JOSEPH RATZINGER: ¿QUIÉN ES?
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SALVEMOS LA CRIATURA*
Reverendísimo Monseñor Donald J. Sanborn

   En un discurso a la Curia, Benedicto XVI hace intentos desesperados –sin excluir la blasfemia— para salvar a su criatura, el Vaticano II, de la acusación de discontinuidad con el pasado.

INTRODUCCIÓN

   Revelador discurso dirigió Benedicto XVI a los miembros de la Curia el 22 de diciembre de 2005[1]. Les recordaba los eventos del año, uno de los cuales era el cuadragésimo aniversario del cierre del Concilio Vaticano Segundo el 7 de diciembre de 2005.

   En su habitual estilo oscuro y afecto a circunloquios, Ratzinger admitió que los efectos del Concilio fueron en gran escala la confusión y la convulsión. Citó el comentario de San Basilio a lo sucedido tras el Concilio de Nicea. Haciendo una analogía con una batalla naval, el Santo dice: «El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe...»[2]. Ratzinger luego brinda una explicación del desastre: que el Concilio tiene dos interpretaciones[3], de las cuales una es mala y otra buena.

La «mala» interpretación del Vaticano II

   La mala interpretación, dice él, sería una de discontinuidad y ruptura. Acusa de ella a los medios de comunicación y a ciertos teólogos modernos. Señala que los partidarios de esta interpretación ven insuficiente lo que hizo el Vaticano II y excesivo lo que retuvo del pasado. Y lo interpretan como una nueva Constitución de la Iglesia que eliminó la antigua.

   Ratzinger se distancia de esta interpretación, diciendo: «La hermenéutica de la discontinuidad corre el riesgo de acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar». Una tal ruptura es «el cuco» para los modernistas. Porque saben que si el Vaticano II siquiera aparentara ser una ruptura con lo precedente, fracasarán ruinosamente en todo lo que llevan emprendido. Lo que es más, tendrían razón los sedevacantistas, hoy relegados a los confines del sistema solar teológico. Roncalli, Montini, Luciani, Wojtyla y Ratzinger se irán a pique históricamente junto con los falsos papas del Gran Cisma de Occidente y los demás charlatanes eclesiásticos similares que cayeron en el absurdo haciéndose los papas reales sin serlo.

   Pero la historia es implacable en sus juicios, y pasada la propaganda y la euforia de una determinada época, y su pensamiento políticamente correcto, fácilmente se reajusta el balance. Los modernistas están jugándose el todo por el todo históricamente, sabedores de que serán completos en ganar o en perder. Un estado o una nación puede pasar por cambios políticos sin perder su identidad, pero una Iglesia dos veces milenaria que se declara fundada por Jesucristo y dotada la misma naturaleza y constitución que Él le dio, no puede pasar por ningún cambio sustancial en sus doctrinas, disciplinas, ni culto. Todos los que han ensayado tales cambios fueron enviados al patíbulo teológico: Arrio, Eutiques, Nestorio, Lutero, Cranmer, los modernistas.

   Empeñado en salvar a esta raza del exterminio, Ratzinger ofrece una solución que salve su Concilio, que para él equivale a su criatura. Porque fue él quien, juntamente con los archimodernistas Rahner y Küng, trabajó incansablemente en el Concilio, diciendo a sus obispos modernistas europeos qué pensar y hacer mientras llenaba las mentes en blanco de los obispos ignorantes e indecisos con teología modernista mediante un  boletín diario. Aprovecharon la ocasión y ganaron. Küng dijo que en el Concilio consiguieron mucho más de lo que hubieran imaginado jamás.

La «buena» interpretación del Vaticano II:
Venia para contradecir todo el dogma católico

   De manera que en su discurso Ratzinger brega por salvar el Concilio. Requiere la interpretación correcta del mismo, que sería la interpretación de la reforma.

   Y habilidosamente propone un modo de emplazar toda la enseñanza tradicional de la Iglesia en el canasto de residuos. Se la conoce como historicismo. Sostiene que la Iglesia siempre persiste en sus principios fundamentales, pero la aplicación histórica de los mismos puede cambiar de época a época:

   «Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad debíamos aprender a captar más concretamente que antes que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes —por ejemplo, ciertas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia— necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable.»

