Magisterio de la Iglesia
San Francisco de Sales
CARTA
ABIERTA A LOS PROTESTANTES §8 — La verdadera Iglesia debe tener el espíritu de profecía. La profecía es un gran milagro que consiste en el conocimiento cierto que el entendimiento humano tiene de las cosas sin experiencia ni discurso natural, sino por inspiración sobrenatural; por consiguiente, todo lo dicho de los milagros en general, debe aplicarse a éste en particular; pero, además, el profeta Joel predijo271 que al fin de los tiempos, es decir, en la época de la Iglesia evangélica, según la interpretación de San Pedro272, sucederá que derramaré Yo mi espíritu sobre toda clase de hombres; y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; como Nuestro Señor había dicho, a los que creyeron, acompañarán estos milagros273. Luego, la profecía debe perdurar siempre en la Iglesia, donde se encuentran los hijos e hijas de Dios, y donde sobre ellos derrama siempre su Santo Espíritu. El ángel dice en el Apocalipsis que el espíritu de profecía es el testimonio de Jesús274; este testimonio de la asistencia de Nuestro Señor no se da solamente para los infieles, sino principalmente para los fieles, como dice San Pablo275; ¿cómo, entonces, diréis que, habiéndolo Nuestro Señor dado una vez a su Iglesia, después lo quitaría? La causa fundamental por la cual se concedió permanece, luego, permanece la concesión. Sumemos a esto, como ya dije de los milagros, que la Iglesia tuvo profetas en todos los tiempos; no podemos, pues, pretender que no sea una de sus propiedades y una buena pieza de su dote. Al subirse a lo alto llevó consigo cautiva a una grande multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los hombres … él mismo a unos ha constituido apóstoles, a otros profetas, y a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores276; si los espíritus apostólico, evangélico, pastoral y doctoral permanecen en la Iglesia, ¿por qué no ha de permanecer el profético? Es uno de los perfumes del vestido de la Esposa277. §9 — La Iglesia Católica tiene el espíritu de profecía, y la pretendida no. No hubo casi ningún santo en la Iglesia que no haya profetizado. Nombraré solamente los más recientes: San Bernardo, San Francisco, San Antonio de Padua, Santo Domingo, Santa Brígida, Santa Catalina de Sena, todos ellos fervorosos católicos. Los santos que acabo de mencionar son de ese número, tal como en nuestros días Gaspar Barzia y Francisco Javier. Entre nuestros antepasados, no hay uno que no nos haya contado con gran seguridad alguna profecía de Jean Borgeois, habiéndolo visto o escuchado muchos de ellos. El espíritu de profecía es el testimonio de Jesús278. Presentadnos ahora alguno de los vuestros que haya profetizado para vuestra Iglesia. Sabemos que las sibilas, de las cuales hablan casi todos los antiguos, fueron como las profetizas de los gentiles; Balaam también profetizó279, pero lo hizo para la verdadera Iglesia, y, por ende, su profecía no dio autoridad a la iglesia en que se hacía, sino sólo a aquella a que se dirigía. Tampoco niego que entre los gentiles haya una verdadera Iglesia, de poca gente, que tenga la fe en el Dios verdadero y observe los mandamientos de la ley natural por gracia de Dios; de eso atestiguan Job, en las antiguas Escrituras, y el buen Cornelio, con sus soldados, temerosos de Dios280, en el Nuevo Testamento. ¿Dónde están vuestros profetas? Si no los tenéis, creed que no sois del cuerpo para edificación del cual Nuestro Señor los dio, según San Pablo281; además de eso, el espíritu de profecía es el testimonio de Jesús. Parece que Calvino quiso profetizar en el prefacio de su Catecismo de Ginebra, pero su predicción es de tal manera favorable para la Iglesia Católica que, cuando obtuviéremos