Magisterio de la Iglesia

San Vicente de Lerins

CONMONITORIO
(APUNTES PARA CONOCER LA FE VERDADERA)
SAN VICENTE DE LERINS

CONDENAS Y BENDICIONES

   16. Pero ya es tiempo de hacer una breve síntesis, para recordarlo con mayor facilidad, de todo lo que hemos dicho en tormo a las herejías y a la fe católica. Cuando se repiten las cosas, se comprenden mejor y se graban más profundamente en la memoria.

   Condena, pues, de Fotino, que rechaza la plenitud de la Trinidad y enseña que Cristo fue pura y simplemente un hombre.

   Condena de Apolinar, el cual sostiene que la divinidad de Cristo se transformó y se corrompió, negando así la propiedad de una humanidad perfecta.

   Condena de Nestorio, el cual afirma que Dios no ha nacido de una Virgen, admite dos Cristos y, rechazando la fe en la Trinidad, nos propone una cuaternidad.

   Bendita, en cambio, la Iglesia Católica, que adora a un solo Dios en la plenitud de la Trinidad y la igualdad de las Tres Personas Divinas en una única Divinidad, de manera que ni la unidad de sustancia diluye la propiedad de las Personas, ni su distinción rompe la unidad de la Divinidad.

   Bendita la Iglesia, la cual cree que en Cristo hay dos sustancias reales y perfectas, pero que es única la persona de Cristo; la distinción entre las dos naturalezas no escinde la unicidad de persona, ni la unicidad de persona confunde las dos naturalezas diferentes.

  Bendita la Iglesia, que para proclamar que Cristo es y ha sido siempre uno profesa que el hombre se unió a Dios en el seno mismo de la Madre, y no después del parto.

   Bendita sea esta Iglesia, la cual comprende que Dios se ha hecho hombre, no por una modificación de su naturaleza, sino en virtud de la persona, no de una persona ficticia o provisional, sino real y permanente.

   Bendita la Iglesia, la cual enseña que esta unicidad de persona es hasta tal punto profunda, que atribuye al hombre, por un misterio admirable e inefable, lo que es de Dios y a Dios lo que es del hombre. En virtud de esta unicidad, la Iglesia no teme afirmar que el hombre, en cuanto Dios, descendió del cielo, y creer que Dios, en cuanto hombre, nació en la tierra, padeció y fue crucificado. Consecuencia de esta unicidad, la Iglesia confiesa que el hombre es Hijo de Dios y que Dios es Hijo de una Virgen.

   Bendita, pues, y veneranda, bendita y sacrosanta es esta profesión de fe, totalmente comparable a la alabanza angélica que da gloria al único Señor Dios con una trina exaltación de su divinidad(45). La Iglesia predica la unicidad de Cristo principalmente por esto: para respetar el misterio de la Trinidad.

   Todo lo que he dicho en esta digresión, si a Dios place, lo trataré de manera más amplia y completa en otra ocasión. Ahora volvamos a nuestro tema.

LA CAÍDA DE ORÍGENES

   17. Decíamos que en la Iglesia de Dios el error de un maestro es una tentación para los fieles; tentación tanto mayor cuanto más docto es el que yerra.

   He probado esto ya con la autoridad de la Escritura, después con ejemplos de la historia eclesiástica, recordando aquellos hombres que fueron tenidos durante cierto tiempo por plenamente ortodoxos y que acabaron en una secta acatólica o incluso fundaron una herejía. Este es un aspecto muy importante, que por lo mismo es necesario conocer y tener siempre presente, incluso ilustrado con gran número de ejemplos para hacer que penetre bien en la mente, con el fin de que los verdaderos católicos sepan que deben recibir a los Doctores con la Iglesia, y no abandonar la Iglesia por los Doctores(46).

   Yo podría aducir numerosos ejemplos de tal clase de tentación, pero pienso que ninguno es comparable al caso de Orígenes*.