   Lo que esta palabrería significa es que las decisiones pasadas de la Iglesia se basaron en circunstancias pasajeras. Según cambian las circunstancias, así pueden cambiar las decisiones de la Iglesia. Él cita la reacción muy negativa del Papa Pío IX (1846-1878) al liberalismo como un caso típico. Dicha reacción estuvo justificada —según Ratzinger— porque los principios de la Revolución Francesa fueron demasiado radicales para dejar cabida a la práctica de la religión.

   Pero ahora entendemos mejor. Así como el mundo moderno ha moderado su odio a la religión, así le hizo falta a la Iglesia —según él— moderar su actitud ante el mundo moderno. «Era necesario aprender a reconocer que, en esas decisiones, sólo los principios expresan el aspecto duradero, permaneciendo en el fondo y motivando la decisión desde dentro. En cambio, no son igualmente permanentes las formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden sufrir cambios [énfasis añadido]

   De un lance, Ratzinger relativiza cuanta decisión haya tomado la Iglesia. No queda decisión doctrinaria ni condena de error cuya validez sea permanente: cada una puede y debe cambiar al ritmo de las circunstancias históricas. Esta afirmación, por sí sola, da a los modernistas venia para alterar cualquier declaración pasada de la Iglesia. Somete la enseñanza de la Iglesia a una perpetua evolución.

   Ratzinger usó este historicismo en la Declaración Conjunta con los luteranos para echar por la borda las decisiones del Concilio de Trento, relegando las condenas solemnes a meras «advertencias saludables». Otro tanto se hizo en el caso de las doctrinas de Antonio Rosmini condenadas por León XIII. En su contexto histórico —se dice— era correcto condenarlas. Pero ahora entendemos mejor, y podemos levantar las condenas.

La blasfemia de Ratzinger contra los mártires

   Es así como el Vaticano II aprobó el 7 de diciembre de 1965 el decreto sobre la libertad religiosa, el cual —dice Ratzinger— «recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia». ¿Qué es este «patrimonio más profundo»? Pues esto: que los mártires morían por la libertad religiosa. «Los mártires de la Iglesia primitiva murieron por su fe en el Dios que se había revelado en Jesucristo, y precisamente así murieron también por la libertad de conciencia y por la libertad de profesar la propia fe, una profesión que ningún Estado puede imponer, sino que sólo puede hacerse propia con la gracia de Dios, en libertad de conciencia.»

   A Ratzinger le gustaría que creyéramos que la libertad de conciencia que exigían los mártires para adherir a la única fe verdadera, la Católica Apostólica Romana y profesarla, es la misma libertad de conciencia y profesión que el Vaticano II reivindicó. Así, pues, él «salva» al Vaticano II adjuntándolo a los primeros mártires. Suena maravilloso, ¿no?

   Pamplinas. El Vaticano II no reivindica el derecho de libertad religiosa para la Fe Católica solamente, sino para toda religión. «Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.»[4] «A las comunidades religiosas les compete igualmente el derecho de que no se les impida por medios legales o por acción administrativa de la autoridad civil la elección, formación, nombramiento y traslado de sus propios ministros, la comunicación con las autoridades y comunidades religiosas que tienen su sede en otras partes del mundo, ni la erección de edificios religiosos y la adquisición y uso de los bienes convenientes.»[5]

   ¿De veras espera Ratzinger que creamos que San Pedro fue martirizado por el derecho de los romanos a ofrecer pollos muertos a Júpiter sin impedimento? ¿O que San Justino aceptó la muerte en testimonio del derecho de los adeptos de Mitra a sacrificar su toro sagrado?[6]

   Escuchemos a Pío XII: «lo que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno, ni a la existencia, ni a la propaganda ni a la acción»[7].

   Escuchemos al Papa Pío IX: «Y contra la doctrina de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres, [los seguidores del naturalismo] no temen afirmar que “el mejor gobierno es aquél en el cual no se reconoce al poder político la obligación de reprimir con sanciones penales a los violadores de la religión católica, a no ser cuando la tranquilidad pública lo exija”.»[8]

   Ratzinger y otros apologistas del Vaticano II procuran justificar las doctrinas heréticas del Concilio atinentes a la libertad religiosa intentando confundir el derecho a la libertad religiosa de profesar la única fe verdadera con un derecho a profesar absolutamente cualquier religión. Esto es una mentira bellaca, y lo saben bien.

