contradiga):
«La crisis del ecumenismo sustancialmente se debe al hecho de que
las iglesias no han cambiado bastante con motivo del
ecumenismo.[…] Porque el ecumenismo por cierto exige, con la
paciencia de que hablaba el cardenal Ratzinger, cambios profundos.
Aun cierto punto, o cambia la iglesia o el ecumenismo
entra en crisis.[…] Se entiende que este discurso vale para todas las iglesias»[20]
En definitiva: o perece la Iglesia, y vive el ecumenismo; o vive
la Iglesia y perece el ecumenismo (puesto que mudar
sustancialmente, para la Iglesia, es perecer). Ora el ecumenismo
es irreversible: por ende la «Iglesia» (como es ahora, y máxime
como era antes del Concilio) debe perecer. De aquí la cuestión
del Papado, que debe cambiar con la Iglesia, o perecer.
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