su efecto, nos agradará considerarlo como profeta. §10 — La verdadera Iglesia debe practicar la perfección de la vida cristiana. He aquí algunas extrañas enseñanzas de Nuestro Señor y sus Apóstoles. Un joven rico confesó haber observado los mandamientos de Dios desde su más tierna infancia; Nuestro Señor, que todo lo sabe, mirándolo, se aficionó por él, signo de que era verdadero aquello que había dicho, y le dio este consejo: Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y tendrás un tesoro en el cielo: ven después, y sígueme282. San Pedro nos invita con su ejemplo y de sus compañeros: todo lo dejamos y Te seguimos283, a lo que Nuestro Señor responde con esta solemne promesa: Vosotros que Me habéis seguido, os sentaréis sobre doce sillas y juzgaréis las doce tribus de Israel. Y cualquiera que habrá dejado casa o hermanos, o hermanas, o padre, o esposa, o hijos, o heredades por causa de Mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna284. Estas son las palabras; he aquí ahora el ejemplo: El Hijo del hombre no tiene sobre qué reclinar la cabeza285; hízose pobre para enriquecernos a nosotros286; Lucas dice que vivía de limosnas: Mulieres aliquæ ministrabant ei de facultatibus suis287; en dos salmos288, que se refieren a su Persona, como interpretan San Pedro289 y San Pablo290, es llamado mendigo; cuando envió a sus Apóstoles a predicar, les dijo: Nequid tollerent in via nisi virgam tantum, y que no tomasen para el camino ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto, sino apenas sandalias en los pies, y que no llevasen dos túnicas291. Sé que estas enseñanzas no son mandamientos absolutos, si bien que esto último así fue considerado por bastante tiempo; la única cosa que digo es que son consejos y ejemplos muy salutíferos. Y he aquí aún otros parecidos, aunque tocantes a otro tema: Hay eunucos que nacieron tales del vientre de sus madres; y hay eunucos que fueron castrados por los hombres; y eunucos hay que se castraron a sí mismos por amor del Reino de los Cielos; qui potest capere, capiat292. Eso mismo había sido predicho por Isaías: No diga el eunuco: «he aquí que soy un tronco seco», porque esto dice el Señor a los eunucos: «A los que observaren mis sábados, y practicaren lo que yo quiero, y se mantuvieren firmes en su alianza, les daré un lugar en mi casa, y dentro de mis muros, y un nombre más apreciable que el que le darían los hijos e hijas: daréles yo un nombre sempiterno que jamás se acabará»293. ¿quién no ve que el Evangelio responde justamente a la profecía? Y en el Apocalipsis se lee: Y cantaban como un cantar nuevo ante el trono, y delante de los cuatro animales, y de los ancianos … Estos son los que no se amancillaron con mujeres, porque son vírgenes. Estos siguen al Cordero dondequiera que vaya294. A esto se refiere la exhortación de San Pablo: Loable cosa es en el hombre no tocar mujer.295 Digo a las personas no casadas y viudas: bueno les es si así permanecen, como también permanezco yo296. En orden a las vírgenes, precepto del Señor yo no lo tengo; doy, sí, consejo, como quien ha conseguido del Señor la misericordia de ser fiel297. Estas son las razones: Yo deseo que viváis sin inquietudes. El que no tiene mujer, anda solícito de las cosas del Señor, y en agradar a Dios. Al contrario, el que tiene mujer anda afanado en las cosas del mundo, y en cómo agradar a la mujer, y se halla dividido. De la misma manera la mujer no casada, o una virgen, piensa en las cosas de Dios, para ser santa en cuerpo y alma. Pero la casada piensa en las del mundo, y en cómo ha de agradar al marido. Por lo demás yo digo esto para provecho vuestro; no para echaros un lazo, sino solamente para exhortaros a lo más loable, y a lo que habilita