   Escuchemos al Papa León XIII: «La libertad de culto considerada en relación a la sociedad se basa en el concepto de que el Estado, aún en una nación católica, no está obligado a profesar ni favorecer ninguno; debe ser indiferente con respecto a todos y tenerlos en cuanta como jurídicamente iguales. No se trata, pues, de aquella tolerancia de hecho que en circunstancias dadas puede concederse a los cultos disidentes, pero sí de reconocer a éstos los mismos derechos que compiten a la única verdadera religión que Dios constituyó en el mundo y distinguió con caracteres y signos bien claros y definidos para que todos pudiesen reconocerla como tal y abrazarla. Y así, una libertad de este tipo coloca en el mismo plano la verdad y el error, la fe y la herejía, la Iglesia de Jesucristo y cualquier institución humana: con ella se establece una deplorable y funesta separación entre la sociedad humana y Dios que es su autor; se llega por fin a la triste consecuencia que es el indiferentismo del Estado en materia de religión, o, lo que es lo mismo, su ateísmo[9]

   Escuchemos a Pío VII: «Por el mismo hecho de establecerse la libertad de todos los cultos sin distinción, se confunde la verdad con el error, y se pone en el rango de las sectas heréticas y hasta de la perfidia judaica a la Esposa santa e inmaculada de Cristo, la Iglesia fuera de la cual no puede haber salvación. […] Es implícitamente la herejía desastrosa y por siempre deplorable que San Agustín menciona en estos términos: “Afirma que todos los herejes están en el buen camino y dicen la verdad. Absurdidad tan monstruosa que no puedo creer que una secta la profese realmente”[10]

   La blasfemia de Ratzinger salta a la vista. Según él, los primeros mártires murieron por una doctrina que es «contra la doctrina de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres» (Pío IX), y que es «el ateísmo del Estado» (León XIII); murieron por una «herejía desastrosa y por siempre deplorable» (Pío VII). Menos blasfemo habría sido Ratzinger diciendo que murieron por el derecho de fornicar, adulterar, o hasta abortar.

Ratzinger no es para tomarlo en serio

   ¿Cómo puede esperar Ratzinger que lo tomemos en serio cuando trata de barrer esta enseñanza de León XIII y otros Papas y hasta todos los Papas previos como si hubiera sido una reacción a una coyuntura histórica peculiar? ¿Acaso tales enseñanzas no son principios morales generales presentados a nosotros de manera calma y razonable por esos Pontífices Romanos? El intento de Ratzinger de descartarlos mediante el historicismo terminará en el fracaso.

   Y digo terminará en el fracaso, puesto que millones defenderán todo lo que salga de su boca antes que enfrentar el espectro del sedevacantismo. Ratzinger podrá oficiar Misa desnudo, pero ellos dirán que lleva espléndidos atuendos tradicionales. Esta ceguera voluntaria no pasará la prueba del tiempo, pese a todo.

Admisión de que el Vaticano II contradice la enseñanza de la Iglesia

   Ratzinger prosigue: «El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas» [énfasis añadido]. Tenemos por fin una admisión de ellos mismos de que el Vaticano II contradice la enseñanza pasada de la Iglesia. Él trata de justificarlo del siguiente modo: «pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos». En otras palabras, «pese a que la enseñanza constante de Pío VI, Pío VII, Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Pío XI y Pío XII ha sido arrojada a la basura por el Vaticano II, todavía podemos considerarnos católicos.»

   Ratzinger se regodea en este enfoque mediano del Vaticano II, y es extenso en encarecerlo: «Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al Concilio Vaticano II: si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia.»

