¿RATZINGER
PROTESTANTE? ¡SÍ, Y EN UN 99%! - pag. 2
Por
don Francesco Ricossa
El
Papado, «el mayor obstáculo para el ecumenismo»
Pablo VI dixit. Lo recuerda con complacencia el herético Ricca:
El Papado, se sabe, es un nudo crucial de la cuestión ecuménica,
porque por un lado funda la unidad católica y por el otro, por
expresarme un poco brutalmente, impide
la unidad cristiana
[léase: el ecumenismo N. del A.]. Esto lo ha reconocido muy
corajudamente, debo decir, el papa Pablo VI en un discurso del 1967, en el cual, justamente, dijo (creo que es el
único Papa que lo haya dicho) que el Papado es el mayor obstáculo
para el ecumenismo. Un nobilísimo discurso [¡lo dice un herético!
N. del A.] entre otras cosas no solamente por esta afirmación,
sino por todo el conjunto. Aquí nos encontramos, pues, con el
Papado, ante una verdadera y propia impasse.[21]
Por ende, si un dogma de Fe (sólo Ricca recuerda que se trata de
un dogma) que por añadidura «es el fundamento de la unidad católica»
es un obstáculo, y lo que es más, es el obstáculo para
el ecumenismo, entonces Pablo VI, Ratzinger y todos nosotros
deberemos concluir que el ecumenismo debe perecer. Porque es
imposible que una verdad revelada por Cristo para fundar la
unidad querida por Cristo pueda ser el obstáculo… ¡para la
unidad! [De hecho el Papado no es obstáculo, sino el único
medio para tener parte en la unidad de la única Iglesia: «en
esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que
no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de
Pedro y de sus legítimos sucesores»[22]].
Ratzinger lo sabe y no puede hablar libremente como su «colega»
(como él llama a Ricca).
Al principio, por ende, usa rodeos:
Yo pienso que el Papado es sin duda el síntoma más palpable de
nuestros problemas, pero sólo se lo interpreta bien si se lo
encuadra en un contexto más amplio. Por eso pienso que,
confrontado inmediatamente [como lo era aún en el «libreto»
del encuentro N. del A.] no conceda fácilmente una vía de
salida.[23]
En definitiva: si se habla del Vaticano I, la utopía ecuménica
muere al nacer, los equívocos se disipan, Cullmann mismo no
estaría más de acuerdo, los verdaderos católicos caerían en
la cuenta. Por eso, se bicicletea[24]
y se lanza la fórmula de Cullmann: «Unidad en la diversidad»
(volveremos sobre esto).
Pero a la larga debe abordar el problema del Papado. ¿Y qué
propone? No por cierto el primado de jurisdicción que la Fe
atribuye al Papa.
Según nuestra Fe el ministerio de la unidad está confiado a
Pedro y a sus sucesores[25].
¿Pero en qué consiste este «ministerio de la unidad?»
Ratzinger no lo dice.
Para la Iglesia
consiste en el primado de jurisdicción (autoridad) del
Papa sobre todos y cada uno de los fieles.
Para Cullmann consistiría
a lo sumo (¡qué bondad la suya!) en un primado de honor[26]:
Considero el servicio petrino un carisma de la Iglesia católica,
del cual aún nosotros protestantes deberemos aprender.
Así declara a «Il sabbato»;
pero tiene más que decir:
El Papa es obispo de Roma y en cuanto tal se le podría conceder
una presidencia en aquella «comunidad de las iglesias» que he
proyectado. Personalmente vería un papel suyo como garante de
la unidad. Se lo podría aceptar si no tuviese la
jurisdicción sobre toda la cristiandad sino un primado de honor».[27]
Para Ricca,
hay
tres posibilidades:
O el Papado sigue y seguirá siendo […] más o menos lo que es
hoy […] y entonces debemos pensar que, para hablar con
exactitud, la unidad será un don final que se nos dará cuando
Cristo vuelva [es decir: «¿Nosotros bajo el Papa? ¡Nunca, y más
tarde tampoco, nunca!» N. del A.]. La segunda posibilidad es
que el Papado cambie. Que cambie en una suerte de reconversión
ecuménica del Papado. […] Hasta ahora he estado al servicio
de la unidad católica; de ahora en más me pongo al servicio de
la unidad cristiana[…] [Papa = presidente de una nueva iglesia
ecumenista N. del A.].
