JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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¿RATZINGER PROTESTANTE?
¡SÍ, Y EN UN 99%! - pag. 3

Por don Francesco Ricossa

La unidad en la diversidad

   La Iglesia, entonces, será una (en la pluralidad de formas). En el futuro. Dios solo sabe cuando. ¿Y mientras tanto? Mientras tanto hay «un tiempo intermedio»[40]: «unidad en la diversidad».

   Este modelo —explica Ratzinger— se podría expresar a mi entender con la fórmula bien conocida de la «diversidad reconciliada», y sobre esto punto me siento muy cerca de las ideas formuladas por el apreciado colega Oscar Cullmann.[41]

   Cuál es el modelo Cullmann, ya lo hemos visto. Cómo lo propone Ratzinger, lo veremos enseguida. Baste decir que Ricca ha comprendido volando:

   Deseo ante todo declarar que, respecto de lo recién dicho por el Cardenal Ratzinger, estoy de acuerdo en un 99% por no decir un 100%. Digo más: me alegro y mi complazco. Sobre esta base se puede construir: el mismo concepto de diversidad reconciliada, como Uds. saben, es de matriz luterana.[42]

   Ratzinger, por lo tanto, nos quiere conducir a una desconocida iglesia multiforme partiendo de un fundamento de matriz luterana.

Retorno a lo esencial.

   ¿Pero cómo se realiza, concretamente, esta «diversidad reconciliada»? No se trata, advierte Ratzinger, de «estar contentos con la situación que tenemos», de resignarnos estáticamente a ser diversos[43].

   Hace falta, en cambio, perseverar dinámicamente andando juntos, en la humildad que respeta al otro, aún donde la compatibilidad en doctrina o praxis de la iglesia no se ha obtenido todavía; consiste en la disponibilidad a aprender del otro y a dejarse corregir por el otro, en la dicha y gratitud por las riquezas espirituales del otro, en una permanente esencialización de la propia fe, doctrina y praxis, para siempre de nuevo purificarla y nutrirla de la Escritura, teniendo la mirada fija en el Señor…[44]

   ¡Cuántos contrasentidos en pocas líneas!

   ¿Cómo se puede «andar juntos» si se piensa y se actúa de modo diverso?

   ¿Cómo puede la Cátedra de la Verdad —la Iglesia de Cristo— aprender (alguna cosa que ya no conocería) y por añadidura prestarse a ser corregida por los herejes? ¿Cómo se puede «respetar» la herejía y el cisma, es decir el pecado? Porque es en cuanto heréticas y cismáticas que las sectas protestantes u «ortodoxas» se distinguen de nosotros.

   Y por fin, ¿qué significa «esencializar» (¡permanentemente!) la fe? La idea está en el centro del pensamiento de Ratzinger (y más también): la busca del Wesen, de la esencia del cristianismo, es una busca típica de la teología alemana de hace más de un siglo a esta parte. Baste pensar en las obras de L. Feuberbach (1841), de A. Harnack (1900), de K. Adam (1924), de R. Guardini (1939), de M. Eschmans (1947), y en la reciente propuesta de K. Rahner acerca de una formulación sintética del mensaje cristiano. Análogamente a las tentativas arriba recordadas, la busca de Ratzinger sobre la esencia del cristianismo lleva claramente la impronta del tiempo en el cual nació, tiempo que en cada vez más partes se designa es como «la edad post-cristiana de la fe», caracterizada no tanto por la negación de ésta o aquélla otra verdad de fe, cuanto más bien por el hecho de que la fe en su complejo parece haber perdido su mordiente, su capacidad de interpretar el mundo, frente a otras visiones que parecen dotadas—si no de otra cosa— de mayor eficacia operativa.[45]

   En realidad, cada tentativa de «esencializar» la fe arriesga destruir la Fe misma. Contra los ecumenistas ya escribía Pío XI:

   Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquella diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente con de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original, como, por ejemplo, al misterio de la Augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible de Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor. No porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?[46]

   Ratzinger no explica claramente qué sería lo esencial de la fe, y que es, en cambio, «superestructura» (para Ardusso[47],sería esencial «presentarse como la iglesia de la fe al total servicio de los hombres que se liberan de superestructuras que les ofuscan la autenticidad del rostro»).