Los frutos del Vaticano II

   ¿Volver con gratitud nuestra mirada? ¿De veras? Miremos a los frutos del Vaticano II. Un cierto Padre C. J. Mc Closkey, en un artículo titulado «The Church in the US»[11] («La Iglesia en los Estados Unidos»), da estadísticas de los últimos cuarenta años:

   «Miremos primero a los números en EE. UU. En 1965, al final del Concilio, había 58.000 sacerdotes. Ahora hay 41.000.[12] En 2020, de mantenerse la actual tendencia (y no hay signo de ningún resurgimiento de vocaciones), sólo habrá 31.000, de los cuales la mitad tendrán más de 70 años. Por dar un ejemplo, yo fui ordenado en 1981 a los 27 años de edad. Hoy, a los 52, todavía puedo asistir a los encuentros de sacerdotes y ser uno de los más jóvenes. En 1965 fueron ordenados 1575 nuevos sacerdotes. En 2005, el número fue de 454, menos del tercio, y recordemos que en EE. UU. la población católica aumentó de 45,6 millones en 1965 a los 64,8 millones de 2005, un aumento de casi el 50%. El Venerable Juan Enrique Newman decía: «El crecimiento es la única evidencia de vida». Según su definición, la Iglesia en los Estados Unidos ha estado y sigue estando en abrupto declive. He aquí que es muy claro que ha habido un abrupto declive en el número de los seminaristas a lo largo de este período de tiempo. Entre 1965 y 2005, el número de seminaristas cayó de 50.000 (de los cuales unos 42.000 estaban en escuelas secundarias y universidades, y unos 8.000 ya tenían un título terciario) a los aproximadamente 5.000 de hoy: una caída del noventa por ciento.

   «Los religiosos y las religiosas (que tomaban votos) han decaído aún más precipitadamente en EE. UU. en este período de tiempo. En 1965 había 22.707 sacerdotes; hoy hay 14.137, con un porcentaje muy superior al de entonces que exceden los 65 años de edad. Los hermanos religiosos pasaron de 12.271 a 5.451, y las religiosas del llamativo número de 179.954 en 1865 a 68.634 en 2005.[13] Aquí mencionaría que la erosión que se ve en estos números así como la de sacerdotes diocesanos, no sólo se debe a muertes y a escasez de vocaciones sacerdotales o religiosas, sino también a una defección masiva, haya sido o no sancionada por la Iglesia. Tampoco tenemos tiempo de analizar las múltiples causas que causaron este declive en creencia y práctica; el dudar en cuestiones de fe y moral que se esparció ampliamente en la Iglesia post-conciliar después del Concilio, también llevó a muchos sacerdotes y religiosos a desembarcar en una vida de casados. Naturalmente esto también tiene un efecto deprimente sobre el reclutamiento de respuesta a vocación por jóvenes de ambos sexos que han visto este éxodo en pleno juego. Es muy claro que el abandono, o los cambios radicales, por parte de muchas congregaciones, de sus reglas históricas, su vida comunitaria, y sus indumentarias también tuvo un efecto deletéreo tanto sobre la perseverancia como sobre el reclutamiento en lo que hace a vocaciones. Hay muchas más religiosas mayores de noventa que menores de treinta años de edad en EE. UU. El número de monjas católicas, 180.000 en 1965, cayó en un 60%. Su edad promedio es ahora de 68 años. El número de monjas docentes ha caído en un 94% desde el cierre del Concilio. El número de muchachos dedicados a estudiar para hacerse miembros de las dos principales órdenes docentes —los jesuitas[14] y los Hermanos Cristianos— ha caído en un 90% y en un 99%, respectivamente. Hay poco signo de crecimiento en esta parte de la Iglesia en EE. UU. Sin embargo, hay algunos signos de esperanza con la llegada de nuevas congregaciones y el renacimiento de otras.

   «Ahora podemos examinar el estado de lo que era, de muchos modos, el orgullo y la dicha de la Iglesia Católica previa al Vaticano II en Estados Unidos: el sistema educativo que se extendía de escuelas secundarias a centenares (sí, centenares) de colleges y universidades católicas. Es exacto decir que nunca había habido, al menos en apariencia, un sistema educativo tan extenso y tan fundamentalmente sano en ningún lugar ni tiempo en la historia de la Iglesia. De la educación elemental se hacía cargo, básicamente, la parroquia, siguiendo el trabajo de pionero de San Juan Neumann. También la parroquia dirigía muchas escuelas secundarias, pero al mismo tiempo había muchas dirigidas por los regimientos de religiosos y religiosas. Virtualmente todas las escuelas secundarias eran de sexo único mientras algunas eran co-institucionales, es decir, había muchachos y muchachas en el mismo edificio pero bajo educación separada. Naturalmente, la combinación de matrimonios estables, familias relativamente grandes y catequesis enérgica no sólo producía vocaciones sino también hombres y mujeres bien formados que vivían su fe de manera coherente en su trabajo profesional, incluida la vida política y matrimonial. Todo eso ahora virtualmente ha dejado de ser.