La tercera hipótesis, en cambio, es que el Papa siga siendo lo
que es, pero no se proponga como centro y fulcro de la unidad
cristiana, sino simplemente como centro de la unidad católica.
[…] Las iglesias podrían […] reconocerse recíprocamente
como iglesias de Jesucristo, realmente unidas entre sí y
realmente diversas entre sí, dándose una cita periódica
en un Concilio verdaderamente universal […] [Papa = jefe de
una iglesia cristiana entre las otras unidas en un consejo ecuménico
N. del A.][28].
Para Ratzinger,
¿en qué consiste el papel del Papa? Lo he dicho: calla, o
mejor, no corrobora la fe católica (primera hipótesis de Ricca)
y deja entrever la tercera hipótesis como etapa intermedia y la
segunda como meta final. Por el momento, recuerda como «las
iglesias ortodoxas»
(heréticas y cismáticas, N. del A.) «no
deberían cambiar en su interior mucho, casi nada, en el caso de
una unidad con Roma»[29]
«y
que en la sustancia»,
esto
«vale no solamente para las iglesias ortodoxas, sino aún para las
nacidas en la Reforma»[30]
al
punto que él estudió, con amigos luteranos, varios modelos
posibles de una «Ecclesia
catholica confessionis augustanæ» («Iglesia Católica de confesión augustana», esto es, que sigue
las herejías protestantes de la «Confesión augustana»,
suerte de «credo» protestante presentado por el heresiarca
Melanchton a Carlos V)[31].
¿No se asemeja todo esto a las propuestas (heréticas) de
Cullmann y de Ricca (versión segunda)? Tendremos una Iglesia
presidida por el «Papa», con una rama «ortodoxa» que sigue
siendo tal y una rama protestante inalterada. Por otra parte,
para Ratzinger, los «ortodoxos» (y, mutatis
mutandis,
los protestantes) «tienen
un modo diverso de garantizar la unidad y la estabilidad en la
fe común, diverso del que tenemos nosotros en la Iglesia católica
de Occidente»
(esto es, para los «ortodoxos», liturgia y monaquismo)[32].
Ahora bien, ¿quién no ve que la liturgia y el monaquismo entre
los «Ortodoxos» (como la Biblia entre los protestantes) no
bastan en modo alguno para garantizar la unidad y la Fe? ¡El
hecho es que, pese a la liturgia, el monaquismo y la Biblia
ellos son cismáticos (sin unidad) y heréticos (sin fe)! ¡Querer
reducir los dogmas de fe y la acción para preservarlos con la
condena del error (por nosotros institucionalizada en el S.
Oficio cuyo Prefecto es el Papa) con características peculiares
no de la Iglesia Católica
= universal, sino de una rama suya occidental (y romana), es
aberrante! Y no son por cierto las citas del teólogo «ortodoxo»
Meyendorf (que critica el universalismo en su forma
romana,
criticando también, como dice, el regionalismo como se ha
formado en la historia de las iglesias ortodoxas»[33]
que dan al «prefecto ecuménico» una patente de catolicidad.
Meyendorf, en el fondo, repropone la aberración de Ricca: las
iglesias, todas las iglesias, aún la Católica, deben cambiar
profundamente para asegurar el ecumenismo.
En definitiva, Pío XI había metido el dedo en la llaga cuando
escribió (se diría que hablaba de Cullmann):
Hay quienes afirman y conceden que el llamado Protestantismo ha
desechado demasiado desconsiderablemente ciertas doctrinas
fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo
ciertamente agradables y útiles, los que la Iglesia Romana por
el contrario aún conserva; añaden sin embargo en el acto, que
ella ha obrado mal porque corrompió la religión primitiva por
cuanto agregó y propuso como cosa de fe algunas doctrinas no sólo
ajenas sino más bien opuestas al Evangelio, entre las cuales se
enumera especialmente el Primado de jurisdicción que ella
adjudica a Pedro y a sus sucesores en la Sede Romana. En el número
de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que
conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o alguna
jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que
desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los
fieles. Otros en cambio aún avanzan a desear que el mismo Pontífice
presida sus asambleas las que pueden llamarse «multicolores».