   En su réplica conclusiva, él precisa sin embargo que su «pensamiento coincide con el del Profesor Ricca»[48] sobre la «palabra «esencialización». Debemos realmente retornar al centro, a lo esencial, o, con otras palabras: el problema de nuestro tiempo es la ausencia de Dios y por eso el deber prioritario de los Cristianos [juntos: católicos y acatólicos, N. del A.] es testimoniar al Dios viviente»[49]. Seguramente así los cristianos de todos los tipos (¡o casi!) estarán de acuerdo sobre el mínimo que es la existencia de Dios, «la realidad del juicio y de la vida eterna»[50]; y este «imperativo», por fuerza, «une», porque «todos los cristianos están unidos en la fe de este Dios que se ha revelado, encarnado en Jesucristo»[51]. (Para la condena de esta idea de un testimonio común consúltese siempre Mortalium Animos).

Recíproca purificación.

   ¿Pero cómo se da, en la práctica, la continua «esencialización» (que Congar —recuerda Ricca — llamaba «ressourcement»)?

   Para Ratzinger este proceso, positivo, viene de las otras «iglesias». La Iglesia Católica sería así continuamente purificada… por parte de las sectas heréticas. Por lo cual, en espera de la unidad (multiforme), es bueno que haya diversidad (reconciliada).

   «Oportetet haereses esse» dice San Pablo. Quizás no estamos todavía todos maduros para la unidad y necesitamos la espina en la carne, que es el otro en su alteridad, para despertarnos de un cristianismo mermado, recortado. Quizás es nuestro deber ser espina el uno para el otro. Y existe un deber de dejarse purificar y enriquecer por lo otro. […] Aún en el momento histórico en el cual Dios no nos da la unidad perfecta, reconocemos al otro, al hermano cristiano, reconocemos las iglesias hermanas, amamos la comunidad del otro, nos vemos juntos en un proceso de educación divina en la cual el Señor usa las diversas comunidades una para otra, para hacernos capaces y dignos de la unidad definitiva»[52].

   Por ende, según Ratzinger Dios querría las «herejías» (mientras sólo las permite, como permite el mal); y lo que es más, Dios quiere, provisoriamente, las divisiones, las diversas comunidades, para que una perfeccione a la otra. La Iglesia Católica estaría por ende «despertada» «purificada», «enriquecida» y no más «mermada» gracias a las sectas heréticas de que se sirve el Señor. Y viceversa, la Iglesia Católica desempeñaría la misma función en las confrontaciones con las otras iglesias. Todas, dialécticamente, en marcha hacia la indefinida unidad futura de una Iglesia desconocida que resultará de este proceso.

   Modelo, pero solo modelo, de esta Iglesia futura es la Iglesia primitiva, la cual estaba unida «en los tres elementos fundamentales: Sagrada Escritura, regula fidei, estructura sacramental de la Iglesia y además, era diversísima»[53]. ¿No estaba unida también bajo el magisterio y el gobierno del Papa? Y, aún en las diversidad locales, ¿no había la misma fe, cosa que no se da con los protestantes y los ortodoxos?

   Ratzinger nos pide adherir a una iglesia futura desconocida modelada sobre una iglesia antigua falseada para abandonar, en realidad, la Iglesia eterna e inmutable de Cristo.

Conclusión: Pío XI juzga a Ratzinger.

   Si Ratzinger no sabe hacia qué modelo futuro van estas iglesias «espina-en-la-carne» que se «esencializan» unas con otras, se lo dirá Pío XI. El Papa se pronunció en aquélla encíclica que Ratzinger mismo osó declarar conforme al Vaticano II (!): «Mortalium animos».

   La teoría ecumenista, o pancristiana como se decía entonces, «allana el camino al naturalismo y al ateismo»; prepara «una pretendida religión cristiana que dista mil millas de la única Iglesia de Cristo» «es el camino al menosprecio de toda religión o indiferentismo, y al modernismo» «es una estupidez y una bestialidad». Pero no echemos a Ratzinger toda la culpa. Él no es sino el fiel interprete del Vaticano II, como por otra parte Karol Wojtyla. Es ése el cuerpo extraño que hay que expeler y que las fuerzas sanas de la Iglesia, esposa de Cristo, indudablemente rechazarán. En cuanto a nosotros, queremos pertenecer a la Iglesia Católica y no a las elucubraciones heterodoxas de Oscar Cullmann y de su discípulo (diversamente unido y unidamente diverso) Joseph Ratzinger.

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PORTADA


[40] Ibid., p. 66.

[41] Ibid., p. 67

[42] Ibid., p. 69.

[43] Ibid., p. 68.

[44] Ibid., p. 68.

[45] Ardusso, op. cit., p. 457.

[46] Mortalium animos.

[47] op. cit. p. 458.

[48] 30 Giorni», p. 72.

[49] Ibid., p. 73.

[50] Ibid.

[51] Ibid.

[52] Ibid., p. 68.

[53] Ibid., p. 66