   «Casi la mitad de las escuelas católicas que estaban abiertas en 1965 han cerrado. Había 4,5 millones de estudiantes en escuelas católicas a mediados de la década de 1960. Ahora hay alrededor de la mitad de ese número. Lo que es aún más preocupante es que los niños que siguen asistiendo a escuelas católicas (primarias y secundarias) reciben enseñanza de católicos laicos precariamente formados de «Generación X» que a menudo tienen serias dificultades personales con aspectos de la vida doctrinaria y moral católica. Sólo el 10% de los docentes religiosos laicos aceptan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción, el 53% creía que una católica puede abortar y seguir siendo buena católica, el 65% dijo que los católicos tienen derecho a divorciarse y volverse a casar, y en una encuesta del New York Times, el 70% de los católicos entre 18 y 54 años de edad dijeron creer que la Sagrada Eucaristía sólo es un «recordatorio simbólico» de Jesús.

   Tales son los frutos del Vaticano II. Consecuentemente, los católicos lo miramos con puro asco y maldecimos el día en que fue concebido en el cerebro modernista de Juan XXIII. Desde entonces nuestras vidas han sido desdichadas. La hazaña de Ratzinger y su corte ha sido enclavar una ganzúa en un motor de Verdad que funcionaba a las mil maravillas perfectamente lubricado y susurrando armoniosamente; —ha sido destrozar un precioso y cristalino vaso de decencia y rectitud; —ha sido profanar un cáliz dorado de belleza sobrenatural con la podredumbre de sus herejías. Han destruido nuestro mundo católico y nuestras vidas católicas. Y pasados cuarenta años, mientras el mundo católico se cae a pedazos alrededor de ellos, lo mejor que se les ocurre decir o hacer es comentarnos que todo es maravilloso. Nos asquea escuchar eso.

   Nuestro Señor dijo: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de los espinos, o higos de las zarzas? Así es que todo árbol bueno produce buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, será cortado y echado al fuego. Por sus frutos, pues, los podréis conocer.» (Mateo 7, 16-20)

Puntos salientes del discurso de Ratzinger

  • Los efectos del Concilio han sido en gran parte negativos. Por cuanto sepamos, ésta es la primera admisión de una tal cosa.

  • Las decisiones pasadas de la Iglesia son «contingentes por estar relacionadas a una realidad en sí misma mudable». Esto da venia a los modernistas para descartar cualesquier dogmas o condenas de errores emitidos por la Iglesia, puesto que todos están ligados de alguna manera a circunstancias históricas. 

  • El Vaticano II «revisó e incluso corrigió algunas decisiones históricas». Esto significa que las decisiones previas al Vaticano II fueron erróneas. Esta es la primera admisión de que el Vaticano II de hecho contradijo la enseñanza tradicional de la Iglesia. Muy significativo.

  • Los primeros mártires murieron por la enseñanza del Vaticano II sobre libertad religiosa. Esta afirmación es una blasfemia, y demasiado absurda para necesitar comentario.

Most Holy Trinity Seminary Newsletter» («Boletín del Seminario de la Santísima Trinidad), Enero de 2006]

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NOTAS
  • * Traducido de: http://www.traditionalmass.org/articles/article.php?id=71&catname=15
  • [1] Las citas castellanas de la audiencia de Ratzinger están tomadas de la traducción oficial
    de los actuales usurpadores del Vaticano:
    http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2005/december/documents/
  • f_ben_xvi_spe_20051222_roman-curia_sp.html
  • [2] De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524. N. del T.: Esas palabras de San Basilio fueron escritas medio siglo después (375) del Concilio de Nicea (325), y por lo tanto es una clamorosa mala fe de parte de Ratzinger señalar ahí «la descripción que hace san Basilio, el gran doctor de la Iglesia, de la situación de la Iglesia después del concilio de Nicea».