Por lo demás, aun cuando podrán encontrarse a muchos no católicos
que predican a pulmón lleno la unión fraterna en Cristo, sin
embargo, hallaréis pocos a quienes se les ocurra que han de
sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando enseña o
manda y gobierna.[34]
Como se ve, de 1928 hasta hoy, los Protestantes no han dado un solo paso adelante,
mientras habríamos debido ver cualquier cosa menos la presencia
del «Papa» en los «congresos multicolores» de los acatólicos.
Fin
último: la unidad de la Iglesia
Pero volvamos a Ratzinger. Por no abordar el problema del
Papado, inicia el discurso con el ecumenismo. En él «la
finalidad última es, obviamente, la unidad de las iglesias en
la Iglesia única»[35].
Es
«la unidad de la Iglesia de Dios al a cual tendemos»[36].
El fin hacia el cual Ratzinger nos quiere dirigir es falso en su
punto de partida. Si la «Iglesia es única», ¿qué tienen que
hacer «las iglesias»? Esta «única Iglesia», ¿es o no es la
Iglesia Católica? ¿O acaso la Iglesia Católica es una de las
«iglesias» que deben, en un futuro, unirse (siempre más) en
la «Iglesia única»? En el primer caso (Iglesia única =
Iglesia Católica): el fin ya se ha alcanzado, la Iglesia ya es
«una», el ecumenismo no tiene otra finalidad que la abjuración,
por parte de los heréticos y cismáticos, de sus errores, y las
«iglesias» son solo sectas y conventículos que no deben
unirse sino desaparecer.
En
el segundo caso (Iglesia única = unión más o menos estrecha de
«iglesias» más o menos diversas) Ratzinger nos propina el
error condenado por Pío XI en «Mortalium
animos»:
Y
aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión
de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual
tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los católicos
que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias
cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi
infinitas veces las palabras de Cristo: «Sean todos una misma
cosa… Habrá un solo rebaño, y un solo pastor» (Jn XVII,
21; X, 16), mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo
significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que
todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad
de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única
Iglesia
de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni
siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez
algún día se consiga, mediante la concorde impulsión de las
voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como
un ideal. Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia
naturaleza, está dividida en partes; esto es, se halla compuesta
de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de
otras,
y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque
discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos
exactamente que las otras.
¿Puede
explicarse el «prefecto ecuménico»? Para él, ¿existe ya la
única Iglesia de Cristo, y ésta es la Iglesia Católica, o no?
¿Cómo
será la Iglesia del futuro?
Lamentablemente
temo que ya se haya explicado. El fin último (la unión en la
Iglesia de las iglesias) está en el futuro, un futuro lejano
y… desconocido.
«Esta
meta, pues, la de cada trabajo ecuménico, es llegar
a la unidad real de la Iglesia [¿que ahora no existe? ¿Que es sólo aparente?¿Irreal?
N. del A.], la cual implica pluralidad de formas que no podemos todavía definir»[37].
Y
en otra parte: «Yo no osaría por el momento sugerir para el
futuro realizaciones concretas, posibles y pensables»[38].
Ricca,
muy protestantemente, ha apreciado mucho estas expresiones de
Ratzinger. Porque coinciden con su pensamiento. Después de
haber recordado los ocho siglos de luchas entre valdenses y católicos,
Ricca añade:
Entonces,
¿por qué estamos juntos? Estamos juntos porque, si es verdadero
que sabemos bien quiénes somos, y bastante bien quiénes hemos
sido, en cambio no
sabemos todavía quiénes seremos. Y la misma reserva del
cardenal al no proponer modelos, esto es, exactamente, al no
saber, es precisamente la actitud que, en el fondo, nos liga.[39]
¡Unidos,
valdenses y secuaces del Vaticano II, en no saber cómo será la
Iglesia! (Porque, como explica Ricca, o las iglesias cambian o
el ecumenismo muere). Que un protestante se reconozca en la idea
de una futura Iglesia desconocida, pase. ¿Pero un católico? ¿Cómo
se concilia todo eso con la indefectibilidad de la Iglesia? ¿Qué
otro modelo de Iglesia se puede proponer a los protestantes si no
el querido por Cristo y fundado sobre Pedro? ¿Cómo puede un «cardenal»
no saber cómo debe ser la Iglesia, cuando Cristo la ha fundado
hace dos mil años?
Se
diría que Ratzinger tiene de la Iglesia la concepción que
Teilhard tiene de ella: que la Iglesia no existe… todavía;
está en evolución… hacia su punto Omega, la meta final del
ecumenismo.
a
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