   Poseía cualidades tan excepcionales y maravillosas que cualquiera habría prestado fe, desde el primer momento, a todas sus afirmaciones. Pues si la vida edifica la autoridad de una persona, él fue un hombre de gran laboriosidad, castidad, paciencia y constancia no comunes. Y si consideramos su cuna y su ciencia, ¿quién más noble que él? Nació de una familia ilustrada por el martirio, y después de haber sido privado de padre y de hacienda, por la causa de Cristo, salió adelante en medio de las estrechuras de una santa pobreza, sufriendo con frecuencia, según nos han contado siempre, por confesar el nombre del Señor.

   Poseía otras muchas dotes, que después se mudaron en motivos de tentación. Su inteligencia era tan vasta, penetrante, aguda, noble, que no tenía rival. Además, tenía tal conocimiento de la doctrina cristiana y una erudición tan grande que pocas cosas de la filosofía divina se le escapaban, y casi ninguna de la humana había que él no hubiera adquirido profundamente.

   Su ciencia no se limitó a las obras griegas, sino que también se extendió a las hebraicas.

   ¿Debo recordar su elocuencia? Era tan agradable, pura, suave, que se habría podido decir que era miel, no palabras, lo que destilaban sus labios. No había cuestión difícil de exponer que él no hiciese límpida con la fuerza de su razonamiento, ni cosas que parecían arduas que él no hiciese facilísimas.

   -¿Pero no habrá, quizá, construido sus obras y fundamentado sus asertos solamente sobre argumentos racionales?

   -Al contrario, no ha habido nunca maestro que haya utilizado más que él la Sagrada Escritura.

   -Puede que haya escrito poco.

   ¡jEn absoluto! Ningún mortal ha escrito más que él, tanto que no es posible, pienso yo, no sólo leer todas sus obras, pero ni siquiera encontrarlas todas. Y para que no le faltase ningún medio para formarse y perfeccionarse en la ciencia, tuvo el don de la plenitud de los años.

   -Quizá haya tenido poca suerte con sus discípulos.

     -¿Hubo alguien más afortunado que él? Innumerables son los doctores, los obispos, los confesores, los mártires salidos de su escuela. Es verdaderamente imposible medir la admiración, la gloria, el favor de que gozó por parte de todos. ¿Quién, por poco religioso que fuese, no acudía a él desde los más remotos rincones de la tierra? Sabemos por la historia que era reverenciado no sólo por las personas privadas, sino incluso por el mismo emperador. Se cuenta que la madre del emperador Alejandro* lo hizo llamar a su lado a causa de la sabiduría divina que sobreabundaba en él, y que ella deseaba ardientemente conocer. Otro testimonio lo encontramos en las cartas que escribió, con autoridad de maestro, al emperador Felipe*, primer príncipe de Roma; que se hizo  cristiano.

   Y si no se quiere dar crédito a nuestro testimonio cristiano en torno a su increíble ciencia, escuchemos al menos lo que de ella dicen los filósofos paganos.

   El impío Porfirio narra que, siendo él todavía un chiquillo, fue hasta Alejandría atraído por la fama de Orígenes, y allí lo vio, ya muy avanzado en edad, pero con tal clase y con tanta grandeza, que parecía que él había construido la ciudadela de toda la sabiduría.

   Pero se nos echaría la noche encima antes de que yo pudiese exponer, ni siquiera sucintamente, una mínima parte de las dotes insignes que se encontraban juntas en ese hombre.

   Sin embargo, todas estas cualidades no sirvieron solamente para la gloria de la religión, sino también para hacer la tentación más peligrosa. Nadie se habría encontrado dispuesto a abandonar a un hombre de tan gran ingenio, de doctrina y dotes tan eximias; cualquiera habría repetido la sentencia: «Es preferible estar equivocado con Orígenes que tener razón con los demás»: ¿Se podría añadir algo más?

   La tentación que esta gran personalidad, este doctor y profeta insigne provocó no fue de poca monta, sino que fue de tal envergadura, como demuestra el resultado final, que desvió a muchísimos de la integridad de la fe.