para servir a Dios sin embarazo298. En suma, el que da su hija en matrimonio obra bien; pero el que no la da, obra mejor299. Después, hablando de la viuda, añade: Cásese con quien quiera, con tal que sea según el Señor. Pero mucho más dichosa será si permanece según mi consejo; y estoy persuadido de que también me anima el Espíritu de Dios300. Estas son las instrucciones de Nuestro Señor y de los Apóstoles, y este el ejemplo de Nuestro Señor, de nuestra Señora, de San Juan Bautista, de San Pablo, de San Juan y de Santiago, que vivieron todos en virginidad; y en el Antiguo Testamento, Elías y Eliseo, como ya habían hecho notar los antiguos. Finalmente, la humilde obediencia de Nuestro Señor, tan manifiesta en los Evangelios, no solamente la obligatoria a su Padre301, sino también a San José, a su Madre302, al César, a quien pagó tributo303, y a todas las criaturas, en su Pasión, por nuestro amor: Humiliavit semetipsum, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis304. Y demostró la misma humildad, la cual vino a enseñar, diciendo: El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir305; Estoy en medio de vosotros como un sirviente306. Estos pasajes, ¿no son réplicas perpetuas y exposiciones de esta dulce lección: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón307? ¿Y de esta otra: Si alguno quisiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo, y lleve su cruz cada día, y sígame308? El que guarda los mandamientos, ya renuncia bastante a sí mismo lo suficiente para salvarse, se humilló suficientemente para ser ensalzado309; pero queda todavía otra obediencia, humildad y de sí mismo, a la cual nos invitan el ejemplo y las enseñanzas del Señor. Quiere que aprendamos de Él la humildad; se humilló no solamente a quien él era inferior, porque tomó la forma de siervo310, sino también a sus propios inferiores; él desea, pues, que así como él se humilló no solamente por deber, sino ultrapasando el propio deber, así también nosotros obedezcamos con gusto a todas las criaturas, por su amor311; él quiere que renunciemos a nosotros mismos según su ejemplo, pues él renunció tan firmemente a su voluntad que Se sometió a la propia cruz, y a servir a sus discípulos y servidores, como atesta quien, viendo esto tan extraño, exclamó: Non lavabis mihi pedes in æternum!312 ¿Qué nos resta, pues, sino reconocer en estas palabras y acciones el dulce convite a la sumisión y a la obediencia voluntaria que él nos hace, aun a quien no tenemos ninguna obligación? Esto sin apoyarnos siquiera sobre nuestro propio criterio y voluntad, según el dicho del Sabio313, mas haciéndonos objetos y esclavos de Dios y de los hombres por amor a Dios. Los Recabitas fueron muy loados en Jeremías314 porque obedecieron a su padre Jonadab en cosas duras y extrañas, a las cuales no tenía autoridad para obligarlos, como eran el no beber vino, ni ellos ni sus criados, ni sembrar, ni plantar, ni tener viñas, ni construir. Los padres, ciertamente, no pueden atar tan duramente las manos a su posteridad, si ella no lo consiente voluntariamente; los Recabitas, sin embargo, fueron loados y benditos por Dios, como aprobación de esta obediencia voluntaria con que habían renunciado a sí mismos, con una extraordinaria y perfecta renuncia. |
NOTAS 271 Jl 2, 28-29 272 Hech 2, 17 273 Mc 16, 17 274 Ap 19, 10 275 1 Cor 14, 22 276 Ef 4, 8/11 277 Cant 4, 11 278 Ap 19, 10 279 Nm 22, 24 280 Hech 10, 2.7 281 Ef 4, 11-12 282 Mt 19, 21; Mc 10, 16-22 283 Mt 19, 27 284 Mt 19, 28-29 285 Mt 8, 20 286 2 Cor 8, 9 287 Lc 8, 3 288 Sl 109, 22; 40, 18 289 Hech 1, 20 290 Hb 10, 7 291 cf. Mc 6, 8-9 292 Mt 19, 12 293 Is 56, 3-5 294 Ap 14, 3-4 295 1 Cor 7, 1 296 1 Cor 7, 8 297 1 Cor 7, 25 298 1 Cor 7, 32-35 299 1 Cor 7, 38 |