  • [3] o «hermenéuticas». 

  • [4] Dignitatis Humanæ, Nº. 2.  

  • [5] Dignitatis Humanæ, Nº. 4.

  • [6] Una de las imágenes centrales del mitraísmo es la tauroctonía, que representa el sacrificio ritual por Mitra del toro sagrado creado por la deidad suprema Ahura Mazda. Llegado Mitra a una cueva, un cuervo enviado por Ahura Mazda le avisó de que debía realizar el sacrificio, y el dios, sujetando al toro, le clavó el cuchillo en el flanco. En este mito, del cuerpo del toro agonizante salen plantas, animales, y todas las cosas benéficas de la tierra. (Wikipedia). 

  • [7] Ci riesce.

  • [8] Quanta cura.

  • [9] E’ giunto, carta al emperador del Brasil, cap. III. Roma, 1889.

  • [10] Post tam diuturnas.  

  • [11] El original ingles íntegro de este artículo se puede consultar en catholiccitizens.org. Monseñor Sanborn ha citado algunos fragmentos.

  • [12] N. del T.: En Argentina, mientras que en 1960 había un sacerdote cada 4.347 habitantes, en 2005 había uno cada 6.566. Artículo «Cada vez hay menos curas y monjas en nuestra región», publicado en el diario platense El Día el domingo 20 de marzo de 2005.

  • [13] N. del T.: En Argentina, a fines de 2004 había 8.612 monjas, contra las 13.423 que había en 1960. La baja fue del 36%. Obviamente debe ser bastante mayor aún la disminución de monjas nuevas. La caída resulta más elocuente si se traza una relación entre el número de monjas y la cantidad de habitantes. En 1960 —con una población de casi 21 millones— había una religiosa cada 1.549 habitantes y actualmente —con una población de casi 38 millones— hay una cada 4.372. Con lo cual, la cantidad —en términos relativos— cayó en poco más de cuatro décadas alrededor de dos tercios. Los datos —suministrados a Clarín por la agencia informativa católica AICA— confirman una impresión generalizada en los medios eclesiásticos. Muchos creen que la merma se agravará en los próximos años. Y todos coinciden en que se trata de un fenómeno mundial. 

  • [14] N. del T.: Tras el Concilio, brusco ausentismo docente jesuita en Estados Unidos. ¿Y en la vieja y grande España? Transcribimos párrafos «Las puertas del infierno (XV)» del escritor español Ricardo de la Cierva.


  •    «Un documento reservado de una Comisión Interprovincial [jesuita o post-jesuita] de España, fechado en Madrid en 1966, reduce el combate contra el ateísmo al ámbito de las injusticias sociales que en los países en desarrollo disponen a muchos a recibir las doctrinas ateas unidas a los programas de revolución social. Los Provinciales constituyeron entonces una comisión dirigida por José Gómez Caffarena, que era ya por entonces de los primeros líderes españoles del clan de izquierda. Dictaminó por eso que el ateísmo marxista ya no era el principal enemigo, sino el positivista y pragmático; y, con Rostenne, que el marxismo es el pecado colectivo y objetivado del cristianismo moderno. No es pues de extrañar que el PSOE subvencionara la institución Fe y secularidad que fundó Caffarena tras su victoria electoral de 1982.

       «La Conferencia de Santa Clara fue una idea de los Provinciales estadounidenses al planificar la creación de un Instituto para la Formación de los jesuitas. […] Su formación teológica debía centrarse en el ateísmo y humanismo secular. Y una vez aceptado un jesuita en la Compañía, los ideales debían acomodarse en lo posible a su capacidad. No gustó mucho a esta Conferencia el voto y la castidad: para que un hombre ame a Dios debe poseer capacidad de amar, que se desarrolla en la expresión del amor humano. Se pusieron en práctica esta recomendaciones, y se practicó homosexualidad y bisexualidad. La obediencia era cuestión de diálogo, y la oración flexible e individual, dirigida al Cristo viviente, ahora presente en su pueblo. La asistencia o celebración de la misa sería contraproducente si se convierte en problema de disciplina. Pero los jesuitas sí tenían que participar en dinámicas de grupo o en sesiones de sensibilidad: lavados de cerebro.