   Por haber abusado con temeridad de la gracia de Dios, por haber hecho demasiadas concesiones a su inteligencia y puesto una confianza desmesurada en sí mismo, por haber considerado en poco la antigua sencillez de la religión cristiana, presumiendo en cambio de saber más que los otros; por haber despreciado las tradiciones de la Iglesia y el magisterio de los antiguos, interpretando de manera totalmente novedosa algunos pasajes de la Sagrada Escritura; por todo eso, Orígenes -aun siendo tan eminente y extraordinario como era- mereció que también a propósito de él se le dijese a la Iglesia de Dios: «Si en medio de ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta..., porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si le amas o no».

   Y, por cierto, no fue ésta una prueba indiferente para la Iglesia que, confiando en él y arrebatada por la admiración de su ingenio, de su ciencia, de su elocuencia, de su modo de vivir, de su autoridad, sin sospechar nada ni temer nada, se veía arrancada de ]a antigua fe y deslizarse hacia novedades profanas.

   Alguno dirá: las obras de Orígenes fueron interpoladas y amañadas. Lo concedo, e incluso desearía que lo hubiesen sido todavía más. Hay muchos que hablan y escriben acerca de estas interpolaciones, y no sólo católicos, sino también herejes. Lo que yo quiero subrayar es el hecho de que, aunque los libros no hayan sido escritos por Orígenes, sino empleando su nombre, fueron igualmente ocasión de gran tentación. Hormiguean de afirmaciones impías, pero son leídos y apreciados como si fuesen de Orígenes y no de otros. Así, aunque no fuera su intención emitir errores, sin embargo, éstos fueron difundidos bajo la autoridad de su nombre.

EL ESCÁNDALO DE TERTULIANO

   18. Lo mismo ocurrió con Tertuliano*, el cual fue el más grande entre nuestros latinos, como Orígenes lo fue entre los griegos.

   ¿Quién fue más docto que él, quién más experto tanto en las cosas divinas como en las humanas?

   Con la maravillosa capacidad de su mente se paseaba por el conocimiento de toda la filosofía, de las escuelas filosóficas, de sus fundadores y seguidores, de todas sus disciplinas, de la historia y de las más variadas ramas del saber. Dotado de un in. genio fuerte y profundo, no había dificultad que se propusiera resolver y que no superase y conquistase con su inteligencia aguda y poderosa.

   ¿Quién sería capaz de alabar como se debe la estructura y el estilo de sus composiciones? Todo está en ellas concadenado con tal necesidad lógica, que obliga a asentir con él a aquellos a quienes no consigue convencer. Se puede decir que en él cada palabra es una sentencia, cada afirmación una victoria.

   Saben muy bien esto los discípulos de Marción*, de Apeles., de Praxeas., de Hermógenes., los judíos, los paganos, los gnósticos* y todos los demás, cuyas blasfemias fulminó, demolió y destruyó con sus muchos y poderosos libros.

   Sin embargo, también él, ese Tertuliano que había llevado a cabo todas estas cosas por haber sido poco tenaz en apegarse al dogma católico, o sea, a la fe antigua y universal, y más elocuente que profundo, al final cambió sus ideas -como dice de él el bienaventurado confesor Hilario*- «.. .con ese error final privó de toda autoridad a sus alabados escritos».

   Así, pues, también él fue para la Iglesia ocasión de gran tentación. No quiero añadir más, sino sólo recordar que por haber afirmado, sin tener en cuenta el precepto de Moisés, que las nuevas furias de Montano* surgidas en la Iglesia y las locas fantasmagorías de mujeres(47) delirantes de nuevos dogmas eran verdaderas profecías, mereció que de él y de sus escritos se dijera: «Si en medio de ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta». ¿Por qué? «Porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si le amas o no».

FUNCIÓN PROVIDENCIAL DE
ESTOS EJEMPLOS

   19. El número y la importancia de estos ejemplos eclesiásticos, y de muchos otros del mismo género, no puede dejar de hacernos prudentes, y nos muestran a una luz más clara que la del sol que, según lo que nos dice el Deuteronomio, si un doctor se desvía de la fe, es la Providencia de Dios la que lo permite, para ver si amamos a Dios con todo el corazón y con toda nuestra alma.

EL CATOLICO VERDADERO y EL HEREJE

   20. De todo lo que hemos dicho, aparece evidente que el verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído.

   Sabe que toda doctrina nueva y nunca antes oída, insinuada por una sola persona, fuera o contra la doctrina común de los fieles, no tiene nada que ver con la religión, sino que más bien constituye una tentación, adoctrinado en esto especialmente por las palabras del Apóstol Pablo: Es necesario que incluso haya herejías, para que se descubran entre vosotros los que son de una virtud probada(48). Como si dijera: Dios no extirpa inmediatamente a los autores de herejías, para que se manifiesten los que son de una virtud probada, es decir, para que aparezca en qué medida cada cual es tenaz, fiel, constante en el mora la fe católica.

   Y verdaderamente, apenas un viento de novedades empieza a soplar, inmediatamente se ve cómo los granos cuajados del trigo se separan y se distinguen de la cascarilla sin peso, y sin gran esfuerzo es arrojado fuera de la era lo que no está sostenido por peso alguno(49). Algunos vuelan inmediatamente; otros, en cambio, trastornados y desalentados, temen perecer, pero se avergüenzan de regresar, apaleados como están y más muertos que vivos; parece exactamente como si hubieran bebido una dosis de veneno que ya no pueden eliminar y que, aunque no los mata de golpe, no les permite seguir realmente viviendo.

   ¡Situación desgraciada! ¡Cuántas aflicciones violentas, cuántas turbaciones les asaltan! Ya se dejan arrastrar por el error como de un viento impetuoso; ya se repliegan en sí mismos, como olas en la tempestad, y son arrojados en la playa; otras veces, con audacia temeraria, dan su conformidad a lo que es incierto; en otros momentos, bajo el impulso de un miedo irracional, se espantan incluso de lo que es verdad.

   No saben ya dónde ir, a dónde volver, no saben lo que quieren, no saben de qué deben huir, no saben lo que debe ser mantenido y lo que, por el contrario, debe ser rechazado.

   ¡Y si al menos supiesen que estas dudas y esta angustia de un corazón malamente vacilante son el remedio que la misericordia divina les ha preparado!

   Por esto precisamente, lejos del puerto segurísimo de la fe católica, son sacudidos, golpeados, como inmersos en la tempestad, con el fin de que, recogidas y amainadas las velas de la mente, que estaban tendidas al largo y desplegadas a los vientos infieles de las novedades, vuelvan a buscar morada en el refugio confiado de su Madre buena y tranquila y, rechazadas las olas amargas y alborotadas del error, puedan alcanzar la fuente de aguas vivas y saltarinas y beber de ella.

   Que «desaprendan» bien lo que no hicieron bien en aprender; y que comprendan, de todos los dogmas de la Iglesia, lo que la inteligencia puede comprender; lo que no puedan comprender, que lo crean.

  

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NOTAS

  • (45)   Cfr. ls 6, 3: Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos, está la tierra llena de su gloria. (volver) 
  • (46)  Ver a este propósito el capítulo 28 (volver) 
  • (47)  Estas mujeres fueron Priscila y Maximilia; ver el «Breve léxico de conceptos y nombres»: Montano  (volver) 
  • (48)  1 Cor 11,19.  (volver) 
  • (49)  TERTULIANO, en De praescr. haeret., 3: ML 2, 17, utiliza la misma comparación: «Así es como el Señor conoce a quiene" son suyos y desarraiga las plantas que El no ha plantado, y así hace ver que los últimos son los primeros, y lleva en la mano el aventador para limpiar su era. Enhorabuena vuele le:ios la paja de una fe superficial y ligera, en cuanto sienta el soplo de la prueba; tanto más limpio será así el montón de trigo que se habrá de guardar en los graneros del Señor». (volver)